La Ciencia de la cruz - El Amor a la Cruz - Cuaresma 2020

El amor a la cruz

En la liturgia del Viernes Santo, en la segunda parte del rito, la Iglesia celebra la ‘Adoración a la Santa Cruz’. El celebrante muestra la cruz al pueblo y canta “Ecce lignum crucis in qua pependit Deus” (“Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo”), y el pueblo responde cantando “Venite adoremus” (“Venid a adorarlo”), acompañando la aclamación con una genuflexión. Luego, se hace la adoración a la cruz, en la que el sacerdote, los ministros y el pueblo se acercan en forma de procesión, hacen la genuflexión y, según la costumbre, besan la cruz como un acto de adoración y agradecimiento. El ósculo a la cruz expresa el amor al Crucificado, y se venera la cruz como instrumento de nuestra salvación.

También es conocida la costumbre de besar la cruz en otros momentos, como expresión de nuestro amor al Crucificado. Los religiosos besan la cruz, por ejemplo, en el momento de su consagración; el moribundo besa la cruz abandonándose en el amor de Dios; el pecador besa la cruz reconociendo y aceptando a Jesús crucificado como su Salvador y Redentor. Al besar la cruz no besamos el dolor en sí, sino el fruto que Cristo mereció por nosotros a través de su Pasión y su muerte redentora.

Los cristianos tienen claro que deben amar al Crucificado, a Jesús, que murió por amor, pero la cuestión es: ¿puede existir un “amor a la cruz”? ¿Podemos amar el símbolo de la cruz? Si entendemos la cruz no como símbolo del dolor, sino también como símbolo de victoria, entonces se entiende que se puede amar la cruz, aunque pasando necesariamente por el dolor, para llegar a la victoria.

            Entonces, si hablamos de la “ciencia de la cruz”, entendemos con eso un camino de espiritualidad, porque consideramos la cruz como un camino de salvación. San Pablo lo advierte, y su predicación es fuerte: «pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos [tropiezo], y locura (insensatez) para los gentiles. Pero para los que son llamados, tanto judíos como griegos, Cristo es el poder de Dios y la sabiduría de Dios» (1 Co 1, 23-24). «Porque para los que se pierden, el mensaje de la cruz es locura; pero para nosotros que somos salvados, es fuerza de Dios» (1 Co 1, 18). «Pero en cuanto a mí, nunca suceda que me gloríe sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo» (Gál 6, 14).

            ¿Por qué el Apóstol de los pueblos puede hablar así? Porque no ve la cruz como un mal, sino como un símbolo que nos revela el amor salvífico de Dios. Pero, como no todos comprenden esto así y creen que el dolor es algo malo que no debería existir, rechazan la cruz. Como la cruz es un desafío difícil, ella también tiene muchos enemigos, que no han conocido el amor de Dios que se revela mediante este símbolo: «Porque muchos andan por ahí, de quienes os hablaba muchas veces, y ahora hasta lo digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo» (Fil 3, 18).

            Pero, si la cruz es la revelación del amor de Dios, entonces también deberíamos amar la cruz, porque Dios aceptó el dolor sobre sí para que conociéramos la profundidad de su amor. Jesucristo «reconcilió con Dios Padre a ambos (el pueblo judío y los paganos) en un solo cuerpo, por medio de la cruz, dando muerte en ella a la enemistad» (Ef 2, 16).

Los Ángeles y la ciencia de la cruz

Si conociéramos la actitud del Santo Ángel de la guarda, que no es egoísta, sino cuya felicidad es servir, probablemente nos sentiríamos avergonzados, ya que:

  • El Ángel de la Guarda es aquel que da adoración perpetua a Dios (cf. Mt 18, 10), mientras que nosotros estamos más atentos a nuestro yo, al mundo, a los cuidados, a la adulación del maligno.
  • El Santo Ángel, enviado para auxiliarnos (cf. Hb 1, 14), se ofrece continuamente al Señor por nosotros, mientras que nosotros solo queremos recibir en vez de dar y pensamos sólo en nosotros mismos.
  • El Ángel de la guarda es aquel que siempre lucha por nosotros, mientras que nosotros nadamos con la corriente, dejándonos llevar por la cobardía, el respeto humano y la ganancia.
  • El Ángel de la guarda es aquel que siempre nos quiere conducir (guiar), mientras que nosotros queremos ser libres, y entonces perdemos el camino.
  • El Ángel de la guarda es aquel que nos ama con un amor abnegado (que se niega a sí mismo), y nosotros hacemos poco caso de él, a veces con falta de respeto.
  • El Ángel de la guarda es aquel que nos defiende cuando el maligno de repente nos ataca; incluso, ante el tribunal, él será nuestro defensor.
  • El Ángel de la guarda y San Miguel tratan por todos los medios de dirigir la mirada del alma hacia la misericordia de Dios.
  • El Ángel nos da a conocer la cruz como vida, fuerza [verdad] y amor.

Parece que la cruz se opone a la vida porque significa muerte, pero, por el contrario, significa vida. En Dios Padre, la cruz se vuelve vida. En atención al Hijo, el Padre nos concede la palabra para que el hombre pueda conocer la verdad.

Parece que la cruz significa debilidad, pero es la fuerza de Dios. Por medio del Padre, la cruz se vuelve realidad y vida y, por medio del Hijo se vuelve verdad y división (separación). La cruz se revela como señal de combate y como la mejor arma.

Parece que la cruz se opone al amor, porque significa un juicio inexorable, pero al contrario, significa Misericordia. La cruz significa amor y repatriación (reconducción) a Dios por el Espíritu.

Los Ángeles ven la cruz como la causa de toda prueba. La prueba del Ángel fue una prueba de conocimiento, obediencia y fidelidad. La creación entera y el hombre sufren “dolores de parto”, mas, por la cruz, el dolor se transforma en purificación. En el fin de los tiempos, la creación será purificada y librada de toda influencia diabólica.

El Ángel nos enseña siete virtudes que podemos aprender con la cruz:

  • Diciendo sí a la cruz, aprendemos                                la entrega.
  • Contemplando la cruz, aprendemos                             la reverencia.
  • Soportando el sufrimiento en la cruz, aprendemos   la fidelidad.
  • Intercediendo clavado en la cruz, aprendemos          la caridad.
  • Silenciando en la cruz, aprendemos                             la sabiduría.
  • Guardando la calma en la cruz, aprendemos              la esperanza.
  • Mirando a Dios a través de la cruz, aprendemos        la fe.

El espíritu del mundo no es capaz de amar la cruz, el espíritu del mundo la declara una locura, y cuando la Iglesia es atacada, es precisamente por causa de la cruz: por la cruz del celibato, la cruz de la indisolubilidad matrimonial, la cruz de la disciplina y de la renuncia, etc. La Iglesia fue instituida por Dios, y el amor a la cruz es la simpatía con el Crucificado, aunque la naturaleza se resista.

El Santo Ángel exhorta: quédate paciente, tranquilo, silencioso en Dios. Esto es lo ideal. Domina tu naturaleza para que no se rebele. Los místicos siempre unen su contemplación de la Pasión a la contemplación de la paz. El cristiano tiene paz en su alma y, frente a esta paz, todas las otras alegrías y placeres no son nada. La paz que Jesús quiere dar, la paz profunda, es siempre un regalo de Dios. También el amor a la cruz es un regalo de Dios, no lo podemos merecer. El cristiano recorre su camino en profunda paz, con humildad y disponibilidad. Quiere amar a Jesús e imitarlo en su vida y en su Pasión. Si el alma posee el amor a la cruz, nada la perturba, y si llegara al martirio, Dios le daría la gracia de la paz de los mártires. La contemplación de la Pasión no asusta al alma, pues esta permanece en paz.

La gratitud y el alma que ama la cruz

Nuestro corazón es como el campo, y el amor de Dios se parece al grano de semilla que debe crecer. Siempre dependerá de nosotros que este grano brote y produzca frutos: el campo se debe preparar con tierra buena para que sea fecundo, a través de la vigilancia, la oración, la disciplina de la voluntad, el querer hacer el bien y a través del ofrecimiento de sacrificios hasta el punto de desembocar en el amor a la cruz.

El amor a la cruz es aquel amor que ha llegado a su perfección cuando el alma está plenamente agradecida, cuando ha conocido el infinito amor de Dios y no quiere otra cosa que corresponder de alguna manera a este amor. Cuando descubrimos que hemos sido amados primero y que hemos recibido la salvación sin ningún mérito por nuestra parte, sino por pura misericordia, entonces comenzamos a valorar la cruz, a considerar al Señor crucificado como el esposo que se sacrifica por nuestra alma. Y el alma sabe: “un amor sin cruz quedaría vacío y sin sentido”.

El alma que ama a Dios es aquella que mira hacia al Traspasado; para ella, la cruz es como un libro donde se aprende la ciencia del amor. Juan Tauler dice: «Hay solamente un libro, y este libro es una página: el madero de la cruz y los clavos. En esta página están escritos todos nuestros pecados y al mismo tiempo el precio de rescate, la sangre de Cristo». Sobre tal misterio de amor no se puede discutir, solamente orar y meditar, para comprenderlo, porque contiene la sabiduría de Dios.

Por eso, un alma que ama la cruz tiene que ser un alma de fuego, con un corazón fuerte y llena de nostalgia de Dios. Es un alma que vive con el corazón como perforado, que siente en el corazón el dolor de la contrición y la pena por no poder amar a Dios como debería y como Él lo merece.

Un día de amor a la cruz debe ser un día lleno de entusiasmo. Quien diariamente medita el viacrucis, se enamora de la cruz; no pierde tiempo, al contrario, su camino será la repetición del viacrucis de María. El día viernes será un día lleno de gracia para quien medita la Pasión del Señor.

Muchos piensan que el amor es lo más fácil de este mundo, pero es porque no se habla de la caridad, sino del amor sensual, de la búsqueda de satisfacción, de la búsqueda de felicidad. Al contrario, aquel amor que viene directamente del Corazón de Dios va andando un largo camino hasta llegar a la profundidad de nuestras miserias.

En el alma que ama la cruz existe como una contradicción, una paradoja: mirando al Crucificado, el alma que se arrepiente de sus pecados siente dolor, pero el amor hace dulce el dolor. El alma comienza a amar al Crucificado, quiere dar una respuesta y comienza a amar tal respuesta, aunque se trate de un sacrificio que cuesta. Quiere agradar al Amado y quiere ayudarlo a cargar la cruz como un Simón de Cirene. Primero la rechaza, pero después se siente feliz de haber ayudado.

Por el alma que se une al sufrimiento de Cristo corren ríos de gracias divinas del Corazón de Jesús. Amar la cruz significa colocarse debajo de ella, junto a María y a Juan, para participar en los dolores del Crucificado, para sentir con Él y recibir la herencia, acogiendo la Sangre redentora.

El tiempo de Semana Santa es el corazón de todo el año litúrgico, porque «cuando sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 32). Únicamente por la ciencia de la cruz llegamos a superar la distancia con Dios. El sentido profundo de la mística de la cruz es orar, mirar y unirse al Crucificado.

Concluimos:

Si uno quisiera destruir al cristianismo, no lo conseguiría matando a los cristianos, sino eliminando la sensibilidad del amor al Crucificado. Un pueblo indiferente ante la cruz ya no sería un pueblo cristiano.

Los primeros cristianos que celebraron la Semana Santa en Jerusalén se acercaron con profunda reverencia a venerar la cruz el Viernes Santo y dejaron inflamar sus corazones por este amor.

Nosotros también podemos elevarnos hacia este amor a la cruz, mirar a través de la cruz y a través de nuestra propia cruz, ver tras ella el amor salvador. Entonces ya no tendremos miedo de que Dios nos pueda abandonar. El amor de Dios llegará como respuesta desde lo alto e infundirá en el corazón humano un amor ardiente, el amor a la cruz, en el caso de que el hombre abra su corazón.

El alma, que debe estar libre del espíritu del mundo, debe gritar en su aflicción: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Entonces se realizará su unión con el Crucificado. Jesús decía a santa Gertrudis: «A quien ama la Santa Cruz, YO nunca lo olvidaré ».

Las verdades más difíciles de comprender son al mismo tiempo las verdades más simples, y el hombre simple las acepta porque no tiene duda y porque tiene fe, confianza y fuerza suficientes. Si quisiéramos resumir todas las devociones, se llegaría a la única devoción, que es la devoción a la Santa Cruz. Pero, ¿cómo se llega a esa devoción? Se debe vivir el Viernes Santo, se debe aprender a rezar y a meditar en la condenación del Inocente. Debe ser objeto del interés del cristiano cómo murió y de qué murió Jesús. Eso es lo que les interesa a los místicos: experimentar y revivir la Pasión de Cristo. A partir de allí se llega a la verdadera oración, que es cuando el hombre ora con todo su ser. Existe el amor a la Santa Cruz, el amor vivo al Salvador, que es capaz de hacer arder los corazones.

Cuando la Santa Cruz ya no es algo extraño para mí; cuando la cruz no es un instrumento de tortura, sino que es gracia, salvación y amor; cuando la obra de la Salvación ya no es un medio para alcanzar la finalidad de mi devoción, sino que me inundo en amor, entonces llego a lo que podemos llamar amor a la cruz. 

Unión con el Crucificado

Hay dos actitudes en la veneración de la cruz: existe un ‘nosotros’, en el cual la persona se identifica tan plenamente con el Salvador que quiere permanecer continuamente en unión con Él, y por eso quiere estar unida al Sacrificio de la Cruz (a la Misa y a la Pasión). Es diferente de la simple veneración de la cruz, en la que, aun siendo esta el único camino de salvación para llegar a Dios, uno la lleva forzadamente. Pero el amor da alas que elevan el alma hacia dentro del Corazón de Dios para que sea uno con Él. Se ama la cruz porque fue la señal y la ocasión de que el amor divino apareciera.

En el alma enamorada que se ve privada del objeto de su amor, aumenta la nostalgia, y por este amor, que se difunde desde el Corazón divino, experimenta este dolor del momento de la crucifixión. Y si la creatura busca este amor de nuestro Señor, de repente la cruz se envuelve en una gloria inesperada. Antes la cruz era digna de veneración por ser instrumento de la salvación, pero ahora, glorificada por el amor, el amor fluye entre Corazón y corazón. Este amor es precisamente el amor a la cruz, en la altura donde se exige la consumación del amor a Cristo. En este momento, la cruz ya no es más instrumento de tortura, sino un diálogo con el Crucificado. Este Cristo en la cruz no se queja a causa de sus dolores, sino a causa del amor que no es correspondido, a causa de la sed de salvar almas. De esta manera, la cruz se vuelve revelación del amor divino. La culpa, el pecado, el castigo y la condenación se transforman en un diálogo de confianza entre las almas enamoradas.

La unión con el Crucificado se vuelve así de íntima porque Él revela al alma lo íntimo de su Corazón. Esta experiencia de unión íntima es el amor a la cruz. El alma se identifica con el Crucificado y siente amor y compasión como una madre con su hijo. En la unión del sufrimiento, el alma ha superado la condenación y comienza a componer y cantar cánticos a la cruz. El amor a Cristo comienza a arder hacia el Crucificado y a entregarse enteramente a Él. El alma entra en el campo de la expiación.

En la altura de amor no se trata de que se cumplan o no los mandamientos, sino de la capacidad del corazón de asimilar este amor redentor. Lo más difícil es que el alma ama con toda su intensidad, sin división interior, porque está totalmente envuelta por el amor de Dios. Este amor a Dios está en el centro de su alma. Se trata de la intensidad del alma. La cruz, por eso, puede ser la mayor acusación, pero, cuando el alma está saciada de este amor, el amor a la cruz produce como efecto la santa pobreza en el espíritu.

El núcleo del cristianismo podríamos encontrarlo en las bienaventuranzas, pero, finalmente, quedaría resumido en el amor a la cruz. No es un amor como deber o como requerimiento, sino consiste en una simpatía interior con la cruz. No importa si muchas cosas molestan en la vida, o cuántas veces el alma se rebela contra la cruz, o cuántas otras se asusta ante ella y huye del sufrimiento; lo importante es que, al final, será capaz de aceptar la cruz con sus exigencias.

No se trata de que uno le tenga o no le tenga miedo al dolor, sino de una actitud en la que uno quisiera siempre agradar al Señor, consolarlo y solidarizarse con Él. No sería una actitud cristiana llevar en sí una antipatía hacia la cruz, porque luego también el propio Señor se nos volvería extraño.

San Francisco, el santo seráfico del amor, buscó el amor durante toda su vida, hasta que se encontró con el Señor crucificado. En él descubrimos un verdadero amor a la cruz. No sería tan difícil soportarla si supiéramos que Dios no se ha olvidado de nosotros. Pero, al mismo tiempo, es parte del sufrimiento precisamente este abandono, que exige una gran confianza en Dios.

Deberíamos desprendernos del espíritu mundano y cultivar el amor a la cruz; solo entonces seríamos cristianos fervorosos. El cristianismo, el amor a la cruz y la entrega total no son cosas que se expresan cuantitativamente, no es algo que podemos sumar y juntar a otras devociones, sino es aquello que penetra todo lo demás. Para el cristiano debe ser lo más natural sentir simpatía por la cruz y no rechazarla, porque la cruz da respuesta a todos los problemas. 

Frutos del amor a la cruz

            ¿Por qué el “amor a la cruz”? Muchas personas se asustan, aunque todos queremos la cruz como símbolo de victoria. En profundidad, la cruz significa salvación de la miseria del dolor y de la oscuridad, y, sin embargo, es como la puerta estrecha para la bienaventuranza eterna. Adoremos a Dios, quien nos propone la cruz como un puente que puede llevar al cielo. Pero, para llegar al amor a la cruz, debemos unir el amor al sacrificio; eso ayudará a soportar el peso.

Si vemos el sentido positivo de la cruz, podemos ciertamente afirmar las frases que presentamos aquí para ser meditadas. Entonces, una espiritualidad de la cruz producirá muchos frutos:

Si una cruz va a tu encuentro, salúdala, porque una cruz nunca es tu enemiga.

          La cruz viene de Dios y no del diablo, y todo lo que viene de Dios es bueno. La cruz significa prueba, pero la prueba no es algo malo, sino es la oportunidad para dar una respuesta adecuada de amor, para dar a Dios lo que Él merece.

Cuanto más prontamente abras tu corazón a la cruz, con mayor seguridad podrá Dios cimentar en él el signo de la victoria.

          Dios nunca ha sido vencido. La cruz no es símbolo de derrota, sino símbolo de victoria, por eso la Iglesia celebra la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz como fiesta de la gloria de la cruz.

– Amar la cruz del Señor íntimamente es una gracia, pero llevar esta cruz en la realidad, siguiendo sus pasos, es un cruento lagar de Dios.

          Cuando el alma se encuentra en la prueba, debe saber que cada cruz pasa.

– Nuestro estudio más importante es el amor de nuestro Señor en la Cruz.

          Estudiar la ciencia de la cruz significa considerar los diversos aspectos en que Dios Amor revela su amor hacia las creaturas.

– Aquel que no ha experimentado a Dios, nunca ha aprendido a amar la cruz.

          Dios es belleza, y experimentar a Dios significa llenarse de un gran entusiasmo. Solamente así seremos capaces de amar la cruz.

– La cruz es tu sello, tu protección y tu marca distintiva en el juicio.

          A partir del bautismo llevamos esta marca en nuestra frente. Cualquier oración la comenzamos con la señal de la cruz.

– Si amas la cruz, ella te sustentará.

          Al contrario, quien rechaza la cruz, siente más su peso, que lo aplasta.

– El hombre madura con el sacrificio, y todo amor puede madurar sólo con el sacrificio de la cruz.

          Sólo en la cruz se aprende la sabiduría. Con la sabiduría aprendida en la cruz, el hombre sabrá aconsejar.

– Ama cada cruz como si sólo con esta cruz pudieras alcanzar la bienaventuranza; pero considera tu amor como nada (es decir, no te compadezcas ni te admires por eso).

          Muchas veces no estamos contentos con la cruz que llevamos, y miramos a otros y deseamos una cruz más ligera. Pero es nuestra propia cruz la que nos llevará al otro lado, donde está el cielo.

– Seamos portadores de la cruz por amor; entonces, le saldrán alas.

          Si estamos conscientes de que es Jesús quien carga la cruz por nosotros, entonces ya no la sentimos pesada, sino que sentimos como si tuviera alas y nos cargara a nosotros.

– El valor de decir sí a la prueba, a la cruz y a la humillación, produce más tranquilidad en el corazón que si hubiéramos luchado a fuego y espada para conseguir esa paz.

          La criatura tiene paz cuando comienza a entender que las dificultades tienen sentido porque son queridas por Dios.

– Mejor toda una vida bajo la cruz que sin la cruz.

          Quien nunca tiene que esforzarse y quien nunca pasa por ninguna dificultad, no aprende a amar.

– No necesitamos de ninguna otra arma sino de la cruz; la ciencia de la cruz es nuestro código de honor.

          Los estudiantes de derecho quieren estudiar la justicia, los estudiantes de la ciencia de la cruz quieren aprender el amor.

– La cruz más pesada es siempre la que uno mismo se fabrica.

          En el fondo, la cruz más pesada es el cargo de conciencia, el sentimiento de culpa.

– En la cruz los Ángeles y los hombres son siempre aprendices.

          También los Ángeles quedaron sorprendidos, pues no esperaban la muerte de Dios en la Cruz.

– La cruz es la llave de la puerta del cielo.

          Quien está en la cruz inspira la compasión de Dios, y a este, Dios le abre el Corazón.

Sólo quien de verdad la ama, puede cantar con los Ángeles el Cantar de los Cantares de la cruz.

          El Cantar de los Cantares del amor es el himno a la cruz.

Nuestros propósitos para esta Cuaresma

  • Un amor a la cruz más íntimo y más práctico: máxima severidad en evitar todas las falsedades, mentiras por necesidad, disculpas, exageraciones, engaños y auto justificación.
  • Eliminar toda crítica sin caridad (incluso cuando sea “verdad”) de los labios y del corazón.
  • Empeñarnos en la oración, meditación e invocación a nuestros Santos Ángeles, para poder discernir correctamente entre lo claro y lo oscuro, lo verdadero y lo falso, lo necesario y lo inútil, lo bueno y lo malo. El príncipe del mundo está al acecho hoy más que nunca, y el hombre, de la mano del Santo Ángel, tiene el deber de mantenerse a sí mismo y a los demás fuera de peligro.
  • Un diálogo diario con María (sin libro de oración), tal como los hijos lo hacen con su madre.
  • No huir de las dificultades; vencerlas con calma, paciencia y la prudencia del amor.
  • Aspirar a una mayor unidad a través de la intercesión, de la prontitud para ayudar y del envío de los Santos Ángeles de la guarda, a fin de que todas las dificultades sean soportadas en común, aun cuando no lo sepamos conscientemente (los Ángeles tratan nuestras peticiones con gran amor).
  • ¿Seré feliz si voy a vivir la Pasión?, ¿seré feliz viviendo una Cuaresma de penitencia, renunciando a mí mismo? ¡No hay felicidad más profunda que aquella que es fruto del amor! Y a partir del misterio de la cruz, el amor se vuelve fecundo hasta el máximo.

Oración final

El canto de la Cruz después de la resurrección del Señor (Aprobado por el delegado de la Santa Sede, el 9 de octubre de 2004)

 ¡Te saludamos, Santa Cruz, testigo de la obediencia de nuestro Señor Jesucristo.

Él recorrió la tierra sirviendo y edificó con su Sangre una nueva casa para la humanidad. ¡Él, el Salvador!

¡Te saludamos, Santa Cruz, nobilísimo andamio de la esposa de Cristo, la Iglesia! ¡Por tu poder se hace pedazos el asalto del infierno, y por tu madero, la Iglesia lleva a sus hijos a la victoria de la resurrección para la vida eterna!

¡Te saludamos, Santa Cruz, ancla de salvación para todos los caídos, portadora de esperanza!  ¡Quien se aferra a ti encontrará el puerto salvador y a Jesús, el Redentor!

¡Te saludamos, Santa Cruz, señal distintiva de expiación!  ¡El corazón que abres se vuelve semejante al Señor en la Cruz, Él, que dio su vida por nosotros como expiación y resucitó en gloria!

¡Te saludamos, Santa Cruz, baluarte contra el abismo, defensa contra las flechas venenosas del infierno! Proteges la paz de los corazones y la lámpara del alma de los que esperan al Señor.

¡Te saludamos, Santa Cruz, antorcha luminosa de salvación, que siempre se renueva ardiendo en los miles de corazones de los redimidos que contigo acompañan al Resucitado en su marcha triunfal!

¡Te saludamos, Santa Cruz, señal de victoria de la pobreza! ¡Los que se desprendieron del mundo te llevan con alegría al banquete celestial con su Señor y Dios!

¡Te saludamos, Santa Cruz, mensajera de la salvación! ¡Eres la señal distintiva de la credibilidad de nuestra misión de conquistar el mundo para Cristo!

¡Te saludamos, Santa Cruz, misterio del amor del Padre por el Hijo, para llevar a los suyos por ti a la gloria de Dios y desde cuya profundidad también el corazón humano clama a Dios!

¡Te saludamos, Santa Cruz, compañera fidelísima en todas las sendas de la vida! Tú proclamas la eterna fidelidad de Dios, que triunfó sobre la infidelidad del mundo y nos abrió el nuevo camino.

¡Te saludamos, Santa Cruz, maestra del silencio, presagio fatídico para nuestros pecados de palabra! Sálvanos por la Sangre de Cristo que por ti se derramó en la tierra silenciosa, para que nosotros nunca tengamos que callar para siempre, más bien, al contrario, podamos dar gloria a Dios y alabarlo por toda la eternidad.

¡Te saludamos, Santa Cruz, llama que arde sobre toda la creación! En ti el Hijo del hombre vendrá con sus Ángeles para juzgar a vivos y muertos. Se tú la señal de la salvación en nuestra frente, para que podamos seguir jubilosos la llamada de los Ángeles. Amén.