El Ángel de Fátima, un Maestro en el Amor (2a. Parte)

La segunda aparición del Ángel

En su segunda aparición a Lucía, Jacinta y Francisco, el Ángel de Portugal enseñó a los niños, cómo debían adorar a DIOS con santa reverencia e interceder por los pecadores. Se mostraron como alumnos dóciles en la oración, porque permanecieron firmes y crecieron en santidad, sin que tuviesen un contacto inmediato con el Ángel por un largo período de tiempo. En relación a la vida espiritual podríamos decir, que todas las almas en búsqueda de la santidad, tienen que pasar primero por el desierto de la oscuridad y de la aridez, antes de poder llegar a los oasis de las gracias divinas. Los propósitos que se hacen en la mañana y ni siquiera duran hasta la tarde, no pueden ser materia para la formación de santos. Los tres pastorcitos demostraron por su fidelidad, ser dignos de una ayuda continua del Ángel.

Esta ayuda llegó unos meses después, en el verano. Debido a las temperaturas que fácilmente podían sobrepasar los 30 grados, era costumbre que los pastores llevaran sus ovejas a pastar en la mañana y de regreso a sus establos, antes del calor del mediodía. Así los niños podían jugar siempre después de la comida, durante algún tiempo junto al pozo, detrás de la casa de Lucía. «De repente vimos al Ángel justamente a nuestro lado.» ¡Qué distinto sería nuestro comportamiento, si continuamente pudiéramos ver al Ángel de la Guarda a nuestro lado! ¡Qué débiles son los ojos de nuestra fe, ya que realmente el Ángel siempre está a nuestro lado! Y este conocimiento debería llevar nuestra vida a una conversión. El caminar en la presencia de DIOS, como enseña san Alfonso de Ligorio, es el fundamento de la vida espiritual. DIOS está presente en el Ángel de manera especial, porque Él mismo dice: «¡Mi nombre está en él!» La misión del Ángel es, llevarnos al lugar que DIOS nos preparó (Cfr Ex 23,20). Para cumplir con esta tarea, él nos debe guiar a la presencia de DIOS.

¡Aprovechemos bien nuestro tiempo!

El Ángel preguntó a los niños: «¿Qué hacen?» – no porque él no lo supiera, sino para mostrarles claramente el abismo que existe entre el espíritu del mundo y el espíritu de la fe, y para hacernos ver, cómo dejamos pasar el tiempo descuidadamente y toda nuestra vida con cosas superficiales. Los juegos de los niños de aquel tiempo eran un pasatiempo inocente, y no como los de los niños de hoy, que con los programas de televisión envenenan sus almas. Oh, si el Ángel pudiera arrancarlos del ofuscamiento de la televisión con sus enérgicas palabras: «¿Qué hacen?» El Ángel no sólo ve lo que nosotros hacemos; él ve también la situación espantosa de todo el mundo, donde diariamente mueren varios miles de hombres. ¡Qué pocos están preparados para el juicio! «Porque es ancho y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella» (Mt 7,13). Poco tiempo después, la Madre de DIOS mostró a los niños una visión del infierno, de la cual ella dijo: «Ustedes han visto el infierno, adonde llegan las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas, DIOS desea que la devoción a mi Inmaculado Corazón sea realizada. Si se hace lo que yo les digo, muchas almas serán salvadas y habrá paz» (julio de 1917).

Decisión entre Cielo e Infierno

¿Cómo conmovía el corazón de Jacinta hacia una grande compasión el pensar en los infinitos tormentos del infierno! Lucía era su «catequista». A la pregunta de Jacinta: -«Aquella Señora dijo también que muchas almas entran en el infierno. Y, ¿qué es el infierno?», Lucía le explicó: -«Es un abismo con bestias feroces y con un fuego enorme – así me lo explicó mi mamá – y allí llegan aquellos que pecan y no confiesan sus pecados. Permanecen siempre allí y ardiendo constantemente».

Jacinta: -«¿Y jamás salen de allí?… ¿Ni siquiera después de muchos años?»
Lucía: -«No, el infierno nunca terminará.»
Jacinta: -«¿Y el cielo tampoco?»
Lucía: -«Quien entra en el cielo, jamás lo dejara.»
Jacinta: -«¿Y quien entra al infierno tampoco?»
Lucía: -«¿No comprendes que son eternos, que nunca acabarán?»

Lo que más impresionó a Jacinta, fue el hecho de que el infierno es eterno. Cada alma merece la eternidad de la santa felicidad y del amor, o del dolor y del odio. Esta verdad casi no parece impresionar a nadie, porque el mundo está muy ocupado en lo temporal. Por eso el Ángel exclamó: «¿Qué hacen?»

En la escuela de la oración y sacrificio

«¿Qué hacen? ¡Recen, recen mucho! Los Corazones de Jesús y de María tienen planes de misericordia para con Ustedes. ¡Ofrezcan continuamente oraciones y sacrificios al Altísimo!» El Ángel los exhortó a «orar mucho». Esto es importante pedagógicamente. Pensemos que la oración es la expresión de nuestro amor a DIOS y al prójimo. Debería ser toda nuestra alegría. Deberíamos amar tanto, como nos sea posible: con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas. Pero lo que cada uno entiende por «orar mucho», se orienta según la medida del amor en su corazón. Si cada uno de nosotros orase mucho, aumentaría también su medida de amor, y si cada uno de nosotros amase mucho aumentaría también la medida de su oración.

En la medida en que van creciendo el amor y la oración, crecen también la paz y la alegría. Al contrario, no debe admirarnos que ante las escasas oraciones de tantos, que no rezan con el corazón, «la caridad de la mayoría se enfriará» (Mt 24,12) y la paz en el mundo desaparecerá.

¿Cómo se debe rezar «siempre»?

El Ángel exhorta a los niños a ofrecer continuamente oraciones y sacrificios. La única posibilidad de que pudiéramos ofrecer tal sacrificio perpetuo, es dando a nuestras obras esta intención. Podemos y debemos hacer un buen propósito y ofrecer todo en este sentido. La mejor forma de una buena intención continua, sin duda es la consagración.

La consagración del mundo al Sagrado Corazón de JESÚS fue realizada apenas poco antes de la aparición del Ángel de Fátima, por el Papa León XIII, en el año 1900 y poco después el Señor exigió una devoción especial: la consagración al Inmaculado Corazón de Su Madre. Toda perfección espiritual ya está presente de hecho, en germen, en nuestra consagración bautismal. Su gran potencialidad llega a pleno desarrollo por las diversas consagraciones y promesas que la Iglesia propone a los fieles. Éstas elevan nuestra vida al nivel de una oración y sacrificio perpetuos.

Es una verdad muy consoladora saber que JESÚS y MARÍA esperan nuestra oración. Enciende nuestro corazón el pensar que nuestro Señor aceptó su sufrimiento y muerte por amor a nosotros. Pero es doloroso comprender que el sufrimiento de nuestro Señor, en cierta manera, todavía no está completo,… y que Él, sin embargo, nos invita, por su amor, a ayudarlo. Su cruz es su gloria, y Él la quiere compartir con nosotros. San Pablo lo comprendió: «En favor de su Cuerpo, que es la Iglesia, completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de CRISTO» (Col 1,24). «DIOS me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor JESUCRISTO» (Gal 6,14).

«¿Cómo debemos ofrecer sacrificios?»

El Ángel de la Paz ya les había enseñado cómo debían rezar, Lucía simplemente preguntó: «¿Cómo debemos ofrecer sacrificios?» La respuesta del Ángel es precisa y profunda: «De todo lo que puedan ofrezcan sacrificios para reparar los pecados, por los cuales DIOS es ofendido, e imploren la conversión de los pecadores. Así alcanzarán la paz para su patria, de la que yo soy Ángel de la Guarda, el Ángel de Portugal. Ante todo, acepten el sufrimiento y soporten con sumisión lo que el Señor les enviará.»

Aquí reconocemos la triple dimensión de nuestras acciones. La primera intención de la expiación, es la reparación de las ofensas a DIOS. El pecado realmente ofende a DIOS. En estos tiempos se ve como con cada pecado grave, se niega a DIOS y se diviniza el propio yo. Escribió Chesterton: «El dolor es el regalo de DIOS para los idealistas (los que piensan filosóficamente, que ellos mismos llegarán a ser dios, por estar continuamente creando el mundo en sus propias cabezas), ya que ni siquiera un necio crearía el dolor para sí mismo. El dolor lleva a los pecadores nuevamente hacia el reconocimiento de DIOS. Cada bien permanente depende de la aceptación de que DIOS es DIOS y nosotros somos sus creaturas. Este bien, al final, se alcanzará en el juicio después de la muerte. El dolor de los condenados consiste esencialmente en el conocimiento de la perdida de DIOS por su propia opción. La expiación es un exceso de amor, cuando un alma por su sacrificio y aceptación del sufrimiento reconoce la majestad de DIOS de manera heroica y ruega por la gracia de tocar los corazones de los pecadores obstinados.

Porque el pecado significa enemistad contra DIOS, también es ésta la causa de guerras. Adán y Eva no obedecieron a DIOS y, Caín mató a su hermano Abel. En la conversión de los pobres pecadores, la reconciliación con DIOS es el primer paso para la reconciliación entre los hermanos.

Partiendo de las palabras del Ángel, podemos comprender que la oración sola no sea capaz de traer la paz. Sacrificio y expiación son otros medios indispensables para atraer la paz sobre la patria. Sin el sacrificio, la oración es pura oración de labios. El regalo de nuestro ser, de nuestra existencia y de nuestro pan de cada día, que recibimos de DIOS, exige que regresemos a DIOS y nos convirtamos a Él en lo más íntimo de nuestro interior. El hecho de estar alejados de DIOS se fundamenta en la codicia, la raíz de todo mal.

Dos formas de sacrificio

El Ángel habla de dos formas de sacrificio: aquello que nosotros mismos escogemos y los sufrimientos que DIOS nos escoge o nos manda. Todo lo que somos y hacemos, se puede y se debe ofrecer a DIOS como sacrificio. Aquí podríamos realmente desarrollar un sentimiento fino: todo lo podemos hacer valioso para la eternidad y así adquirir un tesoro en el cielo. Lo que no se ofrece para la honra de DIOS se perderá para toda la eternidad, aunque sea muy atractivo y brillante. Con su exhortación a los niños, de ofrecer sacrificios de todo, el Ángel anunció en realidad una «buena noticia», a saber, que los sacrificios no necesariamente deberían ser dolorosos. En el cielo permanecerán por toda la eternidad, tres formas de sacrificios: el sacrifico de alabanza (principio y fin del amor), el sacrificio de nuestra consagración a DIOS (compromiso y perpetuación del amor) y el sacrificio de agradecimiento (por los dones y el estar unidos en el amor). El amor comienza con estos sacrificios y arde en ellos; el amor se hace fuerte en el sacrificio del holocausto, en los sacrificios que nos cuestan algo. Aún así, no debemos ignorar las miles de cosas pequeñas, que todo el día podemos ofrecer a DIOS por amor. A estos pequeños sacrificios siempre les podemos dar la intención de expiación. Justamente a causa de estos sacrificios, el Ángel prometió la paz para su patria.

El Ángel también aclaró, que el sacrifico de nuestra voluntad, por el cual soportamos con paciencia todos los sufrimientos que DIOS nos manda, es más grande que cualquier sacrificio que nosotros mismos podemos escoger. Santa Teresita del Niño Jesús explicó a su hermana, que la paz consiste exactamente en esto, en que realmente queramos lo que DIOS quiere.

Oración

Adoración

Ángel y hombre  unidos a CRISTO en la alabanza a la Santísima TRINIDAD  

Nuestra vocación: La Voluntad de DIOS y Su Paz

A los niños se les enseñó a hacer esta oración simple: «¡Oh Jesús yo quiero lo que Tú quieres de mi!» ¡Qué rápido comprenden los niños que JESÚS los ama y tiene para ellos el mejor plan de amor para la felicidad de su vida!. Por eso están tan entusiasmados y dispuestos cuando se trata de descubrir su vocación y aceptarla. Esta disposición les abre el corazón y los ilumina para darle sentido a su vocación. También les da el deseo de la vocación querida por DIOS, la Paz interior. En la entrega a la voluntad de DIOS, encontramos la paz interior y la fortaleza, de llevar las cruces que el Señor nos asigna en el camino de nuestra vida.

El Ángel distinguió aquí dos momentos importantes: primero debemos aceptar conscientemente los sufrimientos que vienen de DIOS (muchas almas no soportan este primer paso y caen), y segundo, debemos soportar los sufrimientos con paciencia, considerado que prácticamente nuestra paciencia está en relación directa a la aceptación consciente y convicción interior y, que el sufrimiento que nos toca, viene de DIOS, quien nos ama.

Cuando el diablo consigue bajar tanto a un alma, para que vea todo sombrío, y ésta siempre culpe a los demás de sus sufrimientos, su paciencia para amar se desvanecerá en la nada, como la neblina de la mañana. 

No se puede separar el amor, del sacrificio

Los efectos espirituales de estas enseñanzas sobre el significado del sacrificio, se encuentran en los escritos de Lucía:

“Estas palabras del Ángel se grabaron en nuestra alma, como una luz que nos hacía comprender quién era Dios, cómo nos amaba y quería ser amado, el valor del sacrificio y cómo éste le era agradable; cómo por atención a él convertía a los pecadores. Por eso desde ese momento comenzamos a ofrecer al Señor todo lo que nos mortificaba, pero sin pararnos a buscar otras mortificaciones o penitencias, excepto la de pasarnos horas seguidas postrados en tierra, repitiendo la oración que el Ángel nos había enseñado”.

Siete frutos del sacrificio

Las palabras del Ángel sobre el sacrificio fueron una luz, que causó siete efectos santos en los niños pastores. La enseñanza sobre el sacrificio, cuando es recibido profundamente en el alma con amor, ayuda al hombre primero: a comprender quién es DIOS, por qué «DIOS es amor». Si no hemos comprendido el afluir y la bondad del amor con el hecho de que nosotros mismos nos entregamos en amor sacrificial, ¿cómo podremos alguna vez comprender el amor? Todo el mundo egoísta quiere recibir amor, pero no comprende qué es el amor, porque el amor sólo se puede comprender en la entrega de sí mismo, a partir del sacrificio.

La gracia de DIOS llama escondidamente a nuestro corazón y nos hace capaces de amarlo a Él y de entregarnos a Él. Según la medida en que se sacrifique nuestro corazón, podremos recibir a DIOS en nuestra alma. Segundo: por lo tanto, los niños experimentan y comprenden solamente a aquellos, que comenzaron a amar a DIOS fervientemente, con el amor que DIOS nos ama, y tercero: cómo recíprocamente, Dios quiere ser amado por nosotros. Un alma santa, totalmente dominada por el amor de DIOS, preguntó a su director espiritual: «¿Cómo puede DIOS amarme tanto?» Éste solamente pudo contestar que el amor de DIOS es infinito, porque DIOS es amor infinito. Y, en su soberanía sobre todos los otros amantes es totalmente libre en la opción de su amor, porque se complace en darse; Él ama para dar: A los que ama, les da tanto como puede, así que los puede amar siempre más. «Dad y se os dará: una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el regazo de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá» (Lc 6,38).

Cuarto: El alma comprende que el crecimiento en el amor, es una peregrinación espiritual, que exige el pie izquierdo de la oración como también el pie derecho del sacrificio. Muchas almas se esfuerzan por corresponder al pedido de la Madre de DIOS, que nos llama a la oración, pero a pesar de ello, casi no progresan. Su conocimiento de DIOS rara vez es más que una luz opaca, ni pensar en una llama ardiente. La razón está en que estas personas rezan, pero sin agregar una medida correspondiente de sacrificios. Es como si su pie derecho del sacrificio estuviera clavado en el suelo, y así por toda su vida, se mueven en un círculo y no progresan en el amor a DIOS y al prójimo, como deberían. Al contrario, un alma que empezó avanzando por el camino de la oración y del sacrificio, hasta el corazón de DIOS, – aunque solo con pequeños pasos – rápidamente descubre el gran valor del sacrificio. Y esta es la cuarta luz.

Los tres niños pastores, más tarde, tuvieron muchas veces la ocasión de ver los frutos de sus oraciones y sacrificios en forma de muchas conversiones. Pero la belleza de la luz, que el Ángel comunicó por la fuerza del Espíritu Santo, consistió en esto, que esta luz fue directamente infundida en su espíritu – o como dice Lucía ‘se grabaron en nuestra alma’ – y con tanta claridad, que conocieron la verdad, por así decir, en DIOS. Quinto: conocieron cómo es agradable a DIOS el sacrificio y, sexto: que el sacrificio obtiene la conversión de los pecadores. Aunque esto ya lo deberíamos saber, si pensamos en la muerte salvífica de CRISTO, – «por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo» (Jn 10,17) – tal conocimiento especulativo debería penetrar nuestro corazón, para formar nuestras convicciones más profundas. Hasta que la ‘verdad’ de nuestro espíritu se transforme en el ‘bien’ de nuestra voluntad, nuestra fe se manifestará en grandes obras de amor.

En séptimo lugar el Ángel comunicó a los niños aquella luz amante y aquella gracia, a la cual correspondieron con un entusiasmo incansable en la oración y en el sacrificio: «A partir de entonces empezamos a ofrecer al Señor lo que nos costaba esfuerzo, … postrados por horas sobre la tierra, repetíamos la oración del Ángel».

Lucía describe muchos de los sacrificios, que acogieron por la conversión de los pecadores. Entregaban su almuerzo a unos niños vecinos muy pobres. En vez de sus comidas ordinarias comían bellotas y cebollas salvajes, que ellos mismos habían recogido. Muchas veces en el calor horrendo del verano, todo el día no tomaban agua. Por propia iniciativa inventaron la cinta penitencial, que les causaba dolores y penas, para tener algo, que ofrecer a DIOS y a la Madre de DIOS por los pecadores.

Se hicieron incansables en su sed, de saciar la sed del Señor para la salvación de los pecadores. Aquí vemos el heroísmo verdadero de Lucía, Jacinta y Francisco, en comparación con nuestras mortificaciones que parecen muy insignificantes. En todos sus emprendimientos, el Ángel les asistió invisiblemente y les ayudó. Lo que Lucía dijo acerca de la ayuda del Ángel, en un período determinado de su vida, tiene validez para toda nuestra vida: «En esos días ejecutamos nuestros trabajos, casi llevados por este mismo ser sobrenatural (el Ángel), que nos impulsaba a esto.»

La ayuda del Ángel siempre nos es ofrecida, pero debemos mostrarnos dignos de ella por un santo celo en las cosas de DIOS. Entonces se verificarán las palabras de san Ignacio de Loyola en nuestra vida espiritual: «Con las personas que se esfuerzan intensamente por purificar sus pecados, y progresar en el servicio de DIOS, nuestro Señor les da de lo bueno hacia lo mejor,… a los espíritus buenos les es propio, darles valor y fuerza, consolaciones, lágrimas, inspiraciones y tranquilidad, en cuanto da facilidad para pasar los obstáculos y los quitan, para que continuamente se progrese en las buenas obras» (Ejercicios espirituales, núm. 315).

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