Oración
Adoración
Ángel y hombre unidos a CRISTO en la alabanza a la Santísima TRINIDAD
Nuestra vocación: La Voluntad de DIOS y Su Paz
A los niños se les enseñó a hacer esta oración simple: «¡Oh Jesús yo quiero lo que Tú quieres de mi!» ¡Qué rápido comprenden los niños que JESÚS los ama y tiene para ellos el mejor plan de amor para la felicidad de su vida!. Por eso están tan entusiasmados y dispuestos cuando se trata de descubrir su vocación y aceptarla. Esta disposición les abre el corazón y los ilumina para darle sentido a su vocación. También les da el deseo de la vocación querida por DIOS, la Paz interior. En la entrega a la voluntad de DIOS, encontramos la paz interior y la fortaleza, de llevar las cruces que el Señor nos asigna en el camino de nuestra vida.
El Ángel distinguió aquí dos momentos importantes: primero debemos aceptar conscientemente los sufrimientos que vienen de DIOS (muchas almas no soportan este primer paso y caen), y segundo, debemos soportar los sufrimientos con paciencia, considerado que prácticamente nuestra paciencia está en relación directa a la aceptación consciente y convicción interior y, que el sufrimiento que nos toca, viene de DIOS, quien nos ama.
Cuando el diablo consigue bajar tanto a un alma, para que vea todo sombrío, y ésta siempre culpe a los demás de sus sufrimientos, su paciencia para amar se desvanecerá en la nada, como la neblina de la mañana.
No se puede separar el amor, del sacrificio
Los efectos espirituales de estas enseñanzas sobre el significado del sacrificio, se encuentran en los escritos de Lucía:
“Estas palabras del Ángel se grabaron en nuestra alma, como una luz que nos hacía comprender quién era Dios, cómo nos amaba y quería ser amado, el valor del sacrificio y cómo éste le era agradable; cómo por atención a él convertía a los pecadores. Por eso desde ese momento comenzamos a ofrecer al Señor todo lo que nos mortificaba, pero sin pararnos a buscar otras mortificaciones o penitencias, excepto la de pasarnos horas seguidas postrados en tierra, repitiendo la oración que el Ángel nos había enseñado”.
Siete frutos del sacrificio
Las palabras del Ángel sobre el sacrificio fueron una luz, que causó siete efectos santos en los niños pastores. La enseñanza sobre el sacrificio, cuando es recibido profundamente en el alma con amor, ayuda al hombre primero: a comprender quién es DIOS, por qué «DIOS es amor». Si no hemos comprendido el afluir y la bondad del amor con el hecho de que nosotros mismos nos entregamos en amor sacrificial, ¿cómo podremos alguna vez comprender el amor? Todo el mundo egoísta quiere recibir amor, pero no comprende qué es el amor, porque el amor sólo se puede comprender en la entrega de sí mismo, a partir del sacrificio.
La gracia de DIOS llama escondidamente a nuestro corazón y nos hace capaces de amarlo a Él y de entregarnos a Él. Según la medida en que se sacrifique nuestro corazón, podremos recibir a DIOS en nuestra alma. Segundo: por lo tanto, los niños experimentan y comprenden solamente a aquellos, que comenzaron a amar a DIOS fervientemente, con el amor que DIOS nos ama, y tercero: cómo recíprocamente, Dios quiere ser amado por nosotros. Un alma santa, totalmente dominada por el amor de DIOS, preguntó a su director espiritual: «¿Cómo puede DIOS amarme tanto?» Éste solamente pudo contestar que el amor de DIOS es infinito, porque DIOS es amor infinito. Y, en su soberanía sobre todos los otros amantes es totalmente libre en la opción de su amor, porque se complace en darse; Él ama para dar: A los que ama, les da tanto como puede, así que los puede amar siempre más. «Dad y se os dará: una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el regazo de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá» (Lc 6,38).
Cuarto: El alma comprende que el crecimiento en el amor, es una peregrinación espiritual, que exige el pie izquierdo de la oración como también el pie derecho del sacrificio. Muchas almas se esfuerzan por corresponder al pedido de la Madre de DIOS, que nos llama a la oración, pero a pesar de ello, casi no progresan. Su conocimiento de DIOS rara vez es más que una luz opaca, ni pensar en una llama ardiente. La razón está en que estas personas rezan, pero sin agregar una medida correspondiente de sacrificios. Es como si su pie derecho del sacrificio estuviera clavado en el suelo, y así por toda su vida, se mueven en un círculo y no progresan en el amor a DIOS y al prójimo, como deberían. Al contrario, un alma que empezó avanzando por el camino de la oración y del sacrificio, hasta el corazón de DIOS, – aunque solo con pequeños pasos – rápidamente descubre el gran valor del sacrificio. Y esta es la cuarta luz.
Los tres niños pastores, más tarde, tuvieron muchas veces la ocasión de ver los frutos de sus oraciones y sacrificios en forma de muchas conversiones. Pero la belleza de la luz, que el Ángel comunicó por la fuerza del Espíritu Santo, consistió en esto, que esta luz fue directamente infundida en su espíritu – o como dice Lucía ‘se grabaron en nuestra alma’ – y con tanta claridad, que conocieron la verdad, por así decir, en DIOS. Quinto: conocieron cómo es agradable a DIOS el sacrificio y, sexto: que el sacrificio obtiene la conversión de los pecadores. Aunque esto ya lo deberíamos saber, si pensamos en la muerte salvífica de CRISTO, – «por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo» (Jn 10,17) – tal conocimiento especulativo debería penetrar nuestro corazón, para formar nuestras convicciones más profundas. Hasta que la ‘verdad’ de nuestro espíritu se transforme en el ‘bien’ de nuestra voluntad, nuestra fe se manifestará en grandes obras de amor.
En séptimo lugar el Ángel comunicó a los niños aquella luz amante y aquella gracia, a la cual correspondieron con un entusiasmo incansable en la oración y en el sacrificio: «A partir de entonces empezamos a ofrecer al Señor lo que nos costaba esfuerzo, … postrados por horas sobre la tierra, repetíamos la oración del Ángel».
Lucía describe muchos de los sacrificios, que acogieron por la conversión de los pecadores. Entregaban su almuerzo a unos niños vecinos muy pobres. En vez de sus comidas ordinarias comían bellotas y cebollas salvajes, que ellos mismos habían recogido. Muchas veces en el calor horrendo del verano, todo el día no tomaban agua. Por propia iniciativa inventaron la cinta penitencial, que les causaba dolores y penas, para tener algo, que ofrecer a DIOS y a la Madre de DIOS por los pecadores.
Se hicieron incansables en su sed, de saciar la sed del Señor para la salvación de los pecadores. Aquí vemos el heroísmo verdadero de Lucía, Jacinta y Francisco, en comparación con nuestras mortificaciones que parecen muy insignificantes. En todos sus emprendimientos, el Ángel les asistió invisiblemente y les ayudó. Lo que Lucía dijo acerca de la ayuda del Ángel, en un período determinado de su vida, tiene validez para toda nuestra vida: «En esos días ejecutamos nuestros trabajos, casi llevados por este mismo ser sobrenatural (el Ángel), que nos impulsaba a esto.»
La ayuda del Ángel siempre nos es ofrecida, pero debemos mostrarnos dignos de ella por un santo celo en las cosas de DIOS. Entonces se verificarán las palabras de san Ignacio de Loyola en nuestra vida espiritual: «Con las personas que se esfuerzan intensamente por purificar sus pecados, y progresar en el servicio de DIOS, nuestro Señor les da de lo bueno hacia lo mejor,… a los espíritus buenos les es propio, darles valor y fuerza, consolaciones, lágrimas, inspiraciones y tranquilidad, en cuanto da facilidad para pasar los obstáculos y los quitan, para que continuamente se progrese en las buenas obras» (Ejercicios espirituales, núm. 315).