D – ¡Señor y Dios! De lo más profundo de nuestra alma queremos adorarte y amarte, entregarte nuestra vida, todo nuestro ser y actuar. Nos creaste para Ti, y solamente en la oración nuestra alma reposa en Ti. Purifica nuestro corazón, ilumina nuestro entendimiento, fortalece nuestra voluntad.
T – Para que nuestra oración Te sea agradable y nos alcance Tu gracia.
D – Oh Virgen de los Dolores, Madre bendita y gloriosa de Dios, henos postrados a Tus pies, a fin de declararte nuestro amor.
T – Llenos de amor contemplamos las copiosas gracias y los privilegios singulares que Te fueron concedidos en vista de la Encarnación y Redención de Tu Hijo.
1ª estación: Jesús es condenado a la muerte.
Cada acción debe empezar y terminar con una oración. La Pasión del Señor empezó en el huerto con la oración y terminó en la Cruz con una oración: “¡Padre, perdónales!” Jesús rezó al Padre desde lo más profundo de Su corazón. La oración es alimento y preparación para el amor total… en la Cruz. Así, de Su “sí” a la voluntad del Padre, hasta Su condenación a muerte, fue una continua oración.
Y nosotros, ¡cuántos trabajos e iniciativas empezamos sin pensar en Dios, sin oración y con la mentalidad de hacer ahora “mis cosas” sin Dios!. Todas las obras sin Dios y sin la gracia santificante, quedan sin méritos para la eternidad, son vanidad y tiempo perdido. Es que nuestros actos, en efecto, valen tanto cuánto valen delante de Dios y para la vida eterna.
(Silencio)
D – Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en Mí, y Yo en él, éste da mucho fruto;
T – porque sin Mí nada podéis hacer (Jn 15,5).
Tu gracia, Señor, nos viene por la oración y por los sacramentos, sin Tu gracia no podemos hacer nada. Llena nuestras almas de Tu gracia, para que sepamos enfrentar las luchas de la vida con Tu fuerza y amor en nosotros.
2ª estación: Jesús recibe la cruz.
La mejor preparación para recibir y aceptar la Cruz era la oración de Jesús en el huerto.
Para los que aman a Dios, la oración no es peso o Cruz, sino gozo y luz. La hora de oración debe ser hora de oración y nada más. Para Dios debemos tener más tiempo que para las cosas vanas, porque Él es más importante que cualquier otra cosa. Todos tenemos tiempo por aquello que nos parece más importante. De hecho, la oración es lo más importante en nuestra vida. “Quien reza se salva, quien no reza se pierde”, dice San Alfonso. La oración no es una cuestión de opción (que la escoja el que quiera o no), sino una cuestión de vida o muerte. Quien reza, recibe gracias y, durante la vida necesitamos muchísimas gracias. Quien no reza, no recibe gracias y lucha solamente con esfuerzos humanos hasta agotar sus muy limitadas energías.
(Silencio)
D – Abba, Padre, todo Te es posible; aparta de Mí este cáliz;
T – pero que no se haga Mi voluntad, sino la Tuya (Mc 14,36).
Oh Jesús, quien Te ama de todo corazón, le gusta rezar siempre. Déjanos contemplar el Amor que Te impelió a ofrecerte en sacrificio, a aceptar la Cruz con prontitud y cargarla hasta el fin. Por Amor, de lo más íntimo de Tu alma surgió el deseo profundo de entregarte por nosotros. Enséñanos a aceptar la voluntad del Padre como Tú, aunque sea una voluntad para la Cruz.
3ª estación: Jesús cae por primera vez.
Jesús cae en las almas que solamente vienen para pedir que se cumpla su voluntad propia y no para que se realice la santa Voluntad del Padre, no para agradecer ni para adorar y glorificar a Dios. Son aquellos que rezan solamente cuando quieren alcanzar un favor de Dios y, si no reciben lo que piden, desisten con rebelión en el corazón. Para ellos, Dios es simplemente “útil” para resolver sus problemas, esto es, Dios es una cosa entre otras cosas útiles, y no un Dios de amor y perdón, ni una Persona digna de adoración en espíritu y verdad.
¡Animaos los unos a los otros a rezar más! ¡Vayamos a la adoración con disponibilidad, haciendo una donación total del yo al Dios vivo, sin pensar que es “perder el tiempo”! Quien reza jamás pierde el tiempo. La oración es un medio eficaz para dejar reposar nuestro corazón dentro del Corazón de Jesús.
(Silencio)
D – Estad siempre gozosos.
T – Orad sin cesar.
D – Dad gracias en todo;
T – porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús (1 Ts 5,16ss).
Santos Ángeles de Dios, que estáis en adoración perpetua delante de Él, animadnos en el espíritu de oración y en el abandono a Dios en todas las situaciones de la vida. Dadnos aquel amor que os anima para rezar sin cesar.
4ª estación: Jesús encuentra Su Madre
En la cuarta estación, dos dolores se unen a un sólo dolor; es un encuentro de dos amores que toman la misma dirección y que quieren caminar lado a lado. María, inspirada de un amor profundo por los hombres, Se une al Amor de Cristo que Se sacrifica como Buen Pastor por las almas. El Amor de la Madre que Se sacrifica por Sus hijos tiene un valor muy especial.
También nosotros debemos amar a las almas con un amor de una madre que sacrifica su vida por sus hijos. Quien ama no es indiferente con relación a la suerte de los otros, sino hace de la cruz de los demás su cruz personal. En la oración queremos unirnos a la oración de Jesucristo al Padre y a la de María por Sus innumerables hijos.
(Silencio)
D – Padre, Yo ruego por ellos; no por el mundo, sino por los que Tú Me diste;
T – porque son Tuyos;
D – Pues todo lo Mío es Tuyo, y todo lo Tuyo es Mío;
T – y en ellos he sido glorificado.
D – Yo no estoy ya en el mundo; pero éstos quedan en el mundo,
T – mientras que Yo me voy a Ti (Jn 17,9ss).
María, ¡ruega por nosotros sin cesar! Tú eres la omnipotencia suplicante. Déjanos beber de Tu fuente de amor la misericordia divina que habita en Tu Corazón y recibir los dones del Espíritu Santo por Tu intercesión, a fin de que, estando a salvo por Tu protección materna, contigo sepamos glorificar a Dios sin fin.
5ª estación: Simón Cirineo ayuda a cargar la cruz.
Jesús quiere colaboradores en Su obra de la redención. Aceptando la ayuda de Simón, Jesús manifiesta Su deseo de confiarnos una parte de Su Cruz, porque es con nuestra colaboración que quiere operar la redención de la humanidad.
El que reza por los otros es un colaborador de Cristo en Su obra de redención. Tal oración es fruto del amor que se interesa por el bien del prójimo, que se sacrifica por él, queriendo en todo el bien espiritual y material del otro.
(Silencio)
D – Padre Santo, a los que Me has dado, guárdalos en Tu Nombre,
T – para que sean uno, como nosotros somos uno.
D – Mientras estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu Nombre; a los que Tú Me diste, Yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, excepto el hijo de perdición;
T – para que la Escritura fuese cumplida (Jn 17,11s).
Gracias, Señor, por el Amor que nos testimonias todas las veces que nos pides para llevar contigo la Cruz Redentora y cuando nos amonestas en rezar por los demás en sus necesidades.
6ª estación: Verónica enjuga el rostro de Jesús
La Faz de Cristo, impresa en el lienzo de Verónica es un recuerdo inolvidable de Su Pasión y expresa señal de Su Amor por nosotros. ¡Que esta imagen quede grabada siempre en nuestra memoria y en nuestros corazones! ¡Y que nuestra conducta se asemeje cada vez más a la vida de Jesús!
Las personas de mucha oración reflejan algo de la luz de Dios en su rostro, porque en la adoración acogen la luz de Cristo e irradian algo de eso en su vida. El que se ocupa mucho de las cosas de Dios queda lleno de Dios; esto marca su alma desde dentro y, a veces sin percibirlo, es una luz del mundo para su ambiente. Como Moisés en el Monte Sinaí o Jesús en el Tabor, su rostro parece tener algo de la gloria de Dios.
(Silencio)
D – Descendiendo Moisés del monte Sinaí, no sabía Él que la piel de su rostro resplandecía, después de que hubo hablado con Él. Aarón y todos los hijos de Israel miraron a Moisés, y he aquí que la piel de su rostro brillaba;
T – Y puso un velo sobre su rostro (cf. Ex 34,29-33).
D – Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago y subió al monte para orar. Mientras oraba, Su Rostro cambió de aspecto,
T – y Sus vestiduras se volvieron blancas y resplandecientes (cf. Lc 9,28s).
Oh Jesús, Tú eres la luz del mundo y la luz de nuestra vida. Te ofrecemos nuestras pruebas como ocasiones preciosas de reparación por tantos pecados. Que nuestras oraciones vengan del corazón y alcancen Tu Sagrado Corazón en favor de todas las almas que quisiste confiar a nuestra intercesión.
7ª estación: Jesús cae por segunda vez.
Por Amor, Jesús quiere sacrificar todo para nuestra salvación y nuestra felicidad. Cuando cae, Su Amor no desfallece ni se extingue; al contrario, Él se reafirma en el deseo de caminar hasta el Calvario.
Viendo la gravedad del pecado del mundo y la situación de las almas alejadas de Dios, nuestra oración puede ser más intensa y llegar como un grito al cielo, desde la profundidad del corazón, pidiendo la misericordia del Padre; debe ser como una ofrenda de la propia vida por la salvación de los hermanos. Su eficacia depende de la intensidad de la oración y de la medida del amor a Dios.
(Silencio)
D – ¿Está alguno entre vosotros afligido?
T – Haga oración.
D – ¿Está alguno alegre?
T – Cante.
D – ¿Está alguno enfermo entre vosotros?
T – Llame a los ancianos de la Iglesia, y oren por él, ungiéndole con oleo en el Nombre del Señor;
D – y la oración de fe hará salvo al enfermo, y el Señor lo aliviará; y si estuviere en pecados,
T – le serán perdonados (St 5,13ss).
Señor, por Tu inextinguible Amor Te entregaste por nosotros hasta el último limite de Tu fuerza. Haz que invirtamos todas nuestras energías para el bien de las almas, sobre todo en la intercesión por Tus sacerdotes y por las almas más pérdidas.
8ª
estación: Jesús encuentra las santas mujeres.
Las manifestaciones de simpatía de parte de las mujeres de
Jerusalén reciben una respuesta compasiva de Jesús: es necesario lamentarse no por los que se ofrecen en recate por sus hermanos, sino los que persisten en su
pecado.
Es una realidad triste que hay muchos que no quieren convertirse.
Es por ellos que debemos rezar el doble. Y es un misterio del plan divino que
ciertas personas, de hecho, se salven solamente por la intercesión de otros.
Por eso, Dios quiere la oración de intercesión, la oración incesante y
perseverante.
(Silencio)
D – Confesaos vuestras faltas unos a otros, y rogad los unos por los otros,
T – para que seáis sanados.
D – Porque la oración perseverante del justo, es muy poderosa. Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y rogó en oración para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia,
T – y la tierra produjo su fruto (St 5,16ss).
Señor, Te pedimos Tu infinita misericordia por los pecadores obstinados en el mal. Dales la gracia, tan urgente, de la conversión, y no permitas que ni siquiera uno de ellos se pierda.
9ª estación: Jesús cae por tercera vez.
Como víctima expiatoria, Jesús desea compensar todas las faltas de la humanidad por Su Pasión. Su intención reparadora es universal, para todos los tiempos y lugares. Aceptando voluntariamente nuestros sufrimientos repara tantas negligencias nuestras y los pecados del mundo entero.
Jesús es el Intercesor más poderoso junto al Padre. Su oración tiene un valor infinito y libera gracias en abundancia para todos nosotros. En cada Santa Misa Él renueva Su sacrificio de la Cruz y continúa intercediendo por nosotros.
(Silencio)
D – En Sus días en la tierra, Cristo ofreció ruegos y súplicas, con gran clamor y lágrimas al que Le podía librar de la muerte, y fue oído por Su temor reverente. Y aunque era el Hijo,
T – por lo que padeció, aprendió la obediencia;
D – de este modo alcanzó la perfección y fue hecho causa de eterna salud para todos los que Le obedecen;
T -nombrado por Dios Sumo Sacerdote, según el rito de Melquisedec (Hb 5,7-10).
Señor, danos fuerza de resistir todas las tentaciones del pecado, y para reparar nuestras caídas por el valor que tiene el superar las tentaciones. Rescátanos del inmenso orgullo humano, hambriento de grandeza y poder, origen profundo del pecado. Imprégnanos de Tu humildad, de Tu alegría en la aceptación de humillaciones, como reparación de las exigencias tan frecuentes de nuestro orgullo.
10ª estación: Jesús es despojado de Sus vestiduras.
Jesús, que no tenía ninguna piedra para posar Su cabeza, se deja despojar de Sus vestiduras, viviendo la primera bienaventuranza radicalmente y sin límites. Completamente libre y desprendido de todo lo material, el Corazón de Jesús siempre estaba lleno del Amor del Padre y orientado a cumplir Su Santa Voluntad.
(Silencio)
D – Les dice Jesús: Mi comida es hacer la Voluntad de Aquel que Me envió y llevar a cabo Su obra. Y ésta es la voluntad del Padre que Me envió: Que Yo no pierda nada de lo que Él me dio,
T – sino que lo resucite en el último día.
D – Y esta es la voluntad de Mi Padre: Que el que ve al Hijo, y cree en Él, tenga Vida eterna;
T – y que Yo lo resucite en el último día (Jn 4,34; 6,39s).
Arranca, Señor, de nuestros corazones todo apego a los bienes materiales, a las riquezas y al dinero, a las impurezas, a faltas de pudor y a las concupiscencias de la carne. Por un espíritu libre de los bienes de este mundo haznos reparar tantas concupiscencias y, por nuestra pureza, tantas infelices degradaciones.
11ª estación: Jesús es clavado en la cruz.
Los clavos penetran la carne de Jesús. Su Corazón manos y humilde soporta todo con divina paciencia. Con Su silencio repara nuestras violencias, nuestras impaciencias y cóleras. No acusa a nadie, sino que reza y perdona.
Si ocurre una injusticia, fácilmente alimentamos sentimientos de rabia y rencor, de oposición y aversión. No rezamos, pero acusamos al otro; y si perdonamos, entonces solamente después de mucho tiempo.
(Silencio)
D – Angustiado él, y afligido, no abrió su boca. Como oveja, fue llevado al matadero; y como cordero delante de sus trasquiladores enmudeció;
T – y no abrió su boca (Is 53,7).
Alivia, Señor, los innumerables desánimos de Tus fieles, todo nervosismo e irritación, todas las apostasías, abandonos y toda desesperación. Guárdanos en una fidelidad valiente en reparación de todas las infidelidades y levantemos los ánimos abatidos. Concédenos más fuerza de intercesión, de una inagotable paciencia y capacidad de perdón.
12ª estación: Jesús expira en la cruz.
Jesús reza por sus verdugos, pide al Padre perdón y perdona de corazón, implorando misericordia por Sus enemigos. Este perdón concedido a
adversarios tan crueles, es un grito de caridad que rescata todas las venganzas y enemistades. Su oración sea también nuestra oración en reparación de tantos odios y rencores.
Jesús tiene sed de nuestro amor, de nuestra adoración en espíritu y verdad, de nuestro sacrificio y, sobre todo, sed de las almas por las cuales sacrifica Su vida.
(Silencio)
D – Y Jesús decía: Padre, perdónalos,
T – porque no saben lo que hacen (Lc 23,34).
D – Después de esto, sabiendo Jesús que todas las cosas eran ya cumplidas, para que la Escritura se cumpliese, dijo:
T – Tengo sed.
D – Y había allí un vaso lleno de vinagre; entonces ellos mojaron una esponja de vinagre, la ataron a una rama de hisopo,
T – y se la acercaron a la boca (Jn 19,28s).
Gracias, Señor, por Tu sed de nosotros. Gracias por Tu paciencia infinita y por Tu inmenso Amor. Gracias por Tu generosidad al rezar todavía en
la Cruz por Tus perseguidores. Gracias por Tu perdón que sobrepasa todo lo que se conoce en las creaturas.
13ª estación: Jesús es bajado de la cruz.
La oración de la Virgen Santísima es perfecta: pura e inocente, ofrece Su Corazón Inmaculado para reparar los pecados de los otros.
La espada del soldado traspasa el Corazón de Jesús, y la espada del dolor el Corazón de María. Los dos Sagrados Corazones son como un solo
Corazón: lleno de perdón, de Amor y piedad, de espíritu de reparación.
(Silencio)
D – De lo profundo Te llamo, oh Señor. Señor, oye mi voz;
T – estén atentos Tus oídos a la voz de mi oración (Sl 130,1s).
Estimúlanos, Señor, a una generosidad semejante a la Tuya, y a tener como María Santísima, un espíritu de colaboración en Tu obra redentora y reparadora. Llévanos a perdonar sin límites.
14ª estación: Jesús es sepultado
Jesús terminó Su vida terrestre con una oración y un pedido de perdón al Padre. Cuando nuestras muchas oraciones parecen perdidas e inútiles, fácilmente perdemos la esperanza pensando que Dios no nos escucha, no nos atiende. Pero la esperanza continúa aún después de muertos: ponemos nuestra esperanza en la vida eterna y en que la justicia divina va a poner todo en su justo lugar, ya que la justicia de Dios es perfecta.
(Silencio)
D – En Ti, Señor, puse mi esperanza,
T – no seré confundido eternamente (del Te Deum).
Te agradecemos, Señor, por este Vía Crucis. Concédanos la gracia de vivir en el futuro en plena obediencia a Tu Voluntad, manifestada en Tus
mandamientos y los de la Santa Iglesia, nuestra Madre, y de cumplir bien los deberes de nuestro estado. Que Te amemos con más pureza y Te sirvamos con mayor sumisión. Sobre todo, queremos ser personas de mucha oración, porque quien reza, jamás entra en desesperación y está siempre unido a Ti. Amén.