“Bienaventurado el hombre que medita en la sabiduría, que razona con inteligencia y considera en su mente la providencia de Dios” (Sir 14,20).
I. LA PALABRA Y LA SABIDURÍA DE DIOS
La sabiduría de Dios
“En el principio era el Verbo y el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios. En el principio Él estaba con Dios; todas las cosas fueron hechas por medio de Él, y nada de lo que existe fue hecho sin Él” (Jn 1,1 -3). Con estas palabras, San Juan comienza su relato del Evangelio. Aquí él indica la divinidad y la eternidad del Verbo de Dios, y que Dios creó todas las cosas a través de su Verbo divino. Él habló, y todas las cosas llegaron a ser, tanto los cielos como la tierra, tanto las creaturas espirituales como la creación material. Este mismo Verbo, que es el Hijo eterno del Padre, se llama la Sabiduría de Dios como lo atestiguan los Padres de la Iglesia: «Hay un Dios, el Padre del Verbo viviente, que es su Sabiduría inmutable, Poder e imagen Eterna.»
La Sabiduría de Dios abarca todo lo que existe. Como escribió San Pablo, «el Espíritu escudriña todas las cosas, incluso las cosas profundas de Dios. (1 Cor 2,10). Al conocerse a sí mismo, Dios también contempla todas las otras cosas que son, fueron, serán o podrían ser. Él las ve a todas en la eternidad de su Palabra. Es decir, Dios no conoce a las creaturas directamente en sí mismas como creaturas, en todos sus movimientos temporales y causas contingentes, tales cosas no fueron la fuente de su conocimiento. Más bien, Dios ve todo en la luz de su propia esencia y su propia causalidad. Esta causalidad divina no solo da existencia a las cosas, sino que también determina la razón (o finalidad) de la existencia de todas las cosas. De esta Sabiduría emanan todas las leyes del universo, y todas las cosas están ordenadas de acuerdo con sus apropiados fines. «Ella despliega su fuerza de un extremo a otro de la tierra y gobierna bien todas las cosas» (Sab 8,1). La Sabiduría de Dios impregna y penetra todas las cosas en la creación «porque ella es exhalación del poder de Dios, y una emanación pura de la gloria del Todopoderoso por eso, nada manchado puede alcanzarla. Ella es el resplandor de la luz eterna, un espejo impecable de la obra de Dios, y una imagen de su bondad» (Sab 7, 24-26).
La participación de la creación en la sabiduría
En la creación, Dios ha dotado a los ángeles y a los hombres con el poder del intelecto. Este poder permite a las creaturas la capacidad de conocer una variedad aparentemente infinita de materias y ciencias. Pero la sublime capacidad y el conocimiento más elevado, que Dios ha ofrecido, tanto a los hombres como a los ángeles, se haya a través de la participación en su Sabiduría divina. La sabiduría es el mayor conocimiento, porque por ella la criatura conoce íntimamente, la Más Alta Causa, Dios. Además de esto, la criatura conoce y juzga otras cosas a la luz de su relación con esta Causa Máxima. En este mismo sentido, los ángeles y los hombres comparten, en diversos grados, el conocimiento de Dios de una manera más elevada y pueden comprender el orden de las cosas según su plan divino.
Dios ha revelado su Sabiduría divina a creaturas inteligentes para formarlas y ofrecerles la plenitud de la vida y la alegría. San Agustín explica:
En el caso de la criatura… vivir no es lo mismo que poseer una vida de sabiduría y felicidad. Porque cuando se aparta de la luz inmutable de la Sabiduría, su vida se llena de locura y miseria, por lo tanto se encuentra en un estado deformado. Su formación consiste en volverse hacia la luz inmutable de la Sabiduría, hacia la Palabra de Dios. La Palabra es la fuente de cualquier ser y vida que este tenga, y a la Palabra debe acudir, para vivir sabia y felizmente.
Los ángeles y la sabiduría divina
La revelación de la Sabiduría de Dios se hizo primero a los santos ángeles. El Hijo de Dios, quien es la luz que ilumina a todos los hombres que entran al mundo, fue revelado a los santos ángeles. En relación con el asunto sobre si recurrieron a la Sabiduría o no, los ángeles estaban llenos de luz, de lo contrario se hubieran convertido en oscuridad en sí mismos. Aquellos ángeles que recurrieron a la Sabiduría de Dios experimentaron una formación y una iluminación. San Agustín explica esto en su comentario sobre el libro del Génesis:
Cuando la Sabiduría eterna e inmutable, que no es creada sino engendrada, entra en las creaturas espirituales y racionales, como es habitual que venga a las almas santas, para que con su luz puedan brillar, hay un nuevo estado introducido en la razón que ha sido iluminada, esto puede entenderse como la luz que se hizo cuando Dios dijo: «Hágase la luz». Esto supone, por supuesto, que las creaturas espirituales ya existían y fueron anticipadas por la palabra cielo, donde las Escrituras dicen: «Al principio Dios creó el cielo y la tierra», y que esto no significa el cielo material sino el cielo inmaterial que está por encima de él. Este cielo se exalta sobre todo lo material, no por su ubicación sino por la excelencia de su naturaleza.
Con la iluminación de los ángeles fieles, la Sabiduría creó sabiduría en ellos. En su gran prueba, los ángeles que se volvieron a Dios y recibieron un conocimiento íntimo y experiencial de Dios. A través de ese conocimiento, tuvieron la capacidad de discernir correctamente, ordenar y juzgarlo todo en forma adecuada.
Acerca de esto, San Agustín explica la división de los seis días de la creación en términos del conocimiento de los ángeles:
Hay una gran diferencia entre el conocimiento de una cosa en la Palabra de Dios y el conocimiento de la misma cosa en sí misma. El primer tipo de conocimiento puede considerarse como perteneciente al día; el segundo tipo a la noche. En comparación con la luz que se ve en la Palabra de Dios, todo conocimiento por el cual conocemos a cualquier criatura en sí misma, puede llamarse correctamente noche… Los santos ángeles… siempre contemplan el rostro de Dios y se gozan en su Palabra… en ellos primero se creó la sabiduría antes que en todo lo demás. Por lo tanto, ellos sin lugar a dudas, conocen toda la creación, en la cual fueron creados primero, y tienen este conocimiento en la Palabra de Dios mismo, en quien están las razones eternas de todas las cosas hechas en el tiempo, existentes en él, por quien todas las cosas han sido creadas. Y luego tienen este conocimiento en la creación misma, en cuanto la miran y la relacionan a la alabanza de aquel en cuya verdad inmutable contemplan, y como en la fuente de toda la creación, están las razones por las cuales las creaturas han sido creadas.
Allí el conocimiento que tienen es como el día, en la bendita compañía, perfectamente unida por la participación en la misma Verdad, en el primer día creado; pero entre las creaturas, es aquí en donde su conocimiento es como la noche. Son el día, en la medida en que permanecen firmes en esta Verdad. Porque si los ángeles se volvieran a sí mismos o se deleitaran más en sí mismos que en la unión con Él, con quien son felices, caerían hinchados de orgullo. Esto es lo que pasó con el diablo.
La sucesión de la mañana y del atardecer, registrada en el relato de la creación, según esta explicación de San Agustín, obviamente no se refiere a los días que experimentamos, los cuales se miden por la rotación de la tierra. Esta sucesión tampoco implica un paso del tiempo. Pues los ángeles pueden contemplar lo que se llama el conocimiento de la creación de la mañana y de la tarde de una sola mirada, al mismo tiempo. La sucesión que se menciona en el relato de la creación, no se refiere a la sucesión temporal, sino al orden en que la creación fue revelada a los ángeles. Este orden no sigue el orden real en el que se crearon las cosas, sino que sigue otra lógica.
Esta explicación de San Agustín demuestra claramente la naturaleza de la sabiduría creada en general, y la sabiduría angélica en particular. La sabiduría creada es el conocimiento más vivido y perfecto que ve a Dios, y todas las demás cosas a la luz de la Palabra de Dios. Lo sabe todo de acuerdo con la divina idea eterna. Es sólo bajo esta luz que la criatura puede comprender completamente el significado de cada cosa que existe, y la finalidad para la que fue creada.
El hombre y la sabiduría divina
Cuando algunos de los ángeles se apartaron de la Sabiduría y la Palabra de Dios, se separaron de la luz y se convirtieron en oscuridad. A partir de ese momento decisivo en adelante, comenzó la lucha entre la luz y la oscuridad, entre la Sabiduría eterna y la falsa sabiduría que es la locura oscura. Los hombres han sido llevados a esta lucha y se han convertido en algunos de los jugadores clave en este drama.
Dios creó al hombre con la capacidad de recibir sabiduría y con el anhelo de poseer sabiduría. Pero en lugar de esperar y estar expectantes por adquirir la Sabiduría de Dios, a través de la obediencia, el hombre recurrió a la falsa sabiduría que Satanás le presentó como efecto de la desobediencia. Está registrado en el libro de Génesis:
“Cuando la mujer vio que el árbol era apetitoso para comer, agradable a la vista y deseable para alcanzar sabiduría, tomó de su fruto y comió; luego se lo dio a su marido, que estaba con ella, y él también comió” (Gen 3,6). El engañador presentó el árbol prohibido a Eva como algo deseable para hacerlos sabios. El deseo de sabiduría fue quizás, el más fuerte atractivo. Por ello, en lugar de recibir luz, vida y crecimiento, de cara a la Sabiduría eterna, el hombre se apoderó del fruto de la desobediencia y su intelecto se oscureció, se deformó en la voluntad y la muerte entró en el mundo.
Sin embargo, «incluso cuando desobedeció [a Dios] y perdió [su] amistad, [Dios] no lo abandonó al poder de la muerte, sino que ayudó a todos los hombres (énfasis agregado) a buscarlo y encontrarlo». Sin embargo, Dios ciertamente concedió gracias especiales a Abraham y sus descendientes, Dios ayudó a todos los hombres a buscarlo y encontrarlo, dándoles cierto grado de acceso a su Sabiduría. Esto se logró en diversos grados y por diversos medios. La sabiduría ha sido ofrecida a los hombres según el orden natural de su inteligencia y por medio de una revelación sobrenatural. Como explica el Catecismo:
Mediante la razón natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir de sus obras. Pero existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede de ningún modo alcanzar por sus propias fuerzas, el de la Revelación divina. Por una decisión enteramente libre, Dios se revela y se da al hombre. Lo hace revelando su misterio, su plan de amorosa bondad, que estableció desde la eternidad en Cristo en favor de todos los hombres. Revela plenamente su designio enviando a su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo y el Espíritu Santo (CIC 50).
La sabiduría de los gentiles
Para aquellas personas que no recibieron la revelación sobrenatural, Dios plantó las «semillas de la Palabra (Logos)» en cada raza de hombres. Es decir, con la ayuda de sus santos ángeles, Dios iluminó a los pueblos del mundo, en la medida de su docilidad. De esta manera, se plantaron elementos de su sabiduría entre todos los pueblos. Estas semillas fueron cuidadas y cultivadas por el trabajo de los santos ángeles asignados a cada una de las naciones. Pero debido a los efectos del pecado original, con demasiada frecuencia, incluso estos elementos de la sabiduría de Dios se expresaron con mucho error y confusión.
La sabiduría que la gente de las naciones gentiles pudo adquirir fue una sabiduría filosófica natural. Un buen ejemplo es la metafísica de Aristóteles. Él mismo describe la ciencia de la metafísica como «divina» por dos razones:
Porque la ciencia más apropiada que Dios tiene, es divina entre las ciencias; y de la cual su objeto es divino, si ese es el caso, son igualmente divinos. Ahora bien, nuestra ciencia tiene precisamente estos dos aspectos: por un lado, se cree que Dios es una de las razones de todas las cosas y, en cierto sentido, un comienzo; por otro lado, esta clase de ciencia sería la única o la más apropiada de poseer por parte de Dios.
A través de tales disciplinas filosóficas, muchos no israelitas pudieron adquirir cierto conocimiento de un ser supremo que es divino, eterno y un espíritu puro, que gobierna todas las cosas por su amor. A esta sabiduría filosófica se unió la sabiduría de las religiones naturales, por la cual los hombres llegaron a ciertas verdades acerca de Dios. San Esteban se refiere a esto cuando habla de Moisés. «Moisés fue instruido en toda la sabiduría de los egipcios y fue poderoso en palabras y hechos» (Hechos 7,22).
La sabiduría del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento
Con el Pueblo Elegido de Dios, la Sabiduría fue dada a través de las revelaciones a los profetas y hombres santos. El libro de la Sabiduría describe cómo trabajó la sabiduría con Noé, Abraham, Jacob, Moisés, etc. (cf. Sab. 10-11). «En cada generación, ella pasa a las almas santas, las hace amigas de Dios y profetas, porque Dios no ama nada tanto como al hombre que vive con sabiduría» (Sab 7, 27-28). El pueblo de Israel entendió especialmente la revelación de la Ley como un don de la sabiduría divina:
“La sabiduría se elogia a sí misma, se gloriará en medio de su pueblo; se glorificará delante de la asamblea del Altísimo y de sus ángeles: «Yo salí de la boca del Altísimo engendrada antes de toda creatura y cubrí toda la tierra como una niebla. En los altísimos cielos puse mi morada; mi trono estaba sobre una columna de nubes. Yo sola recorrí la bóveda celeste y penetré en lo profundo del abismo. Reiné sobre las olas del mar, en la tierra entera y en todos los pueblos y naciones. En todos esos lugares busqué un hogar donde posar, un sitio donde poner mi residencia. Entonces el que me hizo a mí y a las demás cosas decidió dónde debía yo residir, y me dijo: “Habita en Jacob, y sea Israel tu herencia, y arráigate en medio de mis escogidos». ”Él me creó desde el principio, y antes de los siglos, y nunca dejaré de existir”. “El que me hace caso no fracasará; el que se conduce con sabiduría no pecará». Todas estas cosas contiene el libro de la vida, que es el testamento del Altísimo y el conocimiento de la verdad, la ley que promulgó Moisés para nosotros, la herencia del pueblo de Jacob. Esta ley rebosa en sabiduría como el río Pisón, o como el Tigris en la primavera» (Sir 24, 1-14, 30-35).
La sabiduría como reconocimiento de la ley, indica que no es simplemente un conocimiento de Dios y de la creación. También es un conocimiento que ordena el juicio de una persona de acuerdo con la ley de Dios. Así, Santo Tomás dice: «La sabiduría es una cierta rectitud de juicio de acuerdo con la Ley Eterna».
Más allá de la sabiduría de la ley de Moisés, estaba la sabiduría de Salomón, que fue otorgada por el favor divino (cf. 1 Reyes 3, 3-14). La sabiduría de Salomón le proporcionó la capacidad de hacer justicia para gobernar a su pueblo de manera justa. También le dio la capacidad de completar tres mil proverbios “Pronunció tres mil proverbios y compuso mil cinco poemas. Habló acerca de los árboles y las plantas, desde el cedro del Líbano hasta la hierba que crece en las paredes; también habló sobre los animales, las aves, los reptiles y los peces. De todas las naciones y reinos de la tierra donde habían oído hablar de la sabiduría de Salomón, iba gente a escucharlo». (1 R 4, 32-34). Junto con la sabiduría de Salomón se reunió lo que después se llamaría la «Literatura de la Sabiduría» del Antiguo Testamento. Libros como Eclesiastés, Sabiduría, Proverbios y Sirácides o Eclesiástico, constituyen un cuerpo de sabiduría para que el Pueblo de Dios medite e intente incorporar en sus vidas.
Adicionalmente, se dio la sabiduría a los profetas en el Antiguo Testamento. El Concilio Vaticano II dijo: «… al escuchar la voz de Dios que le hablaba a través de los profetas, [Israel] tenía que comprender diariamente sus caminos de manera más completa y clara, y hacerlos más conocidos entre las naciones». De esto parece que los profetas ayudaron al pueblo de Israel a desarrollar una comprensión más profunda de las doctrinas acerca de Dios. De esta manera, se desarrolló una especie de «doctrina sagrada» o teología. Este estudio trata la causa más elevada de todas las cosas, a saber, Dios, como el Principio último, la causa última. Se llama propiamente sabiduría, ya que la sabiduría es la virtud intelectual que considera el más alto y decisivo principio, y a la luz de ese principio, es capaz de formar un juicio más seguro sobre otras cosas, y de esta manera es capaz de establecer todas las cosas en orden correcto. Esta sabiduría teológica se basa en los hechos de la revelación sobrenatural, pero la examina por razones naturales, ayudada por la gracia que sostiene la virtud sobrenatural de la fe, para llegar a ciertas conclusiones.
La revelación del Antiguo Testamento se orientó a la preparación para la plenitud de la revelación en el nuevo y eterno pacto. «Estos libros, a pesar de que contienen aspectos imperfectos y provisionales, nos muestran auténticas enseñanzas divinas. Los cristianos deben aceptar con veneración estos escritos que expresan un sentido vivo de Dios, un depósito de enseñanzas sublimes sobre Dios y el buen juicio sobre la vida humana».
La encarnación de la sabiduría eterna
Luego, en la plenitud de los tiempos, habiendo Dios hablado de muchas maneras con nuestros padres (cf. Hebreos 1, 1), eligió hablarnos a través de su Palabra eterna, a través de la cual todas las cosas fueron creadas. San Ireneo escribe sobre esto en el siglo II del cristianismo: La Palabra, que existió en el principio con Dios, por quien todas las cosas fueron hechas, quien también estuvo siempre presente con la humanidad, estuvo en estos últimos días, de acuerdo con el tiempo designado por el Padre, unido a su propia obra, en la medida en que él se convirtió en un hombre susceptible al sufrimiento.
«El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14). A través de la Encarnación de la Sabiduría Divina, Dios se ha revelado de la manera más perfecta posible. La vida entera de Cristo habla la Palabra de Dios, cada acción es Sabiduría de Dios. Las enseñanzas de Cristo son la cumbre de la revelación divina. Comprenden lo que San Pablo llama «las riquezas inescrutables de Cristo» (Ef. 3, 8).
Además de llevar la revelación a la perfección, mediante su vida, enseñanza, pasión y resurrección gloriosa, Cristo prometió llevar a sus discípulos a la plenitud de la verdad mediante el envío de su Espíritu Santo. Con el don del Espíritu Santo, se agregó una dimensión completamente nueva a la participación del hombre en la Sabiduría Divina de Dios. Como todas las virtudes, la virtud de la sabiduría está bajo la dirección de la propia razón del hombre, y de acuerdo con un modo humano de actividad. Pero el don de la Sabiduría es categóricamente distinto, ya que se ejerce bajo la dirección inmediata del Espíritu Santo, y de acuerdo con un modo divino de actividad, «… como si el hombre, bajo el impulso del Espíritu Santo, ya no actuara humanamente, sino que se convirtiera en Dios por participación”. Todos los dones del Espíritu Santo le dan al hombre una cierta connaturalidad con Dios. Es decir, el hombre no procede arduamente ni por medio de un pensamiento discursivo racional, cuando actúa bajo la influencia de los dones, sino que actúa de manera rápida e intuitiva por un «instinto especial que procede del Espíritu Santo».
La «connaturalidad» o simpatía con lo divino que es típica de los dones del Espíritu Santo alcanza su perfección en el don de la sabiduría. El don de la sabiduría está relacionado con la virtud de la caridad. Como dice un escritor: «Hay una analogía notable entre el objeto de la caridad y el objeto de la sabiduría. El objeto de la caridad es Dios mismo, en su infinita bondad; el objeto de la sabiduría es esa misma bondad, pero como experiencia, como algo apreciado. A través de la caridad amamos a Dios en sí mismo; a través del don de la sabiduría, conocemos su infinita bondad porque la probamos y experimentamos… Si pudiéramos, por así decirlo, entrar en Dios y mirar a través de sus ojos, veríamos las cosas de una manera divina. Y así es con las cosas que se ven con el don de la sabiduría: estas se ven en Dios, se ven desde las alturas». Por esta razón se dice:
El conocimiento que el don de la sabiduría le da al alma es incomparablemente superior a todas las ciencias humanas, incluso a la teología, que ya posee algo sobrenatural. Por esa razón, un alma simple y sin educación que carece del conocimiento teológico adquirido por el estudio, a veces puede poseer, a través del don de la sabiduría, un conocimiento profundo de las cosas divinas, lo que causa asombro incluso a los teólogos eminentes.
Este don de sabiduría en los hombres es idéntico a la participación en la sabiduría divina recibida por los ángeles, que describimos cuando hablamos del «conocimiento matutino» de los ángeles. Todo se ve en la luz brillante de la Palabra de Dios. Es este regalo el que trae la contemplación sobrenatural a la perfección en esta vida.
Efectos característicos del don de la sabiduría
La persona que tiene el don de la Sabiduría lo ve todo desde el punto de vista de Dios, tanto lo relacionado con los pequeños detalles de la vida cotidiana, como aquello que tiene que ver con las cuestiones más importantes. Tal persona puede ver la mano de Dios en todos los eventos que le suceden. Es capaz de ver más allá de las causas secundarias y juzga los eventos a la luz de la Causa más alta y primera que gobierna y rige todas las cosas «fortiter et sauviter» (fuerte y suavemente). Adoptan la política expresada por San Luis Gonzoga: «Quid hoc ad aeternitatem?» (¿Qué es esto frente a la eternidad?)
Tal persona es capaz de soportar la adversidad con perfecta paciencia. Como se dice de la Beata Isabel de la Trinidad, las mayores pruebas y sufrimientos no pudieron molestarla por un momento. «Sin importar las desgracias que le sucedieron, ella permaneció imperturbable y tranquila como si su alma ya estuviera en la eternidad».
Además, el alma que tiene este don de sabiduría vive en constante unión experiencial con las tres Personas de la Trinidad. «Si los deberes de estado en la vida lo exigen, se entrega externamente a todo tipo de trabajo, incluso el trabajo más absorbente, con una actividad increíble; pero en el centro más profundo del alma, como San Juan de la Cruz solía decir, se experimenta y percibe la compañía divina de los Tres, y no los abandona ni por un instante».
Más allá de esto, la sabiduría eleva la virtud de la caridad al heroísmo. La persona que posee este don ama a Dios con tal intensidad que está realmente dispuesta a sufrir cualquier cosa para servirle y complacerle. Demuestran el ardor de su deseo no solo en sus palabras, sino en sus propias acciones. Su caridad también se extiende al amor por su prójimo. «Aman a su prójimo con una profunda ternura que es completamente divina y sobrenatural. Sirven a su prójimo con abnegación heroica, que al mismo tiempo está llena de naturalidad y simplicidad». Este mismo amor también se dirige a toda la creación de Dios. «San Francisco de Asís abrazaba a un árbol como a una criatura de Dios, y deseaba abrazar a toda la creación porque venía de la mano de Dios».
A partir de esta breve descripción de la sabiduría, como un don del Espíritu Santo, podemos tener una idea de la grandeza de las perspectivas abiertas para el hombre en Jesucristo. Cristo ha venido a establecer o a restablecer, deberíamos decir, la posibilidad de que el hombre disfrute más plenamente de la sabiduría divina en esta vida. Pero ahora, habiendo visto las diversas formas en que el hombre puede participar en la sabiduría de Dios, ahora tenemos que considerar los medios por los cuales el hombre puede llegar a esta participación.