Todo lo puedo en Cristo que me fortalece (Filipenses 4,13).
I. LA OMNIPOTENCIA DE DIOS
Profesamos en el Credo: «Creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra…» Creemos que Dios es verdaderamente Omnipotente o «Todopoderoso». El catecismo de la Iglesia Católica hace la notable observación de que: «de todos los atributos divinos, sólo la Omnipotencia de Dios se nombra en el credo» (CIC 268). La profesión de nuestra fe, no menciona a Dios Padre como el santísimo, el sabio o el justo, sino como el todopoderoso. Aunque estos otros son, indudablemente, atributos de Dios, la omnipotencia es la que se puede decir que está más apropiadamente designada como el objeto de nuestra fe. El infinito de las perfecciones de Dios, no se manifiesta más grandemente que en su omnipotencia. Ponemos nuestra fe en Dios particularmente porque él es Todopoderoso. A este respecto, el catecismo romano nos dice:
Nada es más apto para confirmar nuestra fe y esperanza que mantener afianzado en nuestras mentes, que nada es imposible con Dios. Una vez que nuestra razón haya comprendido la idea de la grandeza del poder de Dios, admitirá fácilmente y sin dudarlo todo lo que [el credo] luego nos propondrá creer, incluso si son cosas grandiosas y maravillosas, muy por encima de las leyes ordinarias de la naturaleza.
El catecismode la Iglesia Católica también enseña que la omnipotencia de Dios es triple: universal en su alcance, amorosa y misteriosa. Estas son las cualidades por las cuales sabemos que Dios es, por un lado, verdaderamente digno de fe, y por otro, accesible solo a través de ella. Consideraremos cada una de estas cualidades por separado.
El Poder Universal de Dios
La creación no solo se hizo posible de la nada, por el poder creador único de Dios, sino que también sigue existiendo, por el continuo acto de conservación de Dios. Él estableció todas las cosas que son y continúa disponiéndolo todo según Su voluntad. «Con mi gran fuerza y mi brazo poderoso, Yo hice la tierra, al hombre y los animales que están sobre la superficie de la tierra, y los entrego a quien me parece bien» (Jer 27, 5). Como autor de todas las creaturas, determina la naturaleza de todas las cosas y gobierna los corazones y los acontecimientos según Su voluntad. Todas las cosas permanecen totalmente sujetas a Él, están a su disposición (cf. CIC 269). Esto es lo que se quiere significar cuando se dice que el poder de Dios es universal.
En particular, la universalidad del poder de Dios significa que Él puede hacer todas las cosas que son posibles en sí mismas. Es el caso de nuestras palabras al ser posible combinar cosas que son contradictorias, como por ejemplo, «círculo cuadrado» o «pecado venial». Pero tales cosas no pueden existir en sí mismas porque son absurdas. El hecho de que Dios no pueda hacer tales cosas, no limita de ninguna manera el poder de Dios, ya que no es un defecto el de no poder actualizar las cosas que son absurdas. Pero Dios puede hacer posibles todas las cosas.
Los milagros no son contradicciones. Aunque van más allá del orden de la naturaleza creada, no son absurdos. Por ejemplo, el Santísimo Sacramento es un milagro continuo, ya que las cualidades accidentales del pan y el vino se mantienen milagrosamente sin su sustrato natural. Sería contradictorio decir que la Eucaristía es al mismo tiempo sustancialmente pan y sustancialmente el cuerpo de Cristo. Pero no es contradictorio decir que la Eucaristía es sustancialmente el cuerpo de Cristo, pero con todas las cualidades accidentales del pan. Aunque va más allá del curso de la naturaleza y está fuera de nuestra experiencia, no contradice el curso de la naturaleza. El poder de Dios puede hacer toda clase de milagros que van más allá de nuestra experiencia, e incluso se extienden más allá del orden completo de la naturaleza creada.
Misericordia del poder de Dios
Esto nos lleva a la siguiente cualidad de la omnipotencia de Dios: la misericordia. En los asuntos humanos se dice: «El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente». Pero en los asuntos divinos nada podría estar más lejos de la verdad. El Dios todopoderoso es nuestro Padre, que ama y mantiene a sus creaturas. Esto está bellamente expresado en el libro de la Sabiduría: «Tú te compadeces de todos, porque todo lo puedes, y apartas los ojos de los pecados de los hombres para que ellos se conviertan. Porque Tú amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que has hecho, porque si hubieras odiado algo, no lo habrías creado. ¿Cómo podría subsistir una cosa si tú no quisieras? ¿Cómo se conservaría si no la hubieras llamado?. Pero tú eres indulgente con todos, ya que todo es tuyo, Señor que amas la vida, porque tu espíritu incorruptible está en todas las cosas” (Sab 11, 23-26).
El acto de creación de Dios es una clara muestra de su poder único, ya que solo Él puede hacer algo de la nada. Pero el catecismo dice que Dios por su misericordia infinita, muestra su poder en el más alto grado perdonando libremente los pecados (CIC 270). Este es el caso presente en la naturaleza del pecado y el mal. El mal no es un algo en sí mismo, sino más bien es la ausencia de una cosa. Es la falta de un bien debido. La voluntad de Dios es la fuente de todo ser y orden. Cuando nos alejamos de la voluntad de Dios, en cierto sentido, nos estamos volviendo hacia el no ser y el caos. El perdón del pecado es un acto de poder divino relacionado con el acto de la creación, porque al perdonar el pecado, Dios nos devuelve del no ser al ser, del caos al orden.
La omnipotencia de Dios no es arbitraria, y de ninguna manera voluble. Su amor es fiel, como se repite a menudo en el Antiguo Testamento, «su amor perdura para siempre». El profeta Jeremías reveló este amor tierno y fiel de Dios en las palabras: «Yo te amé con un amor eterno, por eso te atraje con fidelidad» (Jer 31, 3). Esta es la segunda cualidad de la omnipotencia de Dios, que verdaderamente establece el fundamento de nuestra fe y fidelidad hacia Dios.
El Misterio del poder de Dios
La tercera y más difícil cualidad de la omnipotencia de Dios es Su misterio. Si bien las dos primeras cualidades de la omnipotencia de Dios establecen el fundamento de nuestra fe, esta tercera cualidad es la mayor prueba de nuestra fe. Nuestra fe se pone a prueba ante la experiencia del mal y el sufrimiento. A veces Dios puede parecer ausente e incapaz de impedir el mal. Misteriosamente Dios parece ser impotente. Los ejemplos más claros de esto, se encuentran en la crucifixión y muerte de Jesús y en la «impotencia» de Cristo presente en la Santísima Eucaristía, en casos de profanación o irreverencia hacia este Santísimo Sacramento. Jesucristo se entregó a la vaciedad y la impotencia, primero en la Eucaristía, luego en la Pasión. Pero entonces este mismo misterio se repite en su cuerpo místico a lo largo de los siglos. La fe de todos los miembros de su Iglesia en un momento u otro se prueba a la luz de la «locura de la Cruz».
Esto es de lo que San Pablo habla en su carta a los corintios: “pero nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados, tanto judíos como griegos. Porque la “locura” de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres” (1 Cor 1, 23-25).
Es la manera de Dios de manifestar su poder mediante la elección de los débiles, los pequeños y los humildes. Cuando en el Antiguo Testamento los israelitas estaban siendo oprimidos por los madianitas, Dios tuvo cuidado al elegir a Gedeón, quien dijo de sí mismo: «Perdón, Señor, pero ¿cómo voy a salvar yo a Israel?, mi clan es el más débil en Manasés y yo soy el más pequeño en la casa de mi padre» (Jue, 6-15). Y cuando Gedeón logró reunir un ejército de treinta y dos mil hombres, Dios le dijo: «La gente que te acompaña es demasiado numerosa para que yo ponga a Madián en sus manos. No quiero que Israel se gloríe a expensas mías, diciendo: ‘Es mi mano la que me salvó’” (Jue. 7, 2). Fue solo cuando el ejército fue reducido a trescientos hombres que Dios les permitió ir contra el ejército madianita, que era tan numeroso como la arena de la playa (cf. Jue 7, 7). Y con solo trescientos hombres conquistó su vasto ejército. Este es el patrón establecido en el misterio de su poder.
Dios desea manifestar su poder en nuestra debilidad. San Pablo habla de esto en su segunda carta a los Corintios: «Y para que la grandeza de las revelaciones no me envanezca, tengo una espina clavada en mi carne, un ángel de Satanás que me hiere. Tres veces pedí al Señor que me librara, pero él me respondió: «Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad». Más bien, me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo. Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Cor 12, 7-10).
Como señala el catecismo, «solo la fe puede abrazar los misteriosos caminos de la grandeza del poder de Dios» (CIC 273). La finalidad de las pruebas es nuestra perfección, como escribe Santiago: “Hermanos, alégrense profundamente cuando se vean sometidos a cualquier clase de pruebas, sabiendo que la fe, al ser probada, produce la paciencia. Y la paciencia debe ir acompañada de obras perfectas, a fin de que ustedes lleguen a la perfección y a la madurez, sin que les falte nada” (Sant 1, 2-4).
El catecismo se refiere a Dios como el «Señor de la historia, que gobierna los corazones y acontecimientos según Su voluntad» (CIC 269). Esto no es para negar el hecho de que los hombres han sido dotados de libre albedrío. Sin embargo, a pesar del libre albedrío del hombre e incluso del abuso del libre albedrío, Dios tiene un plan para todas las cosas y finalmente las controla a todas ellas.
Los ángeles y los hombres, como criaturas inteligentes y libres, deben caminar hacia su destino último por elección libre y amor de preferencia. Por ello pueden desviarse. De hecho pecaron. Y fue así como el mal moral entró en el mundo, incomparablemente más grave que el mal físico. Dios no es de ninguna manera, ni directa ni indirectamente, la causa del mal moral. Sin embargo, lo permite porque respeta la libertad de sus criaturas y, misteriosamente, sabe cómo obtener el bien de ello:
«Porque el Dios Todopoderoso…, que es soberanamente bueno, no permitiría jamás que en sus obras existiera algún mal si Él no fuera suficientemente poderoso y bueno para hacer surgir un bien del mismo mal» (CIC 311).
El catecismo nos recuerda la historia de José en el Antiguo Testamento. José, hijo de Jacob, fue vendido como esclavo por sus celosos hermanos. Su intención era matarlo o al menos deshacerse de él para siempre. Pero al final sucedió que José se convirtió en señor de todo Egipto y fue responsable de la supervivencia del país y de su propia familia. Dijo José a sus hermanos: “Ha sido Dios, y no ustedes, el que me envió aquí y me constituyó padre del Faraón, señor de todo su palacio y gobernador de Egipto”; “El designio de Dios ha transformado en bien el mal que ustedes pensaron hacerme, a fin de cumplir lo que hoy se realiza: salvar la vida a un pueblo numeroso” (Gen 45,8; 50,20). También recordemos que del mayor mal moral que ha sido cometido jamás, el rechazo y la muerte del Hijo de Dios, causado por los pecados de todos los hombres, Dios, por la sobreabundancia de su gracia (cf Rm 5, 20), sacó el mayor de los bienes: la glorificación de Cristo y nuestra Redención. Sin embargo, no por esto el mal se convierte en un bien. (CIC 312)
Al final, el catecismo dice: «Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero los caminos de Su providencia a menudo nos son desconocidos. Sólo al final, cuando nuestro conocimiento parcial cese, cuando veamos a Dios ”cara a cara“, sabremos plenamente los caminos por los cuales, incluso a través de los dramas del mal y el pecado, Dios habrá conducido su creación al reposo definitivo de ese Sabbat (cf Gn 2, 2) definitivo, para el que creó el cielo y la tierra» (CIC 314).
Esta tercera dimensión de la Omnipotencia de Dios, su carácter misterioso, es la fuente de la fuerza de la fe a través del fuego de la prueba. Jesús nos llama a responder a las cosas que están más allá de nuestra comprensión con un inocente abandono filial en la providencia de nuestro Padre celestial que se ocupa de las más pequeñas de nuestras necesidades (CIC 305).