Seis rasgos básicos para la colaboración con los Santos Ángeles
Cum Sanctis Angelis ~ En comunión con los Santos Ángeles
El Silencio
En primer lugar, María siempre estuvo en silencio, descansando interiormente en Dios y buscando solo ser llenada por Él. Era una mujer de pocas palabras, pero sus palabras estaban llenas de significado y esperanza. Si estamos llenos del ruido de la vida cotidiana (radio, televisión, internet, videojuegos), nunca estaremos abiertos a Dios o al ángel. Si disfrutamos de la murmuración o de vaciarnos de nosotros mismos a través de demasiada habladuría, nunca tendremos la capacidad de permanecer en recogimiento interior para Dios.
La práctica del Silencio y la Soledad
No se acomoden al mundo presente. Por el contrario, transfórmense interiormente por la renovación de su mente, a fin de que puedan discernir cuál es la Voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto (Rom 12, 2).
I. Introducción
Necesitamos, especialmente en nuestra época, encontrar una respuesta práctica y efectiva a las palabras de San Pablo, no solo porque hacer la voluntad de Dios es la clave de la santidad, sino también, y sobre todo, porque nuestra época es muy mala.
Ahora, para dar una respuesta a este desafío que hace San Pablo, podemos comenzar con una historia contada sobre Abba Arsensius. Él era un senador romano bien educado, que también trabajó como tutor de los príncipes del emperador romano Teodosio. Hasta que finalmente, se sintió insatisfecho con su vida en Roma y, mientras aún vivía en el palacio, oró a Dios con estas palabras: «Señor, guíame por el camino de la salvación». Y entonces oyó una voz que le decía: «Arsenio, huye del mundo y serás salvo». Y así, navegando en secreto desde Roma hacia Alejandría, Egipto, y después de haber comenzado a vivir una vida de soledad en el desierto, oró nuevamente: «Señor, guíame por el camino de la salvación». Y nuevamente escuchó una voz que decía: «Arsenio, huye, guarda silencio, ora siempre, porque estas son las fuentes de la impecabilidad».
Las palabras huye, calla y ora, nos indican las tres formas en que podemos evitar que el mundo pecador nos forme a su imagen. Ahora ya hemos discutido la importancia y la necesidad de la oración en una conferencia previa. Así que hoy, queremos concentrarnos en lo que significa huir y guardar silencio. En otras palabras, queremos profundizar en el significado y la importancia de la soledad y el silencio y su papel en la vida espiritual.
II. LA SOLEDAD
Primero que todo, la soledad. Porque la soledad es el objetivo de todos los que huyen del mundo, y está estrechamente relacionado con la práctica del silencio. De hecho, podemos decir que la soledad es la condición indispensable para el silencio. En otras palabras, sin pasar al menos un tiempo en soledad, no podremos crecer en la práctica del silencio. Como se explica en la Imitación de Cristo, «A menos que te guste la soledad, no es seguro que aparezcas en público» (Bk I, cap. 20).
Debemos, entonces, tratar de desarrollar un amor por la soledad y un amor por estar a solas con Dios. Por lo tanto, es desafortunado que tanta gente vea la soledad solo en términos negativos, casi como una especie de castigo. Por ejemplo, el solitario confinamiento en prisión, es visto como una de las peores cosas que le pueden pasar a una persona. Sin embargo muchos sacerdotes que pasaron años bajo solitario confinamiento en prisiones comunistas, detrás de la cortina de hierro, luego confesaron que ese fue el período más rico y bendecido de sus vidas espirituales.
La soledad, sin embargo, debe ser vista como una amiga, como una compañera, y como el medio precioso por el cual podemos encontrar a Dios y escuchar su voz. Los Padres de la Iglesia, por esta razón, han sido fuertes y claros en su alabanza a la soledad. Por ejemplo, San Jerónimo escribe: «¡Oh desierto que nutre las flores de Cristo! ¡Oh soledad que produce las rocas firmes con las que se construye la ciudad del Gran Rey! ¡Oh aridez, que te regocijas en la familiaridad con Dios!». San Basilio dice de la soledad: «Una vida solitaria es la escuela en la que se aprende la doctrina celestial y se da una preparación para la práctica de las artes divinas. Es un paraíso de delicias del que emana el perfume de la virtud. Porque allí están las rosas de la caridad, envueltas en una llama carmesí y no hay chubasco repentino que pueda destruir las violetas de la humildad. Allí la mirra de la perfecta mortificación, se dispersa y el incienso de la oración constante, pende fuertemente en el aire». Y si esto no fuese suficiente alabanza, agrega: «Oh taller de ejercicio espiritual, en el que el alma humana reconstruye en sí misma la imagen de su Creador y vuelve a su pureza original».
Finalmente, San Bernardo aconseja: «Si estás preparando el oído del espíritu para la voz de Dios, una voz más dulce que la miel y el panal, huye de las preocupaciones externas; de modo que cuando tu sentido interno esté desenredado y libre, puedas decir con el profeta Samuel: «Habla Señor, que tu siervo escucha» (1 Reyes 3,10). Pues la voz de Dios no habla en medio del alboroto del mundo, ni se escucha en ninguna reunión pública. Más bien, el secreto consejo busca ser escuchado también en lo íntimo. Por lo tanto, la felicidad nos será dada si escuchamos a Dios en soledad».
Por todo esto, podemos decir que la soledad debe verse bajo una luz positiva y no negativa. Deberíamos sentirnos como el salmista que escribió: «Oh, si tuviera las alas de una paloma, volaría lejos y estaría en reposo». (Salmo 55, 7). Sin embargo, hacer el esfuerzo de buscar y encontrar la soledad puede requerir un gran sacrificio de nuestra parte. «Pues así como se le ordenó a Abraham que abandonara su propio país, para que mereciera contemplar y poseer la Tierra Prometida», y como también señala San Bernardo, «debemos igualmente, en cierto sentido, huir de nuestros amigos, familiares y vecinos, si queremos ser salvos en la soledad».
La importancia, entonces, de encontrar al menos algo de soledad, especialmente en nuestros ocupados tiempos, no puede ser subestimada. Pues nuestra salvación bien puede depender de ella. «Porque nuestra sociedad no es una comunidad que irradie el amor de Cristo, por el contrario, es una red peligrosa de dominación y manipulación en la que fácilmente podemos enredarnos y perder nuestra alma«. Por lo tanto, la pregunta básica que debemos hacernos es, «si nos hemos vuelto ciegos ante nuestro peligroso estado y hemos perdido el poder y la motivación para nadar por nuestras vidas» a las orillas de la soledad.
Por eso, siempre debemos tener en cuenta las palabras de San Agustín, quien una vez escribió: «si amas al mundo, él te absorberá, porque el mundo no sabe cómo apoyar, sino solo cómo devorar a sus admiradores». Por esta razón, cada uno de nosotros debemos encontrar nuestra propia montaña o desierto donde podamos retirarnos a la paz del silencio y la soledad. Cristo mismo les dijo a sus apóstoles y discípulos que oraran en la soledad de su habitación, «váyanse solos a un lugar desierto y descansen un poco» (Mc 6, 31).
Debemos, entonces, en nuestra rutina diaria, sacar el tiempo para retirarnos a un lugar en soledad, incluso si es sólo en nuestro corazón. San Francisco de Sales, en su Introducción a la vida devota, señala: «Del mismo modo que las aves tienen sus nidos en los árboles, a los que se retiran ocasionalmente; y los ciervos tienen arbustos y matorrales, en los que se ocultan, también deberíamos elegir un lugar para disfrutar de la sombra fresca en el calor del verano», y enfatiza «todos los días, ya sea en el Monte Calvario, o en las heridas de nuestro Señor, o en algún otro lugar cerca de él, como en un retiro, en el que ocasionalmente podemos hacer un alto para refrescarnos y recrearnos en medio de nuestras ocupaciones exteriores; allí, como en una fortaleza, defendernos de la tentación». Además de esto, agrega que deberíamos «retirarnos ocasionalmente en la soledad de nuestro corazón, mientras que externamente nos involucramos en negocios o conversaciones». Ahora, esta práctica de retirarse a nuestro corazón para encontrar la soledad es una receta secreta para la paz del alma. Y puede usarse en cualquier momento y en cualquier lugar. San Francisco señala aquí que cuando «los padres de Santa Catalina de Siena la privaron de la oportunidad de un lugar y tiempo libre para rezar y meditar, nuestro Señor la dirigió, por sus inspiraciones, a hacer un pequeño oratorio dentro de su alma, en el que, retirándose mentalmente, podría, en medio de sus ocupaciones exteriores, disfrutar del espíritu de una santa soledad» (Bk II, cap. 12). También nosotros, como Santa Catalina de Siena, podemos encerrarnos en nuestra propia «celda interior», cuando no podemos encontrar la soledad física.
Entonces, podemos decir que el valor de la soledad no tiene precio. Para quien la halla, encuentra la vida, la paz y la alegría del Espíritu Santo. Y esto explica, como se señala en la Imitación de Cristo, de por qué «los grandes santos evitaron la compañía de los hombres del mundo tanto como les fue posible. Pues preferían estar a solas con Dios». Como dijo un hombre, «tan frecuente como haya estado entre hombres, así he vuelto menos hombre» (Bk. I, cap. 20).
Un buen ejemplo que prueba la verdad de esta observación es la vida y la historia de la Orden Cartuja. Los cartujos son una orden de monjes ermitaños que viven en perpetuo silencio y soledad. Fueron fundados en Grenoble, Francia, por San Bruno en 1084. Sin embargo, hasta el día de hoy, nunca han tenido que ser reformados. Sorprendentemente, han conservado su fervor original. De hecho, son la única orden monástica en la historia de la Iglesia «en preservar fielmente el verdadero ideal monástico en toda su perfección, durante siglos, en los que las otras órdenes cayeron en decadencia. Y el hecho de que los cartujos nunca han necesitado una reforma, ha sido tan duradera que se volvió proverbial: «Cartusia numquam reformata quia numquam deformata», que significa en español, «los cartujos nunca han sido reformados porque nunca han sido deformados».
III. El Silencio
Suficiente con la soledad. Ahora discutamos acerca del silencio. Se ha dicho que el silencio no sólo «completa e intensifica la soledad», sino que también es la «forma de hacer realidad la soledad». En otras palabras, podemos decir que el silencio «es la soledad puesta en acción«.
De principio a fin, la Biblia alaba la virtud del silencio. El libro de Proverbios, por ejemplo, no sólo nos dice que “Donde abundan las palabras no falta el pecado; más el que refrena sus labios es prudente” (Prov. 10,19), sino también que “Aún el necio, si calla, puede pasar por sabio y por inteligente, si cierra sus labios”. (Prov 17:28). Sin embargo, es en el Nuevo Testamento donde la doctrina del silencio y el control al hablar se desarrolla más plenamente. El apóstol Santiago llega al extremo de decir “Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende con palabras, es un varón perfecto, porque es capaz de dominar todo el cuerpo.» (Sant 3,2). Y Cristo mismo nos da una aterradora advertencia cuando nos dice: “Pero Yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado.» (Mt 12,36-37).
El silencio, por lo tanto, siempre ha sido altamente apreciado por los santos. Una vez le preguntaron a la Madre Teresa, «Madre, qué considera como lo más importante en el entrenamiento de sus hermanas?» Y ella respondió: «El silencio. El silencio interior y exterior. El silencio es esencial en una casa religiosa. El silencio de la humildad, de la caridad, el silencio de los ojos, de los oídos, de la lengua. No hay vida de oración sin silencio». Y luego, en otro momento, Madre Teresa amplió su filosofía del silencio, «necesitamos encontrar a Dios, y no se lo puede encontrar en el ruido y la inquietud. Vea cómo la naturaleza, los árboles, las flores y la hierba crecen en perfecto silencio». Finalmente, agregó, que sin lugar a dudas «Dios es amigo del silencio. Su lenguaje es el silencio. Y él requiere que estemos en silencio para descubrirlo. Necesitamos, por lo tanto, silencio para estar a solas con Dios, para hablar con él, escucharle y para reflexionar sobre sus palabras en lo profundo de nuestros corazones. Necesitamos estar a solas con Dios en silencio, para renovarnos y transformarnos. Porque el silencio puede darnos una nueva perspectiva de la vida. En el estamos llenos de la gracia de Dios, lo que nos hace hacer todas las cosas con alegría».
Ahora bien, si Dios es amigo del silencio, como nos dice la Madre Teresa, entonces el diablo debe ser amigo del ruido. CS Lewis en Cartas del diablo a su sobrino, pone algunas palabras en la boca del diablo que revelan esta verdad con más fuerza que toda una biblioteca. Esto es lo que dice el diablo: «Música y silencio, ¡Cómo los detesto a los dos! ¡Qué agradecidos deberíamos estar desde que nuestro padre (que es Lucifer) entró al infierno, ni un milímetro de espacio o de tiempo infernal ha sido entregado a ninguna de esas abominables fuerzas, ya que todo ha sido ocupado por el Ruido: el ruido, el gran dinamismo, la expresión audible de todo lo que es exultante, despiadado y viril; el ruido, que en sí mismo nos defiende de preocupaciones, miserables escrúpulos y deseos imposibles. Al final haremos que todo el universo sea ruido. Ya hemos hecho grandes avances en esta dirección, en lo que respecta a la tierra. Las melodías y el silencio del cielo, al final serán apagados».
Esta descripción, aunque ficticia, es bastante precisa. Pues el diablo ha sido extraordinariamente exitoso en hacer ruido y en esparcirlo sobre la faz de la tierra. Es prácticamente imposible experimentar un momento de pleno silencio, en alguna ciudad moderna, un momento en el que el aire esté libre del ruido incesante que parece asaltar nuestros sentidos por todos lados. No podemos caminar por las calles sin escuchar el ruido ensordecedor de camiones, motocicletas y equipos de construcción. Y es prácticamente imposible vivir en paz en un edificio de apartamentos debido al estruendo constante de televisores, radios y equipos de sonido. No es de extrañar, entonces, que las enfermedades mentales y el suicidio, estén en aumento.
Las personas necesitan silencio y soledad para descansar en la paz de Cristo, para recuperar su equilibrio psicológico y espiritual, para pensar, meditar, planificar, contemplar los misterios de Dios y la riqueza de la fe. Pero sólo unos pocos individuos afortunados pueden tener algo de esto, pues la mayoría de los hombres y mujeres son atacados día y noche por el ensordecedor ruido demoníaco.
El Papa Pablo VI puso el dedo en la llaga: «La conmoción, el estruendo, la actividad febril, la apariencia externa y la multitud, amenazan la conciencia interior del hombre. Y por ello carece de la voz genuina del silencio, que le habla en las profundidades de su ser: le falta orden, oración, le falta paz, falta a sí mismo”.
Por esta razón, el Papa Pablo VI recomendó que volviéramos al silencio de Nazaret y a la Sagrada Familia. «Si tan solo pudiéramos apreciar nuevamente su gran valor», enfatizó. Porque «necesitamos este maravilloso estado mental, acosados como estamos por la cacofonía de protestas estridentes y reclamos conflictivos tan característicos de estos tiempos turbulentos. El silencio de Nazaret debería enseñarnos a meditar en paz y tranquilidad, a reflexionar sobre lo profundamente espiritual, a estar abiertos a la voz de la sabiduría interna de Dios; al valor del estudio y la preparación, de la meditación, de una vida espiritual personal bien ordenada y de la oración silenciosa que sólo Dios conoce».
El Papa Juan Pablo II, siguiendo esta misma línea de pensamiento, ha recomendado que tomemos a María y San José como ejemplo en la vida silenciosa. «El silencio de María«, afirmó, «no es solo moderación al hablar, sino que es especialmente una sabia capacidad para recordar y abrazar con una sola mirada de fe, el misterio de la Palabra hecha hombre y los acontecimientos de esta vida terrenal. Es Este silencio de aceptación de la Palabra«, enfatizó, «Esta capacidad de meditar en el misterio de Cristo, María la transmite a los creyentes. Y en un mundo ruidoso lleno de mensajes de todo tipo, su testimonio nos permite apreciar un silencio espiritualmente rico y fomentar un espíritu contemplativo».
Mientras que San José, por otro lado, dice el Papa, «se nos presenta como un testimonio incomparable de ese silencio contemplativo, lleno de esa escucha de la palabra de Dios, que emana de los Evangelios, como la atmósfera característica de la casa de Nazaret. El silencio de San José (debe notarse) fue un silencio activo, que acompañó su trabajo diario al servicio de la Sagrada Familia». Siguiendo el ejemplo de San José, entonces, «todos los creyentes», instó el Papa, «deberían tener en su propia vida una profunda armonía entre la oración y el trabajo, entre la meditación de la Palabra de Dios y sus ocupaciones diarias».
Ahora, una gran dificultad que muchas personas tienen cuando se trata de practicar el silencio, es que a menudo la superan con el deseo de quejarse. Pero esta actitud no es agradable a Cristo, que «se calló y no abrió la boca» cuando fue insultado y tratado injustamente. Porque Cristo sufrió por nosotros, como nos dice San Pedro, y nos dejó un ejemplo a seguir. «Y cuando fue insultado, no devolvió ningún insulto. Y cuando lo hicieron sufrir, no respondió con amenazas» (1 Pt. 2,21).
San Juan de la Cruz hace una declaración muy fuerte sobre las quejas. Afirma que «cualquiera que se queje o refunfuñe no es perfecto ni es un buen cristiano». Nunca deberíamos quejarnos, no sólo ante los demás, o sobre los demás, sino que tampoco deberíamos quejarnos ante Dios. Nuestra respuesta ante el mal y el sufrimiento debe ser una aceptación silenciosa y no un cuestionamiento furioso. Porque hay silencio incluso en el cielo (véase Apocalipsis 8,1).
Debemos ser conscientes, por lo tanto, de lo inútil que es quejarse ante Dios o sobre Dios. Como señala San Juan, «al darnos a su Hijo, su única Palabra, nos habló todo de una vez, en esta única Palabra, y no tiene más que decir … pues lo que antes habló por partes a los profetas, ahora lo ha dicho todo de una vez, dándonoslo Todo en Aquel que es su Hijo. Cualquier persona que cuestione a Dios o desee una visión o revelación sería culpable no solo de un comportamiento tonto sino también de ofenderlo, al no fijar sus ojos completamente en Cristo.
Ahora, es importante tener en cuenta, que practicar la virtud del silencio no significa que tengamos que estar constantemente callados y nunca decir nada. Nada podría estar más lejos de la verdad. Pues existe un silencio secular, por ejemplo, al darle a alguien el «tratamiento silencioso». Para practicar la virtud del silencio, entonces, debemos saber cuándo hablar, a quién hablarle y la forma correcta de hacerlo.
Las Cartas de San Pablo contienen muchos consejos útiles sobre este tema, e incluso podrían llamarse una especie de «resumen» sobre cómo hablar. En la carta a los filipenses, escribe que no solo debemos «actuar sin quejarnos ni discutir» (Filipenses 2,15), sino que debemos hablar únicamente de «todo lo que es verdadero y noble, todo lo que es justo y puro, todo lo que es amable y digno de honra, todo lo que haya de virtuoso y merecedor de alabanza» (Filipenses 4, 8). Y en su carta a los Efesios, dice «Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, al contrario, que sus palabras sean siempre buenas para la necesaria edificación, y hagan bien a aquellos que las escuchan» (Ef 4,29). Y luego agrega: «ni palabras deshonestas, ni necedades, ni bromas groseras: todo esto está fuera de lugar. Lo que deben hacer es dar gracias a Dios» (Ef 5, 4).
Los Salmos también nos pueden enseñar a hablar de manera cristiana. El Salmo 34 nos dice: «Quien ama la vida y desea gozar de días felices, guarde su lengua del mal y sus labios de palabras mentirosas«. Y el Salmo 55 nos advierte del alto precio de la mentira: «los hombres sanguinarios y traidores no llegarán ni a la mitad de sus días«.
Por lo tanto, siempre debemos tener en cuenta que el silencio no es un fin en sí mismo, sino simplemente un medio para un fin, y es muy efectivo. El propósito principal del silencio es ayudarnos a crecer en el amor y el conocimiento de Cristo. Con lo cual, todas nuestras conversaciones deben ser selectivas, y a veces debemos sacrificar nuestro deseo de hablar con otros, si esta es la voluntad de Dios.
No sólo eso, sino que también debemos practicar el silencio cuando hablamos con los demás. Hacemos esto permitiendo que la otra persona hable y escuche cortésmente. «Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar,…», como nos dice Santiago (Sant 1,19). En otras palabras, primero debemos pensar y luego hablar. El beato Giles el franciscano dice sobre este punto: «deberíamos tener en los labios un candado, para que nuestras palabras fueran lejos antes de que salieran de nuestra boca».
IV. Conclusión
Por supuesto, para practicar todo esto, se requiere una gran humildad. Para vivir una vida «escondida con Cristo» (Col 3, 3) se requiere la crucifixión del ego. San Benito era muy consciente de este factor. Y es por eso que señala en su Regla, que el silencio es inseparable de la humildad. Es decir, no puedes tener uno sin el otro.
No podemos vivir una vida de silencio, soledad, humildad y oración, excepto con la gracia de Dios e imitando a María, la Mujer del Silencio, como al Papa le gusta llamarla. Porque todas las gracias fluyen de sus manos. Así que hoy, solicitemos a la Santísima Madre, la Reina de la Paz, la luz y la fuerza que necesitamos para reflexionar sosegadamente en la palabra de Dios, en el silencio y la soledad de nuestros corazones.