La Pureza

María en su Inmaculada Concepción fue pura y transparente para Dios, sin desorden, sin perturbación interior, ni inquietud. Nosotros también debemos aprender a ser puros, honestos y simples, sin motivaciones o deseos paralelos, llenos de disciplina en cuerpo y alma. De esta manera estaremos tranquilos y listos para la llamada del ángel.

Sobre la Santa Pureza

¿Quién puede subir al monte del Señor?, ¿Quién puede estar en el recinto sacro?. El hombre de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos, ni jura contra el prójimo en falso. Ese recibirá la bendición del Señor, le hará justicia el Dios de salvación. Este es el grupo que busca al Señor, que viene a tu presencia, Dios de Jacob. (Salmo 23,3-6)

Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios. (Mateo 5, 8)

I. La pureza de los ángeles, los hombres y la creación física.

A. La pureza como objetivo de nuestra peregrinación

La meta final del ángel, el hombre y toda la creación física, en la gloriosa fiesta de bodas del Cordero, es descrita por San Juan en el Libro del Apocalipsis: “Regocijémonos, saltemos de júbilo y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero; su esposa se ha engalanado y se le ha concedido vestirse de finísimo lino blanco y resplandeciente; porque el fino lino son las buenas acciones de los santos”. (Apocalipsis 19, 7-8).

La condición previa para participar en este banquete de bodas, es la pureza de corazón. En el Antiguo Testamento, las vasijas del templo tenían que ser de oro puro. Así también en la Jerusalén celestial, aquellos que son vasijas del amor de Dios, en el cielo son puros (Apoc. 21, 18-21, 27). Por esta razón, San Pablo instruyó a los Tesalonicenses: “Esta es la voluntad de Dios, su santificación: que se abstengan de la inmoralidad; que cada uno de ustedes sepa cómo controlar su propio cuerpo en santidad y respeto, no en la pasión de la lujuria como los paganos que no conocen a Dios; que nadie se atreva a perjudicar ni a dañar en esto a su hermano, porque el Señor hará justicia por todas estas cosas, como ya se lo hemos dicho y atestiguado, porque Dios no nos llamó a la impureza, sino a la santidad. Por eso, el que rechaza estas normas, no rechaza al hombre, sino a Dios, quien da su Espíritu Santo” (1Tes 4, 3-8).

Aunque a menudo pensamos en la pureza únicamente en términos de castidad, la Iglesia reconoce una comprensión mucho más amplia. El Catecismo de la Iglesia Católica enseña: ” ‘Puro de corazón’ se refiere a aquellos que han sintonizado su intelecto y voluntad con las demandas de la santidad de Dios, principalmente en tres áreas: caridad, castidad o rectitud sexual, amor a la verdad y ortodoxia de la fe. Existe un vínculo entre la pureza del corazón, la del cuerpo y la de la fe”. 

En esta conferencia consideraremos la pureza de los ángeles, del hombre y de la creación física. También discutiremos algunos medios prácticos para trabajar por la purificación de aquellas cosas que han sido contaminadas en el hombre y en la creación.

B. Pureza de los ángeles

Los santos ángeles ya son puros. Han sido purificados por la luz de Dios, es decir, por su Palabra. Cristo es la pureza de los ángeles. San Juan de la Cruz enseñó que el intelecto creado debe pasar por una especie de purificación oscura para lograr la unión con la luz divina. “Para que el intelecto alcance la unión con la luz divina y se vuelva divino en el estado de perfección, [una] contemplación oscura, primero debe purgarlo y aniquilarlo de su luz natural, para así llevarlo a la oscuridad. Es apropiado que esta oscuridad dure tanto tiempo como sea necesario, para la expulsión y aniquilación de la forma habitual de comprensión del intelecto, y que la luz y la iluminación divinas tomen su lugar”.

Esta es una purificación que toma su lugar en y a través de la Verdad. “La sabiduría misma de Dios… purga a los ángeles de sus ignorancias y les da entendimiento al iluminarlos en asuntos que ignoran”. Los ángeles son purificados por la luz sobrenatural de la verdad. Los que rechazan esta verdad se convierten en una mentira. Satanás es un mentiroso desde el principio y de la mentira (Jn 8,44). San Agustín escribió:

“La verdadera Luz, que ilumina a cada hombre que viene al mundo”, esta Luz también ilumina a cada ángel puro, para que pueda ser luz no en sí mismo, sino en Dios; de quien si un ángel se aleja, se vuelve impuro, son todos aquellos que se llaman espíritus inmundos, y ya no son luz en el Señor, sino oscuridad en sí mismos, siendo privados de la participación de la Luz eterna. Porque el mal no tiene naturaleza positiva; así la pérdida del bien ha recibido el nombre de “mal”.

La impureza de los ángeles consiste en alejarse de Dios. Se volvieron “falsos” para Dios y para ellos mismos. Por lo tanto, su impureza es esencialmente su apostasía de la fe.

C. La pureza de los hombres

El hombre fue creado para poder conocer y amar a Dios y servirle a través de su cuerpo. Fue creado como un templo y un microcosmos. Esto está bellamente expresado por San Clemente de Alejandría, quien habla sobre cómo la Palabra de Dios formó al hombre en armonía y para ser un templo:

Y el que es de David, y sin embargo antes que él, la Palabra de Dios, despreciando la cítara y el arpa, que no son más que instrumentos sin vida, y habiendo sintonizado el universo por el Espíritu Santo, y especialmente el hombre, que está compuesto de cuerpo y alma, es un universo en miniatura (microcosmos), hace melodía para Dios en este instrumento de muchos tonos; y por este instrumento, quiero decir hombre, canta en conformidad: “Porque tú eres mi cítara y arpa, mi templo” – un arpa para la armonía – una cítara en razón del Espíritu – un templo en razón de la palabra; para que el primero suene, el segundo inhale, el tercero contenga al Señor”.

Cuando San Pablo enseñó a los corintios que ellos eran el templo de Dios, él no estaba inventando una nueva doctrina. “Porque el templo de Dios es sagrado, y ustedes son ese templo” (1 Cor 3,17). Cristo ya había indicado que su cuerpo era un templo. Cuando limpió el templo en Jerusalén de los cambistas, los Sumos Sacerdotes le preguntaron qué señal podía dar, para demostrar que tenía autoridad para hacer tal cosa. Él respondió: “Destruyan este templo, y en tres días lo volveré a construir”. Aunque lo dicho por Jesús fue distorsionado en el juicio, al decir que tenía la intención de destruir el templo, ellos sabían lo que estaba diciendo. “Pero él hablaba del templo de su cuerpo” (Jn 2,21). Pusieron guardias en su tumba basándose en esta única predicción sobre su resurrección. Sabían lo que Jesús estaba diciendo porque no era una noción poco común, aquella de que el hombre fue creado para ser un microcosmos, y que el cosmos era el templo de Dios. 

Esto da una indicación especial de la necesidad de la pureza del hombre. Así como el templo debe ser preservado de la profanación y la contaminación, también el cuerpo y el alma del hombre.

  1. Causas de impureza

Al igual que los ángeles, el hombre también se vuelve impuro como consecuencia de su alejamiento de Dios y su cercanía a algunos bienes creados. En general, hablamos de pureza en términos de que una sustancia preciosa esté libre de cualquier mezcla de otra sustancia de menor valor. No llamaríamos “impuro” a un metal básico que tiene rastros de oro. Estaría más ennoblecido que impuro, mientras que el oro, que tienen algunos metales mezclados es impuro. Así también sucede con el alma. El alma puede unirse por amor a lo que es superior, a Dios, pero no a lo que está por debajo de Él. El alma que se aparta de su objetivo, el Creador, para sumergirse en la creación se vuelve impura. San Juan de la Cruz escribió:

El alma que lleva dentro de sí el más mínimo apetito por las cosas mundanas tiene mayor impureza e indecencia en su viaje a Dios, que si estuviera preocupada por todas las horribles y molestas tentaciones y tinieblas que se pueden describir; porque, mientras no consienta estas tentaciones, un alma así probada puede acercarse a Dios con confianza, haciendo la voluntad de Su Majestad, quien proclama: “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso.” (Mt 11,28).  

  1. Volviéndose hacia los bienes materiales

Nuestro amor por los bienes materiales debe ser ordenado por el amor a la caridad, como lo explicó San Clemente de Alejandría:

En el alma impura, la gracia de Dios no haya entrada. Y esa alma que está contaminada, pues abunda en ella la lujuria, se encuentra angustiada en medio de muchos afectos mundanos. Pues aquel que se aferra a sus posesiones, plata, oro y casas, como dones de Dios; y los administra para Dios que los da para la salvación de los hombres; y sabe que los posee más por el bien de los hermanos que por el suyo; y es superior a la posesión de ellos, no es esclavo de las cosas que posee; y no los lleva en su alma, ni ata y circunscribe su vida a ellos, sino que siempre está dedicándose en algún trabajo bueno y divino, incluso si queda necesariamente privado de ellos por algún tiempo, es capaz de soportar con una mente alegre de igual forma, tanto su remoción como su abundancia. Este es aquel que es bendecido por el Señor, y llamado pobre en espíritu, un heredero del reino de los cielos.

San Pablo equipara la codicia con la idolatría: “Porque pueden estar seguros de que nadie que sea avaro (es decir, idólatra), inmoral o impuro tendrá herencia en el Reino de Cristo y de Dios.” (Ef 5, 5). A su vez, todos los profetas del Antiguo Testamento equipararon la idolatría con el adulterio hacia Dios (por ejemplo, Oseas 1, 2). San Pablo también habla sobre cómo el pecado de la idolatría conduce a pecados reales contra la castidad: “Aunque afirmaban ser sabios, se volvieron necios y cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes que eran réplicas del hombre mortal, de las aves, de los cuadrúpedos y de los reptiles. Por eso Dios los entregó a los malos deseos de sus corazones, que conducen a la impureza sexual, de modo que degradaron sus cuerpos los unos con los otros. Cambiaron la verdad de Dios por la mentira, adorando y sirviendo a los seres creados antes que al Creador, quien es bendito por siempre. Amén.” (Romanos 1, 22-25).   

  1. Pecados contra la castidad

En términos generales, una de las formas más comunes de esclavizar a las creaturas es a través de los pecados contra la castidad. (Hay otras adicciones como el abuso de drogas, hoy tan comunes y tal vez aún más esclavizadoras). La impureza es un pecado que puede cautivar fácilmente la mente, el corazón y el cuerpo del hombre. Como este pecado tiene un efecto particularmente devastador en la santidad del alma, San Pablo advirtió a los corintios: “Huyan de la inmoralidad sexual. Todos los demás pecados que una persona comete quedan fuera de su cuerpo; pero el que comete inmoralidades sexuales peca contra su propio cuerpo.  ¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que han recibido de parte de Dios? Ustedes no son sus propios dueños; fueron comprados por un precio. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios.” (1Cor 6,18).

D. La pureza de la creación física.

Además de la pureza del hombre y del ángel, también la creación física está llamada a la pureza. Esto se refleja en el hecho de que el cosmos también se crea como el templo sagrado de Dios. El Dr. Scott Hahn escribió: “El relato de la creación enseña la verdad más fundamental sobre el mundo que se formó, para ser un lugar sagrado para la presencia de Dios, y la adoración sacerdotal del hombre en sacrificio. En otras palabras, Dios quiere que veamos el mundo como un macro templo”.

Causa de impureza de la creación

Sin embargo, la creación física se ha vuelto impura como consecuencia de la caída de Adán. El pecado del hombre tiene un efecto contaminante y corruptor en la creación. “Maldito es el suelo por tu culpa” (Gen 3,17). Santo Tomás de Aquino escribió:

A causa del pecado, las cosas corporales contraen una cierta condición de inapropiados para ser designados a propósitos espirituales. Por ejemplo, los lugares donde se cometieron crímenes no son aptos para los ritos sagrados, a menos que se limpien primero. En consecuencia, esa parte del mundo que se da para nuestro uso, contrae por los pecados del hombre, una cierta incapacidad para ser glorificado, por lo que necesita ser limpiado. 

Esta verdad se refleja en el Antiguo Testamento. Cuando Dios le dio la Ley a Moisés, advirtió al pueblo de Israel: “Ustedes obedezcan mis estatutos y preceptos. Ni los nativos, ni los extranjeros que vivan entre ustedes deben practicar ninguna de estas abominaciones, pues las practicaron los que vivían en esta tierra antes que ustedes, y la tierra se contaminó. Si ustedes contaminan la tierra, ella los vomitará como vomitó a las naciones que la habitaron antes que ustedes.” (Lev. 18, 26-28). Cuando el pueblo de Israel hizo caso omiso de la Ley de Dios, el profeta Jeremías les dijo “…has contaminado la tierra con tu vil prostitución” (Jer 3, 2). Y eventualmente, la gente fue “vomitada” fuera de la tierra por medio del “cautiverio babilónico”.