En el mundo moderno vivimos en la época de los medios de comunicación. Nunca en la historia humana fue tan fácil la comunicación como hoy. En cualquier momento podemos entrar en contacto con personas que viven más allá del océano, en el otro lado del mundo. Los telescopios espaciales proveen informaciones sobre otros planetas distantes de la tierra. También recibimos cada día y cada hora las noticias más recientes que acontecen muy lejos de nuestra puerta. Vemos por la televisión muchas personas famosas, políticos, artistas, o personajes eclesiásticos y quizás pensamos que los conocemos. Pero, ¿será que realmente los conocemos? Si queremos conocer una persona es indispensable el diálogo con ella y con certeza también es preciso saber algo de su pasado y de su historia, del ambiente y de la cultura en que creció, conocer un poco sus familiares, su ocupación, etc.
“Amaos los unos a los otros” también quiere decir “Comunicaos los unos con los otros”
Lo mismo debemos aplicar a nuestra relación con JESÚS, que está presente entre nosotros en la Santísima EUCARISTÍA. Pensamos que ya conocemos el misterio de la EUCARISTÍA, aprendemos en la catequesis que en la Hostia Consagrada está realmente presente JESUSCRISTO con su Cuerpo y Alma, Sangre y Divinidad. Comulgamos frecuentemente y cantamos himnos y cantos en honra al Santísimo Sacramento, pero todavía, eso no significa que realmente conocemos al Señor. Y de hecho este misterio es tan grande que nunca lo conoceremos a fondo. Es un misterio Divino y ninguna mente humana ni angelical, lo puede escrutar completamente.
Conocer a JESÚS Eucarístico a partir de su origen: ¡Él viene del cielo!
Un medio para conocer mejor al Señor, es contemplar “su origen”. De dónde vino, quien es Su PADRE y Su Madre. Y así llegaremos a una realidad maravillosa: ¡JESÚS viene del Cielo! Su PADRE es el propio DIOS, y por lo tanto Él es el verdadero hijo de DIOS, superior a cualquier potestad tanto celestial como terrestre, o sea, mayor que todos los Ángeles (cf. Ef 1,10.20-23; Cl 1,16.20; 2,10; Hb 1-2). CRISTO es el centro del mundo angélico. Presente en la Eucaristía, continúa siendo el Señor de los Ángeles y por ello los Ángeles son los siervos de Nuestro Señor Eucarístico. Ellos decidieron seguir al siervo de Yahvé hacia las profundidades de la tierra, diciendo con él: ¡Nosotros “queremos servir”!
Tal disposición y humildad de los Ángeles nos estimula e invita a entrar en un coloquio con JESÚS cuando comulgamos en la Eucaristía, para conocerlo mejor, para saborear y ver cómo el Señor es bueno.
En el Antiguo Testamento leemos, que el pueblo de Israel durante su caminata por el desierto, recibió como alimento el maná, que también fue llamado “Pan del Cielo”, o “Pan de los Ángeles”. La tradición aplicó esto también al Pan Eucarístico: La Santa Comunión, denominada “Pan de los Ángeles” o “Pan del Cielo” (cf. Cat 1331). Y en el salmo 77,25 se reza: “los hombres comieron el “Pan de los Ángeles”, lo que se puede entender de varias maneras. Para reflexionar sobre eso, nos puede ayudar como comparación la siguiente historia:
“Los hombres comieron el Pan de los Ángeles” (Sl 77,25)
En un aeropuerto, una señora iba a viajar, compró una revista y un paquete de galletas mientras esperaba que saliera su vuelo, buscó una silla desocupada y se sentó para leer tranquilamente. Poco después, un hombre se sentó al lado de ella.
Sucedió que cuando ella cogió la primera galleta, el hombre de al lado, también cogió una. La señora quedo indignada, pero para evitar un escándalo fingió no ver. Su vecino, sin embargo, continuó en la misma actitud: a cada galleta que ella cogía, él hacía lo mismo.
Podemos imaginar que no fue fácil continuar la lectura. La Señora fingía que leía, pero su atención se concentró en el paquete de galletas, que de manera extraña se iba acabando. Una a una, las galletas fueron desapareciendo hasta que sobró apenas una. Ella pensó, ¿será que él va tener el coraje de coger la última de mis galletas? Mas el hombre se mostró cariñoso y dividió la galleta que sobraba en dos partes, dejando la otra mitad para ella.
Finalmente llegó la hora de su viaje y sin mirar a su vecino desagradable, la señora cogió su revista y sus cosas y se dirigió al sector de embarque, aliviada por alejarse de aquel hombre mal educado. Ya en el interior del avión, sentada confortablemente, miró dentro de su bolsa y para su sorpresa, ahí estaba el paquete de galletas, todavía intacto. Luego ella comprendió lo que había sucedido y sintió una inmensa vergüenza. Pues quien estaba equivocada ¡era ella! Simplemente se comió las galletas de su vecino, y ya no tenía la posibilidad de disculparse. En cuanto el avión ganaba altura, ella quedo pensando en aquel hombre tan tranquilo, que no le importó que una desconocida comiese parte de sus galletas, repartiendo hasta la última con ella, sin recibir ni la más mínima señal de agradecimiento. Así, Aquel que es causa de júbilo para los Ángeles, ahora está en medio de nosotros, para alimentarnos con el Pan Celestial, ¡Él mismo! Y deberíamos preguntarnos: ¿No nos comportamos a veces de manera atrevida y ciega delante de un misterio que los mismos Ángeles desean contemplar? (1 Pe 1,12)
¿Por qué la EUCARISTÍA es llamada “Pan de los Ángeles”?
CRISTO en el cielo es el alimento de los Ángeles. Estos espíritus “se alimentan” de ÉL cuando lo contemplan, llenos de admiración y amor. No hay quien contemple al SEÑOR y no quede fortalecido “abastecido” y entusiasmado. Acordémonos de los discípulos de Emaús, que estaban abatidos, sin esperanza y sin ánimo. Pero al ver a JESÚS y hablar con ÉL, principalmente al partir el Pan, todo cambió. Fue ese el alimento que necesitaban y que los levantaría.
Como Pan vivo bajado del cielo, el SEÑOR alimenta también nuestra alma: aumenta en ella la vida Divina.
Cuando nuestro cuerpo no puede comer, nos debilitamos, perdemos fuerza y peso y poco a poco podemos enfermarnos y desequilibrarnos, hasta aproximarnos a la muerte. Así también nuestra alma necesita de un alimento. Ella no puede subsistir sin este, por ello requiere de una fuente de abastecimiento. El alma es inmortal y no muere como nuestro cuerpo. Desde el Bautismo nuestra alma se llena de la vida Divina, que se puede perder, y de hecho existe quien nos envidie por causa de eso y quiere quitarnos este tesoro del corazón; está constantemente tentándonos, haciéndonos sufrir, preparándonos trampas y seducciones y ofreciéndonos muchas cosas: “todo esto te daré, si te postras y me adoras” (Mt 4,9) eso quiere decir, si haces lo que yo quiero. Pero el SEÑOR en su gran bondad, nos ofrece aquel alimento, que intensifica siempre de nuevo esta vida Divina dentro de nosotros y nos enraíza cada vez más profundamente en la intimidad del PADRE y del HIJO y del ESPIRITU SANTO. Así, Él quiere revitalizar nuestras fuerzas.
Nosotros tenemos acceso tan fácil al Pan del Cielo. Es poco probable que CRISTO resucitado se nos aparezca como a los discípulos de Emaús y tampoco es necesario, pues ya sabemos dónde encontrar al SEÑOR: en la Iglesia. Es ella quien nos da el Pan del Cielo, el Pan que nos sustenta en todas las miserias y debilidades.
“Venid a MI todos vosotros que estáis cansados y fatigados, y YO los aliviaré” (Mt 11, 28)
Hoy en día podemos comer diferentes tipos de comidas, hasta de otros países. Existen restaurantes japoneses, chinos, libaneses, italianos, árabes, etc. Por lo tanto, si queremos cenar comida japonesa, no necesitamos viajar hasta Japón, basta dirigirnos a uno de estos restaurantes. Así podemos decir también, que si queremos comida celestial, el Pan del Cielo, no es necesario morirnos ya, o subir al cielo, solamente debemos dirigirnos a la Iglesia, pues ella tiene el poder y la tarea de darnos aquí, en la tierra, el Pan del Cielo.
Depende de nosotros, querer y aceptar este alimento. Es nuestra responsabilidad dirigir nuestros pasos hasta la Iglesia más próxima, para poder comer el Pan de los Ángeles y saciar nuestra alma con JESÚS. Que este año de la EUCARISTÍA, haya dejado en nosotros serios propósitos para ir muchas y muchas veces al encuentro de JESÚS, para nutrirnos de EL, sea comulgando, o contemplándolo en la adoración, siempre admirándolo y amándolo con reverencia y alegría en el corazón, con los Ángeles y como los Ángeles.
“Jesús, te damos gracias por este Sacrificio, que te complaces recibir de nuestras manos. Aunque tengas delante Tuyo a miríadas de Ángeles, Arcángeles, Querubines y Serafines de seis alas y ojos innumerables, que elevándose a Tí, cantan, proclaman y entonan el himno triunfal” (De la Liturgia Bizantina)
En las últimas cartas circulares meditamos sobre la Eucaristía en relación a nuestra vida diaria y el trabajo humano, pero también en relación al misterio como “Pan del cielo” adorado por los santos Ángeles. En esta circular queremos considerar la Eucaristía como misterio de comunión. El papa Juan Pablo II, en su carta Mane nobiscum Domine (nn. 19-22), llama a la Eucaristía la “Fuente y Epifania (manifestación) de Comunión”.
1) La Eucaristía es un encuentro: comulgar es un mirar, un tocar, un dialogar, un comprender y un permanecer en el otro con amor de amigo.
La Eucaristía es de una dimensión profundamente personal. Contra el peligro de despersonalizar la Eucaristía, el papa Juan Pablo II insiste en un encuentro personal con Jesús en la Eucaristía: “Podemos decir que cada uno de nosotros recibe a Cristo, pero también que Cristo recibe a cada uno de nosotros.” Él intensifica su amistad con nosotros: “os he llamado amigos” (Jn 15,15). En la comunión eucarística se realiza el estar el uno en el otro, la inhabitación mutua de Cristo y del discípulo. De hecho, nuestro Señor instituyó la Eucaristía en la intimidad de la Última Cena como Su don personal de amor para Sus amigos.
El hombre como persona, es un ser para la comunión por las relaciones personales. La comunión se da mediante la mutua donación y receptividad de sí mismo. Del yo y del tú se forma el nosotros. El yo frente al tú descubre cierta plenitud del ser que vence la soledad y entra en una comunión efectiva. El hombre está en continua búsqueda de comunión, don de amor que quiere compartir y quiere ser fiel hasta lo último en la donación de sí mismo.
La palabra comunión se refiere a una unión personal. En principio se trata de la comunión de DIOS en el Misterio Trinitario, pero esta comunión divina se extenderá sobre las criaturas por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo. Al darse gratuitamente, por gracia, DIOS hace posible la comunión con Él y, a partir de allí, se vuelve posible un nuevo tipo de comunión de los hombres entre sí.
El Señor dice: «El que come mi Carne y bebe Mi Sangre permanece en Mí y Yo en él. Así como Yo, que he sido enviado por el PADRE que tiene Vida, vivo por el PADRE, de la misma manera, el que me come vivirá por Mí» (Jn 6,56-57). La Eucaristía es el lugar del encuentro donde los Santos sacaran fuerza y alegría. A través de Cristo, quien vive por el PADRE, somos introducidos al misterio más profundo de DIOS, que es la comunión de amor, la unión perfecta en la Trinidad. Este misterio del amor divino ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, así el hombre participa en la intimidad entre JESÚS y Su PADRE. Existe una diferencia al decir: “estar aquí” o “estar aquí para alguien”. JESÚS está aquí para nosotros. Si está aquí para mí, entonces esto requiere mi atención, así nos volvemos Sus amigos por la Eucaristía.
Una vez, una religiosa escribiendo una carta la finalizó despidiéndose con las palabras: “Nos veremos en la Eucaristía”. Ella tiene su encuentro diario con JESÚS en la Eucaristía y para ella, en la adoración, por medio de este estar con JESÚS, se encuentra también con sus seres queridos. Su mirar a DIOS en la Eucaristía, se convierte en una participación de Su mirada. En JESÚS podemos ver a todos nuestros amigos, presentándolos a Él, junto con sus Ángeles de la Guarda.
2) Armonía perfecta
Cuando nosotros imaginamos una orquestra vemos que cada instrumento tiene sus propias características, “su tono”, y entendemos que tocando juntos podríamos descubrir millones de variaciones armónicas. Cuando tenemos algunos colores diferentes, se los puede mezclar y producir millones de distintas tonalidades. La mano no puede decir que no necesita de los ojos para trabajar y, para caminar se precisa de los pies. Todo funciona armónicamente en una naturaleza que es muy compleja.
También, cuando observamos a varios hombres trabajando juntos en una misma obra, ejerciendo diversos oficios, vemos como se obtiene una obra maravillosa donde, cada uno con sus dones, contribuye en el todo. Un cuerpo público como el estado también es un sistema muy complejo. Pero la Iglesia es bastante diferente de este, porque su alma es el mismo Espíritu Santo que dirige todo y es quien construye la Iglesia, y el Espíritu de Cristo es dado, principalmente, mediante la Eucaristía.
Cuando en una comunidad se práctica la caridad fraterna por las diferentes formas de amor, sea con los pobres o con los enfermos, podemos imaginar una vida de caridad fecunda que edificará a toda la Iglesia. Y ni siquiera podríamos imaginar que los coros de los Ángeles, los cuales en una comunión perfecta y bajo la dirección del Espíritu Santo armonizarán todo el universo, y también, ni siquiera imaginar la hora en que Cristo “unirá en Sí todas las cosas” (cf. Ef 1,10). ¡Qué bello será contemplar un universo perfecto donde DIOS se hace todo para todos, donde Él estará presente en todas las cosas!
3) Una Santa Unión en la Iglesia: un sólo Pan y un sólo Cuerpo
La Eucaristía hace a la unidad del Cuerpo Místico: la Eucaristía edifica la Iglesia. Los que la reciben están unidos más íntimamente a Cristo y mediante ella, la Eucaristía, los diversos miembros encuentran una armonía. El hombre que comulga se coloca en relación más profunda con los santos Ángeles. Uniéndose a Cristo, el pueblo de la Nueva Alianza no se encierra en sí mismo, por lo contrario, se hace «sacramento» para la humanidad, señal e instrumento de la salvación realizada por Cristo, para la redención de todos. Por la Comunión Eucarística, la Iglesia es consolidada en su unidad de Cuerpo de Cristo. A este efecto unificador que tiene la participación en el banquete eucarístico, alude San Pablo cuando dice a los Corintios: “El pan que partimos, ¿no es acaso comunión con el Cuerpo de Cristo? Ya que hay un sólo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un sólo Cuerpo, porque participamos de ese único pan” (1 Cor 10,16-17). Con estas palabras se expresa un gran misterio, porque muchos comulgan y son introducidos en DIOS participando en la vida divina, pero también los miembros del Cuerpo están unidos entre sí, en la medida que se unen a Cristo. Por eso, como fruto de la comunión, se realiza la acción unificadora del Cuerpo Místico por la acción del Espíritu Santo, como se reza en la Santa Misa: Fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre del Hijo y llenos del Espíritu Santo, formamos en Cristo, un solo cuerpo y un solo Espíritu. Esto es lo que JESÚS pide al PADRE, para que todos sean uno. Se compara nuestra unión con la naturaleza divina, en analogía a la unión substancial de Cristo con el PADRE.
Debemos entender la Eucaristía en esta dimensión eclesiológica porque construye la Iglesia. Ya no existen muchos pueblos en la tierra, sino sólo un pueblo, los que participan en la mesa del Señor. La Iglesia es como una red de muchas comunidades eucarísticas, y siempre permanece unida formando un único cuerpo. Por eso, no existen más fronteras en la Iglesia, no existe mas diferencia entre hombre y mujer, entre esclavo y libre, porque la Eucaristía es la misión más amplia del Hijo, con una importancia para toda la creación; y si la misión del Hijo de DIOS fue la unificación de toda la creación, como nos enseña San Pablo, entonces debemos encontrar esta unión en la Eucaristía y también serán incluidos los Ángeles y la creación material.
4) Un sólo corazón y una sola alma
La Unión que la comunión produce es ser un sólo corazón y una sola alma como los primeros cristianos (cf Hch 2,44; 4,32). Esta unión se manifiesta por la lealtad de los fieles a las autoridades, y también, por la caridad activa. Todos entenderán que nadie vive para sí mismo, mas todos vivimos para el Señor. En la unión perfecta con el Señor, nadie tendrá más envidia, todos serán felices, todos se dispondrán al servicio de los otros, porque cada uno sabe que lo que recibió en este inmenso don de la Eucaristía, es mucho más de lo que él mismo podría dar por sí mismo. El cielo es la vida en la caridad perfecta y el hombre ya se anticipa, porque de alguna manera, por la Eucaristía ya estamos siendo introducidos en el cielo.
La celebración de la Eucaristía es el centro y la fuerza de la vida de la Iglesia, su grandeza está en el darse, así como Cristo se da a nosotros. Por lo tanto, esto no puede durar solamente durante la Santa Misa, este misterio debe brillar durante todo el día, ya que es penetrado por el respirar del alma en la oración, la presencia de DIOS es garantía de la salud del cuerpo y del alma.
Una unión profunda, verdadera y permanente, no se puede realizar si no fuera por una unión interior y espiritual, una unión de los corazones. Podemos recibir la Eucaristía solamente en unión con toda a Iglesia, con toda su autoridad y junto con el Papa. La comunión eucarística es una comunión con todo el Cuerpo de Cristo, porque sin el todo, no existiría comunión plena. Para esto se necesita una preparación y confesar la fe católica que comprende todas las verdades de la fe; también precisa querer lo que DIOS quiere: la salvación de todos.
“Todo lo mío es tuyo”
Cuando, en la parábola del hijo pródigo (Lc 15,31), el padre le dijo a su hijo mayor “Hijo mío, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo”, pensaba no solamente en sus bienes materiales, sino también quería dejarlo participar de su alegría en el padre. Por la Eucaristía, ya no hay más diferencia entre “lo mío y lo tuyo”. Según san Juan Crisóstomo, en el Reino de DIOS no existe la palabra mío o tuyo, sino que es todo nuestro. El amor de DIOS es común a todos nosotros, nos pertenecemos unos a otros y donde DIOS es todo en todos, nosotros estamos en todos y todos en nosotros. Formamos un sólo Cuerpo, el Cuerpo de Cristo y en este cuerpo, la alegría de uno es la alegría de todos. En Cristo no hay más aislamiento y esto es lo que JESÚS pide al PADRE: “para que todos sean uno”. Lo que el PADRE dice a su hijo mayor en la parábola, es lo JESÚS repite en su oración sacerdotal (Jn 17,10), “Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío, y en ellos he sido glorificado”, y esto también vale para todos nosotros en el Cuerpo Místico.
En la película “Un príncipe en Nueva York” (Coming to América), Eddie Murphy toma el papel de un príncipe de África a punto de convertirse en rey. Todas las mujeres en su patria quieren casarse con él por causa de su riqueza, pero él desea encontrar a alguien que lo ame por él mismo. Viaja a América donde nadie lo conoce ni sabe que es un rey, se viste simplemente, sin las vestiduras de un príncipe, de manera que nadie se da cuenta de su riqueza. Consigue un empleo en un restaurante y luego llega a vivir en el barrio más pobre de Harlem en Nueva York. Con apariencia de un pobre llega a conocer en una Iglesia, a una joven bonita y, atraídos mutuamente, comenzaron a enamorarse. Ella acepta la propuesta matrimonial y cuando ella descubre que es un príncipe queda asombrada y llega a convertirse en una princesa, en una mujer rica.
Algo parecido vive JESÚS en el Santísimo Sacramento. Él es el Rey que busca a alguien que lo acompañe y lo ame por ser Él mismo, por Su Persona. En el Santísimo Sacramento se viste de una manera simple, sin Su vestimenta (traje) de gloria y viene humildemente a nosotros como el Pan bajado del cielo. Tan profundo es Su deseo de ser amado, que se muestra como el más pobre de los hombres, para ser elevado a una unión plena. Él es el Rey del amor, merecedor de nuestro amor por todo lo que hizo por nuestra salvación. Si entramos con Él en la fiesta, también participaremos de Su gloria y podremos escuchar “Todo lo mío es tuyo”.