«¡Qué grande es tu bondad, Señor! Tú la reservas para los que te temen; y la brindas a los que se refugian en ti, delante de los hombres. Tú los ocultas al amparo de tu rostro de las intrigas de los hombres» (Sal 31,20-21)
Un rasgo característico de los Santos Ángeles es el temor reverente. Ellos llevan esta huella desde las alturas celestes, cuando son enviados a nuestras regiones terrestres. En esto también están unidos a DIOS en un amor ardiente, que tiene su origen en la visión beatífica de la Santísima TRINIDAD. Animados por la alabanza, de la esencia y de los milagros de DIOS, enseñan a los hombres la reverencia – la única actitud conveniente para una creatura delante de DIOS. Todas las maneras en que los Santos Ángeles aparecen, todos sus mensajes dirigidos a los hombres, a los cuales fueron enviados, están marcados por una profunda seriedad de la eternidad.
En la Sagrada Escritura siempre se hace hincapié en el santo temor, como así lo dice el Arcángel Rafael: «Bendecid a DIOS y glorificadle delante de todos los vivientes, pues ha mostrado en vosotros Su misericordia por los bienes que él les ha concedido, para que todos bendigan y alaben su Nombre. Porque es bueno manifestar y pregonar las obras de DIOS» (Tb 12,6). Y también el Ángel, que proclama a los hombres con voz potente: ‘Teman a DIOS y glorifíquenlo… adoren al que hizo el cielo, la tierra, el mar y los manantiales» (Ap 14,7). Isaías podía ver al DIOS inefablemente Santo en su majestad inmensa. A Él lo rodean los ardientes Serafines y se regocijan en el Dominador todopoderoso del cielo y de la tierra, el tres veces Santo (Cfr Is 6,1ss). El profeta queda profundamente conmovido y asustado, él se da cuenta: «Quien ve a DIOS no puede seguir viviendo» (Cfr Ex 33,20).
Él se siente indigno y manchado. El DIOS Santo no puede tolerar pecado ni culpa en Su presencia, así el vidente se juzga entregado a la muerte: «¡Ay de mí, que estoy perdido!» Entonces uno de los Serafines tomó una brasa ardiente del altar, tocó su boca y dijo: “…tu culpa ha sido borrada y tu pecado ha sido expiado” (Is 6, 5-7). Ahora él, está preparado para recibir lo Divino. (Muchos Padres de la Iglesia interpretan la brasa ardiente como el Mesías o la Santísima Eucaristía).
La Gloria de DIOS es un fuego ardiente, una Santidad que deja ver cada impureza de la criatura, su nulidad, su inconstancia radical. Pero su victoria no consiste en la destrucción, sino en la purificación, en la reconstrucción, y en la divulgación sobre toda la tierra.
Toda la Creación se conmueve y se llena de gratitud por lo que DIOS hizo en Su gran misericordia. «Por eso», como nos amonesta la Carta a los Hebreos, «habiendo recibido la posesión de un Reino inconmovible, queremos… ofrecer a DIOS un culto que Le sea grato, con religiosa piedad y reverencia»; porque: «nuestro DIOS es un fuego devorador» (Hb 12,28-29).
Con reverencia debemos entrar en relación con DIOS, con los hombres y con todas las criaturas, y con esta actitud humilde debe ser marcada toda nuestra vida. Un ejercicio preferible para entrar en esta actitud es la preparación para la celebración de la Santa Misa.
Al inicio está la confesión de las culpas, la invocación de la misericordia de DIOS. Intentamos presentarnos a nosotros mismos ante DIOS, queremos dirigir la palabra a DIOS – entonces la Iglesia nos retiene y nos propone: ¿Sabes acaso lo que quieres hacer? ¿Sabes acaso, Quién es este DIOS con Quien quieres tratar ahora? ¿Sabes quién eres tú mismo, y que riesgo hay al dirigir la palabra al Santísimo? Antes de estar frente a Él, prepara tu corazón, examina si eres digno.
DIOS mismo llamó a un «alto» a aquellos que quieren presentarse ante Él sin más ni más. Moisés pastoreaba los rebaños de su suegro Jetró, llevó una vez el rebaño más allá del desierto y llegó a la montaña de DIOS, al Horeb. Allí se le apareció el Ángel del Señor en una llama de fuego, que salía de en medio de la zarza Vio una zarza que estaba ardiendo, pero que la zarza no se consumía. Al ver que la zarza ardía sin consumirse, Moisés pensó: “Voy a observar este grandioso espectáculo”. Cuando el Señor vio que él se apartaba del camino para mirar, lo llamó desde la zarza, diciendo: “¡Moisés, Moisés!”… “No te acerques hasta aquí. Quítate las sandalias, porque el suelo que estás pisando es una tierra santa”. “Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”. Moisés se cubrió el rostro porque tuvo miedo de ver a Dios (Ex 3,1-6).
Así lo hace la Iglesia, porque nos quiere preparar para la celebración del Divino Banquete. DIOS es Puro; no hay pecado en Él, ninguna imperfección, ni el más mínimo hálito de una mancha, es solo Pureza y Santidad brillante. Entonces el hombre, ¿no debería temer hablar con Él?. Quizá podemos imaginar, que alguna vez estemos caminando durante el invierno, atravesando el paisaje con la nieve recién caída. Se ve la naturaleza limpia, sin ninguna basura. ¿No se siente que se debe dejar así? La nieve, que es como una flor blanca nos hace sentir algo misterioso. Se teme pisar con las botas sucias esta pureza y destruir esta tierra intacta. Esto ya es un poco de reverencia delante de lo que es puro. O podría suceder, que tengamos la suerte de encontrar un hombre, que tiene la pureza casi intacta. Estas personas existen. No se sabe cómo, pero las palabras, los gestos, la actitud y el rostro, el mirar de los ojos, todo esto tiene algo puro-intacto; se siente profundamente: esta persona no quiere saber nada de un pecado. Quizás él también debe luchar, ciertamente, pero todo su ser se apoya contra el pecado, en su interior decididamente y con todas sus fuerzas ya se apartó de él. Es bello, francamente edificante, estar cerca de tales hombres. Al mismo tiempo se siente un cierto dilema delante de ellos, una cierta timidez – el corazón siente: tú en verdad, no eres digno de estar junto a él. Estas son comparaciones inadecuadas. Delante de DIOS todos los hombres son pecadores. DIOS no solamente hace lo bueno, Él es lo Bueno. Todo lo que es bueno, es solamente una sombra, un reflejo desproporcionado y pobre de Su infinita Bondad y Pureza. Y Él debe apartar de Sí todo lo impuro.
¡DIOS es puro, inaccesible y tremendamente puro! El brillo blanco de la nieve nos puede fascinar. Cuando se pasa por grandes superficies llenas de nieve, entonces el blanco nos deslumbra, y se deben proteger los ojos. La luz clara del sol es agradable, pero si lo vemos al amanecer, en toda su plenitud, entonces es tan fuerte que puede destruir los ojos. Así es la pureza de DIOS; es tan indeciblemente puro, elevado sobre todos nuestros conceptos, que arde y quema, nos ciega y repele. Si nosotros nos dirigimos a DIOS y queremos hablar con Él, si conocemos quiénes somos verdaderamente, entonces nuestra pecaminosidad nos debe asustar, y temeremos como Moisés cuando estaba delante del Señor.
Si quieres rezar, entonces prepara tu corazón! Si quieres hablar con el DIOS infinitamente puro, ¡examínate, mira dentro de ti y pon en orden tu corazón! Somos exhortados a realizar esto antes de cada Santa Misa.
«En el nombre del PADRE y del HIJO y del ESPÍRITU SANTO. Amen» – empieza el Sacerdote. Desde el inicio, el alma se pone ante la presencia del DIOS todopoderoso, Uno y Trino. Y el sacerdote extiende sus brazos y saluda a la comunidad cristiana. Después dice las palabras siguientes: «Para que podamos celebrar estos santos misterios, de un modo digno, examinemos nuestras conciencias y pidamos a DIOS el perdón de nuestros pecados». En ése momento nos examinamos, mirando al Señor y nos dolemos por nuestros pecados; vemos que somos poco dignos de aparecer delante del rostro de DIOS y de alabarlo. Estamos casi al lado del publicano arrepentido, atrás en el templo, nos golpeamos el pecho y reconocemos arrepentidos nuestra culpa. Lo único que nos puede ayudar, es, que DIOS infunda en nuestro corazón Su Luz pura y santa y nos muestre el camino, para saber como podemos mejorar.
“Dios es quien nos da la fuerza para comenzar de nuevo. Al descubrir la grandeza del amor de Dios, nuestro corazón se estremece ante el horror y el peso del pecado y comienza a temer ofender a Dios por el pecado y verse separado de él. El corazón humano se convierte mirando al que nuestros pecados traspasaron” (CIC 1432)
El «Yo confieso ante DIOS todopoderoso… » – es una confesión pública. Todos lo deben escuchar, no solamente DIOS, el Tres Veces Santo, también los hermanos y hermanas alrededor: Yo he pecado, no solamente una vez, sino muchas veces, demasiadas veces; y no solo ligeramente. No nos disculpamos, no decimos: No importa, yo no tuve esta intención, lo otros tienen la culpa, sino que decimos: Por mi culpa yo pequé, y esta culpa en pensamientos, palabras, obras y omisiones es grande. Esto es un arrepentimiento honesto y sincero.
Así, gravemente, sentimos nuestra culpa y que debemos buscar intercesores delante de DIOS, que nos puedan ayudar. Por eso pedimos a la purísima Virgen MARIA, a las miríadas de Ángeles puros y a los grandes Santos del cielo, pero también pedimos la ayuda y la intercesión de nuestros hermanos. El sacerdote pide, como mediador y por mandato de DIOS, el perdón. DIOS ahora va a purificar nuestro corazón en la medida de nuestro arrepentimiento. Él Se inclina hasta nosotros en Su benevolencia, porque Él es bondadoso, indulgente, rico en amor para todos los que lo invocan (Sal 86,5) cuando el culpable se aparta del pecado que cometió (Ez 33,14-16.19), también entre los Ángeles reina la alegría sobre el pecador que se arrepiente y regresa al Padre misericordioso (Lc 15,10). Ahora podemos como hijos Suyos, con un corazón puro, acercarnos a la Santa Celebración.
Esta es la preparación, que nos enseña la Iglesia, para que podamos participar dignamente en el Santo Sacrificio, en unión con los Ángeles y los Santos.
Procuremos tener tiempo suficiente para llegar antes del comienzo de la Santa Misa. Estemos a tiempo para preguntarnos: “¿Quiero asistir al Santo Sacrificio ante la faz purísima de DIOS?, ¿soy digno?, ¿No pequé?, ¿En qué he faltado?. Entonces el arrepentimiento viene por sí mismo: «Señor, yo lo confieso, yo falté, por mi culpa, por mi gran culpa. ¡Yo me arrepiento, perdóname!». «Ilumíname, fortaléceme, concentra mis pensamientos, hazme piadoso y reverente, para que yo sea digno de entrar junto con el sacerdote en lo Santísimo del eterno y Divino Sacrificio».
«La conversión y la penitencia diarias encuentran su fuente y su alimento en la Eucaristía, pues en ella se hace presente el sacrificio de CRISTO que nos reconcilió con DIOS; por ella son alimentados y fortificados los que viven de la vida de CRISTO; ‘es el antídoto que nos libera de nuestras faltas cotidianas y nos preserva de pecados mortales’ (Cc. de Trento: DS 1638).» (Catecismo No. 1436) (Cfr: Romano Guardini, Predigten zum Kirchenjahr, Leipzig 1963, pp.211-217)
Adoración y gracias, petición y entrega
DIOS mío, Te adoro. Yo sé, que soy nada delante de Tu Divina Majestad. Tú sólo eres el Ser, la Vida, la Verdad, Belleza y Bondad infinitas. Te alabo y Te bendigo, Te doy gracias y Te amo. Quizás soy completamente incapaz e indigno de eso. Pero yo lo hago en unión con JESUCRISTO, Tu HIJO amado, nuestro Salvador y Hermano, en el amor de Su Corazón, en la fuerza de Sus méritos infinitos. Yo quiero servirte y agradarte, obedecerte y amarte siempre, así como MARÍA, la Inmaculada Madre de DIOS y Madre nuestra. Por amor a Ti quiero también amar a mi prójimo y servirlo con alegría.
¡Por eso, dame Tu SANTO ESPÍRITU! Él debe iluminarme, enseñarme y guiarme en el camino de Tus mandamientos hacia toda perfección, hasta que llegue a la felicidad celestial, donde te alabaré eternamente. Amen.