Discernimiento de los espíritus
A la vida y actuación del ESPÍRITU SANTO pertenece la utilización de Sus santos Dones y, en nuestro tiempo, especialmente la comprensión y el uso del «Don del discernimiento de espíritus», el cual es mencionado, entre otros, por el Apóstol San Pablo en su primera Epístola a los Corintios (12,10).
Hoy nos preguntamos qué significa este Don del Espíritu, no solamente para el hombre singular, sino también para la totalidad de las personas. Nos preguntamos aún si éste nos es dado por Dios a disposición nuestra, exactamente para nuestros tiempos. Y si no nos engañan los signos de los tiempos, entonces notamos que nuestra época no necesita tanto de los otros Dones del Espíritu Santo como del discernimiento de espíritus.
Ya San Pablo sabía por qué colocó el «discernimiento de espíritus» entre los Dones y gracias especiales del ESPÍRITU SANTO; en la segunda Epístola a los Corintios habla del camuflaje del enemigo maligno: «el mismo Satanás se disfraza de Ángel de luz» (2Cor 11,14). Esta frase nunca debería ser ignorada, porque parece que este camuflaje del espíritu maligno llegó hoy a su máxima medida. Casi no notamos su invasión dentro de las ideas y valores de la fe cristiana, por la cual se realiza un intercambio de conceptos en una dimensión que llega desde la ascética hasta dentro de la política. No debemos tomar a la ligera esta táctica del ambiente anti-religioso y descansar en una seguridad sin preocupaciones. Satanás actualmente no se disfraza sólo como Ángel de luz, más bien con el vestido que presenta las características esenciales del ESPÍRITU SANTO, es decir, con el «amor». Y acerca de esto hay que decir y considerar algunos aspectos.
Nuestra actualidad está marcada por un ablandamiento general, así que estamos inclinados a evitar todo lo que es duro y firme. Esta blandura y transigencia muchas veces es camuflada o hasta confundida con el «amor cristiano». Así se dice, por ejemplo: ‘Se debe estar bien con todos’; ‘debemos intentar ganar a las personas’; ‘no podemos «agarrar in fraganti a los otros»‘. En algunas situaciones parece oportuna esta actitud, conforme a las palabras de la Sagrada Escritura: «No quebrará la caña doblada, ni apagará la mecha humeante» (Mt 12,20). Pero en muchos casos detrás de este amor filantrópico se esconde un respeto humano que nos roba la valentía para mantenernos firmes y nos dejamos asustar ante las claras exigencias.
El padre D. Thalhammer, SJ observó una vez: «Por no desear aparecer como enemigos del mundo o hasta como atrasados, llegamos cerca de un compañerismo (conformismo) en todos sus aspectos, disfrazado de piedad que es muy peligroso. Por ejemplo, empezando por el arte, donde en ocasiones se toleran, incluso en el ambiente eclesial, cosas que solo se pueden considerar como una expresión de un mundo caótico que está fuera del límite, pero nunca como una creación artística que pueda llevar a una devoción más profunda y reflejar la dignidad de lo divino.»
Qué diferente es esto a la predicación de San Pedro en Pentecostés. Él, al final, define una clara separación entre los que «se dejaron bautizar en nombre de JESUCRISTO, recibiendo el don del ESPÍRITU SANTO» (Hch 2,38), de la «generación perversa», de la cual los primeros tienen que ser salvados (Hch 2,40). No solo desciende el ESPÍRITU SANTO de Amor, sino que también al mismo tiempo, desciende la separación y la decisión, que son obra de este «abogado divino».
Ahora todo se basa ahora en aquella realidad en la cual todo el cristianismo se fundamenta, es decir, en la ‘conversión radical y en la penitencia’. San Pedro da una respuesta clara a la pregunta de la multitud sobre qué tenían que hacer. Es la misma respuesta con la que JESÚS empezó su vida y actividad pública: «¡Convertíos!» (Hch 2,38).
Este llamado del primer Apóstol, es aceptado por quien en la fiesta de Pentecostés estaba en medio de los Apóstoles, por María, la Madre de DIOS. Ella, en todas sus apariciones, no se cansa de exhortarnos una y otra vez a la conversión y a la penitencia. Sin embargo, nosotros nos hemos vuelto perezosos, como mencionó hace poco un senador americano: ‘Nos hemos vuelto demasiado flojos corporal y espiritualmente’; estamos en peligro de perder nuestra voluntad de sacrificio, de luchar y de perseverar en el bien. La destrucción se manifiesta cada vez más. Por eso, hoy nuestra fe es tan poco convincente, ya no irradia. Nuestra existencia cristiana ya no es vista por los demás como algo extraordinario, tranquilizador y que promueva el bien. Y esto, en un tiempo en el que los continentes comienzan a estar maduros para la Buena Nueva de JESUCRISTO y cuando el mundo se está moviendo hacia la unidad.
Ahora, en el remolino de los esfuerzos por la unidad, pensamos en colocar el amor en el centro, mientras que la cuestión acerca de la verdad la dejamos en último lugar. También debemos procurar encontrar el camino de un cierto equilibrio, para no decir la verdad con fanatismo, pecando así por un lado, contra el amor y, por el otro, de no caer en un deseo melancólico por la unidad, que a pesar de su ‘amor’ camuflado sería también un pecado contra el ESPÍRITU SANTO, porque este igualmente es el «ESPÍRITU de la verdad» (Jn 16,13).
Como indicador en la vida de cada cristiano, como también en la vida de toda la Iglesia, siempre se encuentra la «exaltación de la Cruz», en la cual sólo está la salvación y en la cual podemos ser felices. Únicamente en ella se realizó la salvación y en consecuencia, sólo se encuentra en ella la solución de todas las desavenencias. ¿No está en la cruz el amor más grande, aquel amor que «todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta»? (1 Cor 13,7)
Quizá de esta manera se demuestra de un modo más claro por qué el «discernimiento de espíritus» es tan necesario hoy. Ciertamente hay muchas verdades en todos nuestros complicados cuestionamientos, pero siempre se tiene que hacer una cuidadosa distinción. Y en lo que se refiere al amor, la medida nunca se debe tomar «de abajo», de un deseo demasiado humano, sino siempre «de arriba». El amor de DIOS es un misterio que no podemos comprender. Nunca podremos penetrar aquí en la tierra su compatibilidad con la justicia suprema de DIOS. Lo que hoy está circulando bajo la «bandera del amor», muchas veces no es más que restos de una «filantropía del siglo de las luces», que es muy tolerante, que no lleva a la salvación del hombre caído por el pecado original y por el egocentrismo; que no corresponde a la esencia de DIOS mismo como el verdadero amor.
Y ya que el amor verdadero es un misterio divino, solamente puede ser recibido como una gracia que viene “de lo alto”. Por eso, la clasificación de lo que nosotros designamos como amor, necesita un claro discernimiento de espíritus, porque no nos lo podemos dar a nosotros mismos, sino que es uno de los dones más importantes del ESPÍRITU SANTO que quiere actuar en nosotros. Con toda certeza esto lo podemos distinguir mejor cuando permitimos que los Ángeles (Cfr Hb 1,14) nos sirvan y ayuden, ellos que ya pasaron su única prueba en vista del amor absoluto a DIOS.