CC63 Padre nuestro – ángeles

El Padre Nuestro y el ministerio de los Santos Ángeles

Parte 1

Jesús nos enseña a orar

Y sucedió que cuando Jesús estaba orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan también enseñó a sus discípulos» (Lc 11,1-3).

Por medio de Él nos convertimos en hijos de Dios y debemos vivir en comunión con Él; esa es la vida de los santos ángeles en el cielo (cf. Heb 12,22f). Y eso es lo que debemos compartir con ellos: la vida con Dios, que es una vida en oración. Jesús evidentemente disfruta una comunión más perfecta con el Padre celestial. Él vino al mundo para enseñarnos sobre el Padre y para guiarnos a compartir su unión personal con el Padre. Por ello, Jesús enseñó a sus discípulos cómo orar. Les enseñó el ‘Padre Nuestro’. Esta oración contiene todo lo que necesitamos para lograr la vida eterna en Dios. Incluye la doctrina esencial de los evangelios. Es por eso que Tertuliano lo llamó el «breve evangelio»1. Y San Agustín concluye que el Padre Nuestro: «Repasa todas las palabras de las oraciones santas [en las Escrituras], y no creo que encuentres nada en ellas que no esté contenido e incluido en la Oración del Señor» 2

Por qué las oraciones se quedan cortas

Santo Tomás dice que hay tres cosas que necesitamos saber: las cosas para creer; las cosas que se deben esperar; y las cosas por hacer. Las cosas en las que hay que creer, están contenidas en las Escrituras, fueron formalizadas en el Credo y se nos explican en el catecismo. Las cosas que hay que hacer están registradas en la Ley. Primero en los Diez Mandamientos, en las leyes de la Iglesia, y más especialmente y universalmente en la Ley de Cristo, que son las dos leyes del amor: el amor de Dios y el amor al prójimo, así como Cristo nos amó. Sin embargo, las cosas que debemos esperar se expresan con singular belleza en esta oración. «La Oración del Padre Nuestro, es la más perfecta de las oraciones… En ella pedimos correctamente, no solo por las cosas que podemos desear, sino también en la secuencia en que deben desearse. Esta oración no solo nos enseña a pedir cosas, sino también en qué orden debemos pedirlas».3

La oración no es escuchada, cuando las almas piden cosas equivocadas, como honor o gratificaciones mundanas, o cuando las almas rezan sin confianza filial, sin humildad y sin perseverancia.4

Cómo debe ser la oración

La oración del Señor es perfecta en todos estos aspectos y nos enseña las cinco cualidades propias de la perfecta oración. La oración debe formularse y ordenarse adecuadamente; debe ser confiada, devota y humilde.5 Dos puntos se refieren al contenido, mientras que los tres últimos se refieren a nuestras disposiciones interiores.

1. La oración del Señor está perfectamente formulada y es recta. San Juan Damasceno señaló que en esta oración pedimos lo que es realmente necesario y adecuado. Por nuestra cuenta, no sabemos bien qué debemos pedir al orar, pero Aquel, que junto con el Padre, derrama el Espíritu Santo en nuestros corazones (cf. Rom 8,26-27), formuló esta oración para nosotros según la mente del Padre. Normalmente, el que solicita, debe saber lo que quiere antes de preguntar. Pero la Oración del Padre Nuestro, forma nuestros deseos y una vez formados, comprendemos mejor cómo hacer las peticiones, y así oraremos mejor en una unión de mente y voluntad. Es en este sentido que San Agustín dijo que podemos desear legítimamente todo lo que está incluido en la Oración del Padre Nuestro. Además, no debemos desear lo que queda fuera de su alcance.

2. No es suficiente que nuestros deseos sean legítimos, sino que también deben estar bien ordenados. Esta es la segunda perfección de la oración del Señor. Está perfectamente ordenada; ¡nos enseña a buscar ‘primero las primeras cosas’, los bienes mayores antes que los bienes menores, la gloria de Dios antes que nuestras necesidades personales! «Busca primero el reino de los cielos y su justicia, y lo demás se te dará por añadidura» (Mt 6,33). No es suficiente rezar la Oración del Señor en su orden original, sino que también debemos educar y disciplinar nuestros corazones (¡he aquí el origen de la palabra ‘discípulo’!) De tal manera que realmente deseemos los siete bienes pedidos en el orden que ellos aparecen en la oración. Todo ascetismo, propiamente dicho, está contenido bajo este encabezado: que ordenemos todos nuestros deseos, de acuerdo con el orden intrínseco dado en la Oración del Señor.

3. Ahora podemos rezar la Oración del Señor con confianza segura, sabiendo que es la autoría directa de Él, quien en unión con el Padre y el Espíritu Santo, atenderá directamente nuestras peticiones. El que formuló nuestra oración, es nuestro Abogado ante el Padre en el cielo, Jesucristo, el justo (cf. 1 Jn 2,1). Incluso estamos inclinados a dar cosas buenas a los que amamos. «Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre en el cielo dará cosas buenas a aquellos que se las pidan!» (Mt 7,11).

4. La cuarta cualidad de la oración verdadera es que es devota. La verdadera devoción y la eficacia de la oración proviene del corazón, de la intensidad de la caridad en lugar de la prolijidad de las palabras: «Al orar, no acumules frases vacías como lo hacen los paganos» (Mt 6,7). Aquí, en unión con el mismo Hijo de Dios, elevamos nuestros corazones y voluntades fervientemente al Padre; identificamos y compartimos la solicitud y las aspiraciones del Hijo rezando a Su Padre y a nuestro Padre. Al hacerlo, sabemos que nuestro sacrificio de petición seguramente agradará a Dios.

Considere cuán estrechamente está vinculada la verdadera devoción al orden apropiado de nuestras peticiones: que primero deseamos y nos comprometemos con la gloria de Dios y la venida de Su Reino. La naturaleza misma de la devoción está vinculada, como vimos en la última Carta Circular, a un compromiso fundamental, al voto bautismal, por el cual nos convertimos en partícipes de la filiación de Cristo y en herederos del Reino de los Cielos. Este misterioso vínculo con el voto bautismal es evidentemente la razón por la cual, en la Iglesia primitiva, la Oración del Señor y la Sagrada Eucaristía, estaban bajo la disciplina arcana: sólo aquellos que nacían a la vida nueva mediante el bautismo, podían ser introducidos y participar en la celebración de la misa y en la recitación del ‘Padre Nuestro’!

5. Finalmente, nuestra oración debe ser hecha con humildad. Cuando a David se le propuso que pidiera a la hija del rey Saúl en matrimonio, él respondió:«¿Te parece poco ser el yerno del rey? Soy un hombre pobre y de condición humilde!» (1 Sm 18,23). Infinitamente menor, por supuesto, es nuestra dignidad natural para llamar a Dios ‘nuestro Padre’. Y es por esta misma razón que diariamente se nos recuerda en la Misa, que es por el mandato de nuestro Salvador que «nos atrevemos a decir: ¡Padre nuestro!»6

¿Qué tiene cualquier hombre que no haya recibido primero de Dios? Por lo tanto, no le pedimos a Dios nada en nombre de la justicia, sino humildemente (aunque con confianza), en nombre de su amor y de su misericordia. «Si Dios está con nosotros, ¿quién está contra nosotros? El que no escatimó ni a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos dará todas las cosas con Él?» (Rom 8,31-32).

Nuestra humildad no debe agotarse en un sincero reconocimiento de nuestra pequeñez, sino que también debe incluir la voluntad de desplegar todo lo que tenemos y recibimos para el servicio de Dios y la Iglesia. La palabra alemana para humildad, «Demut», proviene de una palabra medieval, «Dienmut», que significa la fortaleza o la fuerza para servir. Y ciertamente fue a esta raíz de humildad a la que se refirió nuestro Señor cuando, en la Última Cena, recomendó el ejemplo de su humildad a sus apóstoles, diciendo: «¡Yo estoy entre ustedes como el que sirve!» (Lc 22,27). Sería una extraña disparidad de disposiciones extender nuestras manos a la petición y negarnos a extenderlas para ayudar. Los dos van juntos tanto como el hecho de que rezamos a ‘nuestro’ Padre por ‘nosotros’, y no a ‘mi’ Padre por ‘mí’.

Los Ángeles rezan con nosotros

El ‘Padre Nuestro’ dirige nuestra atención a Dios y a Su Reino en las primeras tres peticiones y solo entonces, aborda nuestras necesidades. La estructura de las siete peticiones de esta oración, nos ofrece un excelente curso de formación espiritual. Después de todo, si la oración del Señor es una recapitulación de todo el evangelio; si contiene los fundamentos de nuestra fe y de la vida espiritual; si ruega por las siete cosas más necesarias para la vida eterna: y, si los santos Ángeles tienen algo importante que hacer, contribuyendo a nuestro bienestar espiritual, esto se hará evidente en los términos de esta oración.

De hecho, los santos Ángeles lo hacen, porque por la fe, sostenemos que Dios los ha enviado como espíritus administradores, para ayudar a aquellos que están llamados a ser herederos de la salvación (cf. Heb 1,14). Por consiguiente, usando la Oración del Señor, podemos reflexionar sobre nuestra santa ‘simbiosis’ con los santos Ángeles y cómo podemos beneficiarnos de sus ministerios. Podríamos esperar una mini-antología de la obra de los santos Ángeles en el Plan Divino de Salvación.

Invocando a Dios como ‘Padre nuestro’

La primera pregunta que surge junto con la Oración del Señor es esta: ¿Con qué derecho y título invocamos a Dios como «nuestro Padre»?. Y aún más, ¿pueden los santos Ángeles, en algún sentido genuino, invocar a Dios como su padre?. Santo Tomás menciona tres razones o justificaciones para que llamemos a Dios «nuestro Padre». La primera razón es el hecho de que somos creaturas. La segunda es la providencia que Dios ejerce sobre sus creaturas, uniendo la gracia divina con la naturaleza humana, ya que por pura providencia, llegamos a nuestra meta sobrenatural. La tercera razón tiene que ver completamente con el orden de la gracia y la fe.7

Creado a semejanza de Dios

En primer lugar, Dios nos creó a su imagen y semejanza. Esta similitud con Dios radica en el hecho de que nosotros, los Ángeles y los hombres, hemos sido dotados de un intelecto y voluntad; podemos conocer y amar como Dios lo hace. Por lo tanto, el autor del Deuteronomio, argumenta que Dios es nuestro Padre desde el hecho mismo de la creación: «¿Acaso él no es tu padre y tu creador, el que te hizo y te afianzó?» (Dt 32,6). Este argumento asciende, por una cierta analogía con la realidad, de la naturaleza humana a la naturaleza divina de la gracia. Tal conocimiento nos ayuda a entender mucho acerca de Dios.

Con respecto a esta naturaleza creada a imagen y semejanza de Dios en nosotros, es evidente que los Ángeles se parecen a Dios mucho más perfectamente que nosotros, ya que su intelecto y voluntad están naturalmente más cerca de Dios que el hombre.8 Al igual que Dios, son espíritus puros; son inmortales y están fuera del tiempo. San Buenaventura los llamó «espejos de las perfecciones divinas» en los que el alma puede reflexionar sobre las perfecciones de Dios.9 Esta imagen de un espejo ciertamente no es una idea original de él, sino que se remonta, al menos, hasta Dionisio, quien escribió: «El ángel es una imagen de Dios, una manifestación de la luz [Divina] oculta, una luz pura y muy clara, espejo inmaculado incontaminado, sin mancha que recibe toda la belleza [aunque no totalmente] de la bondad Divina».10 Lo que se ve, por supuesto, en el espejo no es el espejo, sino el objeto reflejado, es decir, Dios. El prefacio de la Misa de los Ángeles celebra este hecho de la belleza angelical y cómo su conocimiento puede llevarnos más cerca de Dios: «Al proclamar tus alabanzas por la creación de los ángeles y los arcángeles, objeto de tu complacencia. El honor que les tributamos manifiesta tu gloria, y la veneración que merecen es signo de tu inmensidad y excelencia sobre todas tus criaturas”. Parece que es debido a este esplendor de su naturaleza intelectual y espiritual, que los Ángeles son llamados ocasionalmente ‘hijos de Dios’ en la Sagrada Escritura.11

Por lo tanto, entendemos que el salmista exclama: «En presencia de los ángeles, cantaré tus alabanzas, mi Dios» (Sal 137,1), porque el hombre y el ángel, por su semejanza natural, son como hijos delante de Dios, por su origen de ‘Padre’.

La providencia paternal de Dios

Estrechamente relacionado al origen de la creación, está el momento posterior de la Divina Providencia. Dios se preocupa por todo lo que ha creado con amor providente, como un padre cuida a su familia. Así, el autor del Libro de la Sabiduría exclama: «Es tu providencia, Padre, la que dirige el timón. Sí, tú has abierto un camino en el mar y un sendero seguro entre las olas» (Sab 14,3), en el que compara el curso de la creación con el viaje de un barco. Y el salmista canta de gozo: «Como un padre se apiada de sus hijos, el Señor se compadece de los que le temen» (103,13). En su providencia, Dios guía y corrige como lo hace un padre: «El Señor reprende al que ama, como un padre al hijo en quien se deleita» (Prov. 3,12). Jeremías acentúa el lado cordial de esta relación cuando escribe en nombre de Dios: «Yo los conduciré con misericordia, los guiaré de regreso, los guiaré a torrentes de agua, por un camino recto donde no tropezarán, porque Yo soy un Padre para Israel, y Efraín es mi primogénito» (Jr 31,9).

Los Ángeles también son beneficiarios de la bondad paterna de Dios. Como enseña el Catecismo, «Es una verdad inseparable de la fe en Dios Creador: Dios actúa en las obras de sus criaturas. Es la causa primera que opera en y por las causas segundas: «Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, como bien le parece» (Flp 2, 13; cf 1 Co 12, 6). Esta verdad, lejos de disminuir la dignidad de la criatura, la realza. Sacada de la nada por el poder, la sabiduría y la bondad de Dios, no puede nada si está separada de su origen, porque «sin el Creador la criatura se diluye» (GS 36, 3); menos aún puede ella alcanzar su fin último sin la ayuda de la gracia (cf Mt 19, 26; Jn 15, 5; Flp 4, 13). 12 En el caso de los Ángeles, que fueron juzgados en el comienzo del mundo, el paso del estado de creación al estado de gloria fue muy breve, cuando los Santos Ángeles «se volvieron hacia el bien supremo con la ayuda de la gracia [tal que] ambos fueron confirmados y perfeccionados en gloria » como lo atestigua San Buenaventura. 13

Una vez confirmados en la gloria, los mismos Ángeles son siervos de la providencia paterna en nuestro nombre: «Bendecid al Señor, todos sus ángeles, héroes poderosos que ejecutan sus mandatos… Bendecid al Señor, todos sus ejércitos, sus ministros que hacen su voluntad » (Sal 103,20-21). En este sentido, San Pablo incluso se refiere a una cierta paternidad entre los Ángeles cuando afirma que toda paternidad en el cielo y en la tierra deriva de la Paternidad de Dios (cf. Ef 3,15). Santo Tomás explica que la paternidad existe solo en seres vivos o inteligentes, los cuales están perfectamente unidos al Dios vivo, que engendra un HIJO, que es a la vez el LOGOS, la PALABRA de Dios. En nuestra naturaleza humana, el padre engendra a sus hijos física y espiritualmente, generándolos y educándolos. En los espíritus puros, por supuesto, no hay generación física, pero espiritualmente no solo ‘conciben’ en sus propias mentes, sino que ‘engendran’ conocimiento en los Ángeles y en los hombres debajo de ellos, iluminándolos con la luz Divina.

Como me refiero no solo al hecho sustancial de la existencia, sino también a los actos de la vida, a vivir de manera más perfecta y plena, se deduce que «quien induce (conduce) a otro a cualquier acto de la vida de tal manera que actúe, comprenda, con buena voluntad y amor, se puede decir que es su padre»14. Seguramente, esta es la misión de los Ángeles en nuestro nombre, y así, en este sentido espiritual, ejercen una paternidad sobre nosotros. Pero ellos mismos, no tienen nada espiritual o sobrenatural, que no hayan recibido primero de Dios. Como enseña San Juan de la Cruz: «Esta sabiduría [el fuego y la luz del amor divino] desciende de Dios a través de las primeras jerarquías [de los ángeles] hasta la última, y de estos últimos a los hombres»15. Por lo tanto, ellos mismos son los primeros beneficiarios de la providencia paterna de Dios.

Hijos de Dios a través de la gracia de Cristo

Sin embargo, la razón principal por la que tenemos el privilegio de llamar a Dios nuestro Padre, es porque Él nos hizo compartir la filiación de su Hijo unigénito. El misterio de Dios Padre, de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra (cf. Ef 3,15), nos ha sido revelado solo en Jesucristo, el Hijo encarnado de Dios. 16 Pero no se trata simplemente de una denominación agradable, sino de que es nuestra nueva identidad: «¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente» (1 Jn 3,1). El Padre «nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad» (Ef 1,5). Esto ocurre por la Sangre de Cristo derramada por nosotros en la Cruz, y por nuestro Bautismo en Su muerte y resurrección, y así nos convertimos con Cristo, hijos de Dios y herederos del cielo. «Y si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo, porque sufrimos con él para ser glorificados con él». (cf. Rom 8,17). Esta comunión transformadora con Cristo, por medio de la gracia, nos hace verdaderamente partícipes de la naturaleza divina (cf. 2 Pt 1,4). Con la gracia también recibimos el ‘Espíritu de filiación Divina’. «Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ¡Abba!, es decir, ¡Padre!”. (Rom 8,14-15). Como enseña el Catecismo: «La gracia es una participación en la vida de Dios. Nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria».17

Es claramente este misterio de la gracia Divina y nuestra incorporación a Cristo lo que hace del «Padre Nuestro» el derecho y privilegio exclusivo de la Iglesia. Cualquier otra apelación a Dios como Padre es realmente solo una comparación imperfecta, pero en la gracia compartimos la misma filiación del Hijo eterno del Padre e invocamos a Dios como nuestro Padre, en virtud de esta participación en la vida de la Trinidad. Este es sin duda una gran dignidad y privilegio.

La gracia de los Ángeles

¿Pero qué hay de los ángeles? «Por el bautismo, el cristiano participa de la gracia de Cristo, Cabeza de su cuerpo. Como “hijo adoptivo” puede ahora llamar “Padre” a Dios, en unión con el Hijo único». 18 ¿Cómo se aplica y se relaciona este misterio de la gracia y adopción sobrenaturales con los Ángeles?, ¿Cómo se relacionan con Cristo? Y finalmente, ¿en qué sentido pueden llamar a Dios ‘Padre’?

Primero, los santos ángeles ciertamente disfrutan de la perfección de la gracia y la gloria santificadoras, que es la causa formal por la cual, las criaturas comparten la naturaleza divina. En este sentido, Jesús nos enseña que los Ángeles en el cielo ven constantemente el rostro del Padre Celestial (Mt 18,10). Cuando San Pablo afirma que todas las cosas en el cielo y en la tierra se restablecerán en Cristo (cf. Ef 1,10), enseña que los santos Ángeles forman parte de Su cuerpo místico, del cual Cristo es la Cabeza (cf. Ef. 1,21). Él es el Principio, el Primero que resucitó de entre los muertos, a fin de que él tuviera la primacía en todas las cosas de la Iglesia (cf. Col 1,18), se deduce que la gracia de los Ángeles no solo está subordinada a la gracia de Cristo, sino que emana de Su naturaleza divina, ya que Cristo es uno con el Padre . Pero además, Santo Tomás explica que también, debido a su cercanía con Dios, tal plenitud de la gracia fue dada a Cristo incluso en su humanidad, que toda gracia y sus efectos (por ejemplo, las virtudes, la luz espiritual y el fuego de amor) debería fluir de Él a todos los demás, como único principio universal de la gracia.19 Así es como entiende el texto de San Juan: «De Su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia» (Jn 1,16), a saber, no solo los hombres, sino que «Cristo como hombre, es la causa de todas las gracias que se encuentran en todas las criaturas intelectuales», ¡eso es en los hombres y en los Ángeles! 20 «Dado que Cristo infunde en todas las criaturas racionales los efectos de la gracia, se deduce que Él es, de cierta manera, el principio de toda gracia según su humanidad, así como Dios es el principio de todo ser. En consecuencia, así como toda la perfección del ser está unida en Dios, así también en Cristo se encuentra toda la plenitud de la gracia y la virtud, de modo que no solo puede guiar a los demás a las obras de la gracia, sino a la gracia misma. Y este es el significado de [Cristo] siendo Cabeza [de la Iglesia]». 21

San Bernardo de Claraval, que es un poco más retórico en su enfoque, llega a una conclusión similar. Él dice: «¡Quieres saber cómo hubo una redención para los Ángeles!» – El problema, por supuesto, es que los ángeles buenos nunca cayeron en pecado, y los ángeles caídos nunca pudieron volver a la gracia – «¡Escuchen atentamente! El que levantó al hombre caído, llamó al ángel que permaneció de pie, para que él no vacile. Así Cristo retiró a uno del cautiverio, y retuvo al otro en cautiverio. Y por esta razón, hubo redención para ambos, salvando a uno después de la caída y salvando al otro antes de la caída. Es evidente que nuestro Señor Jesucristo fue la redención de los santos ángeles, así como su justicia, su sabiduría y su santificación, y estas cuatro cosas se hicieron para ellos a causa de los hombres, que no pueden comprender las cosas invisibles de Dios, excepto por medio de cosas tangibles (cf. Rom 1,20). Así, todo lo que Él era para los Ángeles, fue hecho por nosotros«.22

Santo Tomás expresa esta última idea así: «La influencia [santificadora] de Cristo sobre los ángeles no fue la finalidad de la Encarnación, sino algo que sigue a la Encarnación»23  Temporalmente, por supuesto, los Ángeles se beneficiaron antes que el hombre, pero siempre por el hombre. Al aceptar esto, los santos ángeles fueron conducidos a un alto grado de santa humildad, y explica su afán de servir a Cristo e interceder por los miembros humanos de su cuerpo místico y ayudarlos.

Conclusión

Hemos considerado la gracia de los Ángeles para comprender mejor nuestra unión con ellos y los fundamentos de nuestra relación común con Cristo y con su Padre. Al hacerlo, descubrimos la predilección más extraordinaria de Dios por la humanidad, de tal manera que cuando los pecadores éramos los menos dignos, su amor por nosotros se manifestó de la mejor manera en la Encarnación y en la Iglesia, para que Él nos guiara de vuelta a su abrazo paterno. Mientras que el Padre nos ama como verdaderos hijos en Cristo, el abrazo de Su amor se extiende más allá de la humanidad, para incluir para la gloria de Cristo y por nuestro bien, a todos los santos Ángeles. Por lo tanto, en Cristo, ellos también experimentan los beneficios del amor paternal de Dios, y así, en unión con nosotros, se atreven a decir: «Padre nuestro, que estás en los cielos».

En las próximas Cartas Circulares reflexionaremos sobre las siete peticiones de la Oración del Señor y descubriremos la comunión santa que tenemos con los santos Ángeles en la vida de oración, y cómo podemos beneficiarnos enormemente de esta gloriosa dimensión de la comunión de los santos.

NOTAS AL PIE

1 Tertuliano. De Oratione Ch.1; Catecismo de la Iglesia Católica (= CIC 2774.)

2 CIC 2 762, Agustín Ep. 130, 12,22.

3 CIC 2762, citando a Santo Tomás de Aquino. Summa Theologiae (= ST) II-II.83,9.

4 cf. Santo Tomás de Aquino. Comentario sobre el Evangelio de San Mateo. (Capítulo 7, vv. 6-9). Ver también, CIC 2725-2745.

5 St . Tomás de Aquino. Sermón sobre la oración del Señor. Introducción.

6 cf. CIC 2777-2778.

7 cf. Sermón sobre la oración del Señor.

8 Santo Tomás. S T. I.93,3, c.

9 Colaciones en hexameron. Kösel Verlag, München 1964 p. 238.

10 De Divinis Nominibus Cap. IV.

11 cf. Deut 32,8; Job 1,6; 2,1; 38,7.

12 CIC 308.

13 Breviloquium Ch. 8,2 St. Anthony Guild Pr., Paterson NJ. 1963, p.91.

14 Santo Tomás de Aquino. Comentario de la Carta a los Efesios, cap. 3,15; cf. ST.I.45,5,1m.

15 San Juan de la Cruz. Noche oscura del alma. Bk.II.ch.12,3.

16 cf. Tertuliano. De Oratione 3; CIC 2780.

17 CIC 1997.

18 CIC 1997.

19 St. Thomas ST III.7,9, c.

20 Comentario sobre el Evangelio de San Juan en el versículo 1,18.

21 De Veritate 29,5, c.

22 Sermón sobre el cántico de los cánticos, 22 (PL183 , 880). 23 De Veritate 29,4,5m.