“Danos hoy nuestro pan de cada día”
La cuarta petición del Padre Nuestro, «danos hoy nuestro pan de cada día», es tan sencilla, que hasta un niño puede entenderla. El pan que Dios nos da, sin embargo, es tan nutritivo, que satisface cualquier necesidad humana tanto en el ámbito espiritual como en el temporal. Las tres primeras peticiones expresan nuestros deseos eternos: «¡Santificado sea Tu nombre! ¡Venga a nosotros Tu Reino! ¡Hágase Tu voluntad!».
Anhelamos participar desde ahora de aquella unión celestial con la Santísima Trinidad, junto con los Ángeles y los santos, «en la tierra como en el cielo». En la segunda parte del Padre Nuestro pedimos aquellas cosas que necesitamos en esta vida. Estas peticiones se hayan formuladas en la segunda persona del singular -es decir, en la forma como un niño hablaría con su padre, cuando tiene algún deseo-, y expresan nuestras necesidades vitales, como peregrinos que somos en esta tierra. El Catecismo Romano observa que «hay innumerables cosas cuya privación podría provocar que perdiésemos la vida o que ésta fuera desagradable» (IV, 13, 7). Con todo, pueden resumirse en cuatro sencillas peticiones: el pan de cada día, el perdón, el auxilio en la tentación, y que seamos librados del mal. En ninguna otra oración se confirma con tanta claridad el hecho de que nuestro peregrinaje en esta tierra atraviesa verdaderamente por un valle de lágrimas, si se tiene en cuenta que tres de las cuatro peticiones se refieren a realidades negativas: que se nos libre de las repercusiones del mal y del pecado, de la tentación, y del dominio del diablo. Lo peculiar de la cuarta petición es que sólo en ella se expresan con palabras las necesidades positivas de nuestra alma y de nuestro cuerpo en este mundo. Este es, en verdad, un pan absolutamente extraordinario, que puede satisfacer tantas necesidades.
1. El pan de la vida cotidiana
¿Qué significa (tal es la pregunta que podemos hacernos) la petición «danos hoy nuestro pan de cada día»?
a. Las necesidades fundamentales de la vida humana
En primer lugar, pedimos el pan como alimento fundamental del cuerpo. Desde una perspectiva bíblica pan significa alimento (cfr. Gn 31, 54; Job 42, 11; Sal 147, 9; Mt 3, 20; Mt 15, 2; Jn 13, 18; etc.). El pan se constituye en la medida y el medio sencillo, pero suficiente, de una forma de vida humana y digna. En un sentido más amplio, el término pan, alude también al vestido y a un techo. San Agustín comenta lo siguiente al respecto: «Pedimos estas cosas temporales no como nuestros bienes, sino como nuestras necesidades» (Homilía Nº 2 sobre el capítulo 5 de San Mateo). No debemos aspirar al lujo. «Mientras tengamos comida y vestido, estemos contentos con eso» (1 Tim 6, 8). Salomón oraba sabiamente, diciendo: «déjame disfrutar mi bocado de pan» (Pr 30, 8c). El Señor nos enseña a pedirle al Padre, con sencillez y con la confianza de un niño, el pan; seguros de que Él sabe, mejor que nadie, lo que necesitamos. Ciertamente, una desmesurada preocupación por nuestro bienestar corporal nos apartaría de nuestra meta eterna.
Además, no sabemos lo que más nos conviene para nuestra eterna salvación. Bien podemos pedir muchas cosas, pero hemos de hacerlo con una confiada entrega a la amorosa providencia de Dios (cfr. Mt 6, 25ss; Rom 8, 26; Catecismo Romano). «Jesús nos enseña esta petición; con ella se glorifica, en efecto, a nuestro Padre reconociendo hasta qué punto es Bueno más allá de toda bondad» (CIC 2828) «El Padre que nos da la vida no puede dejar de darnos el alimento necesario para ella, todos los bienes convenientes, materiales y espirituales» (CIC 2830).
b. El don de Dios
Al no pedir otra cosa que el pan de cada día, ponemos en práctica el espíritu de parquedad, superando, así, toda injusta preocupación, de la cual Cristo nos advierte: «No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? Por todas esas cosas se afanan los paganos; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero Su Reino y Su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura» (Mt 6, 31-33). Así pues, aquella petición es al mismo tiempo un compromiso con la pobreza de espíritu. El pan es el símbolo por antonomasia del don de Dios. Mientras que ciertas cosas son dadas solamente una vez (p. ej. una herencia) y otras cosas de cuando en cuando (p. ej. el vestido), el alimento (pan) debe ser dado y recibido diariamente; como el maná -símbolo del don de Dios-, regalado cada día y de manera nueva, y que tuvo que ser recogido diariamente como señal de la desbordante generosidad de Dios. Nos alegramos de poder recibir diariamente el pan; nos llena de gozo saber que nosotros, Sus hijos, podemos experimentar incesantemente la bondad paternal de Dios. «¿No es Él tu padre, el que te creó, el que te hizo y te fundó?» (Dt 32, 6b); y «confiadle todas vuestras preocupaciones, pues Él cuida de vosotros» (1 P 5, 7).
c. Una petición comunitaria
Cristo nos enseña a pedir este pan como «nuestro» pan. La forma plural ‘danos’ es la expresión de la Alianza: Nosotros somos de Él y Él de nosotros, para nosotros» (CIC 2829). Es aún más sabroso recibir nuestro pan diario de Sus manos, pues Él es el dador. Lo comemos en Su presencia y entramos en comunión con Él mediante Su don. «Pero este ‘nosotros’ lo reconoce también como Padre de todos los hombres, y nosotros le pedimos por todos ellos, en solidaridad con sus necesidades y sus sufrimientos» (CIC 2829). Y el Catecismo enseña, además, que «esta petición de la Oración del Señor no puede ser aislada de las parábolas del pobre Lázaro (cfr. Lc 16, 19-31) y del juicio final (cfr. Mt 25, 31-46) (CIC 2831). Hay que tener presente que todo lo que poseemos nos viene de Dios: «¿Qué tienes que no hayas recibido de Él? Y, si lo has recibido, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido? «(1 Cor 4, 7). Así pues, si es un don de Dios, entonces es la respuesta a nuestra oración: «Danos hoy nuestro pan de cada día». Y puesto que cada uno pide por «nosotros», no tengo derecho de conservarlo sólo para mí mismo. ¿A quién, pues, se refiere este «nosotros»? ¿Quién es mi prójimo? Preguntémosle al buen samaritano; él lo sabe.
2. Nuestro pan espiritual
Como el cuerpo, el alma del cristiano necesita también de su propio pan cotidiano. «Esta petición y la responsabilidad que implica sirven además para otra clase de hambre de la que desfallecen los hombres: ‘No sólo de pan vive el hombre, sino que vive de todo lo que sale de la boca de Dios’ (Dt 8, 3; Mt 4, 4), es decir, de Su Palabra y de Su Espíritu… Hay hambre sobre la tierra, “mas no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la Palabra de Dios (Am 8, 11). Por eso, el sentido específicamente cristiano de esta cuarta petición se refiere al Pan de Vida: la Palabra de Dios que se tiene que acoger en la fe, el Cuerpo de Cristo recibido en la Eucaristía» (CIC 2835).
a. El maná de la fe
Jesús compara el don de la fe con pan. Luego de la multiplicación de los panes Jesús dijo a la muchedumbre: «Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre… Porque el pan de Dios es el que bajó del cielo y da la vida al mundo…. La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado» (Jn 27-33). La multitud comprende que Jesús exige fe, pero ellos exigen la «obra del pan para sus estómagos». Jesús les respondió: «Yo soy el pan de vida. El que venga a Mí, no tendrá hambre, y el que crea en Mí, nunca tendrá sed. …Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna y que Yo le resucite en el último día» (Jn 6, 35; 40). De esto se desprende que Jesús, como objeto de nuestra fe, es nuestro Pan de cada día, el cual pedimos.
b. La Eucaristía: el Pan que da vida
Jesús es más que nuestro pan de la fe. Él es nuestro Pan eucarístico. Sólo después de que los Discípulos creen en Él, pueden creer en Su presencia en la Eucaristía: «Yo soy el Pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; este es el Pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Si uno come de este Pan vivirá para siempre; y el pan que Yo le daré, es Mi carne para la vida del mundo» (Jn 6, 48-51). Muchos de los discípulos comenzaron a murmurar, diciendo: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» (Jn 6, 52) Observemos -tal como Jesús lo confirma- que ellos le han entendido muy bien, al declarar solemnemente: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come Mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y Yo lo resucitaré el último día» (Jn 6, 52b-54). A fin de comprender mejor este Pan, debemos ahondar, dentro del contexto bíblico, en los conceptos vinculados a él: «cotidiano» (en griego epiousios) y «hoy» (en griego semeron)
1. El significado de la palabra «cotidiano» (epiousios)
La palabra para expresar «cotidiano» (en griego epiousios), que Jesús emplea aquí, es poco corriente. De hecho, no se encuentra en ningún otro lugar de las Sagradas Escrituras ni en la antigua literatura griega. Su significado fue motivo de discusión desde la época de los Padres de la Iglesia. Algunos derivan el término epiousion de epi-enai (alimentarse), dándole así un significado temporal, en el sentido del pan del día de hoy o también del día venidero. Y como esto acontece diariamente, por eso en nuestra traducción del Padre Nuestro se dice pan «de cada día». A semejanza de la tradición que se hizo común entre los Padres griegos, el Catecismo de la Iglesia Católica enseña: «Tomada al pie de la letra (epiousios: ‘lo más esencial’), designa directamente el Pan de Vida, el Cuerpo de Cristo, ‘remedio de inmortalidad’ sin el cual no tenemos Vida en nosotros» (CIC 2837). Ya San Jerónimo había traducido el término en ese sentido.
2. El significado de la palabra «hoy» (semeron)
El Catecismo confirma esta interpretación eucarística, al subrayar el significado teológico y escatológico de la palabra «hoy» («danos hoy nuestro pan de cada día»). «Como se trata sobre todo de Su Palabra y del Cuerpo de Su Hijo, este ‘hoy’ no es solamente el de nuestro tiempo mortal: es el Hoy de Dios» (CIC 2836). «Si recibes el pan de cada día -nos dice San Ambrosio-, cada día es para ti hoy. Si Jesucristo es para ti hoy, todos los días resucita para ti. ¿Cómo es eso? ‘Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy’ (Sal 2,7). Hoy, es decir, cuando Cristo resucita (San Ambrosio, sacr., 5, 26; cfr. CIC 2836). Esta es, en realidad, una invitación a que comulguemos diariamente. Pero en un sentido más inmediato, constituye una invitación a efectuar una comunión espiritual cada vez que pedimos al Padre: «Danos hoy nuestro pan de cada día». Pues si participamos de Cristo, participaremos también de Su vida resucitada. Esto apunta al significado pleno de la palabra «hoy», a saber: todo el misterio pascual de la Pasión, Muerte, Resurrección y Glorificación de Jesús. San Pedro Crisólogo escribió: «El Padre del cielo nos exhorta a pedir como hijos del cielo el pan del cielo. Cristo mismo es el pan que, sembrado en la Virgen, florecido en la carne, amasado en la Pasión, cocido en el Horno del Sepulcro, reservado en la iglesia, llevado a los altares, suministra cada día a los fieles un alimento celestial» (San Pedro Crisólogo, serm. 71; cfr. CIC 2837).
c. El Pan que da unidad al cuerpo
1. Unidad con el Padre
Cuando recibimos del Padre el Pan sacramentado, recibimos al mismo Cristo. Por otra parte, podemos decir también con certeza, que mediante la Eucaristía Cristo nos asume en Sí y nos hace miembros de Su Cuerpo. Y al asumirnos, nos unimos al Padre. San Hilario explica: «Si en verdad la Palabra se hizo carne y si en la Cena del Señor comemos realmente la Palabra encarnada, entonces no podemos hacer otra cosa que creer que Él permanece en nosotros según la naturaleza… Él unió la naturaleza de Su carne con la naturaleza eterna bajo el signo salvador de la Carne, de la cual hemos de participar. Así pues, todos somos uno, porque el Padre está en Cristo y Él en nosotros… Hasta qué punto estamos en Él mediante el Sacramento de la Comunión con su Carne y Sangre, nos lo dice Él mismo con las palabras: ‘…Yo estoy en Mi Padre, vosotros estáis en Mí, y Yo estoy en vosotros…’ Una vez más, Él está en nosotros a través del misterio de los Sacramentos… Así pues, hemos de avanzar hacia la unidad con el Padre» (De Trinitate 8, 13-16). Por eso la petición por la Eucaristía es dirigida al Padre, pues es a través de Cristo que vamos al Padre.
2. Unidad con los miembros de Cristo
Como miembros de Su Cuerpo, nos encontramos también unidos unos a otros en Cristo: «Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo Pan.» (1 Cor 10, 17). Por eso, en esta unidad mística nos hacemos, en cierta manera, «pan» unos para otros, pues todas nuestras buenas obras y oraciones confluyen en el misterio de la «comunión de los santos», favoreciendo así a todos. Esta unidad se inicia con el Bautismo, pero se completa en la Eucaristía. El texto que publicó la Comisión Histórico Teológica para la celebración del Jubileo santo del año 2000 enseña: Mediante la Eucaristía «no sólo estamos unidos con Cristo, quien es la Cabeza, sino también con Sus miembros… No se puede estar en comunión con Cristo, que es la Cabeza, si en la propia vida dejamos a un lado Su Cuerpo, la Iglesia. Esto significa que estamos unidos a Cristo en la medida en que estemos también unidos con los hermanos; así como no se puede estar unido con los hermanos, si no se está unido a Cristo, la Cabeza. La Eucaristía crea esta comunidad bidimensional, que en definitiva constituirá una única realidad, a saber: el Cuerpo de Cristo, la Iglesia. Por eso se acostumbra a decir que la Eucaristía ‘hace la Iglesia». El origen de la unidad y de la cohesión en esta Comunidad es siempre el Espíritu Santo. Esto lo enfatizan también las nuevas Oraciones eucarísticas, en las cuales el sacerdote, luego de las palabras Consagratorias, reza una segunda epiclesis, para hacer de todos «un Cuerpo y una Sangre en Cristo». Después de la Resurrección y del acontecimiento de Pentecostés, Cristo existe sólo como «Cristo perfecto», como Cabeza unida a los miembros… La Eucaristía, como comunión del Espíritu Santo, se constituye, entonces -en un doble sentido- en «comunión de los santos»: comunión en las cosas santas y comunión de los santos, es decir, de hombres santificados por el Espíritu Santo» (El Espíritu de Dios en el mundo, Schnell & Steiner, 1997, capítulo VII, 2.3). Cuando pedimos al Padre que nos dé el pan de cada día, pedimos entonces también esa santa unidad con Cristo y con los miembros de Su Cuerpo.
3. Los santos Ángeles y el pan de la vida diaria
La misión de los Santos Ángeles con miras a nuestro pan cotidiano es triple: 1) Su preocupación por nuestras necesidades temporales, dada su condición de administradores de la creación material; 2) Su misión como guías en la vida espiritual, y 3) Sus funciones litúrgicas como amigos y siervos del Esposo de nuestra alma. San Ambrosio nos enseña: «Cuando el Cuerpo de Cristo se hace presente, es indudable que también los Ángeles se hacen presentes» (Sobre Lucas 1, 12). Ellos sirven a Cristo y nos ayudan a tener una unión más perfecta con Él. Pedimos, pues, en particular este Pan Eucarístico, cuando clamamos: «Danos hoy nuestro pan de cada día».