¿Por medio de qué autoridad?

El Testimonio Esperanzador del Sacerdote Católico

¿Cómo sería el mundo sin el sacerdote? San Juan Vianney declara: «Dejen una parroquia durante veinte años sin un sacerdote, y allí terminarán adorando a las bestias» (Bernard Nodet, Le curé d’Ars. Sa pensée – Son cœur. P. 98). Desafortunadamente, la historia e incluso la historia reciente, nos ha permitido vislumbrar la realización de esta posibilidad en diferentes partes del mundo: la antigua URSS, México, la Alemania nazi, China, Nicaragua, etc. Los regímenes comunistas, socialistas y totalitarios, han intentado una y otra vez eliminar a Dios y el mensaje de Jesucristo de sus tierras, buscando «promover al hombre» sin la debida consideración de lo que en realidad es, la totalidad de su ser, incluida su naturaleza espiritual, su origen y su fin último que es Dios. Los regímenes totalitarios modernos afirman que el bien del «Estado» anula los derechos humanos básicos del individuo y utiliza la fuerza para reprimir violentamente cualquier intento de resistencia. Este ha sido el «papel» histórico del Islam que, según el Cardenal John Newman, el anticristo ha jugado durante más de mil años. No es exagerado decir que ha perseguido constante y sistemáticamente al cristianismo donde sea que ondeen sus banderas; y el Estado resultante es, aparentemente sin excepción, uno de autoridad totalitaria. 

Sin la Iglesia, sin el sacerdote que nos da la eucaristía y predica la verdad sobre Dios y el hombre, el Estado se convierte en «la bestia» para ser adorado. El propio San Juan Vianney, que creció en la Francia revolucionaria, experimentó de primera mano la devastación de la fe en un pueblo sin líderes religiosos. Solo la pequeña minoría que se aferró a la Iglesia clandestina católica, creció en fervor y fe a través de los juicios de la revolución, mientras que muchos apostataron con el fin de evitar las sanciones, encarcelamiento o incluso la muerte. En nuestros tiempos, cuántos hombres cristianos comunes, incluso buenos cristianos y jóvenes, fueron arrastrados a la mentira del nazismo cuando se separaron de la fuente de la verdad, Cristo mismo, viviendo y hablando a través del sacerdote.

Cuántos capitularon por debilidad, bajo la presión atea, cuando no tuvieron la eucaristía para sostenerlos durante sus tribunales en: Rusia, Alemania, Cuba, Nicaragua. La llamada teología de la liberación transformó el Evangelio en militancia marxista, donde un machete se consideraba mejor y más efectivo que la oración y los sacramentos. En su libro, Otro México, el autor católico, Graham Greene, da una visión bastante deprimente de la condición religiosa de la gente en el México posrevolucionario a principios del siglo XX. En veinte años, la gran mayoría había vuelto a caer en la superstición y la idolatría, el hedonismo o, lo que es peor, en la simple indiferencia, especialmente en aquellas partes del país donde estas leyes se aplicaban de manera más estricta.

Sin embargo, invariablemente estos regímenes han sido confrontados por la oposición tenaz y a menudo efectiva de la Iglesia, por el ministro de Cristo, el sacerdote. Ya sea por condena abierta o por resistencia clandestina, la Iglesia y su jerarquía se han mantenido consistentemente firmes contra la supresión totalitaria de la libertad religiosa y los derechos humanos básicos, y se ha esforzado persistentemente en poner a disposición de los fieles cristianos, el consuelo de los sacramentos a través de un  heroico y desinteresado, a menudo demandante  ministerio de sacerdotes fieles. El totalitarismo teme a la Iglesia, teme al sacerdote, porque el sacerdote es la voz de Cristo en el mundo, la voz de la fe y la dignidad humana, la voz de la justicia, la voz del gobierno soberano de Dios sobre el hombre y del juicio final. Pero además de la verdad de Cristo, el sacerdote también trae la eucaristía y todos los demás sacramentos, a través de los cuales recibimos la gracia y el poder de Cristo para defender la verdad y morir por ella, para ver más allá de todas las aspiraciones meramente humanas y para vivir solo para Dios. Todo gobierno totalitario ha enfrentado esta resistencia de la Iglesia y, consciente o no, ha reconocido el poder de la eucaristía; en consecuencia, para lograr sus objetivos, han perseguido violentamente a la Iglesia y a sus sacerdotes mediante el cierre de iglesias, leyes anticlericales, campos de concentración, tortura y ejecución, especialmente de sacerdotes.

El sacerdote, particularmente el obispo, por su configuración sacramental a Cristo, hace presente no solo a Cristo Cabeza y Sumo Sacerdote, sino también a Cristo Esposo de la Iglesia, el Buen Pastor que da su vida por la oveja. En medio de los miles de mártires ocultos, cuyas historias solo conoceremos en el cielo, a lo largo de los años nos hemos familiarizado con la vida de muchos sacerdotes heroicos que estaban dispuestos a dar sus vidas al servicio de los fieles. En México, el beato Miguel Pro, que había esquivado a la policía y a los soldados comunistas durante dos años para celebrar la eucaristía en casas particulares y escuchar confesiones incluso en las esquinas, fortaleciendo la fe y dando la sagrada comunión a unas 300 personas por día, finalmente dio el testimonio de su vida gritando «¡Viva Cristo Rey!», al ser derribado por un pelotón de fusilamiento. La vida, y lo que es más importante, la muerte, de este solo sacerdote, animó a la población católica reprimida y silenciada, a levantarse en dos semanas contra el gobierno comunista, y si  bien no logró la derogación de las leyes anticatólicas, al menos si una disminución significativa de su aplicación en la mayor parte del país por algunos años.

Durante la supremacía nazi en Alemania, miles de heroicos sacerdotes alcanzaron la palma del martirio; otros, hablando sin temor contra la ideología nazi, fueron aunque silenciados, protegidos por su popularidad entre la gente. El sacerdote alemán, beato Rupert Mayer, predicó sin temor contra los nazis, formando ligas de hombres católicos para confirmarlos en su fe y fortalecerlos en su resistencia a la legislación atea. A menudo fue encarcelado y finalmente enviado a un campo de concentración, pero para evitar la indignación popular y convertirle en un nuevo mártir, fue «exiliado» a un remoto monasterio en donde no se le permitió ningún contacto externo. Con la salud deteriorada, murió unos meses después de la guerra.

San Maximiliano Kolbe, incluso en las condiciones más duras de Auschwitz en Polonia, alentó y fortaleció a los que lo rodeaban, con su inagotable bondad y amor. Buscando difundir el amor en medio del odio y el mal, decía: «El bien es más contagioso que el mal». Muchos testigos que sobrevivieron a Auschwitz atestiguan sobre la gran impresión que San Maximiliano les causó por su amor inquebrantable puesto en acción; como en aquellas ocasiones en que, por el bien de los demás, dejó  pasar incluso las escasas raciones de comida que le eran permitidas. Finalmente, San Maximiliano Kolbe dio el último testimonio del amor de Cristo, ofreciendo su vida en  lugar de la vida de un hombre que tenía esposa e hijos.

Antes de la Segunda Guerra Mundial, el arzobispo Eugenio Pacelli, como nuncio papal en Alemania, habló sin temor durante casi una década contra los movimientos comunistas y nazis en Alemania, y aunque recibió muchas amenazas de muerte, se esforzó sin cesar para conseguir la paz a través de concordatos con los estados alemanes. Más tarde, como papa Pío XII, se negó a abandonar Roma y cuando partes de la ciudad fueron bombardeadas, el papa permaneció allí para consolar a su pueblo. Fue hecho prisionero en el Vaticano ya que estaba completamente rodeado por las fuerzas nazis; sin embargo, continuó condenando al nazismo tan abiertamente como lo permitiera la prudencia, al mismo tiempo que encontró refugio seguro para muchos miles de judíos. Después de la guerra, también se apresuró a reconocer y condenar el comunismo, prohibiendo a cualquier católico ser miembro de un partido comunista.

Bajo el comunismo en Rusia y las tierras detrás de la Cortina de Hierro, muchos miles de sacerdotes desde 1930 en adelante fueron arrestados, torturados y ejecutados o enviados a campos de concentración. Los que trabajaban en la clandestinidad, lo hacían a riesgo de ser torturados o ejecutados. Un obispo de nuestra orden, el obispo Athanasius Schneider, ORC, testificó en el proceso de beatificación de uno de esos sacerdotes, el beato Alexij Saritski. El beato Alexij, trabajó en Kazajstán, yendo en secreto de región en región, escuchando confesiones día y noche sin comer ni dormir, para que tanta gente como fuera posible, pudiera recibir la comunión en su misa antes de que tuviera que seguir adelante. Sin embargo, el testimonio de estas visitas poco frecuentes mantuvo viva la fe de la gente y aumentó su sed por la sagrada eucaristía. 

Verdaderamente se dieron cuenta de que valía la pena morir por la eucaristía, dado que este sacerdote estaba dispuesto a sacrificar tanto, arriesgando hasta su propia vida para traerles la sagrada comunión. El beato Alexij fue finalmente detenido y recibió la corona del martirio un año y medio más tarde, en 1963, después de muchas humillaciones y malos tratos.

Muchos, muchos otros sacerdotes se apresuraron a reconocer los peligros del comunismo y se levantaron valientemente contra él. El cardenal Mindzenty, obispo húngaro, sufrió durante años el «exilio» en la embajada estadounidense en Hungría. En Estados Unidos, la predicación del arzobispo Fulton Sheen, en la televisión y la radio nacionales, fue un factor significativo que ayudó a proteger a Estados Unidos de aceptar las falsas ideologías del comunismo. Tampoco podemos dejar de mencionar a un gran sacerdote de la Iglesia que habló sin temor y sin cesar contra el comunismo, dando testimonio de las enseñanzas de Cristo y la dignidad de la persona humana: el papa Juan Pablo II. Ordenado en secreto bajo la ocupación nazi, después de la invasión de Polonia por la URSS, ya como sacerdote, obispo y cardenal, Karol Wojtyla desafió a las autoridades y administró los sacramentos abierta y secretamente a los fieles católicos a pesar de las prohibiciones comunistas. Como papa, su testimonio y visitas pastorales a Polonia alentaron y desencadenaron el movimiento de Solidaridad, que desafió a los líderes de la URSS y finalmente condujo a la caída del Muro de Berlín en 1989. Se dice que su estrecha colaboración con el presidente Reagan es una de las principales causas del fin de la carrera armamentista y la dominación comunista.

Hoy también, aquí en Estados Unidos, vemos muchos sacerdotes y obispos valientes que defienden los principios cristianos, la vida, el matrimonio y la familia, ante la gran oposición de la administración actual. Necesitamos orar por nuestros obispos, para que tengan la fuerza para mantenerse firmes y el coraje para hablar en contra de los ataques a nuestros estándares y creencias cristianas, y de los derechos humanos básicos. El papa Pablo VI, que presenció el comienzo de un movimiento de disidencia en la Iglesia, que la ha impregnado hasta nuestros días, escribió a sus compañeros obispos en la encíclica Ecclesiam Suam: «Un deseo inmoderado de hacer las paces y hundir las diferencias a cualquier costo, es fundamentalmente una especie de escepticismo sobre el poder y el contenido de la Palabra de Dios que deseamos predicar. Solo el hombre que es completamente fiel a la enseñanza de Cristo puede ser apóstol. Y solo el que vive su vida cristiana a plenitud, puede permanecer libre de contaminación por los errores con los que entra en contacto” (EcS, 88). Leemos acerca de aquellos obispos que firmemente declararon contra los llamados senadores y congresistas “católicos”, quienes por sus políticas anticristianas, han escandalizado a tantos creyentes. Necesitamos orar por estos obispos, para que tengan la fuerza de resistir los numerosos ataques de los medios y los movimientos pseudo «católicos» contra la vida y la familia. 

Al entrar en los últimos seis meses de este Año Sacerdotal, queremos recordar la importancia y el papel clave de nuestros líderes religiosos en nuestras vidas. ¿Dónde estaríamos sin ellos? ¿Dónde estaría el mundo sin ellos? Los obispos y sacerdotes están en primera línea, necesitan nuestro apoyo, especialmente de nuestras oraciones y sacrificios. Por eso queremos animarlos a continuar con todos los miembros de nuestra Cruzada, que ahora ha crecido a 4500, para ofrecer una súplica continua al cielo por nuestros sacerdotes, nuestros obispos, nuestros cardenales y especialmente, por el Santo Padre, para que sean la voz de Cristo en la Iglesia y en el mundo, hablando incansable e implacablemente de los principios de la fe y la moral; para que con humildad y fidelidad, puedan llevar la luz de Cristo en medio de los hombres; para que ninguno pueda ser desviado por las falsas luces de este mundo. En la noche de la prueba, que Jesús los encuentre siempre vigilantes y listos, que no necesite despertarlos del sueño ni pasarlos por alto como a sirvientes inútiles. Que nunca se cansen de sus votos sagrados, ni abandonen a Cristo en aras de la comodidad. Cuando las tormentas y la oscuridad se ciernan a nuestro alrededor, que abran el camino con ecuanimidad y perseverancia, poniendo su firme confianza únicamente en Dios, sin el cual, no podrían hacer nada. Que Jesús sea para ellos, por lo tanto, su roca y fortaleza. Y que Dios les conceda la gracia de perseverar hasta el fin, para que algún día los llame  como a sus siervos buenos y fieles. Amén.