El pasado mes de marzo, el Santo Padre, el papa Benedicto XVI, anunció un año especial por los sacerdotes, que comenzará el 19 de junio de 2009, la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, y finalizará el 19 de junio de 2010. La razón principal de este año especial, explica el santo padre, es «precisamente alentar a los sacerdotes en la lucha por la perfección espiritual de la cual, por encima de todo, depende la efectividad de su ministerio» y hacer que «la importancia del papel y la misión del sacerdote en la Iglesia y en la sociedad contemporánea, sea cada vez más claramente percibida” (Discurso a la Congregación para el Clero, 16 de marzo de 2009). Este año también coincide con el 150 aniversario de San Juan María Vianney, patrón de los párrocos. El santo padre tiene la intención de extender este patrocinio ahora a todos los sacerdotes, haciendo del santo Cura de Ars el patrón universal de los sacerdotes.
En nuestra Cruzada por los Sacerdotes, también deseamos renovar nuestro fervor al orar por los sacerdotes durante este «Año por los Sacerdotes» y comprender mejor por qué estamos llamados a apoyar a nuestros obispos y sacerdotes en su especial misión. Por su sagrada ordenación, los sacerdotes se conforman a Cristo en su propio ser, para que puedan actuar en persona Christi, en su nombre y con su poder. Aunque este don especial de Dios está ordenado para el ministerio y para la edificación de los fieles, no podemos olvidar la dignidad inherente de los sacerdotes, como hombres conformados a Cristo, de una manera especial y llamados a llevar a cabo su misión entre nosotros. De hecho, están especialmente llamados a convertirse en Cristo entre nosotros. Como lo expresa el papa Benedicto, “todo sacerdote debe ser consciente de que está trayendo al mundo a Otro, a Dios mismo. Dios es el único tesoro que, al final de cuentas, la gente desea encontrar en un sacerdote” (Discurso al Cong. Para el Clero, 16 de marzo de 2009).
Para transmitir la presencia de Dios a los demás, el sacerdote mismo debe ser interiormente transformado y conformado a Cristo, el Dios-hombre, no solo por la gracia sacramental de su ordenación, sino también por su unión íntima con Cristo. Su misión a su vez, debe «derivarse esencialmente de esa intimidad divina, en la que el sacerdote está llamado a ser un experto, para que pueda conducir a las almas confiadas a él, con humildad y confianza, al mismo encuentro con el Señor» ( Discurso Cong. for Clergy, 16 de marzo de 2009 ). Los sacerdotes «han sido consagrados por Dios de una nueva manera en su ordenación y han sido hechos instrumentos vivos de Cristo, el Sacerdote Eterno, para que puedan a tiempo, llevar a cabo su maravillosa obra, por medio de la cual toda la familia humana es de nuevo creada completamente, por el poder de lo alto» (Vaticano II, PO 12). Uno de los objetivos pastorales esenciales del Concilio Vaticano II, era servir de incentivo para alcanzar la santidad de todos los fieles y la renovación interior de la Iglesia. Con este fin, el Concilio apunta primero a la renovación espiritual de los sacerdotes e «insta firmemente a todos los sacerdotes a que luchen siempre por ese crecimiento en santidad por el cual se convertirán consistentemente en mejores instrumentos al servicio de todo el Pueblo de Dios» (PO 12)
Los sacerdotes deben dedicar sus vidas a este servicio en la Iglesia, sacrificando sus propios planes y deseos, para traer mayor gloria a Dios, al guiar a su pueblo en los caminos de la santidad. Su ministerio y misión es una continuación del ministerio y la misión de Cristo, transmitidos primero a los apóstoles, y de ellos, a sus sucesores, los obispos. En menor grado, todos los sacerdotes comparten este mismo ministerio y «la autoridad por la cual Cristo edifica, santifica y gobierna su Cuerpo» (PO 2). Los sacerdotes son para nosotros, por lo tanto, pastores y padres; pero en primer lugar están llamados a ser, como los fieles, discípulos de Jesús. Deben conocerle y seguirle primero, para así podernos guiar en sus caminos. Por lo tanto, la santidad es un imperativo para los sacerdotes: «Aunque la gracia divina podría usar ministros indignos para efectuar la obra de salvación, en su mayor parte, para mostrar sus maravillas, Dios elige a aquellos que están más abiertos al poder y la dirección del Santo Espíritu, y quien puede, en razón de su estrecha unión con Cristo y su santidad de vida, decir con San Pablo: «…y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gálatas 2,20) «(PO 12).
Dado que los sacerdotes dedican su vida a la santificación de los fieles de Dios, y la santidad personal es un presupuesto importante para la fecundidad de su ministerio, es justo que los fieles oren y apoyen al sacerdote, para que reciba la gracia que necesita para poder crecer en respuesta a su sublime vocación. El Concilio Vaticano nos exhorta: «Los fieles cristianos, por su parte, deben cumplir sus obligaciones con sus sacerdotes, y con amor filial deben seguirlos como sus pastores y padres. De la misma manera, compartiendo sus preocupaciones, deben ayudar a sus sacerdotes por medio de la oración y el trabajo, en la medida de lo posible, para que sus sacerdotes puedan vencer más fácilmente las dificultades y puedan cumplir sus deberes con mayor provecho» (PO 9). Nuestro amor por Cristo, afirma el papa Benedicto XVI, nos llevará a una «apreciación correcta del sacerdocio ministerial, sin la cual no habría eucaristía, ni misión, ni siquiera la Iglesia misma» (Discurso al Cong. Para el Clero, 16 de marzo, 2009).
El cardenal Claudio Hummes, prefecto de la Congregación para el Clero, nos da instrucciones sobre cómo se debe celebrar el Año por los Sacerdotes. Es un año «en el que la Iglesia dice a sus sacerdotes … que está orgullosa de ellos, los ama, los honra, los admira y reconoce con gratitud su trabajo pastoral y el testimonio de su vida» (Carta en el año del sacerdocio). Aunque algunos han fallado gravemente en su vocación, «la abrumadora mayoría de los sacerdotes son personas de gran integridad personal, dedicadas al ministerio sagrado; hombres de oración y de caridad pastoral, que invierten toda su existencia en el cumplimiento de su vocación y misión, a menudo a través de un gran sacrificio personal, pero siempre con un amor auténtico hacia Jesucristo, la Iglesia y el pueblo, en solidaridad con los pobres y los que sufren«(ibid.). Y dado que este año para los sacerdotes está dirigido a su crecimiento espiritual y su santificación, «debe ser, de manera muy especial, un año de oración por parte de los sacerdotes, con los sacerdotes y para los sacerdotes, un año para la renovación de la espiritualidad del presbiterado y de cada sacerdote»(ibid., énfasis agregado).
Dado que la eucaristía y el sacerdocio están tan íntimamente relacionados, se alienta especialmente la adoración eucarística para la santificación de los sacerdotes, como lo solicitó la Santa Sede en diciembre de 2007. Además, para promover un compromiso aún más ferviente de orar por los sacerdotes, el Vaticano ha anunciado indulgencias especiales que se pueden obtener en el Año por los Sacerdotes. Además de las indulgencias especiales otorgadas a los mismos sacerdotes en este año, los fieles laicos también pueden obtener una indulgencia plenaria el primero y último día de este año, el primer jueves de cada mes, en el 150 aniversario de la muerte de San Juan María Vianney, 4 de agosto, o en cualquier otro día decretado por el obispo local. Para obtener la indulgencia, los fieles deben asistir a la misa en un oratorio o Iglesia y ofrecer oraciones a «Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, por los sacerdotes de la Iglesia, o realizar cualquier buen trabajo para santificarlos y moldearlos a Su Corazón». (Zenit.org). Estos deben ir acompañados de una confesión sacramental dentro de los veintiún días preliminares o posteriores, y oraciones por el papa.
Los ancianos, los enfermos o cualquier otra persona que, por un motivo legítimo, esté confinada en su hogar, puede obtener la indulgencia plenaria si, con la intención de observar las tres condiciones habituales (misa, comunión, confesión, desapego del pecado), tan pronto como pueda, «En los días en cuestión, reza por la santificación de los sacerdotes y ofrece su enfermedad y sufrimiento a Dios a través de María, Reina de los Apóstoles». Se ofrece una indulgencia parcial a los fieles cuando rezan cinco veces el Padre Nuestro, Ave María y Gloria, o cualquier otra oración debidamente aprobada «en honor al Sagrado Corazón de Jesús, para pedir que los sacerdotes mantengan la pureza y la santidad de vida».
Con tantos excelentes incentivos y ayudas, como cruzados por los sacerdotes y el sacerdocio, los alentamos a despertar su fervor en este Año por los Sacerdotes, a ofrecer muchas oraciones y sacrificios por su santificación, y especialmente por la de nuestros obispos, quienes están enfrentando tantos desafíos importantes en nuestra sociedad y cultura actual. Deben permanecer en el mundo, pero no son de él, siempre guiando a los hombres en el camino hacia Dios. Ya en su propio tiempo, Santa Teresa de Ávila declaró: «No piensen que se necesita poca ayuda de Dios para esta gran batalla que estos predicadores y teólogos están peleando; mucho es necesario» (Way of Perfection, 3). Por lo tanto, queremos hacer nuestra parte, sabiendo que estamos haciendo un trabajo excelente e importante para el bien de la Iglesia y sus sacerdotes, y al final, como nos recuerda Santa Teresa de Lisieux, «¡Jesús estará agradecido!«.