María tiene una relación muy especial con los sacerdotes. El papa Juan Pablo II era conocido por su ferviente devoción a nuestra Santísima Madre. Durante su prolongado pontificado no dejó de enfatizar en la gran importancia de María en la vida cristiana. A menudo renovó su consagración, la de la Iglesia y la del mundo entero a su Inmaculado Corazón, pues se dio cuenta de manera profunda, de que María es la Madre de la Iglesia y la Madre espiritual en el orden de gracia de cada cristiano. Pero su acción y presencia maternas son, en particular, inseparables de la vida de los sacerdotes. Existe una relación esencial entre la Madre de Jesús y el sacerdocio ministerial. En una audiencia general en 1993 y en otros lugares, Juan Pablo II desarrolló una teología muy profunda de esta relación entre la maternidad divina de María y el sacerdocio de Cristo, de la cual aprendemos que rezar por los sacerdotes significa volverse hacia María.
La Maternidad de María en relación con el Sacerdote
Por su Fiat, en respuesta al mensaje del Ángel Gabriel, María consintió en convertirse en la Madre del Sumo Sacerdote Eterno, Jesucristo. En ese mismo momento de la encarnación, Jesús también comenzó su oblación sacerdotal al Padre. La Carta a los Hebreos coloca las siguientes palabras de los Salmos en la boca de Jesús en la encarnación: “Sacrificio y oblación no los quisiste, pero un cuerpo me has preparado… Entonces dije: ‘He aquí que vengo, para hacer, oh Dios, tu voluntad’” (Heb 10, 5-7). Así, Madre e Hijo, María y el Sumo Sacerdote, se unieron desde el principio en la ofrenda sacerdotal y sacrificial a la voluntad del Padre. Nuestra Señora pronunció su fiat ante todo el sufrimiento implicado en ser la Madre del Redentor, diciendo: «Hágase en mí según tu palabra»; mientras Jesús consintió en su misión sacerdotal del Padre diciendo: «He aquí que vengo a hacer tu voluntad». Juan Pablo II ve en esta «correspondencia perfecta» entre Madre e Hijo «que se ha establecido una estrecha relación entre la maternidad de María y el sacerdocio de Cristo» (Audiencia general, 30 de junio de 1993). María respalda a su Hijo y se dedica totalmente a su misión sacerdotal como Mediadora y Corredentora de todos los hombres. Su dedicación, sin embargo, no terminó con la muerte de Jesús en la cruz. Este vínculo continúa y se extiende a lo largo de los siglos entre María y cada sacerdote que participa en el sacerdocio ministerial de Cristo. Como Madre de Cristo, María es, de manera especial, la Madre de todos y cada uno de los sacerdotes. Ella toma a cada sacerdote bajo su cuidado, tal como se preocupaba por Jesús.