Muy a menudo escuchamos sobre escándalos y malos ejemplos dentro del sacerdocio, en realidad, estos sacerdotes constituyen solo un pequeño porcentaje. Raramente escuchamos acerca de uno de los fieles siervos de Dios, que como la gran mayoría de los sacerdotes, día tras día cumplen su ministerio en una silenciosa fidelidad y amor. En este número de la Cruzada por los sacerdotes, queremos llamar su atención sobre la vida de uno de esos fieles sacerdotes. La siguiente es la homilía dada recientemente por su pastor, en la misa fúnebre del padre Boleslaw Lipczewski. El padre Bill, como la llamamos con cariño la mayoría de nosotros que tenemos problemas con la pronunciación de los nombres polacos, cumplió fielmente su ministerio hasta los últimos meses de su vida, cuando la mala salud finalmente lo venció. Era muy conocido y amado por los sacerdotes y hermanas del Opus Angelorum en Detroit. Decidimos compartir esta inspiradora homilía con ustedes, porque representa, con gran precisión, la vida sacerdotal de este querido y fiel sacerdote así como la dignidad y el valor inestimable del sacerdocio en general. Aquí no leerás acerca de logros extraordinarios en la vida de este sacerdote; el padre Bill no era el tipo de sacerdote que daba brillantes homilías desde el púlpito, sin embargo, dio un testimonio inspirador de su amor por Dios y su servicio sacrificado en su ministerio sacerdotal.
Homilía fúnebre para el padre Boleslaw Lipczewski ~ 25 de noviembre de 2005
La muerte de un sacerdote es diferente a la muerte de cualquier otro: lo sentimos diferente, profundamente. Sentimos que al perderlo, hemos perdido no solo al hombre sino también su forma única de manifestar a Dios. La voz que hablaba de Dios ha sido silenciada; las manos que una vez bendijeron están impotentes. Dado que el sacerdote es el que asume la persona de Cristo, su partida de entre nosotros, es algo así como una pérdida en nuestra comunicación con el Señor. Nadie jamás volverá a ejemplificar a Cristo ante nosotros de la manera singular que lo hizo este sacerdote.
Nuestro Señor mismo indicó esa relación especial que él mismo disfrutó con sus sacerdotes, cuando en la última cena, de su Sagrado Corazón, les expuso su propia oración sacerdotal: «Padre, oro por los que me has dado; guárdalos en tu nombre; ellos no son del mundo; santifícalos en la verdad; que el amor con el que me amaste esté en ellos y yo en ellos» (cf. Juan 17).
Fue esta unión con Cristo la que guió y dio forma a la vida del padre Lipczewski. En su caso particular, esto se dio a tal punto que sería difícil definir su personalidad e incluso concebir su vida separada del sacerdocio. Siempre digno, cortés, humilde y amable, parecía habitar un mundo diferente al nuestro, ciertamente diferente del mundo sin Dios que inspira ambición, codicia, lujuria y todos los vicios capitales a los que tantos, incluidos los sacerdotes, han sucumbido en nuestros días. El padre Bill se destacó de entre ese ambiente de corrupción del momento y pareciera haber pasado sus días entre nosotros como un visitante de tiempos pasados, cuando la civilidad y la santidad eran más la regla que la excepción. Sin embargo, sabemos tan bien que virtudes como estas no son propias de ninguno que pertenezca a nuestra raza caída; son más bien el fruto de la autodisciplina y la oración, ejercicios que el padre Bill conocía bien.
Me parece extraordinario que este hombre, que era más bien una persona que cuidaba su privacidad, que contaba con un número pequeño de amigos, un hombre cuyo inglés era a menudo difícil de seguir, no solo por su acento polaco sino también por los diversos derrames que como consecuencia le impedían hablar; alguien que no llamaba la atención sobre sí mismo ni lograba hazañas que el mundo pudiera considerar como grandiosas, a pesar de todo, él fue profundamente apreciado y amado por muchos. Uno pensaría que su dificultad para comunicarse mantendría a los demás a distancia; pero no fue así. Sus limitaciones para hablar fueron compensadas por una comunicación de hechos y ejemplos. El padre Bill habló a la gente a través de su vida sacerdotal. Y es aquí, diría yo, en donde brilló la grandeza de este hombre. Hay algunos ejemplos de esto que creo apropiado mencionar, no para elogiarlo, eso es para que el Señor lo haga, sino para incitarnos a lograr un mayor grado de santidad.
Lo que permanece en mi mente acerca del padre Bill, es su fidelidad a la oración, especialmente ante el Santísimo Sacramento. Siempre, o casi siempre, decía su oficio diario de oración en la iglesia. Al hacer esto, creo que cumplía su papel coral especial como canónigo. La mayoría de las personas no sabían, debido a su modestia, que el padre tenía un título honorífico de la iglesia de la catedral en Lublin, Polonia, algo así como el equivalente a monseñor. Dichos sacerdotes tienen la función de rezar el oficio divino en el coro de la iglesia de la catedral. Esta bien puede ser la razón del buen hábito del padre, de rezar su oficio en la iglesia, un deber que no solo cumplía regularmente, sino incluso con grandes inconvenientes para sí mismo: cuando el clima estaba helado y frío o cuando estaba enfermo y débil. Se podría esperar que si el padre no estaba en su habitación en el despacho parroquial, probablemente lo encontrarían en la iglesia o en la capilla rezando. Esta práctica tampoco se limitaba solo a su breviario; tenía un repertorio de devociones de libros de oraciones, su rosario diario y una serie de otras prácticas cotidianas, que explican un epíteto que un sacerdote amigo suyo acuñó para él, «el piadoso Lipczewski». Pasó largos períodos en oración a su Dios y a menudo hablaba con reverencia sobre «la Santísima Virgen María», que creo, es el orden habitual de las palabras para su nombre en polaco).
El padre tenía un contacto más directo y visible con las personas a través de su ministerio sacramental. Aquí estoy pensando en su misa diaria, que continuó ofreciendo todos los días, incluso si, debido a su debilidad lo hacía como concelebrante; sus visitas a los enfermos, sus llamadas los primeros viernes de comunión, y quizás lo más notable de todo, su dedicación a las confesiones. Hasta hace solo unos meses, era inquebrantablemente generoso al dar su tiempo al confesionario, incluso cuando no se sentía bien, aun cuando de hecho estaba gravemente enfermo. Varias veces, especialmente en una ocasión, tuve que decirle, debido a su mal estado de salud, que no necesitaba escuchar confesiones, su fila confesional era larga y pese a sus circunstancias dio alivio a muchos de los que acudieron a él para recibir sanación espiritual.
Si me permiten, también puedo mencionar, que el padre Bill no era una persona muy apegada a las posesiones mundanas, tenía poco y parecía necesitar poco, pero fue generoso. El padre George, su buen amigo, quien atendió muchos detalles relacionados con su muerte, reveló que en el registro de su cuenta corriente tenía una larga lista de organizaciones benéficas a las que solía donar. Parecería entonces, que su muerte ha sido una pérdida para muchos más amigos suyos, de lo que hemos sabido.
Deseo agregar una última cosa sobre el padre Bill, creo que es algo mucho más elocuente e inspirador. Esto es, la forma en como soportó en silencio el dolor corporal y angustia mental. Mantuvo oculto de casi todos, los dolores que tuvo que soportar. Solo tuve conocimiento de ello, por la gran cantidad de medicamentos que llenaban su habitación, por los informes del médico que lograron llegar a nosotros y por su ropa manchada de sangre. Debo agregar también que sus penas eran igualmente secretas. El cierre de su único pastorado de la Iglesia de la Resurrección casi le rompió el corazón, lo redujo a un estado de dependencia y le causó una profunda tristeza. Creo que soportó todo esto no por pura resolución estoica, sino como un cristiano llevando su cruz. Si estoy en lo correcto, estos dolores soportados en silencio y las penas sufridas valientemente, hicieron mucho bien espiritual no visible, hicieron bien reparador beneficiando así a todo el cuerpo místico de Cristo. Ustedes y yo podemos estar entre los beneficiarios desconocidos de su heroica resistencia.
Deseo agradecer al padre Bill, tardíamente, por su vida como un sacerdote dedicado y como un cristiano firme. Y quiero agradecerles, gente de esta parroquia, por el amor manifiesto que le han mostrado al padre y por sus oraciones por él. Especialmente deseo destacar a CG que fue como un segundo «ángel guardián» en el cuidado del hombre a quien ella consideraba su verdadero padre espiritual.
Todos extrañaremos al padre Bill aquí, pero confiaremos en su continua ayuda desde la próxima vida. Todavía tenemos mucho que aprender y aún tenemos un cierto tiempo para vivir como cristianos en formación. Mientras tanto, recordaremos al padre Bill en nuestras oraciones y misas, sin presumir nunca de sus méritos, implorando al buen Señor que pronto le otorgue comunión con los santos, una felicidad ilimitada y una unión eterna con Jesús y su amada «Santísima Virgen María».
Que su alma y las almas de todos los fieles que se fueron por la misericordia de Dios descansen en paz. Amén.
Testimonio del padre Eduard P. Pastor
Dios llamó al padre Bill de regresó a casa, a la edad de setenta y tres años, el 20 de noviembre de 2005, el día en que la Iglesia celebraba la solemnidad de Cristo Rey. Creemos que su despedida en una fiesta tan grande, es una señal de Dios y de su gracia de aceptación del padre Bill y de su vida sacerdotal. Nuestro Señor ejerció su reinado durante su vida terrenal, no a través del dominio hacia los demás ni haciendo sentir su grandeza (cf. Mt 20, 25-26), sino más bien, por un servicio humilde. Él reveló su reinado y amor servicial de manera más enfática a través su muerte redentora, voluntariamente aceptada en la cruz. Del mismo modo, el padre Bill también sirvió a la Iglesia de Dios en humildad, servicio oculto y sufrimiento. El padre Bill entendió que reinar con Cristo en el Reino de Dios significa imitarlo, significa poseer su preocupación y amor por los fieles.
El Señor una vez les dijo a sus discípulos: «Ustedes son la sal de la tierra» (Mt 5,13). Con esta expresión, Jesús se refiere a todos los cristianos, pero especialmente a aquellos llamados a trabajar en su viña. A través de su fidelidad, la vida de un sacerdote sirve como sal a los ojos de Dios, haciendo que todo el pueblo de Dios le agrade. Pero lo que mantiene la sal salada y útil no es solo la fidelidad de los sacerdotes a su propia vocación, sino también las oraciones, los sacrificios y la ayuda ofrecida en apoyo de ellos. Jesús mismo oró por sus apóstoles, los primeros sacerdotes. El padre Bill estaba muy consciente de su necesidad de oraciones y del apoyo de los demás durante su vida. A menudo le pedía a la gente que rezara por él. Y, de hecho, muchas personas rezaron y pidieron misas santas por él para que pudiera seguir siendo un sacerdote dedicado hasta el final.
Hay tantos sacerdotes, jóvenes, viejos, inexpertos, sabios, débiles, luchadores, que sufren, que cargan pesados bultos a cuestas, todos ellos necesitan nuestras oraciones. A menudo percibimos sus debilidades, faltas e incluso pecados, porque en su debilidad humana tienen que luchar con los efectos del pecado original como cualquier otra persona. Sin embargo, siempre debemos recordar que son los objetivos principales del maligno. Pues Satanás sabe que cuando un buen sacerdote cae, se lleva consigo mil almas. Cuando Dios nos permite ver a los sacerdotes fallando en su ministerio, no debemos tomar esto como una oportunidad para criticarlos, sino que debemos entender esto como el llamado de Dios para que oremos y nos sacrifiquemos por sus sacerdotes. Como hemos visto en cartas pasadas, el sacerdocio es un regalo, uno de los mejores regalos que Dios nos ha dejado en la tierra, pues nos trae a Dios mismo en la eucaristía y en los otros sacramentos. Por lo tanto, demostremos nuestra gratitud a Dios por este don, por todos sus ministros fieles y santos, por todos sus ocultos siervos de la palabra y del Santísimo Sacramento. Mostramos nuestra gratitud por el apoyo material y espiritual de estos ministros de Dios. Lo que hacemos por los sacerdotes, lo hacemos por Cristo.
Por lo tanto, les agradecemos a todos su compromiso con la Cruzada por los Sacerdotes. ¡Sigamos orando y sacrificándonos con mayor fervor en cada año por la santificación de los sacerdotes de Dios! ¡Todos sus pequeños actos de amor por los sacerdotes, incluso los más pequeños, ofrecidos en unión con el único sacrificio de Cristo, son grandes a los ojos de Dios y dan frutos de santidad en sus sacerdotes! ¡Que Dios los bendiga y recompense a todos por el amor que tienen por el sacerdocio!