En la plenitud de los tiempos

«Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer»(Gal 4, 4)

La «plenitud de los tiempos» coincide, como ha señalado el papa Juan Pablo II, «con el Misterio de la Palabra y la Redención del mundo». Dicho de otra forma, podemos decir que la «plenitud de los tiempos» coincide con la primera Navidad en Belén. Porque fue allí, en ese momento, que el Hijo de Dios se hizo Hombre en la persona de Jesucristo y comenzó a habitar entre nosotros. Y vino, no solo para Redimir a la humanidad, sino también para fundar su Iglesia y darnos Su Cuerpo y Sangre para continuar Su Obra de Salvación aquí en la tierra.

Principalmente es ahora, a través del sacerdocio instituido por Cristo, el Sumo Sacerdote, en la Última Cena, que esta Obra Redentora se lleva a cabo en el mundo. Por lo tanto, el arzobispo Justin Rigali de St. Louis dijo, mientras se dirigía a una conferencia de obispos recién nombrados, en julio pasado en Roma, «¡Sin sacerdocio, no hay eucaristía! Sin eucaristía no hay Iglesia».

Es obvio, entonces, que el sacerdocio es esencial tanto para el crecimiento continuo de la Iglesia como para su supervivencia. Por esta razón, el estado actual del sacerdocio en los Estados Unidos debería ser motivo de preocupación para todos. Considérese lo siguiente: durante un período de 25 años, de 1975 al año 2000, el número total de sacerdotes en los Estados Unidos disminuyó de 58,909 a 45,699, ¡una pérdida de más de 13,000! Y así, debido a esto, más del diez por ciento de las parroquias en el país ahora no tienen un sacerdote residente. No hace falta decir, entonces, que existe una necesidad urgente de orar no solo por los sacerdotes, sino también por un aumento en las vocaciones sacerdotales.

Sin embargo, cabe señalar que el número de vocaciones ha aumentado en los últimos años. A pesar de estas buenas noticias, el hecho es que el número total de seminaristas que estudian para el sacerdocio en los EE. UU, se redujo de 48,992 en 1965 a 4,917 en 2000, ¡una disminución del noventa por ciento en treinta y cinco años!

El obispo John Nienstedt, anteriormente de la Arquidiócesis de Detroit y ahora el nuevo obispo de la Diócesis de New Ulm, Minnesota, se ha enfrentado a esta crisis de frente y ha elaborado un programa que podría verse como un enfoque modelo para resolver el problema de las vocaciones. En su primera homilía a su diócesis, enfatizó fuertemente la importancia de las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. Llamó a su nueva diócesis a hacer de las vocaciones, una prioridad para el año por venir. Llamó a las familias, clubes, grupos, asociaciones, parroquias, de hecho a toda la diócesis a rezar, ayunar y trabajar por las vocaciones.

El obispo Nienstedt fue muy específico en lo que quería. «Recordemos que las vocaciones provienen de Dios, no de nosotros, Jesús da la gracia, solo él sostiene el llamado», dijo. «Por lo tanto, pido que para el próximo año, cada reunión a nivel parroquial o diocesano comience con oraciones por las vocaciones sacerdotales, religiosas, diaconales y misioneras. Pido a todas las familias durante el próximo año, que recen por las vocaciones cada vez que se sienten para bendecir sus alimentos o cada vez que se arrodillen para dar gracias por su abundancia. Pido que para el próximo año, cada oración de los fieles, ya sea en una celebración Eucarística o en un servicio de las Escrituras, también se incluya tal petición por las vocaciones».

«En segundo lugar, nuestra oración ferviente debe ir acompañada de ayuno», continuó. «Por lo tanto, pido que para el próximo año la abstinencia de carne los viernes se realice específicamente por las vocaciones. Al principio, esto puede parecer una solicitud simplista», explicó. «Pero puedo asegurarles», enfatizó, «que he experimentado en mi propia vida cuán aceptable es el ayuno para Dios cuando se ofrece con un corazón devoto. Esa es mi sincera solicitud para cada católico en esta diócesis: orar y ayunar por las vocaciones sacerdotales, religiosas, diaconales y misioneras».

Además, el nuevo obispo explicó claramente la distinción entre ministerios laicos y ordenados. Afirmó que «la Nueva Evangelización requerirá la participación dedicada de los ministerios laicos, pero que las vocaciones no se pueden obtener a expensas de los ministros ordenados». Luego enfatizó: «La jerarquía es un elemento constitutivo de la Iglesia establecida por Jesucristo y eso significa que sin ella no estamos a la altura de lo que Jesucristo pretendía. Estoy convencido de que Jesús está llamando a hombres jóvenes y también hombres mayores, para actuar en su persona sacerdotal. Mis hermanos y hermanas, debemos creer esto si queremos ser fieles a Cristo».

Tomemos muy serio el mensaje inspirador del obispo Nienstedt y apliquemos su súplica en nuestras propias vidas y en las vidas de nuestras familias. Además, recemos para que otras diócesis en todo el país sean inspiradas a adoptar un programa similar al de la diócesis de Nueva Ulm. Indudablemente hay muchos hombres de diversas edades, que están siendo llamados por Dios al sacerdocio. Pero influenciados por aspectos culturales contrarios, materialismo, individualismo desenfrenado y valores sociales opuestos al Evangelio, estos hombres necesitan ser liberados, mediante la oración y el ayuno, para seguir el llamado de Dios.

“La mies es grande, pero los obreros son pocos —les dijo a sus discípulos—. Rueguen, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9,37-38).

El Sacerdocio

En su primera «Carta del Jueves Santo a los Sacerdotes» del año 1979, el papa Juan Pablo II dirigió las siguientes conmovedoras palabras a los Sacerdotes del mundo. Se reproducen aquí para que al meditar sobre la naturaleza del sacerdocio, nosotros también podamos llegar a comprender y apreciar mejor este gran don de Cristo a su Iglesia y compartir el profundo amor y solicitud del Santo Padre por cada uno de los sacerdotes de la Iglesia. 

“Piensen en los lugares donde esperan con ansia al sacerdote, y donde desde hace años, sintiendo su ausencia, no cesan de desear su presencia. Y sucede alguna vez que se reúnen en un Santuario abandonado y ponen sobre el altar la estola aún conservada y recitan todas las oraciones de la liturgia eucarística; y he aquí que en el momento que corresponde a la transubstanciación desciende en medio de ellos un profundo silencio, alguna vez interrumpido por el sollozo… ¡Con tanto ardor desean escuchar las palabras, que solo los labios de un sacerdote pueden pronunciar eficazmente! ¡Tan vivamente desean la comunión eucarística, de la que únicamente en virtud del ministerio sacerdotal pueden participar, como esperan también ansiosamente oír las palabras divinas del perdón: yo te absuelvo de tus pecados. ¡Tan profundamente sienten la ausencia de un Sacerdote en medio de ellos. Estos lugares no faltan en el mundo. ¡Si, en consecuencia, alguno entre vosotros duda del sentido de un sacerdocio, si piensa que ello es “socialmente” infructuoso o inútil, medite en esto!

Es necesario convertirse a diario, descubrir cada día de nuevo el don obtenido de Cristo mismo en el sacramento del Orden, profundizando en la importancia de la misión salvadora de la Iglesia y reflexionando sobre el gran significado de nuestra vocación a la luz de esta misión.

Madre de los Sacerdotes

Queridos Hermanos, al comienzo de mi ministerio os encomiendo a todos a la Madre de Cristo, que de modo particular es nuestra Madre: la Madre de los Sacerdotes. De hecho, al discípulo predilecto, que siendo uno de los Doce había escuchado en el Cenáculo las palabras: “Haced esto en memoria mía” (Lc 22, 19 ). Cristo, desde lo alto de la Cruz, lo señaló a su Madre, diciéndole: “He ahí a tu hijo” (Jn 19,26). El hombre, que el Jueves Santo recibió el poder de celebrar la Eucaristía, con estas palabras del Redentor agonizante fue dado a su Madre como “hijo”. Todos nosotros, por consiguiente, que recibimos el mismo poder mediante la Ordenación Sacerdotal, en cierto sentido somos los primeros en tener el derecho a ver en ella a nuestra Madre. Deseo, por consiguiente, que todos vosotros, junto conmigo, encontréis en María la Madre del sacerdocio, que hemos recibido de Cristo. Deseo, además, que confiéis particularmente a Ella vuestro sacerdocio. Permitir que yo mismo lo haga, poniendo en manos de la Madre de Cristo a cada uno de vosotros sin excepción alguna de modo solemne y, al mismo tiempo, sencillo y humilde. Os ruego también, amados Hermanos, que cada uno de vosotros lo realice personalmente, como se lo dicte su corazón, sobre todo el propio amor a Cristo Sacerdote, y también la propia debilidad, que camina a la par con el deseo del servicio y de la santidad. Os lo ruego encarecidamente.

¡Qué cerca de esta causa de Dios estáis vosotros! ¡Cuán profundamente ella está impresa en vuestra vocación, ministerio y misión! En consecuencia, junto con el Pueblo de Dios, que mira a María con tanto amor y esperanza, vosotros debéis recurrir a Ella con esperanza y amor excepcionales. De hecho, debéis anunciar a Cristo que es su hijo; ¿Y quién mejor que su Madre os transmitirá la verdad acerca de El? Tenéis que alimentar los corazones humanos con Cristo; ¿Y quién puede hacerles más conscientes de lo que realizáis, si no la que lo ha alimentado? “Salve, o verdadero Cuerpo, nacido de la Virgen María”. Se da en nuestro sacerdocio ministerial la dimensión espléndida y penetrante de la cercanía a la Madre de Cristo. Tratemos pues de vivir en esta dimensión. Si es lícito recurrir aquí a la propia experiencia, os diré que, escribiéndoles, recurro sobre todo a mi experiencia personal.

Al comunicarles esto, al comienzo de mi servicio a la Iglesia universal, pido continuamente a Dios que os llene a vosotros. Sacerdotes de Jesucristo, de su bendición y gracia y, como prenda y afirmación de tal comunión orante, os bendigo de corazón en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.”

Cuando estaba desnudo, me vestiste

En el Antiguo Testamento, Dios manifestó su presencia de una manera especial a través del Arca de la Alianza. Encima del arca había una placa de oro que se llamaba el «Propiciatorio», en ella permanecía Dios en medio de su pueblo. Se encontraba en el corazón del «Lugar Santísimo», dentro del Templo. De cierta manera, el Arca, con su Propiciatorio, representa un presagio de la misericordiosa presencia de Cristo en medio de su pueblo, quien en la nueva alianza, se encuentra reservado en el Santísimo Sacramento, en los tabernáculos de todo el mundo.

La santidad del Arca de la Alianza, es considerada como uno de los eventos más sorprendentes en la historia del pueblo de Israel y se registra en el primer libro de Samuel. El pueblo de Israel estuvo involucrado en una batalla contra su enemigo los filisteos. Los israelitas sufrieron una pérdida de 4000 hombres, por lo que recurrieron al Señor en busca de ayuda. Llevaron el Arca de la Alianza al campamento. Cuando el Arca de la Alianza llegó al campamento, todo el pueblo de Israel dio un poderoso grito que conmovió la tierra. Cuando los filisteos oyeron los gritos, supieron que el Arca había llegado al campamento de los hebreos y se atemorizaron. Dijeron: «¡Ay de nosotros! Pues nada como esto nos ha sucedido antes. ¡Ay de nosotros! ¿Quién nos librará de la mano de ese poderoso Dios? Es aquél Dios que hirió a Egipto con todo tipo de plagas en el desierto». Sin embargo, a pesar de la presencia del Arca, la confianza del ejército de Israel y el temor de los filisteos, al participar en la batalla, Israel fue derrotado. Hubo una gran cantidad de bajas del lado de Israel: 30.000 hombres de a pie cayeron en la batalla. Pero lo más sorprendente es que los filisteos se apoderaron del Arca de la Alianza. ¡La señal más sagrada de la presencia de Dios en medio de su pueblo elegido, fue tomada por el enemigo! ¿Cómo pudo pasar esto? ¿Por qué Dios permitió que el Arca de su presencia fuera tomada por los paganos idólatras?

Antes de que esto sucediera, Dios mismo predijo al profeta Samuel que esto sucedería, y dio la razón por la cual ocurriría. Le dijo a Samuel: “He aquí, que voy a hacer en Israel, una cosa tal que a todo aquél que lo oiga le resonarán ambos oídos”. La razón por la que Dios permitió que este desastre ocurriera en Israel, fue debido a las blasfemias cometidas por Ofní y Fineés, los hijos del sumo sacerdote Helí, en su servicio como sacerdotes del pueblo de Dios. Como se dijo: “El pecado de los jóvenes fue muy grande a la vista del Señor; porque esos hombres trataban con desprecio las ofrendas del Señor”. [1 Sam 2,17] La ​​consecuencia de los pecados de los sacerdotes no solo fue que ellos mismos fueran asesinados en la batalla, sino también que hubo una gran derrota para todo el pueblo de Israel, y la presencia de Dios fuera efectivamente apartada de en medio de ellos.

Este episodio proporciona una clara indicación de las consecuencias de los pecados de los sacerdotes no solo para ellos, sino también para todo el Pueblo de Dios. Debido a su posición clave como «Mensajero del Señor de los Ejércitos» [Mal 2, 8], los pecados del sacerdote «hacen tropezar a muchos». [Mal 2, 8] El profeta Ezequiel señaló que debido a la corrupción de los pastores, el rebaño  se dispersa por toda la tierra y se convierten en presa de todas las fieras del campo. [Ez 34, 5-6]. Y el profeta Jeremías comentó: “Porque los pastores han obrado neciamente, y no han buscado a DIOS; por esto no entendieron y toda su grey anda dispersa”. [Jer 10,21]

Sabiendo muy claramente la posición vital que tienen los sacerdotes en la Iglesia, sus enemigos, tanto humanos como demoníacos, no dejan de atacar a los sacerdotes de todos los sectores. El seductor busca golpear al pastor para que las ovejas se dispersen. Por esta razón, es necesario establecer continuamente un baluarte de protección alrededor de los Sacerdotes de la Iglesia. Invoquemos a la Virgen María para que los cubra con su manto; pidamos a los ángeles que los rodeen con un fuerte escudo de protección; pidamos a San José, el protector universal de la Iglesia, y terror de los demonios, que proporcione una defensa especial para sus ministros.

Al mismo tiempo, si somos testigos de las fallas de los sacerdotes, e incluso somos víctimas de ellas, debemos estar en guardia, para no atacar a los sacerdotes empeorando las cosas. Incluso si algunos sacerdotes no son personas santas, siempre son personas sagradas en razón de su ordenación. Ellos son los ungidos de Dios. Así como David en el Antiguo Testamento, nunca se atrevió a levantar una mano contra el rey Saúl, quien injustamente lo persiguió, David siempre estuvo consciente de que Saúl todavía era el ungido de Dios; [1 Sam 24, 6] así nosotros tampoco deberíamos en ningún momento, atacar a los ministros ungidos de Dios.

Santa Catalina de Siena registra las palabras de Dios Padre en sus Diálogos: 

«Deseo que los seculares mantengan [hacia todos los sacerdotes] la debida reverencia, no por su propio bien, como he dicho, sino por Mí, en razón de la autoridad que les he dado. Por lo tanto, esta reverencia nunca debería disminuir hacia los sacerdotes cuya virtud se debilita, sino conservarse de la misma manera que por aquellos de quienes les he hablado, que viven en la virtud y la bondad; porque todos han sido nombrados ministros del Hijo, es decir, del Cuerpo y la Sangre de Cristo y de los otros Sacramentos».

«Esta dignidad pertenece al bien y al mal por igual: todos tienen que administrar la luz, como se ha dicho, y los sacerdotes perfectos están bajo esa condición de luz, es decir, iluminan y calientan a sus vecinos a través de su amor. Y con este calor hacen brotar virtudes y dan fruto en las almas de quienes les están sujetos. Los he designado para que sean en verdad sus ángeles guardianes, para que los protejan, inspiren sus corazones con buenos pensamientos, con sus santas oraciones y para que les enseñen Mi doctrina reflejada en el espejo de su vida, y para que les sirvan administrándoles los santos sacramentos, sirviéndoles, vigilándoles e inspirándoles con buenos y santos pensamientos como lo hace un ángel».

«Vean, entonces, que además de la dignidad a la que los he designado, cuán dignos son de ser amados; cuando también poseen el adorno de la virtud, al igual que aquellos de quienes les hablé, que están ligados y obligados a poseer, y en qué gran reverencia los deben sostener y brillan cada uno como un sol en el cuerpo místico de la Santa Iglesia por sus virtudes, porque todo hombre virtuoso es digno de amor, y estos aún más por el ministerio que he puesto en sus manos. Por lo tanto, deben amarlos en razón de la virtud y la dignidad del sacramento, y por esa misma virtud y dignidad, deben odiar los defectos de aquellos que viven miserablemente en el pecado, pero no por ese motivo deben ser sus jueces, lo que les prohíbo, porque son Mis Cristos (los ungidos), y deben amar y reverenciar la autoridad que les he dado. Ustedes saben bien que si una persona sucia y mal vestida les trajo un gran tesoro, del cual obtuvieron la vida, no odiarían al portador, por muy harapiento y sucio que este fuera, por amor al tesoro y al señor que se los envió. Su estado realmente les desagradaría, y estarían ansiosos, por amor a su maestro, del momento en que fuese limpiado de su maldad y vestido adecuadamente». 

«Este, pues, es su deber de acuerdo con las demandas de la caridad, y por lo tanto deseo que actúen así con respecto a los sacerdotes tan mal ordenados, que a su vez sucios y vestidos con ropas estropeadas por el vicio a través de su separación de Mi amor, les traen grandes tesoros. – es decir, los sacramentos de la Santa Iglesia, de donde obtienen la vida de la gracia, recibiéndolos dignamente (a pesar de los grandes defectos que pueda haber en ellos) por amor a Mí, el Dios Eterno, quien se los envía, y a través del amor a esa vida de gracia que reciben del gran tesoro, por el cual les administran todo el Dios y todo el Hombre, es decir, el Cuerpo y la Sangre de Mi Hijo unidos a mi naturaleza divina. De hecho, sus pecados deberían desagradarles, deberían odiarlos, y luchar con amor y santa oración para volver a vestirlos, lavando su impureza con sus lágrimas, es decir, que deberían ofrecerlos ante Mí con lágrimas y gran deseo, para que pueda volver a vestirlos en Mi bondad, con las prendas de la caridad. Sepan bien que deseo darles gracias, si tan solo se dispusieran a recibirlas, y ustedes oren por ellas; pues no está de acuerdo con Mi voluntad, que les administren el Sol estando ellos mismos en la oscuridad, no que ellos sean despojados del manto de la virtud, viviendo de manera deshonesta en deshonra; por el contrario, se los he dado y los he designado para que sean ángeles y soles terrenales, como ya he dicho. No es mi voluntad que estén en este estado, deben orar por ellos y no juzgarlos, dejándome su juicio. Y yo, conmovido por sus oraciones, les alcanzaré misericordia si solo la reciben, pero si no corrigen su vida, su dignidad será la causa de su ruina. Porque si no aceptan la abundancia de Mi misericordia, yo, el Juez Supremo, los condenaré terriblemente hasta su final, y serán enviados al fuego eterno».

Las palabras de esta gran Doctora de la Iglesia, indican no solo la dignidad del sacerdote y la responsabilidad que tiene de vivir de acuerdo con tal dignidad, sino también el deber de los laicos que reconocen las fallas del sacerdote para «lavar su inmundicia con sus lágrimas», y volver a vestirlos orando para que estén dispuestos a recibir las gracias de la misericordia de Dios.

El profeta Zacarías tuvo la siguiente visión: «Entonces me mostró Jesús el Sumo Sacerdote, que estaba de pie delante del ángel del Señor, y a su mano derecha estaba Satanás, para acusarle. El ángel del Señor le dijo a Satanás: «¡Que te reprenda el Señor, que ha escogido a Jerusalén! ¡Que el Señor te reprenda, Satanás! ¿Acaso no es este hombre un tizón rescatado del fuego?». Josué estaba vestido con ropas sucias en presencia del Ángel. Así que el Ángel les dijo a los que estaban allí, dispuestos a servirle: «¡Quítenle las ropas sucias!» Y a Josué le dijo: «Como puedes ver, ya te he liberado de tu culpa, y ahora voy a vestirte con ropas espléndidas». Entonces dije yo: «¡Pónganle también un turbante limpio en la cabeza!» Y le pusieron en la cabeza un turbante limpio, y lo vistieron, mientras el Ángel del Señor permanecía de pie». [Zac 3: 1-5]

Esta visión profética contrasta la obra de Satanás con la del Santo Ángel. Satanás acusa, mientras que el Ángel sagrado les pide a los que están alrededor que le quiten las prendas sucias al sumo sacerdote. El Ángel reprende a Satanás y tiene misericordia de Josué. El Ángel habla de Josué como de una «marca arrancada del fuego». La imagen que se usa aquí parece ser muy adecuada para nuestro tiempo presente. Los elementos de una cultura neopagana, anticristiana, materialista, consumista y cargada de lujuria que se promueven a través de los medios de comunicación, podrían compararse con un fuego destructivo que se extiende incluso entre los miembros de la Iglesia. Aun a aquellos a quienes Dios ha llamado a la vida religiosa y al sacerdocio difícilmente se les puede evitar la nociva influencia. Dios, sin duda, desea que sean «arrebatados» de las llamas; pero no podemos sorprendernos si ya están carbonizados y, por lo tanto, debilitados y tal vez incluso cegados ante los peligros a los que continúan exponiéndose. La solución no es acusar, sino interceder, e incluso después de haber intercedido cientos de veces, no debemos acusar. Dios no nos muestra quien es «menos entre sus hermanos». Pero sabemos que cualquier cosa que le hagamos al más pequeño de sus hermanos, lo hacemos con él.

Como los sacerdotes son, como escribe Santa Catalina, los ungidos de Dios, o en otras palabras, «Cristos», podemos estar más seguros de la recompensa de Dios para todos aquellos que se dedican a «volver a vestir» a los sacerdotes a través de oraciones y sacrificios ofrecidos en su nombre. «Ven, bendito de mi Padre, hereda el Reino preparado para ti desde la fundación del mundo» porque cuando estaba desnudo, me vestiste» [Mateo 25, 34-36].