Dando testimonio de Dios en el mundo de hoy:

Sanando una Iglesia en crisis con la ayuda de los santos Ángeles

Cuando Nuestro Señor estaba por ascender al cielo, les prometió a los discípulos: “recibirán poder cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes, y serán Mis testigos en Jerusalén, a través de Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,6). Después de Pentecostés hasta la gran fiesta de Cristo Rey, la Iglesia entra en el Tiempo Ordinario, el tiempo en que seguimos a los Apóstoles en su gran trabajo misionero. Habiendo sido encargados por Cristo, es el tiempo de la misión para todos los discípulos de Cristo, también para nosotros. Y quizás, más que en cualquier otro momento en la historia, los países de Europa, Estados Unidos y otros, se han convertido en “territorio de la misión”. Por ejemplo, según las estadísticas, en los EE.UU. un 30% de las personas menores de 30 años no tienen afiliación religiosa.

Libertad sexual y relativismo moral

El cristianismo en general y el catolicismo también están sufriendo las convulsiones culturales y morales que sacuden a la sociedad. En un esfuerzo por explicar el escándalo de la pedofilia dentro y fuera de la Iglesia en un artículo publicado recientemente, el Papa Emérito Benedicto XVI, con su claridad habitual (incluso en su edad avanzada), describe diferentes fuentes de este problema, que son paralelas, pero independientes entre sí. Primero, el declive cultural generalizado desde la revolución sexual de la década de 1960, donde durante algún tiempo se permitió la pedofilia y se consideró incluso apropiada. “Al mismo tiempo, independientemente de este desarrollo, la teología moral católica sufrió un colapso que dejó a la Iglesia indefensa ante estos cambios en la sociedad” (Papa Em. Benedicto XVI, “Reflexión sobre escándalos de abuso”, Vaticano, 10 de abril de 2019), tales que muchos teólogos e incluso Obispos negaron la existencia de absolutos morales: nada podría llamarse intrínsecamente malo en todo momento y en todas las circunstancias. “Si bien la antigua frase ‘el fin justifica los medios’ no se confirmó en esta forma cruda, su forma de pensar se convirtió en la norma” (ibid.). El Papa San Juan Pablo II reaccionó a esta tendencia publicando la encíclica Veritatis Splendor, en agosto de 1993. Su intención general, según Benedicto, era mostrar que:

                  “…hay bienes que nunca están sujetos a concesiones. Hay valores que nunca deben ser abandonados por un valor mayor e incluso sobrepasar la preservación de la vida física. Existe el martirio. Dios es más, incluida la sobrevivencia física. Una vida caracterizada por la negación de Dios, una vida que se basa en algo que al final es una mentira, no es vida. El martirio es la categoría básica de la existencia cristiana. El hecho de que ya no sea moralmente necesario en la teoría que defienden… muchos otros demuestran que la misma esencia del cristianismo está en juego aquí” (ibid.).

En otras palabras, hay verdades por las que nosotros, como católicos, deberíamos estar dispuestos a morir. Nuestra fe no es algo que podamos profesar en un momento y negar en el siguiente. Negar esta verdad, es negar la verdad de la fe; es invalidar el testimonio de los mártires a lo largo de los siglos, comenzando con el primer “mártir”, Jesucristo mismo. Sin embargo, es precisamente esto, dice Benedicto, lo que muchos teólogos e incluso Obispos han defendido en los últimos 50 años.

La corrupción de los seminarios y el ataque a la fe

Además, la calidad de la formación sacerdotal ha disminuido enormemente en este clima cultural general. “En el problema de la preparación en los seminarios para el ministerio sacerdotal, hay que constatar de hecho una profunda quiebra de la actual forma de esta preparación. En varios seminarios se establecieron grupos homosexuales que actuaban más o menos abiertamente, y que cambiaron significativamente el clima que se vivía en ellos” (ibid.). Adicionalmente, hubo un gran abandono de las tradiciones y enseñanzas de la Iglesia en el llamado, pero falso “espíritu” del Vaticano II:

                                                            De hecho, una mentalidad conciliar era entendida en muchos lugares como una actitud crítica o negativa hacia la tradición existente hasta entonces, que ahora debía ser reemplazada por una relación nueva y radicalmente abierta con el mundo. […] Hubo –y no sólo en los Estados Unidos de América– algunos obispos que rechazaron la tradición católica en su conjunto e intentaron formar una especie de nueva “catolicidad” moderna en sus diócesis (ibid.).

Lo que está en juego no sólo son los escándalos, sino que la fe misma está bajo ataque. “De hecho, es importante ver que dicha mala conducta de los clérigos en último término daña la fe: Tales ofensas son posibles sólo allí donde la fe ya no determina las acciones del hombre” (ibid.). Por esta razón, no es sorprendente que, debido a la reciente crisis, muchos se sientan tentados a abandonar la Iglesia, o ya lo hayan hecho.

¿Qué podemos hacer?

             ¡La primera reacción de la Iglesia, y como miembros del Opus Angelorum, es no abandonar el barco!. San Bonifacio escribe en los tiempos atribulados del siglo séptimo: “En su viaje a través del océano de este mundo, la Iglesia es como un gran barco golpeado por las diferentes tensiones de las olas de la vida. Nuestro deber no es abandonar el barco, sino mantenerlo en su curso” (Oficio de Lecturas, 5 de junio). La primera característica de los santos Ángeles es la fidelidad. Como colaboradores de los santos Ángeles, por lo tanto, queremos permanecer fieles a Dios y a la Iglesia que Él estableció en la tierra como nuestra Madre y camino de salvación.

             Fidelidad y vivir la fe

El Papa Benedicto hace referencia irónicamente a la revolución protestante que dice: “¿Tendríamos quizá que crear otra Iglesia, para que las cosas funcionen correctamente? Bueno, ese experimento ya se ha realizado y ya ha fracasado”. Sólo el camino de la obediencia y el amor por Jesucristo puede ser el camino correcto. Por lo tanto, entremos más seriamente en la discusión de nuestro papel en la batalla contra el mal en la Iglesia y la sociedad en estos tiempos. En última instancia, se trata de mantener y dar testimonio de la fe a través de una unión real y personal con Dios y Su amor:

             «Yo diría en primer lugar: Si quisiéramos resumir de modo realmente muy breve el contenido de la fe que se fundamenta en la Biblia, podríamos decir que el Señor ha iniciado una historia de amor con nosotros y quiere resumir toda la creación en ella. El mal nos amenaza a nosotros y a todo el mundo. La fuerza contraria al mal solo puede ser, al final, que entremos en este amor. Él es la verdadera fuerza contra el mal. El poder del mal emerge de nuestro rechazo de amar a Dios. El redimido es aquel que se confía al amor de Dios» (ibid.).

             El primer principio de la fe debe ser siempre: Dios es, Dios existe. Sólo Dios puede dar sentido a la vida del hombre y al mundo que lo rodea. “Un mundo sin Dios sólo puede ser un mundo sin significado. Porque entonces, ¿de dónde vendría todo lo que existe? En cualquier caso, no tiene fundamento espiritual. De algún modo estaría ahí simplemente, sin tener fin alguno ni ningún sentido. Entonces no habría ningún criterio del bien o del mal. Se impone entonces sólo lo que es más fuerte que lo otro. El poder es entonces el único principio. La verdad no cuenta… Sólo si las cosas tienen un fundamento espiritual, si son queridas y pensadas –sólo si hay un Dios Creador que es bueno y quiere el bien–, puede tener sentido también la vida del hombre” (ibid). En otras palabras, si no fuéramos creados por Alguien para un propósito determinado y para un cierto fin, entonces sería difícil encontrar un sentido para nuestra existencia.

Atestiguando al Dios que es amor

Si sabemos que Dios es, que nos creó y nos quiso, que Él habla con nosotros en la revelación, e incluso llegó tan lejos que quiso ser uno de nosotros, entonces nos regocijamos porque sabemos que Dios nos ama, que Dios es amor y nos ha creado para entrar en este amor. Este es el Dios al que estamos llamados a atestiguar en el mundo de hoy. “Cuando venga el Paráclito que Yo les enviaré de parte del Padre, el Espíritu de la verdad que procede del Padre, Él dará testimonio de Mí. También ustedes darán testimonio, porque desde el principio están conmigo” (Jn 15,26-27). El gozo de ser conocidos y amados por Dios -que experimentamos a través de la oración y el contacto íntimo con Dios– debe llenar nuestros corazones e irradiarse de nosotros, para que aquellos que tienen «ninguna» (religión), ningún propósito, ningún Dios, ningún significado o solución para las preguntas más profundas de la vida, pueden ver nuestra alegría y buscarla por sí mismos.

Lo central en la Obra de los Santos Ángeles es vivir nuestra unión con Dios es, por lo tanto, una «tarea primordial» para nosotros hoy, para sanar a una sociedad degenerada. Porque sin Dios, la sociedad no tiene una meta final por la cual esté orientada, no tiene una brújula moral, no hay razón para decir que esto es correcto y esto es incorrecto.

En el mundo se dice, que cuando Dios muere en una sociedad, ésta se hace libre. En realidad, la muerte de Dios en una sociedad también significa el fin de la libertad… porque desaparece la medida, que nos indica la dirección, enseñándonos a distinguir el bien y el mal. La sociedad occidental es una sociedad en la que Dios está ausente en la esfera pública y a la que nada tiene ya que decirle. Y por eso es una sociedad en la que la medida de lo humano se pierde cada vez más. En algunos puntos individuales (el aumento de la pedofilia, el aborto y el infanticidio, el suicidio asistido, el matrimonio gay, etc.) se puede ver que se ha aceptado ya como evidente algo que es malo y destruye al hombre.

Ese es el caso de la pedofilia. Se la teorizó hasta hace poco como algo legítimo, y se ha difundido cada vez más. Y ahora reconocemos conmocionados que a nuestros niños y jóvenes les están pasando cosas que amenazan con destruirlos. El hecho de que esto también pueda extenderse en la Iglesia y entre los sacerdotes es algo que nos debe conmocionar de modo especial.

Es decir, porque nuestra sociedad primero rechazó a Dios y Su autoridad moral, por lo tanto, se encuentra cometiendo crímenes que nunca se hubieran imaginado hace 50 años.

Aunque el problema puede estar en «ellos», la solución y la sanación de la sociedad dependen de nosotros, ¡de ! Somos responsables de traer a Dios de vuelta a la sociedad. “¿Cómo pudo la pedofilia alcanzar tales proporciones? Al final, la razón está en la ausencia de Dios. Nosotros, cristianos y sacerdotes, también preferimos no hablar de Dios, porque este discurso no parece ser práctico». ¿Cuándo fue la última vez que dijimos: «Dios te bendiga» al cajero del supermercado; ¿o nos persignamos con la Cruz cuando pasamos junto a una iglesia donde Jesús vive abandonado en el Santísimo Sacramento? ¿Hemos tenido el coraje de decir algo contra la deshonestidad o un desorden moral en el lugar de trabajo? ¿Permitimos que el respeto humano evite que mencionemos a Dios? De esta manera, también podemos dar testimonio de un Dios que está aquí con nosotros, que nos ama y quiere ser conocido y amado por todos los hombres. Traigámoslo de vuelta a este mundo, antes de que el mundo se destruya (aún más) a sí mismo. ¿Cómo podemos hacer esto?

Lo más importante es que “nosotros mismos comencemos de nuevo a vivir de Dios y para Él. Ante todo, nosotros mismos tenemos que aprender otra vez a reconocer a Dios como fundamento de nuestra vida… y a no dejarlo a un lado como algo secundario, sino reconocerlo como el centro de nuestros pensamientos, palabras y acciones» (ibid.). Lo que propone el Papa Emérito Benedicto es realmente una renovación de la vida espiritual, una renovación e intensificación de nuestro “caminar con Dios” a través de la fe viva. Sólo en la oración y en los Sacramentos encontraremos nuestra orientación de parte de Dios. Todos rezamos diariamente, tal vez incluso vamos a Misa diaria. Pero, ¿caminamos en la presencia de Dios?, ¿somos conscientes de Él a lo largo de nuestro día, hablamos con Él íntimamente y Lo dejamos guiar nuestras acciones, en el trabajo, con amigos, en nuestros hogares? ¿Tenemos tiempos regulares de silencio y lectura espiritual, donde permitimos que Dios nos hable?

Aceptar la ayuda de los santos Ángeles

Los santos Ángeles están aquí, esperando para ayudarnos. Como espíritus puros, su naturaleza es más parecida a Dios que a la del hombre, sin embargo, permanecen más cerca de nosotros como creaturas de Dios. Habiendo superado ya su prueba, están confirmados en gracia, participando de la naturaleza divina en la visión beatífica. Además, el Papa San Juan Pablo II escribe: “Los espíritus puros tienen un conocimiento de Dios incomparablemente más perfecto que el del hombre, debido al poder de su intelecto. No condicionados ni limitados por la mediación del conocimiento sensible, ven en lo más profundo la grandeza del Ser infinito, de la primera Verdad, del Bien supremo. A esta sublime capacidad de conocimiento de los espíritus puros, Dios ofreció el misterio de Su divinidad, haciéndolos así partícipes, a través de la gracia, … de la vida íntima de Aquel que … «es Amor» (1Jn 4,16)” (Audiencia, 23 de julio de 1986). Al tener intelectos poderosos y una unión íntima con Dios y Su voluntad, los Ángeles son enviados para ayudar al hombre en su camino hacia Dios (cf. Heb 1,14). Si aprendemos a reconocer nuestra pequeñez y a ser un niño ante Dios y Su «embajador», el Ángel, seremos dirigidos de manera mucho más eficaz por los Ángeles. La Madre Gabriela Bitterlich presenta un diálogo entre un alma orgullosa y un alma simple, en la cual el alma simple dice:

Sé que no soy nada. Por esta razón, le pido a mi Ángel que lleve la luz delante de mí. Él nunca tropieza; nunca se extravía como lo hace cada «luz hecha por sí mismo». Su luz se llama: Fe, Esperanza, Caridad; Su luz le da fuerza y confianza. El Ángel es como un telescopio a través del cual, día y noche, siempre puedo ver a Dios. Su palabra es estricta, pero verdadera y buena, él siempre apunta hacia Dios. Él es un hermano para mí, porque es una criatura de Dios, tal como yo lo soy. Él es mi guía, porque ya está en la Visión Beatífica, en cambio yo todavía debo luchar y batallar (Lecturas, Adviento 1955).

Los Ángeles no sólo nos ayudan a conocer y amar más a Dios, sino que, si seguimos su dirección, permitiéndoles que nos guíen, nos formarán de tal manera que seamos una «puerta de entrada» para los Ángeles a los corazones de los demás.

Los Ángeles nos enseñan a ser nuevamente como niños ante Dios, para que nos volvamos transparentes para ellos a través de la claridad e integridad de nuestro carácter, a través de la simplicidad y el amor puro por Dios y para que ellos, a través de nosotros, puedan aplicar su fuerza de radiación más efectivamente a la batalla por el Reino de Dios. Así como los Ángeles son para nosotros como telescopios a través de los cuales podemos ver a Dios mucho más cercano y claramente, más absoluto y majestuoso, así como nosotros somos para los Ángeles como puertas a través de las cuales pueden acercarse mejor al interior de las almas, a fin de iluminarlas y dirigir sus acciones (Lecturas, Navidad 1958).

Santo Tomás de Aquino escribe que, mientras los hombres predican y llegan a oídos de otros, ¡los Ángeles tocan el corazón! Si invocamos a los Ángeles y les pedimos que nos guíen en nuestras vidas, por consiguiente, trabajarán junto a nosotros, no sólo para nuestro propio crecimiento en la santidad, sino también en la batalla por la salvación de las almas.

 

Testificando la Eucaristía: Misterio Central de la Fe

      Un área en particular donde el Papa Emérito Benedicto ve un declive en la fe católica es en la Santa Eucaristía. El Vaticano II había subrayado la importancia de ver en la Eucaristía “la fuente y la cumbre” de la vida espiritual de la Iglesia, y de alguna manera esta enseñanza ha dado sus frutos, especialmente en el surgimiento de tantas capillas de adoración en nuestro país. Sin embargo, también han surgido muchos abusos y una gran disminución en la asistencia regular a la Santa Misa, porque muchos católicos ya no creen en la Presencia Real.

      No predomina una nueva reverencia ante la presencia de la muerte y resurrección de Cristo, sino una forma de tratarlo que destruye la grandeza del misterio. La caída en la participación de las celebraciones eucarísticas dominicales muestra lo poco que nosotros, cristianos de hoy, somos capaces de apreciar la grandeza del don, que consiste en Su Presencia real. Se devalúa la Eucaristía a un gesto ceremonial, cuando se da por normal que la cortesía requiere que Ella sea ofrecida a todos los que, por razones de parentesco, están invitados (tanto católicos como no católicos, y aquellos que ya no practican su fe), a celebraciones familiares o en ocasiones de bodas y funerales. Esto se evidencia también por la manera como en diferentes sitios los presentes reciben sin más el Santísimo Sacramento como algo normal… Así pues, cuando pensamos en qué hay que hacer, está claro que no necesitamos otra Iglesia diseñada por nosotros. Lo necesario es, más bien, la renovación de la fe en la realidad de Jesucristo que nos es donada en el Sacramento (ibid.).

Un paso importante hacia la sanación de la Iglesia es, por lo tanto, una renovación de la fe, amor, la reverencia y el anhelo por la Sagrada Eucaristía. El obispo Mons. Athanasius Schneider, ORC, ha escrito dos libros invitando a los fieles a renovar la antigua práctica de recibir la Sagrada Comunión en la lengua y no en la mano. Podríamos considerar tomar esta práctica, que muestra más reverencia de la que actualmente exige la Iglesia, en un espíritu de reparación para todos aquellos que, irreverente, irreflexiva o incluso indignamente (en el estado de pecado) reciben a Nuestro Señor. O también, podríamos recibir en la lengua en reparación todas las partículas de la hostia, que contienen el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús, que inadvertidamente caen al suelo y son pisoteados como resultado de la Comunión en la mano o la falta de uso de la patena de la Comunión, que, por cierto, todavía es requerida por la Iglesia (ver Redemptionis Sacramentum 93, IGMR 118).

          Ya sea que tomemos esta práctica o no, en cualquier caso, los santos Ángeles quieren guiarnos hacia una mayor reverencia hacia Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento. Al ver más claramente la majestad y la santidad de Dios, se estremecen ante la falta de respeto o incluso por el sacrilegio con que los hombres manejan la Sagrada Eucaristía. Por lo tanto, ellos quieren guiarnos, especialmente como miembros del Opus Angelorum, a un mayor amor y reverencia por Jesús escondido en el Tabernáculo y en la Hostia. El Ángel nos ayudará, si le pedimos, nos enseñe a ver más claramente la realidad de la Sagrada Eucaristía.  En una meditación, la Madre Gabriela escribe:

           «Estás arrodillado en el Sagrario ante el Señor. Tu Ángel, adorando a su Creador, se ha colocado ante ti y puedes ver a través de él por tu amor y anhelo a Dios, como a través de un ojo espiritual claro, como a través de un telescopio. Las paredes del Tabernáculo permiten que tu mirada penetre a través de ellas para ver el trono dorado de Dios en medio de un mundo frío. ¡El Señor, Él está realmente aquí!».

            El Señor eligió la forma blanca de Pan como un misterioso regalo de amor, para entregarse a Sí mismo a nosotros, al máximo. ¿Cómo podríamos de otra manera soportar Su divinidad? El Sol del Amor nos espera aquí. Y al igual que las llamas brotan del sol material en el cielo, también aquí las llamas brotan, pero las llamas del Amor Divino, que salen a nuestro encuentro. Esto no es una exuberancia poética o fantasiosa; es una realidad. Pero debido a que nuestra naturaleza ha sido debilitada por el pecado original, estamos espiritualmente secos y atados más a la tierra que al cielo; nosotros… trabajamos mucho más hacia estructuras externas y para ser vistos y honrados exteriormente, en vez de querer ser semillas que contienen una fuerza de crecimiento para la eternidad. Por esta razón, el Dios todo misericordioso nos ha enviado a los Ángeles -al igual que al principio de los tiempos- como ayudantes salvadores, para alejarnos de las obras hechas de paja, de la torre de Babel, para que podamos conocer a Dios de nuevo, salir a buscarlo nuevamente y encontrarlo a Él. (Lecturas, Cuaresma, 1959).

          Por lo tanto, para traer sanidad al mundo y a la Iglesia, queremos amar a Nuestro Señor en la Sagrada Eucaristía doblemente por aquellos que no aman; Ser más reverente por aquellos que son irreverentes. Entonces, por la gracia de Dios, nos convertiremos en la semilla plantada en secreto y silenciosamente en la tierra, que renovará la fe en la PRESENCIA REAL que tantos han perdido, incluso sacerdotes y obispos.

Defendiendo la Santa Iglesia

Finalmente, el Papa Benedicto XVI en su comentario sobre las causas de la crisis en la Iglesia de hoy, ve una disminución de la fe en la Iglesia misma. Esta tentación, dice, viene del diablo, quien acusa a la Iglesia de ser totalmente mala, podrida por todas partes. Realmente es un ataque a Dios mismo, quien estableció a la Iglesia como el medio de salvación. Por lo tanto, es importante ver que, a pesar de todo el mal que podemos ver en la Iglesia, todavía hay muchas personas buenas y santas:

                  En la acusación contra Dios se trata hoy ante todo de menospreciar a Su Iglesia entera y así apartarnos de ella… Es muy importante contraponer la verdad completa a las mentiras y a las medias verdades del demonio: sí, existen pecados en la Iglesia y el mal. Pero existe también hoy la Santa Iglesia, que es indestructible. Existen también hoy muchas personas que humildemente creen, sufren y aman, en las cuales se nos muestra el Dios real, el Dios que nos ama. Dios tiene también hoy Sus testigos (“martyres”) en el mundo. Nosotros solo tenemos que estar vigilantes, para verlos y escucharlos (Benedicto XVI, Reflexión sobre escándalos de abuso).

Nosotros mismos estamos llamados a ser aquellas almas fieles y amantes del sacrificio que dan testimonio de Dios en la Iglesia. A través de la oración, la recepción fiel de los Sacramentos y el llevar valientemente la Cruz que Dios quiere para nosotros, nos convertiremos cada vez más en testigos convincentes de Dios en el mundo. Los Ángeles están a nuestro lado, guiándonos y ayudándonos, y defendiéndonos contra todos los trucos y seducciones del maligno.

                   Hermanos y hermanas, es hora de levantarse del sueño. Cuanto más fuerte sea la comunidad que formamos con los santos Ángeles y entre nosotros para orar y sacrificar, expiar, sufrir y luchar, viviremos más consistentemente, como un ejemplo para nuestro prójimo, de amor por nuestro Señor en el Tabernáculo y por la Cruz, así seremos una mejor arma, en manos de nuestra Madre, la Santa Iglesia, muchas más almas que podemos arrancar de las fauces del maligno (Madre Gabriele, Introducción a las Lecturas, 1955).

Por lo tanto, no nos desanimemos por el estado del mundo en este momento, ¡sino que seamos alegres en la esperanza! Profesemos cada vez más firmemente nuestra fe en Dios, en Su Iglesia y en los santos sacramentos, en la ayuda de los Ángeles y el manto protector de María, nuestra Madre y Madre de la Iglesia. Sobre todo, oremos mucho y amemos a Dios con todo el fervor de nuestros corazones, ofreciéndonos a Él una y otra vez, en nombre de la Santa Iglesia y por sus sacerdotes. Y Dios enviará Su bendición sobre nosotros, sobre la Iglesia y nuestro país.