(Dan 12, 1)
¡Queridos hermanos en el sacerdocio!
En la última carta nos vimos inducidos a reflexionar sobre algunas consideraciones filosóficas. La siguiente referencia a los santos ángeles en las Escrituras, aún en el libro del profeta Daniel, es menos complicada. Nos invita a reflexionar simplemente con creciente convicción: Dios ha enviado a los santos ángeles, porque los necesitamos, porque sin ellos estaríamos perdidos.
Después de una descripción extensa de eventos futuros, reyes y guerras (cf. cap. 11, 1-45), el autor se refiere una vez más a San Miguel como patrón del Pueblo Elegido. Su presencia salva al pueblo en medio de un momento terrible.
“En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo; y será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro. (Dan 12, 1)
Sigue una breve conversación entre los ángeles con «el hombre vestido de lino», similar a aquello que ya vimos en el capítulo 8,13 y siguientes: “Y yo Daniel miré, y he aquí otros dos que estaban en pie, el uno a este lado del río, y el otro al otro lado del río. Y dijo uno al varón vestido de lino, que estaba sobre las aguas del río: ¿Cuándo será el fin de estas maravillas? Y oí al varón vestido de lino, que estaba sobre las aguas del río, el cual alzó su diestra y su siniestra al cielo, y juró por el que vive por los siglos, que será por tiempo, tiempos, y la mitad de un tiempo. Y cuando se acabe la dispersión del poder del pueblo santo, todas estas cosas serán cumplidas”. (12, 5-7).
Al comienzo de este capítulo se recuerda que San Miguel es el responsable del Pueblo Elegido, él, “el gran príncipe, encargado de tu pueblo”. A esta afirmación muy simple y sobria se sigue una terrible predicción. Se dice que será «un tiempo de angustia, como nunca lo ha sido desde que hubo una nación hasta ese momento» (v. 1). El tiempo parece referirse al fin, como se dice, que “los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y desprecio eterno. Y los sabios resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que vuelcan a muchos a la justicia, como las estrellas por los siglos de los siglos” (12, 2-3). ¡Aquí está el texto bíblico que vincula a San Miguel como el patrón de los moribundos y la guía para la vida eterna!
a) La «mano» de San Miguel sobre el pueblo
Debe sorprendernos la calma con que se dice: “Tu pueblo será librado, todo aquel cuyo nombre se encuentre escrito en el libro”. Una de las razones seguramente se debe al patrocinio de San Miguel, cuya «mano» sobre este pueblo, expresa su observante cuidado. ¡Qué gracia! No es por el poder de la espada, ni por la fuerza de sus brazos; no es por su extraordinaria inteligencia, sino por su humilde asimilación de la Ley y su vivencia virtuosa que llega a la resurrección. Desde el principio, San Miguel recuerda a todos «¡Quién es como DIOS!» (cf. al contrario, Apoc 13, 4). Consideren la máxima: “para el cristiano, ‘reinar es servirle’ (LG 36)” (CIC 786). Esto también se verifica en San Miguel: ¡Es un servidor, por excelencia! Aun así, San Judas lo llama arcángel, y aquí en Daniel se lo identifica como un «gran príncipe». Es difícil para los hombres comprender y vivir de acuerdo con esta “lógica” del pensamiento. Sin embargo, es la lección y el ejemplo de Cristo: “Tú me llamas Maestro y Señor. Y dices bien: porque así soy. Pero yo soy entre vosotros como el que sirve” (Jn 13,13; Lc 22,27b).
b) El juez venidero
La imagen de San Miguel en nuestra estampa de oración, Súplica de los Santos Ángeles, lo presenta como un soldado de pie sobre la morada del hombre, no con orgullo o arrogancia, o con la fuerza de Goliat, sino con la humilde confianza de David. “Tomando el escudo de la fe [adoradora], con el cual podrá apagar todos los dardos de fuego del más inicuo” (Efesios 6, 16), levanta en alto la cruz, la señal sobre la cual Cristo, levantado en la debilidad, venció todo mal: “Ecce crucem Domini; fugite partes adversae; vicit leo de tribu Juda, radix David” (Liturgia de las Horas, Ant. el 14 de septiembre) e inmediatamente: “Per signum crucis ab inimicis nostris libera nos , Deus noster . In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti. Amén” (Rituale Romanum De Exorcismis et Supplicationibus quibusdam , 1999, Apéndice 2). Porque San Miguel lucha no en su propio nombre, sino en el nombre de DIOS, «Quis ut Deus!» La actitud confiada y tranquila de San Miguel ilustra el vínculo que el papa Benedicto XVI trazó en Spes salvi entre la esperanza y el juicio, designando este último como “un lugar para aprender y practicar la esperanza” (cf. 41-49): todo lo que uno pueda sufrir en esta vida, ¡Viene el Juez a quien nada escapa! Se hará justicia y sus amigos y siervos serán recompensados abundantemente.
c) A través del estilo de vida uno se beneficia de la asistencia angelical.
Es una gracia permanecer tranquilo y en paz, confiando en una buena resolución en medio de los terrores físicos y la confusión espiritual de los últimos tiempos. Esta ayuda viene del cielo: una asistencia angelical, como queda claro a lo largo del Apocalipsis. Los ángeles viven en la eterna bienaventuranza de la visión beatífica, comunican la luz de la seguridad, la confianza en la presencia y la fuerza de Dios entre los humildemente receptivos a su misión. Su ejemplo nos enseña a no concentrarnos en lo que ocurre a nuestro alrededor o incluso en nosotros, sino a mirar a Dios y a sus ángeles que nos cuidan. Con ellos, confesemos continuamente (cf. Lc 18, 1): ¡Quién es como Dios! Cuando fijemos nuestros ojos en los ángeles y, a través de ellos, en Dios, permaneceremos tranquilos en medio de las mayores tormentas que la batalla traiga consigo. ¡Nada puede separarnos del amor de Cristo a quien San Miguel ha servido fielmente desde la fundación del mundo!
Para estar del lado de San Miguel, no es suficiente ser un católico de nombre; necesitamos ser miembros devotos y vivos del Cuerpo Místico, que voluntariamente se sometan a la Ley de Dios y las directivas de la Iglesia. Solo quienes son de este tipo de personas, tienen sus nombres escritos en el Libro de la Vida.
d) San Miguel elegido como su santo patrón
El Pueblo de Dios, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, está bajo la protección y el patrocinio de San Miguel. Las naciones, los santuarios, las parroquias y los lugares también han elegido a San Miguel como su santo patrón.
Hemos visto en la carta anterior que Dios ha puesto a los ángeles a cargo de las naciones. En particular, San Miguel fue elegido por muchos como su ángel patrón. La historia muestra la frecuencia con la que San Miguel estuvo involucrado en la situación política de un país. Francia merece una referencia especial a través de Santa Juana de Arco, quien remitió su misión a la guía de San Miguel, o, en nuestros días, el final de la Segunda Guerra Mundial finalmente se anunció el 8 de mayo, fiesta de San Miguel.
Podríamos hacer alusión a más eventos de este tipo. Ciertamente, cada generación pasa por sus propios problemas, pero la enseñanza de la Iglesia nos dice que cada uno tiene una cruz que llevar y cada uno necesita la ayuda del cielo para dominar su parte. Por tanto, se necesita a San Miguel en todo momento y en todo lugar, para ayudar y proteger a los hombres.
La descripción misteriosa de muchos eventos terribles en Daniel 11 y la orden de “callar las palabras y sellar el libro” (12, 4) despierta la curiosidad y nos podría hacer preguntar con Daniel: “¿Cuánto tiempo pasará hasta el fin de estos eventos? » Esta fue la pregunta de Daniel. Él «el hombre vestido de lino» respondió, diciendo que todavía durará «por un tiempo, dos tiempos y medio tiempo».
Esta respuesta no se refiere ni al tiempo lunar ni al tiempo solar. Es tiempo espiritual, es decir, se refiere a “capítulos de la historia” enfocados en algún evento significativo. En este sentido San Juan dijo: “Hijitos, ya es el último tiempo; y según vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora han surgido muchos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo”. (1 Jn 2, 18). ¡Esta “hora” implica la decisión final de toda la humanidad a favor o en contra de Cristo! Del mismo modo, los Padres del Concilio Vaticano II afirmaron: “Toda la historia del hombre ha sido una historia de duros combates contra los poderes del mal,… desde los albores de la historia hasta el último día” (GS 37; cf. CIC 409).
Podemos pensar en un significado psicológico o espiritual de estos «tiempos». La división en tres “tiempos” y medio se considera generalmente como la mitad de siete y, por lo tanto, se interpreta como una unión rota de perfección. La secuencia en tres tiempos no solamente indica un período de algún desarrollo como el de liberarse del pecado, en el caso del tiempo, es de trabajo en las virtudes junto con Dios y su gracia, los dos tiempos para transformarse en unión con Dios, aún quedaría la mitad del tiempo, ¿sería este cumplido en la eternidad? El comprender la respuesta de esta manera no genera ansiedad; conduce a las personas que se encuentran sometidas a la agitación espiritual o física, a la convicción necesaria para la salvación.
San Miguel estaba con el pueblo de Dios y este pueblo se salvó. Este conocimiento nos muestra cómo nosotros también debemos prepararnos o defendernos. Una forma, sin duda, es acercarnos a los santos ángeles, nuestros consiervos para dar testimonio de Cristo.
Esto es especialmente apropiado para nosotros los sacerdotes. Como San Miguel y todos los santos ángeles, el sacerdote es un mediador entre el cielo y la tierra. Benedicto XVI se refirió a este comentario sobre “la descripción más breve de la misión sacerdotal”: “Jesús nombró a doce para que estuvieran con él y fueran enviados” (3, 14). Estar con Jesús y ser enviado… pertenecer juntos… El papa Gregorio el Grande, en una de sus homilías, dijo una vez que los ángeles de Dios, por muy lejos que vayan en sus misiones, siempre se mueven en Dios. Permanecen siempre con Él. Y al hablar de los ángeles, San Gregorio pensaba también en los obispos y sacerdotes: dondequiera que vayan, deben ‘estar siempre con Él” (Benedicto XVI, 11 de septiembre de 2006 en Altötting). Por lo tanto, la unión con Dios es primordial. Tanto en los santos ángeles como en los santos sacerdotes los fieles quieren encontrar a Dios, entrar en contacto con su acción saludable. Nuestro principal ministerio, por tanto, es el de los sacramentos, por medio de los cuales abrimos las puertas espirituales a la unión con Dios.
Permítanme pasar de los sacramentos a un sacramental, Oda Schneider, una viuda y luego famosa Carmelita, quien en uno de sus libros sobre el sacerdocio, intenta reconciliar la tensión entre nuestro intenso llamado a la acción y nuestro deber de permanecer en la presencia constante ante Dios. Este difícil, delicado pero crucial equilibrio “tiene su símbolo en la sotana” (Sobre el sacerdocio de la mujer, Abensberg 1992, p. 56). Vivimos en una época en la que se declara la “muerte de la metafísica” (Kant), la pérdida del ser y la condenación a la actividad (Sartre). ¿Podría la constancia angelical de estar en la presencia de Dios, incluso mientras ejercen su ministerio, no ser un llamado para que nosotros los sacerdotes redescubramos nuestro lugar central de mediación (estar ante DIOS en nombre de la humanidad), y abrazar el atuendo sagrado como su signo visible, ¿un signo que causa tanta paz en las almas, tanta confianza en Dios y en Su solidaria presencia?
P. Titus Kieninger ORC
1 Patrón de Francia, Japón, patrón de los Marineros (Normandía), patrón de la Policía (Italia), patrón del Nilo, patrón de los enfermos, de los radiólogos, Caballeros del Ala [de San Miguel], todas las diócesis de Francia, de la diócesis de Sherbrooke, Canadá, de los santuarios de todo el mundo [Monte Gargano, Mont St. Michel], patrón de los Padres Pasionistas, de la Congregación de Clérigos Regulares, de las Religiosas del Sagrado Corazón, de las Michaelitas , segundo patrón de la Legión de María, etc. etc
