Disipando la oscuridad a la Luz de Cristo

Disipando la oscuridad a la Luz de Cristo

Mientras los pastores vigilaban sus rebaños en la oscuridad de la noche, “de pronto, se les apareció el Ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor” (Lc 2,9). Estos pobres hombres, que vivían en las periferias de la sociedad, observando la noche, son una imagen de la vocación cristiana del mundo de hoy. La oscuridad crece a nuestro alrededor, la oscuridad de la confusión espiritual y de la ceguera, la oscuridad del pecado y la frialdad del corazón, una sociedad sin Dios y, por lo tanto, sin fundamento moral. Sin embargo, Dios envía a Sus ángeles incluso hoy, con la luz de Su amor, como mensajeros y mediadores de Su presencia entre nosotros, de Su misericordia y ayuda en la oscuridad del mundo que nos rodea. “Un niño nace por nosotros, ¡nos es dado un hijo!” Cristo ha venido como lo anunciaron los ángeles, y nos promete: “Sepan que Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).

Laicismo y el rechazo de Dios

Este es el tallo del pecado provocado como consecuencia del rechazo de Dios y de la luz de su amor. El mundo de hoy se está volviendo cada vez más impío, sin amor y sin esperanza, en su búsqueda de “libertad”, independencia, dinero, poder y placer. En 1995, el Papa Juan Pablo II advirtió proféticamente contra la tendencia de la sociedad:

El eclipse del sentido de Dios y del hombre conduce inevitablemente a un materialismo práctico, en el que proliferan el individualismo, el utilitarismo y el hedonismo. Aquí también vemos la validez permanente de las palabras del Apóstol: “Como no se preocuparon por guardar el verdadero conocimiento de Dios, Él los entregó a su mente insensata para que hicieran lo que no conviene” (Rom 1,28). Así, los valores del ser son sustituidos por los del tener. El único fin que cuenta es la búsqueda del propio bienestar material. La llamada “calidad de vida” se interpreta principal o exclusivamente como eficiencia económica, consumismo desordenado, belleza y goce de la vida física, olvidando las dimensiones más profundas – interpersonales, espirituales y religiosas – de la existencia. (Evangelium vitae, 23)

En semejante contexto el sufrimiento, elemento inevitable de la existencia humana, aunque también factor de posible crecimiento personal, es «censurado», rechazado como inútil, más aún, combatido como mal que debe evitarse siempre y de cualquier modo. Cuando no es posible evitarlo y la perspectiva de un bienestar al menos futuro se desvanece, entonces parece que la vida ha perdido ya todo sentido y aumenta en el hombre la tentación de reivindicar el derecho a su supresión.

Siempre en el mismo horizonte cultural, el cuerpo ya no se considera como realidad típicamente personal, signo y lugar de las relaciones con los demás, con Dios y con el mundo. Se reduce a pura materialidad: está simplemente compuesto de órganos, funciones y energías que hay que usar según criterios de mero goce y eficiencia. Por consiguiente, también la sexualidad se despersonaliza e instrumentaliza: de signo, lugar y lenguaje del amor, es decir, del don de sí mismo y de la acogida del otro según toda la riqueza de la persona, pasa a ser cada vez más ocasión e instrumento de afirmación del propio yo y de satisfacción egoísta de los propios deseos e instintos. Así se deforma y falsifica el contenido originario de la sexualidad humana, y los dos significados, unitivo y procreativo, innatos a la naturaleza misma del acto conyugal, son separados artificialmente. De este modo, se traiciona la unión y la fecundidad se somete al arbitrio del hombre y de la mujer. La procreación se convierte entonces en el «enemigo» a evitar en la práctica de la sexualidad. Cuando se acepta, es sólo porque manifiesta el propio deseo, o incluso la propia voluntad, de tener un hijo «a toda costa», y no, en cambio, por expresar la total acogida del otro y, por tanto, la apertura a la riqueza de vida de la que el hijo es portador.

En la perspectiva materialista expuesta hasta aquí, las relaciones interpersonales experimentan un grave empobrecimiento. Los primeros que sufren sus consecuencias negativas son la mujer, el niño, el enfermo o el que sufre y el anciano. El criterio propio de la dignidad personal —el del respeto, la gratuidad y el servicio— se sustituye por el criterio de la eficiencia, la funcionalidad y la utilidad. Se aprecia al otro no por lo que «es», sino por lo que «tiene, hace o produce». Es la supremacía del más fuerte sobre el más débil.

Esta tendencia reconocida hace ya 25 años, ha dado sus frutos en una oscuridad cada vez mayor en nuestros tiempos. El obispo Athanasius Schneider describe acertadamente el estado del mundo de hoy en su libro más reciente, Christus Vincit:

Hemos  alcanzado  ahora un pico de secularismo, de esta completa independencia del hombre, de este enorme antropocentrismo, donde cada uno decide por sí mismo qué es verdad, qué es bueno o malo. Semejante secularismo, nos conduce a una sociedad horrible y cruel. Esto lo estamos presenciando, es cruel. ¿Y cuál es el resultado? El Egoísmo. El secularismo conduce al egoísmo. Ya hemos llegado a la cima de egoísmo, y el egoísmo es cruel: yo solo y nadie más… es el infierno. ‘Yo solo’. En última instancia, esto significa: ‘Cuando alguien no me permite o me impide hacer lo que yo quiero, lo mato, lo destruyo’. Y así, se empieza a matar a los inocentes en el vientre de sus madres, pues estos niños les impiden conseguir lo que ellas creen que es su autorrealización a través de los placeres, de una falsa libertad y del éxito mundano. Luego se sigue eliminando a los enfermos; después a los minusválidos, por ejemplo, a aquellos con Síndrome de Down, y así sucesivamente. Este es el camino de la nueva dictadura, que tienen como modelo los totalitarismos, el nacionalsocialista de la dictadura nazi de Alemania o la dictadura comunista de la Unión Soviética. A fin de cuentas, este es un proceso que conduce a un egoísmo exasperado, a una sociedad cruel e inhumana. (CV, p. 53)

Además del aborto, el infanticidio y la eutanasia, bajo la influencia de los masones, el secularismo y el materialismo egoísta también han allanado el camino para el rápido avance de la ideología de género actual. El obispo Schneider escribe:

Con el surgimiento de la masonería, entró el pensamiento gnóstico, y este es en última instancia el pensamiento satánico, donde el hombre se coloca en el lugar del Creador… y se declara a sí mismo como dios creador, aunque no formalmente, para mostrar que “yo soy igual a Dios, soy capaz de crear algo”. Esto se demuestra en la llamada ideología de género. Pero esto lleva a la locura. De modo que, la sociedad ha llegado a un modo de pensar loco y demencial contaminado por la blasfemia, porque la ideología de género y la homosexualidad son una enorme blasfemia y una rebelión contra la sabiduría y la majestad de Dios el Creador. […] Esta es una separación de la realidad puesto que se asegura que podemos decidir qué es real, qué es creación, qué es el hombre, etc. Aprovechan lo que de alguna manera es el gran misterio de la creación, la sexualidad humana. Un área de gran misterio y santidad dada por Dios, para participar en la transmisión de una nueva vida, y la vida es un misterio. Este es el medio para continuar como género humano y para transmitir vida: Dios da la vida, pero los padres la transmiten como copartícipes. La ideología de género, quiere apoderarse de esta esfera. Dicen: “Somos nosotros, y no Dios, los que decimos quién es masculino y quién es femenino”. Esto es blasfemia, rebeldía y locura al mismo tiempo…

En muchas naciones, se ha legalizado el matrimonio entre personas del mismo sexo, lo cual es claramente una locura que contradice toda realidad, toda evidencia. Hemos llegado a esta situación por un movimiento que surgió del antropocentrismo y de la eliminación de Dios de la sociedad. Por lo tanto, hemos llegado a una nueva sociedad pagana… (Christus Vincit, p. 52)

Sin embargo, a pesar de este angustioso estado de cosas, el cristiano puede y debe vivir en un espíritu de esperanza. En el establo de Belén, podemos contemplar año tras año, al Hijo de Dios enviado por Él, en una época bajo la misma oscuridad de pecado, vanidad, egoísmo y rebelión contra Dios: “En el principio ya existía la Palabra; y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Por medio de Él, Dios hizo todas las cosas; nada de lo que existe fue hecho sin Él. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad. Esta luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron” (Jn 1, 2-5). Aunque muchos no recibieron a Jesús y muchos más lo rechazan hoy, Jesús permanece con nosotros como el Emmanuel, DIOS con nosotros. Él es la Luz del amor y la entrega desinteresada que disipa la oscuridad del mal y del pecado, y sobre esta Luz, la oscuridad no tiene poder.

Llevando la luz de Cristo

La luz de Cristo continúa presente en el mundo a través de la Iglesia. Así como los apóstoles fueron enviados a predicar el Evangelio a todas las naciones, también hoy, como católicos, estamos llamados a encontrarnos con esta Luz en la persona de Jesús, a unirnos con Él y ser Su luz para el mundo que nos rodea.  Debemos transmitir la fe en lo que San Juan Pablo II llamó, una nueva evangelización del mundo neopagano que nos rodea, una nueva forma de alcanzar a aquellos que han perdido valores humanos básicos. Esta tarea parece desalentadora dada la gran oposición de nuestra sociedad secularizada. Pero sería una tentación, escribió el cardenal Ratzinger, el esperar “atraer de inmediato a grandes masas que se hayan distanciado de la Iglesia mediante el uso de métodos nuevos y más refinados. No, esto no es lo que promete la nueva evangelización… Más bien, significa atrévase, una vez más y con la humildad del pequeño grano, dejar a Dios el cuándo y cómo crecerá (Marcos 4, 26-29)” (Homilía, 12 de diciembre de 2000). Confiando en la gracia, en lugar de nuestros propios esfuerzos, queremos convertirnos en testigos del amor y la verdad de Dios de la manera en que Dios quiere que seamos.

Para ser testigos de Cristo, es necesario que primero, nosotros mismos tengamos una fe firme, conocedora, devota, desinteresada y alegre, llena de celo y de coraje para confesarla ante los demás, sin preocuparnos por las consecuencias personales. Solo el que conoce y ama su fe, tendrá el coraje de dar testimonio y el celo de compartirla con otros. Además, más poderosa que cualquier palabra que podamos decir, es el testimonio de nuestras vidas. Como el Papa San Pablo VI deja en claro: “Es… principalmente por su conducta y por su vida, que la Iglesia evangelizará al mundo, en otras palabras, por su testimonio vivo de fidelidad al Señor Jesús, su testimonio de pobreza y desapego, su libertad frente a los poderes de este mundo, en resumen, por su testimonio de santidad” (Evangelii Nuntiandi, 41). La santidad de la vida, por lo tanto, es el fundamento de toda evangelización.

La santidad de la vida es en sí misma una lucha diaria, dado el pecado original, los atractivos y las presiones del mundo que nos rodea y las tentaciones del demonio. Sumado a esto, en la evangelización nos enfrentamos especialmente en nuestros tiempos, con el desafío de los impedimentos exteriores de las influencias seculares y  demoníacas, en las mentes y los corazones de aquellos sin fe. Esto ha producido un endurecimiento del corazón que no está abierto a la verdad, y a menudo ni siquiera a la luz de la razón. Además, la “cultura de la muerte” ha avanzado rápidamente y el mundo que nos rodea está cambiando a pasos agigantados. La ideología de género, por ejemplo, ha alcanzado un punto tan alto, que esta ideología se enseña a la fuerza, desde muy temprana edad en nuestras escuelas públicas; los padres temen perder la custodia de sus hijos si les niegan el derecho a tener una operación de cambio de género. Especialmente en las universidades estatales, cualquier estudiante valiente que exprese oposición es abiertamente reprimido y perseguido. Hay una gran ceguera que ha descendido sobre la sociedad, una oscuridad  infernal que se posa sobre la verdad acerca de Dios, sobre el hombre y su dignidad inherente, sus derechos naturales, obligaciones morales y su destino eterno.

Dada esta grave situación, ¿cómo podemos continuar aferrándonos a nuestra esperanza de efectuar algún cambio? ¿Cómo podemos enfrentar desafíos tan enormes? En primer lugar, debemos ver esta situación a la luz de la fe. La Madre Gabriela escribe: “El propósito de la oscuridad en nuestra vida es que miremos más intensamente a la luz: DIOS. Porque es solo con esta luz que debemos orientarnos, no con las luces engañosas del mundo” (Máximas). Dios permite el mal y la oscuridad, para que la elección del hombre permanezca libre y que lo bueno brille aún más intensamente y gane mayor mérito, ante la prueba más difícil. Pruebas y oscuridad espiritual: todas las cosas actúan para el bien de los que aman a Dios (cf. Rom 8:28). No obstante, aunque encontramos consuelo en el saber que Dios nos está cuidando y no nos abandona, esto no alivia nuestra angustia por tantas almas que están siendo engañadas por militantes secularistas y, en consecuencia, se pierden.

Aquí no debemos sucumbir a la tentación de pensar que la conversión de los pecadores depende solo de nuestros esfuerzos. ¡Esto nos llevaría rápidamente al desánimo! La oscuridad del mundo es “el terreno misterioso para el poder milagroso de Dios, para resucitar la vida por la gracia de la Redención incluso de piedras duras y muertas, ¡y cuántos corazones humanos están petrificados, marchitos, endurecidos!” (Madre Gabriela, Lecturas del año). A pesar de todos los obstáculos, Dios todavía hoy, hace milagros de conversión, lo que contribuye a su mayor gloria, dada la magnitud de la iniquidad que nos rodea. El don de la fe, los sacramentos y todas las ayudas que recibimos de la Santa Madre Iglesia, son nuestro consuelo y nuestra fortaleza para ser utilizados en un espíritu de humildad y servicio. Nos imponen la obligación y el serio deber de trabajar por las almas, mientras confiamos únicamente en la gracia de Dios y el Espíritu Santo que trabaja en nosotros.

Trabajando con los Santos Ángeles

Especialmente en la Obra de los Santos Ángeles, ellos quieren formarnos para ser instrumentos en las manos de Jesús para la salvación de muchas otras almas. Quieren transmitirnos la luz de Cristo, con el fin de que nosotros mismos seamos esa luz para un mundo sumido en la oscuridad. Santo Tomás de Aquino nos enseñó que, debido a que los ángeles caídos han conservado sus poderes naturales, son mucho más inteligentes que el hombre y tienen mayor fuerza de voluntad. Por lo tanto, “para que la contienda no sea desigual, los hombres obtienen alguna compensación, primero, por la ayuda de la gracia de Dios, y segundo, por la tutela de los ángeles. Así, Eliseo le dijo a su siervo: ‘No temas, porque hay más [ángeles santos] de nuestro lado que [ángeles caídos] de su lado” (Summa Theol. I-II, 114,1, ad 2).

Aquí, entonces, yace una gran fuente de esperanza, de que Dios ha enviado a Sus ángeles como nuestros ayudantes. Está claro que los poderes del mal se han levantado considerablemente en nuestros días, hasta tal punto de que los satanistas ya no trabajan de forma oculta, sino que reconocen públicamente su pacto con el maligno e influyen insidiosamente en la moral, las leyes y la cultura. Por lo tanto, es igualmente claro que ya no podemos permanecer indiferentes, seguir con la vida normal, preocupados solo por nuestra propia salvación, nuestra familia y amigos. Más bien, debemos unir fuerzas con los santos ángeles en la batalla por las almas.

Los santos ángeles son ventanas, lentes para la luz de Cristo. En el momento después de su creación, Dios permitió que una oscuridad espiritual viniera sobre todos los ángeles en una prueba de fe y fidelidad a Él. Los que demostraron ser fieles, fueron confirmados y recibieron una luz mucho más brillante que su luz natural, la luz de la gloria; aquellos que fueron infieles en el juicio, perdieron incluso la luz que tenían, y “Dios separó la luz de las tinieblas” (Génesis 1, 4), y echó a los ángeles caídos del cielo. De hecho, se convirtieron en oscuridad en todo su ser, para siempre. San Agustín escribe que la PALABRA eterna es la luz de los santos ángeles:

“La verdadera Luz, que ilumina a todo hombre que viene al mundo” (Jn 1, 9), esta Luz ilumina también a cada ángel puro, para que el ángel sea luz no en sí mismo, sino en Dios; de quien si un ángel se aleja, se vuelve impuro, como lo son todos los que se llaman espíritus inmundos, y ya no son luz en el Señor, sino oscuridad en sí mismos, siendo privados de la participación de la Luz eterna. Porque el mal no tiene naturaleza positiva; pero la pérdida del bien ha recibido el nombre de “mal”. (Ciudad de Dios, XI, 9)

La lucha entre la luz y la oscuridad

La sombra del pecado, como consecuencia del alejamiento definitivo y pecaminoso de los ángeles caídos de la fuente de luz y vida, oscureció también a nuestros primeros padres, Adán y Eva, ya que fueron seducidos por la serpiente. Sin embargo, debido a la debilidad de la carne, Dios no los condenó de inmediato, como lo hizo con los demonios. Cada persona humana debe luchar toda su vida, oscilando entre la luz y la oscuridad, eligiendo con cada decisión estar a favor o en contra de Dios. Los ángeles, tanto los buenos como los malos, están involucrados en este concurso: los ángeles buenos mediante la luz y el amor de Cristo, mientras que los demonios intentan atraer al hombre a su propia oscuridad. Madre Gabriela, la fundadora del Opus Angelorum, escribe:

“Al lado del pueblo de Dios se encuentra el ángel luminoso. El protege y vigila, lidera y abre el camino, lucha y nos ayuda a alcanzar la victoria, arroja luz sobre el camino correcto y el futuro. Al lado de los paganos, sin embargo, reúne a mil demonios, incitándolos, tentando a la sed de poder y malicia, al orgullo y la violencia brutal, a la idolatría y la traición. Sus tentaciones: “¡No teman a Dios! No sufrirán ningún daño si no obedecen, por el contrario…” siempre tienen a la serpiente como su origen, que hoy conocemos como el dios del dinero, el dios de la codicia y de la búsqueda de sí mismos. (Navidad, 1958)

La lucha se desarrolla entre un momento y otro, ya que siempre estamos eligiendo en los simples eventos de la vida cotidiana.

Los ángeles y nuestra vocación personal

Cada uno de nosotros tiene su propia vocación personal, cada uno su propio camino hacia Dios. Nuestro Ángel Guardián comparte esta vocación, porque nos comunica la luz de nuestra vocación. Además, nosotros y nuestro ángel, fuimos creados para cumplir nuestra misión juntos. El ángel puede ayudarnos a llevarla a cabo de manera más efectiva, si trabajamos conscientemente con él, e imploramos su ayuda en la búsqueda de la voluntad de Dios. Algunos están llamados a la batalla en el campo de la palabra, utilizando la verdad y la integridad del carácter como armas contra las mentiras y los engaños del maligno. Trabajan en escuelas, en redacción y publicación, en política, en enseñanza o predicación, en formar cultura a través de películas católicas, teatro o arte. Otros puedne trabajar viviendo una vida católica activa, fiel a sus deberes de vida, dando ejemplo por su disciplina, abnegación y fidelidad a la Iglesia. Apoyan la vida de gracia criando a sus niños en la fe, influyendo en la juventud y siendo fieles a la vida familiar cristiana. Otros pueden ser activos en obras de caridad, dando generosamente su tiempo y dinero, atrayendo a las personas hacia obras de misericordia y a abandonar la idolatría al dinero. Todos, por supuesto, están llamados a una profunda vida interior de oración, sacrificio y expiación, dándose generosamente a Dios por amor a las almas.

Madre Gabriela escribe: Cada uno es luz en su propio campo, a su lado hay legiones de ángeles, todos orientados hacia un objetivo: ¡DIOS! Si alguno de nosotros tiene en mente, un objetivo diferente: como transmitir su propia opinión, sólo lograr su propia santificación personal, su posición legal, su éxito, el avance de su propia personalidad, de su influencia, entonces no habría unidad, y en consecuencia tampoco habría victoria. Por lo tanto, no debemos permitir separarnos el uno del otro. “¡Divide et impera!” Divide, ¡y luego podrás conquistar fácilmente! Esa es la experiencia ya de los antiguos guerreros romanos.

El pequeño camino del amor

En el corazón de cada vocación está el amor. El Pequeño Camino de Santa Teresita, el “pequeño camino del amor”, es la forma en que los santos ángeles nos conducen al pesebre. No es una forma para aquellos que no quieren trabajar, más bien, es una forma de pequeñas obras de amor y renuncias, que nos brindan una fuerza creciente, para que eventualmente podamos alcanzar la virtud heroica de Santa Teresita.

“El verdadero amor se alimenta del sacrificio y se vuelve más puro y fuerte cuanto más se niega nuestra satisfacción natural” (Autobio., Cap. 10). En pequeñas cosas, ella se negaba a sí misma: no teniendo la última palabra, cumpliendo los deseos de los demás por encima de los suyos, haciendo pequeños actos de caridad escondidos, etc. Ella hizo todas estas cosas por amor, simplemente para agradar a Dios y ganar almas para Él. Rápidamente aprendió los medios más eficaces para salvar almas: sufrir por amor a Dios. Ella escribe: “En cuanto Jesús me hizo caer en cuenta de que la Cruz era el medio por el cual Él me daría almas, cuanto más a menudo me llegaba, más me atraía el sufrimiento” (ibid, cap. 7).

En sus últimas conversaciones, se registró que lamentaba haber mencionado a su hermana un pequeño sacrificio que había hecho, porque pensó que podría perder el mérito por ello. Su hermana, la madre Agnes, preguntó: “¿Entonces quieres ganar méritos?”, “Sí, respondió ella, pero no para mí, para los pobres pecadores, para las necesidades de la Iglesia; finalmente, para echar flores sobre todos, los justos y los pecadores” (18 de agosto). A su misma hermana también le dijo: “Levantar un alfiler del suelo y hacerlo por amor a Dios, adquiere un valor infinito para salvar almas del purgatorio. Todo lo que hice fue para agradar a Dios, para salvar almas para Él” (30 de julio). Este era el grado de amor desinteresado y generoso que había alcanzado al final de su corta vida.

La familia como escuela de amor

Aquí nos gustaría enfatizar la gran importancia de la familia, la “iglesia doméstica”, en el trabajo de evangelización y salvación de almas. La familia es la primera escuela de amor, de entrega y sacrificio, de armonía y unidad.

El papa Benedicto XVI escribe: En nuestro tiempo, como en tiempos pasados, el eclipse de Dios, la difusión de ideologías contrarias a la familia y la degradación de la ética sexual están conectadas. Y así como el eclipse de Dios y la crisis de la familia están vinculados, así la nueva evangelización es inseparable de la familia cristiana… De la misma manera que la Iglesia, la familia está llamada a acoger, irradiar y mostrar al mundo el amor y la presencia de Cristo… La familia cristiana, en la medida en que logra vivir el amor como comunión y servicio, como un regalo recíproco abierto a todos, como un viaje de conversión permanente apoyado por la gracia de Dios, refleja el esplendor de Cristo en el mundo y la belleza de la Santísima Trinidad. …La familia es uno de los lugares fundamentales en donde se vive y se educa en el amor, en la caridad. (Dirección, 1 de diciembre de 2011).

Oración y ayuno

La oración es sobre todo nuestra fortaleza contra las fuerzas del mal. En cada aparición de Nuestra Señora, su mensaje es el mismo: ¡Recen el Rosario! ¡Hagan penitencia, recen y reparen, de lo contrario no puedo contener la mano de Dios! Si hubiéramos seguido la súplica de María en Fátima, el mundo podría haber evitado la Segunda Guerra Mundial. No a través de la política, programas o métodos, sino a través de la oración (el rosario) y el sacrificio. La oración, especialmente el Rosario en familia, convertirá al mundo. Juan Pablo II escribe:

«Repito lo que dije a aquellas familias que llevan a cabo su desafiante misión en medio de tantas dificultades: se necesita urgentemente una gran oración por la vida… Jesús mismo nos ha mostrado con su propio ejemplo que la oración y el ayuno son las primeras y más efectivas armas contra las fuerzas del mal (cf. Mt 4, 1-11). Como enseñó a sus discípulos, algunos demonios no pueden ser expulsados, excepto de esta manera (cf. Mc 9, 29). Por lo tanto descubramos de nuevo la  humildad y el valor de orar y ayunar para que el poder de lo alto derribe los muros de la mentira y el engaño: los muros que esconden a los ojos de muchos de nuestros hermanos y hermanas, el mal de las prácticas y leyes que son hostiles a la vida». (Evangelium Vitae, 100)

Soli Deo – Solo para Dios

Al arrodillarnos ante el pesebre esta Navidad, hagamos de esta, nuestra oración al Niño Jesús: que podamos elegir vivir solo para Él y seguir Su camino de amor. Con gozo queremos seguir su camino de entrega y sacrificio, desde Belén hasta el Calvario. Luego, en Él, con María y los santos ángeles, nosotros también seremos una luz para disipar la oscuridad de este mundo, abriendo para muchas almas, el camino de regreso a Dios.

Madre Gabriela señala el camino: La advertencia de Dios es clara, pero Él no nos obliga. Sin embargo, sabemos: siempre será una elección para nosotros, y con cada elección voluntaria, nos volveremos más pobres o más ricos, más débiles o más fuertes, más oscuros o más luminosos. ¡Considerémoslo bien! La luz que llevamos debe volverse viva; nuestra fe debe ser viva, de modo que arrastre a otros; nuestro amor debe ser vivo, de lo contrario no puede asaltar el cielo! Nuestra dirección proviene del amor de Jesús en el pesebre y en la Cruz; es uno. El verdadero amor siempre debe fundamentarse en el sacrificio. Solo el amor de quien es sacrificado ve la palma de la victoria en el sufrimiento, ve la plenitud en la pobreza, ve en la renuncia, el don del amor de Dios. ¡La santa renuncia es un ser al que se le permite darse a Dios por amor! Cuando hayamos llegado hasta este punto, entonces seremos alegres de corazón, y aprenderemos al igual que el ángel, a ver a través de las personas y sus obras y a comprender las cosas desde la raíz, para ayudar y sanar.

La tarea está ante nosotros, aquí y ahora y ante el pesebre: debemos ser vigilantes y ser nosotros mismos una luz, si queremos penetrar, conquistar esta oscuridad y convertirla en luz a través de la gracia. Por muy amarga que sea la palabra acerca de la oscuridad, lo que significa ceguera (“y el mundo no lo conoció”) y frialdad de corazón (“pero los suyos no lo recibieron”), debemos estar siempre del lado de la PALABRA hecha hombre y dar amor de todos modos, irradiar amabilidad de todos modos. Debemos tener corazones tan vivos que podamos alcanzar una vida plena llena de amor y fortaleza, con el fin de ganar de nuevo los corazones oscurecidos y fríos para Cristo. Eso es lo que el Señor manifiesta  cuando nos dice: “Quiero enviarles, para reunir a los perdidos, a los caídos. Ese es su trabajo, junto con los santos ángeles, el trabajo espiritual más difícil. Requiere expiación, amor total. Para ello, deben ser libres en su corazón, extraños en este mundo, y vivir solamente, dentro de Mi Corazón”. (Lecturas, Navidad, 1958).