Santa Gemma Galgani

Gemma Galgani nació en 1878 cerca de Lucca (al norte de Pisa); a muy temprana edad quedó huérfana. Murió el 11 de abril de 1903, Sábado Santo, a los 25 años. Gemma Galgani fue una joven mística conmovida hasta el extremo por la Pasión de Jesucristo. En su autobiografía, Gemma Galgani sitúa sus primeros contactos con el Ángel en la infancia; desde entonces hasta su muerte se mantendría a su lado con consejos y advertencias.

Gemma se alegraba de la constante presencia del Ángel de la guarda, quien se le mostraba también visiblemente. Casi en cada página de su diario espiritual, donde escribió por orden de su confesor, el obispo Volpi, con gran obediencia y sencillez de corazón del 19 de julio de 1900 al 3 de septiembre del mismo año lo que encontraba en su vida mística, se habla del Ángel de la guarda y de cómo la protegía durante el día y en numerosas noches de desvelos, la fortalecía en el bien, la exhortaba o la reprendía. A continuación se transcribirán algunos ejemplos de estas anotaciones:2

20 de julio de 1900: Ayer, como a las cuatro de la mañana surgió en mi el deseo de unirme místicamente a Jesús una vez más; lo intenté y de repente me hallé unida con él [… ] Me dio algunos mensajes para el confesor y luego su bendición. Después comprendí que se alejaría de mí por algunos días. ¡Pero cómo es bueno Jesús! Si se va, deja conmigo al Ángel de la guarda, a mi lado, con permanente amor, vigilancia y paciencia.

21 de julio de 1900: Hoy por la tarde, como prometí a Jesús, fui a confesarme con el padre Valtini. Pero cuando salí del confesionario me sentí de repente intranquila y nerviosa, señal de que el diablo se hallaba cerca. Sí, desgraciadamente estaba cerca. Lo noté cuando me puse a rezar mis oraciones […] Apenas me había arrodillado, el enemigo maligno, quien por horas me había esperado en su escondrijo, se dejó ver en la forma de un hombre muy pequeño pero tan feo que sentí un gran horror. Mis pensamientos estaban totalmente dirigidos hacia Jesús y no lo tomé en consideración. Continué con mis oraciones. Pero de pronto empezó a pegarme en los hombros y también más abajo; me pegaba con fuerza […] Pedí auxilio a mi Ángel de la guarda; y realmente me ayudó de una manera extraordinaria, como debo asegurar. Luego, cuando se me apareció, le supliqué insistentemente que no me dejara sola. Él me preguntó qué me pasaba; señalé hacia el diablo que, aunque se había apartado un poco, todavía me amenazaba. Pedí al Ángel de la guarda que permaneciera conmigo toda la noche […] Después me acosté; entonces sentí cómo extendía sus alas sobre mí y las depositaba sobre mi cabeza. Yo me dormí. En la mañana de hoy aún se encontraba en el mismo lugar de anoche.

28 de julio de 1900: Pasé la noche muy bien. Por la mañana llegó el Ángel de la guarda; estaba contento, y me ordenó que tomara papel y escribiera lo que iba a dictarme. Aquí está todo: “Piensa, hija mía, que quien realmente ama a Jesús habla poco y soporta todo. Yo te exhorto de parte suya a no expresar nunca tu propia opinión, excepto cuando te sea preguntada; a no insistir en tu parecer, pues luego debes renunciar a él. Obedece puntualmente a tu confesor y a quien él determine, sin contradecirle, aun cuando debas; entonces da una respuesta simple, sé sincera con él y con todas las otras personas. Si cometiste un error, acúsate a ti misma, sin esperar a que te pregunten. Finalmente, no olvides cuidar tus ojos; ¡piensa que un ojo mortificado verá las glorias del cielo!” Después de estas palabras me bendijo y me permitió ir a comulgar. De inmediato corrí. Era la primera vez desde hacía un mes que Jesús se dejó sentir nuevamente. Yo le expuse todas mis intenciones. Él habló conmigo por mucho tiempo. Comulgué a las ocho y media; cuando desperté del éxtasis en que me hallaba ya era muy tarde […] Todavía me encontraba en la misma posición en la que había comulgado. Al levantarme, vi que el Ángel de la guarda estaba con sus alas extendidas sobre mi cabeza. Después me acompañó a casa.

29 de julio de 1900: Hasta ayer por la tarde me fue imposible concentrarme; pero mi Ángel de la guarda se hallaba conmigo y me dio fuerzas. También debo decir que el sábado no tenía hambre, pero él me ordenó comer; así lo hizo hoy, domingo, por la mañana. Cada tarde no deja de bendecirme; y si es necesario, me castiga y reprende.

1º y 2 de agosto de 1900: El miércoles no me podía concentrar. Tampoco el jueves. Una y otra vez mi Ángel de la guarda me decía algo, pero siempre en la vigilia; el miércoles pensé que podía ser engañada por el diablo; pero él me calmó y solamente dijo: “¡Obedecer!”

6 de agosto 1900: Por la noche, cuando recé mis oraciones nocturnas, el Ángel de la guarda se acercó, tocó mi hombro y me dijo: “Gemma, ¿por qué tienes tan gran disgusto en la oración? ¡Esto desagrada a Jesús!” “¡No”!, respondí, “no es disgusto; solamente que no me siento bien desde hace dos días.” Él me contestó: “¡Haz tus deberes con celo y verás que Jesús te amará aún más!” […] Pedí al Ángel de la guarda que fuera con Jesús y le dijera que me permitiera pasar la noche con él. Entonces desapareció […] Al final de mis oraciones me fui a la cama. Y el Ángel de la guarda regresó, después de haber recibido de Jesús el permiso para venir; y me preguntó: “¿Por cuánto tiempo no rezaste por las almas en el purgatorio? Oh, hija mía ¡piensas muy poco en esto! ¿Sabes que María Teresa todavía está sufriendo (en el purgatorio)?” Fue desde la mañana en que ya no recé por ella. Me dijo que le agradaría que ofrendara pequeños sacrificios por las almas del purgatorio. “Cada pequeña penitencia es un alivio para ellas; ayer y hoy fue así, cuando ofreciste por ellas este escaso sacrificio.” Le respondí un tanto admirada: “Sufrí corporalmente. ¿Acaso pueden ser los dolores de cabeza un alivio para las almas del purgatorio?” “Sí” me respondió, “sí, hija mía, cada sufrimiento, por mínimo que sea, les brinda un alivio.” Le prometí que a partir de ahora quería ofrecer todo por ella. Y él dijo: “¡Cómo sufren estas almas! ¿Quieres sufrir?”

8 de agosto de 1900: Poco después de salir del confesionario me llegó cierto pensamiento; me decía a mí misma que el confesor disminuía demasiado mis pecados; estaba intranquila. Para tranquilizarme, el Ángel de la guarda se me acercó, estando en la iglesia, y dijo estas palabras en voz alta: “Pero dime, por favor, ¿a quién quieres creer, al confesor o a tu propia cabeza? ¿Al confesor, que posee una iluminación continua y el auxilio divino, además de sus grandes capacidades, o a ti, que no tienes nada, nada, absolutamente nada de todas estas cosas? ¡Oh, orgullosa!” Y prosiguió: “¿Quieres convertirte en la maestra, directora y guía de tu confesor?”

9 de agosto de 1900: También hoy, después de haber sufrido un terrible ataque del enemigo maligno y resistido con la ayuda de Dios, llegó el Ángel de la guarda y me reprochó con voz seria: “Hija, ¡piensa que cometes un pecado en cada falta contra la obediencia! ¿Por qué te resistes a obedecer a tu confesor? ¡No olvides que no hay ningún camino más seguro y corto que el de la obediencia!”

16 de agosto de 1900: Hoy, jueves, vino sobre mi de nuevo esta aversión: el temor de perder mi alma; porque se me representó ante mi vista el número y la grandeza de mis pecados. ¡Qué susto! En ese momento, el Ángel de la guarda me susurró al oído: “Pero la misericordia de Dios es infinita.” Eso me tranquilizó.

20 de agosto de 1900: Ayer, durante el día, hablé de nuevo con el Ángel de la guarda; me hizo reproches, especialmente sobre mi desánimo en la oración, y me recordó varias cosas más, incluyendo lo que me había dicho en el transcurso de la jomada, y añadió que yo debía dar cuentas a Jesús sobre eso. Finalmente, antes de acostarme le pedí su bendición; y me anunció que Jesús permitiría hoy, 20 de agosto, un fuerte ataque del demonio contra mí, debido a mi negligencia estos días en la oración. Me anunció que el demonio se esforzaría en impedirme rezar.

26 de agosto de 1900: Ayer, al momento de la comida levanté mis ojos y vi al Ángel de la guarda. Me observó con una mirada muy severa, por lo que me asusté; no habló. Más tarde, cuando me acosté un rato en la cama, me ordenó mirar su rostro; yo lo hice y de inmediato bajó mi vista; pero él insistió y exclamó: “¡No te avergüenza cometer faltas en mi presencia! ¡Al menos siente vergüenza cuando las hayas cometido!” Insistió en que mirara su rostro; durante más de media hora me obligó a ver en su rostro; surgían miradas tan severas […] No pude hacer otra cosa que llorar. Supliqué a mi Dios y a nuestra Madre que me llevasen de aquí, porque ya no podía aguantar. Por momentos repetía: “¡Avergüénzate!” Rogué que por lo menos los otros no me vieran en ese estado, porque si no, ninguna persona volvería a acercarse a mí […] Sufrí todo el día; y constantemente, cuando levantaba los ojos, él me miraba severamente […] Por la tarde recé mis oraciones, pero aún se hallaba ahí de pie y me miró de la misma manera; después me ordenó ir a la cama y me bendijo; pero no me abandonó; estuvo varias horas conmigo.

2 de septiembre de 1900: Esta noche dormí en la presencia de mi Ángel de la guarda; al despertar, lo vi cerca de mí; me preguntó a dónde quería ir. “A Jesús”, le respondí al instante. El resto de la jornada transcurrió tranquilamente. Pero al atardecer, ¡Dios mío!, ¿qué me pasó? El Ángel de la guarda se mostró serio y severo; no pude comprender la causa […] Ahora recuerdo dos pecados que cometí en el día. ¡Dios mío!, ¡qué severidad! Y el Ángel de la guarda repetía estas palabras: “Yo me avergüenzo de ti. Y llegaré a no aparecerme más, si tú haces tales cosas…” En esta situación me dejó.

3 de septiembre de 1900: Ya no vi al Ángel de la guarda esta noche, ni tampoco por la mañana. Pero hoy me advirtió que debo adorar a Jesús, que está totalmente abandonado. Después desapareció. La tarde de hoy fue mejor que la anterior. Varias veces le pedí perdón, y él parecía estar dispuesto a perdonarme. Por la noche se mantuvo constantemente a mi alrededor. Me repitió que debía ser buena y no desagradar ya a nuestro Señor Jesús, y cuando estuviera en su presencia, debería ser aún mejor.

En un pasaje de su autobiografía (p. 251), santa Gemma Galgani resume las apariciones de su Ángel de la guarda:

Cuando el Ángel de la guarda me rodeaba con su presencia, era para mí maestro y guía. Cada vez que cometí un error, me lo indicó. Me enseñó a hablar poco y solamente cuando se me preguntara […] Me enseñó a bajar los ojos […] También me reprendía de esta manera: “Varias veces te he explicado que te encuentras en la presencia de Dios: ¡Debes adorarlo en su bondad infinita, en su majestad infinita y en su misericordia infinita, y en todas sus cualidades!”3

Desde 1896, año en que cumplió 18 años, sus encuentros con el Ángel fueron cada vez más numerosos. Posteriormente, cuando conoció al padre Germano, le refirió completamente lo referente a estas visitas angélicas, que colmaban su alma de alegría y la fortalecían. Estas cartas -recordamos en especial la Carta 12, del 14 de septiembre de 1900; la 17, del 3 de octubre de 1900; la 61, del 13 de mayo de 1901, y la 114, del 20 de julio de 1902‑ son muy instructivas.4 El confesor se sorprendió al principio ante las comunicaciones de Gemma, siendo incluso un tanto escéptico; le recomendó tuviera cuidado y le escribió, entre otras advertencias, las siguientes, el 22 de octubre de 1900:

En lo que se refiere a las apariciones del Ángel […] considérese usted no digna de ellas y solamente cumpla la voluntad de Dios. ¡Cuidese de las insidias del demonio! Y añadió: Si las apariciones no cesan, ¡invite a todos a postrarse al suelo con usted ante la majestad infinita de Dios, para adorarla y bendecirla en la fe y en el amor! ¡Rece la jaculatoria que hace temblar a todo demonio!: ¡Viva Jesús!5

Gemma observó todos los exhortos del padre Germano. Eufemia Gianini, una mujer que conocía personalmente a la santa, atestiguó textualmente en el proceso apostólico de Pisa, en 1922:

Gemma había recibido la orden de alejar toda aparición por medio de la señal de la cruz, con agua bendita o incluso escupiendo. Un día que el Ángel de la guarda se mostró, ella le escupió en el rostro e intentó apartarlo. Pero él no se movió: en donde cayó su saliva, a los pies del Ángel, creció una rosa blanca; en las hojas estaba escrito en letras doradas: “Todo se acepta del amor.”6

Indiscutiblemente, es posible mostrar cierto escepticismo ante este relato; sin embargo, el venerable padre Germano, director espiritual y biógrafo de santa Gemma Galgani, se convenció posteriormente de la autenticidad de las apariciones del Ángel y escribió en su Biographia della Serva di Dio Gemma Galgani: “En varias ocasiones asistí personalmente a las oraciones comunes y contemplaciones de Gemma y del Ángel; por observancia puramente externa pude convencerme de la realidad de todos los detalles de lo que ella más tarde me comunicó concienzudamente.”7

Debemos entonces reconocer [escribe J. F. Villepelée] la presencia casi ininterrumpida del Ángel de la guarda; él llevó a Gemma todos los tesoros de la iluminación y de la benevolencia de Dios; se trata realmente de la presencia de un espíritu celestial, a quien le incumbía acompañarla durante todo el camino de su vida.