(+ 21 de marzo 547) sobre el comportamiento en el cantar de los salmos escribe: Cada vez que pensamos en las palabras del profeta: “¡Servid al Señor con temor!”, “¡Cantad los salmos con atención!” y “Te cantaré (oh, Dios) salmos ante los Ángeles” (Sl 137,1), debemos meditar lo que significa realmente estar delante de la faz de la Divinidad y de sus Ángeles, y estar en el cantar de los salmos de tal manera que nuestro corazón coincida con nuestra voz.
En el capítulo 7 de su regla santa Sobre la humildad, san Benito observa:
Hermanos, si queremos alcanzar la cumbre más alta de la humildad y caminar rápidamente a aquella exaltación en el cielo, a la cual se sube por la humillación en la vida, debemos conseguir para nuestra subida por las virtudes la escalera que se apareció a Jacob en el sueño y en la cual vio a los Ángeles subiendo y bajando. Este subir y bajar no tiene otro sentido para nosotros que saber que se baja por exaltación y se sube por humildad. La escalera es nuestra vida terrenal, que el Señor dirige hacia el cielo cuando se humilla nuestro corazón. Los largueros de la escalera indican nuestro cuerpo y nuestra alma. En ellos colocó la llamada divina de gracia distintos grados de humildad y de virtud, por los cuales debemos subir. En el primero, el hombre contempla constantemente el temor de Dios y se cuida de no olvidarlo; piensa en todos los mandamientos de Dios y los considera en su corazón; recapacita que los burladores del Señor arderán en el fuego del infierno a causa de sus pecados, y a los temerosos de Dios les espera la vida eterna. El hombre debe estar en todo momento libre de pecados y faltas […] y consciente: Dios siempre estará mirándolo desde el cielo, el ojo de la Divinidad verá sus acciones y omisiones en todo lugar y los Ángeles informarán sobre él.
Recordamos también que el Papa Gregorio Magno menciona en sus Diálogos (I. II, caps. 16 y 30 principalmente) la actividad exorcista de san Benito, por medio de la cual impedía al primer ángel caído, el “enemigo antiguo”, ejercer su influencia maligna sobre los hombres. En la oración, en visiones y también a manera de amenaza sentida físicamente, observó al mal, que bajo la influencia del diablo y de los otros espíritus malignos -de cuya existencia estaba convencido- tenía éxito en los problemas cotidianos, así como en los grandes movimientos anticristianos. Ante esta realidad, san Benito depositaba su gran confianza en la cruz salvadora de Jesucristo y en la protección de los Ángeles buenos que permanecieron fieles a Dios. Esta defensa contra el mal, herencia de un espíritu verdaderamente benedictino, encuentra un reflejo en la medalla de san Benito (Cruz de san Benito), que se cuenta entre los objetos de devoción más antiguos de la Iglesia: una medalla circular con la señal de la cruz; en sus brazos -vertical y horizontal‑ se leen las iniciales de la siguiente fórmula conjurante: CSSML (Crux Sancta Sit Mihi Lux, ‘La santa cruz sea luz para mí’) y NDSMD (Non Draco Sit Mihi Dux, ‘El dragón no sea mi guía’). En el círculo alrededor de la cruz, las letras: VRSNSMV (Vade Retro, Satana, Non Suade Mihi Vana, ‘Retrocede, Satanás, no me aconsejes vanidades’) y SMQLIVB (Sunt Mala, Quae Libas. Ipse Venenum Bibas, ‘Malo es lo que me das. Bebe tú mismo el veneno’). Encima de la cruz, la palabra PAX (Paz), anunciada por los santos Ángeles en Navidad para aquellos que se hallan en la gracia de Dios, y en la actualidad para quienes sitúan su confianza en la fuerza de la cruz de Jesucristo.