Este gran doctor de la Iglesia oriental no escribió un tratado sistemático sobre los espíritus celestiales, pero en casi todas sus numerosas homilías de teología bíblica y exegética para los distintos libros del Antiguo y Nuevo Testamento habla de ellos, definiéndolos como aquellas criaturas de Dios llamadas a la existencia antes que ninguna otra para alabar al Dios uno y trino y, bajo las órdenes del Señor, servir a los hombres. Muchas de las citas bíblicas que mencionan a los Ángeles fueron comentadas por san Juan Crisóstomo, a veces en forma breve aunque muy instructiva, como en sus homilías sobre el Génesis, los Salmos, los Evangelios de san Mateo y de san Juan, las Cartas de san Pablo a los Romanos, Tesalonicences, Gálatas, Efesios, Colosenses, así como la primera a Timoteo y la Carta a los Hebreos. También se encuentran afirmaciones de gran belleza y profundidad referentes a los santos Ángeles en su obra Sobre la incomprensibilidad de la esencia divina y en sus homilías para Pascua y para la Ascención de Cristo.
Presentar detalladamente la angelología de un predicador tan portentoso como Juan Crisóstomo constituiría una ingente tarea. Por ello únicamente mencionaremos de manera expresa lo relacionado con la tesis central de su pensamiento angelológico: Los Ángeles rodean no solamente en el cielo al Dios infinitamente grande y glorioso en adoración y alabanza, sino también en la tierra, en las iglesias y en especial en la liturgia eucarística.2
En su preciosa obra Sobre el sacerdocio,3 sustancialmente cálida y entusiasta, Juan Crisóstomo señala en diversos pasajes que el sacerdote consagrado posee en cierto sentido, gracias a la facultad de transformar y de perdonar, una dignidad más elevada que los Ángeles, que exige de él, por lo mismo, una pureza inmaculada; además, se refiere a los Ángeles presentes junto al sacerdote en la celebración eucarística. Literalmente escribe este gran doctor de la Iglesia oriental instituido patrón de los predicadores en 1908 por el Papa Pío X :
Recuerda cómo deben ser las manos que ejercen un servicio tan santo, cómo debe ser la lengua que profiere palabras tan santas [en el sacrifico eucarístico] y cómo debe ser el alma que recibe en sí un Espíritu tal; verdaderamente deberían ser más puras que las de cualquier otro. Ya que durante este tiempo [el sacrificio eucarístico], los Ángeles rodean al sacerdote; todo el santuario, especialmente alrededor del altar, está lleno de ejércitos celestiales, para la honra de Aquel que se hace presente en el altar (en el pan y el vino transformados). De por sí ya es suficientemente creíble esto cuando se considera qué se realiza en el altar en tales momentos.
Además, una vez escuché a alguien narrar el relato de un hombre estimado y de edad avanzada, acostumbrado a tener visiones, que fue dignado con una visión en la que observaba en ese preciso momento, de la manera como era posible para él, una multitud de Ángeles envueltos en vestiduras brillantes que se inclinaban profundamente hasta el suelo alrededor del altar, más o menos como soldados en presencia del rey. Yo, por mí mismo, también lo creo. Alguien más, que no lo oyó de otro, sino que pudo verlo y escucharlo personalmente, me contó que las personas que están por morir, si participaban en este “misterio de la fe” con una conciencia pura, en el momento de expirar son acompañadas por los Ángeles como por una guardia, a causa de las gracias recibidas.4
En repetidas ocasiones señala san Juan Crisóstomo que los Serafines entonan con voz poderosa el tres veces “Santo” a la majestad divina;5 sin embargo, en la celebración eucarística “cantamos nosotros los hombres con los Serafines que están de pie, extendemos junto con ellos nuestras alas y volamos a su lado alrededor del trono del Rey de los reyes”;6 “aquí está la mesa real; los Ángeles la sirven; y el Señor mismo está presente”.7
Nuestra liturgia terrenal constituye, según Juan Crisóstomo, una especie de reflejo visible y símbolo eficaz y poderoso de la liturgia celestial de los santos Ángeles; la unidad y armonía de las dos liturgias, la celestial y la terrenal, encuentran su principal expresión en el prefacio donde la Iglesia nos invita a unirnos con los Tronos y Dominaciones, los Querubines y Serafines, para cantar la alabanza seráfica del Trishagion (Tres veces Santo). Por eso exclama en su cuarta Homilía sobre la incomprensibilidad de la esencia divina:
¡Reflexiona en qué comunidad estás y con quién pretendes invocar a Dios! ¡Con los Querubines! ¡Imagínate a qué coro deseas adherirte! ¡Que nadie entone negligentemente estos cantos santos y misteriosos! ¡Que nadie esté apegado a pensamientos terrenales, sino desprendido de todo lo mundano y colocado por completo en el cielo, tal y como estaría de pie al lado del trono de la gloria de Dios, cantando con los Serafines la alabanza sumamente santa a la gloria y majestad de Dios!8
En la Homilía a Cl 3,8, san Juan Crisóstomo apunta que el “Gloria in excelsis Deo” sería el canto de los coros angelicales más bajos, en el que también los catecúmenos pueden participar; pero el Trishagion es el canto de los Serafines, el que conduce hacia dentro del santuario de la santísima Trinidad, reservado, por ello, entre los hombres, solamente “a los ya iniciados, a los bautizados”.9
No solamente los hombres bautizados elevan esta voz con santo temblor; también los Ángeles se postran ante el Señor y los Arcángeles le suplican. Como en alguna época los hombres balanceaban ante los reyes ramos cortados del olivo para recordarles el amor y la compasión, así los Ángeles ofrecen en este momento [del acto sacrificial del sacerdote] el Cuerpo del propio Señor, en lugar de ramos de olivo, y piden por la humanidad.10
En la comunidad de los Ángeles en el cielo y en su liturgia celestial participan los hombres llegados a la santidad, en primer lugar los santos mártires.
Las palabras del santo padre de la Iglesia en su Homilía sobre los mártires son concluyentes:
¡Recuerda la escalera espiritual que el patriarca Jacob vio entre la tierra y el cielo: en ella los Ángeles bajan; por ella los mártires suben […] Los mártires suben al cielo, los Ángeles les preceden; los Arcángeles los rodean como una guardia de honor […]
Cuando los mártires han llegado al cielo, todas las Virtudes santas corren hacia allá y se empujan a su alrededor para ver sus llagas gloriosas; los reciben con alegría y los abrazan; después forman una procesión inmensurable para conducirlos al Rey del cielo que está sentado en su trono, en su infinita gloria, en medio de los Serafines y Querubines […] Ahí se unen a los coros celestiales y entonan sus cánticos misteriosos. Como los mártires ya habían sido admitidos en su vida terrenal a la participación de los santos misterios [la Eucaristía], a los cantos del coro, para entonar el Trishagion en comunión con los Querubines y Serafines como vosotros los iniciados conocéis, tanto más participarán en la liturgia celestial junto a sus compañeros angelicales.11
San Juan Crisóstomo insiste en que los Ángeles celebran con la Iglesia en la tierra no solamente el misterio eucarístico, sino también de manera especial los misterios de las grandes festividades del Señor. Recuerda esto, ante todo, en la Pascua y en la Ascensión de Cristo. Sobre la Pascua afirma: “No sólo la tierra, también el cielo participa en la festividad de hoy […] Los Ángeles se regocijan, los Arcángeles se alegran, los Querubines y Serafines celebran con nosotros la fiesta de hoy […] ¿Dónde puede, entonces, haber lugar para la tristeza?”12 Ahora bien, ¿por qué se alegran los Ángeles por la Ascensión del Señor?
Cuando nuestro Señor nació según la carne, los Ángeles exclamaron a la vista de su reconciliación con los hombres: “Gloria a Dios en las alturas.” ¿Quieres saber cómo se alegran los Ángeles ante la ascensión del Señor? Escucha; el Señor dice que “están subiendo y bajando continuamente”. Ésta es la señal de quienes desean contemplar un espectáculo extraordinario. Quieren ver el espectáculo no esperado: cómo el hombre (en la persona del Dios‑hombre) aparece en el cielo. Por eso los Ángeles se muestran en todo lugar: cuando Él nace, cuando muere y cuando entra en el cielo.13
Nosotros, que parecíamos indignos para la tierra, hoy somos elevados (en el Dios‑hombre) hacia el cielo, seremos alzados por encima de las alturas, alcanzaremos el trono del Rey. A causa de la naturaleza humana (caída), los Querubines vigilan ante el paraíso; pero a partir de hoy, esta naturaleza está entronizada por encima de ellos. ¿No era suficiente ser elevado sobre los cielos? ¿No era suficiente estar en medio de los Ángeles? ¿No sería indescriptible una gloria tal? Pero Cristo se elevó (en su naturaleza humana) sobre los Ángeles, sobrepasó a los Querubines. Subió más alto que los Serafines, dejó tras de sí a los Tronos, sin detenerse hasta no haber alcanzado el trono de Dios.14
Hoy (en la Ascensión de Cristo), los Ángeles recibieron lo que desde siempre habían esperado, los Arcángeles recibieron lo que ardientemente deseaban; depositaron nuestra naturaleza humana en el trono real, brillante de gloria inmortal y belleza. Aunque la naturaleza humana recibió esta honra, ser elevada por encima de los Querubines y Serafines, ahora éstos se alegran por nuestra salvación, así como también se lamentaron cuando la habíamos perdido (la caída en el pecado).15
Cuanto más lleno está el aire de Ángeles es porque tanto más llena se encuentra la Iglesia. Y cuando la Iglesia está repleta de ellos, entonces es verdad, especialmente hoy (en la Ascensión de Cristo), que su Señor ha subido al cielo. Que el aire está lleno de Ángeles lo dice el apóstol cuando enseña y cuando amonesta a las mujeres a cubrir su cabeza con un velo, a causa de los Ángeles.16
Reiteradamente señala que los Ángeles nos sirven, por orden de Dios, a los hombres, con la encomienda de protegernos17 y que cada hombre en particular tiene asignado un Ángel de la guarda.18 “Si nosotros necesitamos de un guía en el trayecto de una ciudad a otra, cuánto más el alma, que sobrepasa las ataduras de la carne y pasa a la vida futura, necesitará a alguien que le muestre el camino.”19 En la vida, y ante todo en la muerte, los Ángeles son nuestros compañeros de viaje; según Juan Crisóstomo ayudan principalmente a aquellos que tienen, además de una encomienda en su vida privada, una responsabilidad para el bien común:
Si aquellos que solamente deben manejar su propia vida, sin realizar nada por el bien común, recibieron un Ángel del Dios del universo, cuánto más sucederá con aquéllos a quienes está confiado el cuidado de toda la tierra: las fuerzas celestiales se presentan en ayuda de quienes desempeñan un gran cargo.” 20
En diferentes pasajes de sus homilías Juan Crisóstomo escribe de manera magistral sobre los coros de los Ángeles; subraya, por ejemplo, al final de un comentario a Hb 1,13‑14 la soberanía de Cristo sobre todos los Ángeles.21
Por ello debemos atenernos siempre a la exhortación de san Pablo -máxima que aparece en la Homilía 16 a la Carta a los Romanos y que el santo observó en su propia vida, su doloroso exilio y muerte solitaria‑: “Porque persuadido estoy que ni la muerte, ni la vida, ni los Ángeles, ni los Principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni las Potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios (manifestado) en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8,38s).
Grandes palabras que muchas veces no comprendemos, porque no poseemos el mismo amor que san Pablo. Y sin embargo, tan maravillosa es esta cita que el apóstol desea mostrar que todo es nada en comparación con el amor con que Dios nos recibe; por eso lo expresa solamente después de haber narrado el amor de Dios hacia él, para que no quede la impresión de que quiere glorificarse. El sentido de estas palabras es el siguiente: ¿Por qué es necesario hablar de aflicciones temporales, de sufrimientos que son la suerte de la vida terrenal? Si alguien me hablara de los seres poderosos del más allá, de los Ángeles y los Arcángeles, de todo el mundo angelical, me parecería poco en comparación con el amor de Cristo […] ¡Sí, si tú me hablas de Ángeles, de todos los poderes celestiales, de todo lo que es ahora y de lo que será, de todo en la tierra y en los cielos y abajo de la tierra y arriba de los cielos, en comparación con este amor, todo me parece pequeño e insignificante!