Anselmo plantea dos preguntas sobre los santos Ángeles en relación con la doctrina de la salvación, que serían continuamente presentadas y desarrolladas en el siglo XII, bajo su influencia:
La primera es si Dios hubiera podido realizar la obra de la salvación de la humanidad a través de un Ángel, en lugar de en la persona del Verbo eterno y encarnado. San Anselmo responde que nuestra salvación solamente podía realizarse a través de una Persona divina, no por un Ángel y menos aún por un hombre; en estos casos, el hombre redimido se habría transformado en esclavo de un salvador creado, y únicamente puede serlo de Dios, nunca de una criatura ‑Ángel u hombre‑, ya que, gracias a la salvación, el hombre será en todo igual a los Ángeles (Cur Deus homo?, 1. I, cap. 5).2
La segunda pregunta relacionada con los Ángeles que san Anselmo formula e intenta responder en Cur Deus homo? es hasta qué punto deben restaurar los hombres llamados a la beatitud el número de los santos espíritus celestiales que sirven a Dios, disminuido por la caída de los ángeles, y hasta qué punto fue creado el hombre, entonces, en lugar de los ángeles caídos. Esta doble cuestión fue planteada por muchos teólogos en la pre-escolástica, por ejemplo, por el beato Ruperto de Deutz, el santo obispo de París, Pedro Lombardo, o el gran pensador alemán, Hugo de san Víctor.
San Anselmo responde explícitamente en el primer libro (caps. 16‑18) de Cur Deus homo?:3 Es cierto que Dios ya ha determinado el número de criaturas que llegará a la santidad, el cual no puede ser más grande ni más pequeño, porque Dios sabía con certeza cuál era el adecuado y, por lo tanto, así lo quería. Ahora bien, o los ángeles caídos pertenecían al número de los bienaventurados o, por el contrario, debe verse su caída como un suceso necesario, ya que no estaban incluidos entre los elegidos, lo que hacía imposible que perseveraran en el bien. Esta última suposición ‑la caída de los ángeles era necesaria‑ constituye una necedad, por lo que estamos obligados a decidirnos por la primera hipótesis. Si ésta es cierta, es necesario admitir que la disminución del número de las criaturas llamadas a la bienaventuranza, causada por la caída de los ángeles, se recuperará de otra manera, ante la imposibilidad de que permanezca incompleto dicho número una vez determinado por Dios. “Por lo tanto, es necesario ‑concluye san Anselmo de Cantorbery‑ que los ángeles caídos sean sustituidos por las filas de la humanidad, porque no existe ninguna otra criatura capaz de cubrir tal desolación” (Cur Deus homo?, 1.I, cap. 16).4
San Anselmo permite que un cierto Boso le cuestione por qué los ángeles caídos no pueden reconciliarse con Dios y ser de nuevo recibidos entre los bienaventurados, a lo que responde sólo en el sentido de su obra De casu diaboli (Sobre el caso del diablo), escrita entre 1085 y 1090: Sencillamente, eso es imposible (cfr. Cur Deus homo?, 1.I, cap. 17).5
No obstante, ¿porqué los ángeles caídos no pueden ser restituidos por otros Ángeles? También esto constituye un imposible -contesta san Anselmo‑, pues estos nuevos Ángeles deberían ser creados entonces como los ángeles infieles antes de su caída, lo cual no sería posible porque tendrían siempre ante sus ojos el pecado de aquéllos. Boso se muestra feliz de poder argumentar la necesidad de que los ángeles que cayeron sean restituidos por hombres, ya que así se aclara que el número de quienes lleguen a la beatitud no será menor que el de los ángeles caídos y castigados. Pero, entonces, surge una nueva cuestión: ¿no podría ser mayor el número de los bienaventurados de la humanidad que el de los ángeles caídos? Esta pregunta se relaciona con otra: ¿el hombre fue creado solamente para compensar la disminución de los Ángeles? En una extensa respuesta, san Anselmo acentúa que los hombres fueron creados también ‑pero no exclusivamente‑ con este fin, porque la perfección de la creación de Dios exigía estar conformada por cierto número de especies distintas. Por consiguiente, la naturaleza humana fue calculada desde el principio entre éstas, salvo que constituyera sólo un excedente -hipótesis impensable aun del menor gusano, mucho menos del hombre, que intervendría en el plan eterno de Dios desde el inicio‑. La naturaleza humana fue creada por sí misma y no solamente como una sustitución de individuos singulares de otra especie de criaturas, es decir, de los ángeles que pecaron y perdieron su lugar determinado en el cielo (cfr. Cur Deus homo?, 1. I, cap. 18).6
Mediante tales reflexiones, san Anselmo aboga por que los hombres están determinados, por tanto, para ocupar los lugares de los ángeles caídos, lo que no significa, sin embargo, que llegarán a la felicidad únicamente tantos hombres como ángeles pecaron; por el contrario, llegarán más hombres a la beatitud que ángeles fueron expulsados. A partir de este pensamiento queda abierta la posibilidad de que todas las criaturas -incluyendo Ángeles y hombres‑ fueran creadas al mismo tiempo, hecho imposible si la causa de la creación de los hombres se debiera exclusivamente a la caída de los ángeles.
Es necesario entender y valorizar estas meditaciones del gran doctor de la Iglesia del siglo XI, en apariencia bastante razonables, por su intención de convencer a los incrédulos de la racionabilidad de la fe según el axioma: “Fides quaerens intellectum” (“La fe busca la explicación”), y la escala de valores “Fe‑comprensión de la fe‑visión”, que permitieron a san Anselmo vislumbrar claramente la necesidad de la fe y el alcance limitado de la comprensión humana en el ámbito de la fe. Al arzobispo de Cantorbery no le queda ninguna duda de que el Dios Creador llamó a la existencia, además de al hombre, a los Ángeles, ni tampoco de que algunos ángeles, guiados por Lucifer, se alejaron de Dios, pecaron y fueron castigados con la condenación eterna. Tal vez surge cierta desilusión sobre la angelología que presenta en De casu diaboli (Sobre el caso del diablo), ya que en esta obra no se menciona la creación, naturaleza de la esencia y asignación de los Ángeles; en ella explica casi exclusivamente cómo fue posible el pecado de Lucifer, aunque cuestionando de nuevo la creación del hombre como remplazo de los Ángeles caídos (cfr. De casu diaboli, cap. 23).7 En sus obras, la distinción de los Ángeles entre sí se menciona de manera muy breve, utilizando una comparación con los hombres, quienes poseen además de una naturaleza común un vínculo de parentesco porque provienen unos de otros; los Ángeles, por su parte, aunque de la misma naturaleza, no pertenecen a la misma estirpe, ya que no existe descendencia entre ellos (cfr. Cur Deus homo?, 1. II, cap. 21).8
Ahora bien, si en sus obras teológicas Anselmo de Cantorbery impresiona tal vez por su racionalismo, en las Orationes et meditationes (Oraciones y meditaciones) que de él se conservan se aprecia un hombre contemplativo, con un calor casi místico y lleno de piedad. En ninguna trata explícitamente sobre los santos Ángeles, pero sí los menciona de una manera notable en unas hermosísimas oraciones a la Madre de Dios. Así, en la Primera oración a la santísima Virgen María reza: “Oh, bendita sobre todas las mujeres, que superas a los Ángeles en tu pureza y en el amor a los santos.”9 Y en la Tercera oración a la santísima Virgen María llama a María la “Reina de los Ángeles” y le canta: “Oh, Virgen maravillosa y singular, por medio de ti son renovados los elementos, librado el mundo del infierno, aplastados los demonios, salvados los hombres, restaurado el número de los Ángeles.”