Este santo obispo de Avranches (oeste de Francia) que dirigió esa diócesis desde el año 704 hasta el 725 debe ser considerado entre los santos que mantuvieron una relación muy cercana con los Ángeles: se le considera el iniciador de la peregrinación al gran santuario del Arcángel san Miguel, el Mont‑Saint‑Michel, en Normandía.1
Según la tradición, en una estrecha roca de granito que se encuentra en la costa normanda, llamada por su aspecto semejante a un ataúd Mons Tumbae (‘monte del catafalco’), se apareció el Arcángel san Miguel a san Autberto. Las lecturas del oficio litúrgico para la segunda nocturna de la “fiesta de san Miguel en el peligro del mar” (16 de octubre), como se celebraba en las diócesis de Coutances y de Avranches, afirman lo siguiente:
En el siglo IV se extendía desde Coutances y Avranches hasta Dol y Aleth una extensa llanura cubierta de enormes bosques y protegida por la sierra de Sessiaco del ímpetu de las olas del mar. Una vez propagada la luz de la fe cristiana hasta las costas de Armorica y Neustria, numerosos hombres piadosos, muchos de los cuales se encuentran ahora entre los santos, buscaban la soledad de esta región para dedicarse allí sin impedimentos al servicio de Dios y a la contemplación espiritual. Este lugar, santificado por la vida de tantos hombres santos, se hizo posteriormente famoso por la aparición del Arcángel Miguel, en tiempos de Childeberto III. El santo Arcángel se apareció en sueños al obispo Autberto de Avranches (año 709), exhortándole a construir una iglesia en el monte Tombes, que estaría bajo la protección de san Miguel. Tres veces fue amonestado este indeciso obispo, hasta que finalmente comenzó la obra: construyó un santuario con la forma de una iglesia fúnebre redonda, semejante a aquella del monte Gárgano. Una vez dotada abundantemente de reliquias recibidas por el obispo desde Monte Gárgano, esta nueva iglesia fue inaugurada solemnemente el 16 de octubre. Desde entonces, ese día es celebrado en muchas iglesias no solamente de Francia, sino también de Inglaterra. De tal modo, este monte santo fue puesto bajo la protección especial de san Miguel (Mont‑Saint‑Michel) y consagrado a Dios. También se le llama san Miguel en el Peligro del Mar, ya que desde que el océano arrasó los bosques, las olas del mar se estrellan dos veces al día contra este monte santificado. En este lugar, el santo obispo Autberto fundó con doce clérigos un convento, a fin de atender continuamente el servicio para la veneración a san Miguel. Posteriormente, el duque Ricardo I de Normandía (933‑996) llamó a los monjes de la orden de san Benito para sustituirlos. A consecuencia de los muchos milagros realizados en este lugar, innumerables peregrinos de toda Europa, en especial numerosos reyes y príncipes de Francia e Inglaterra, peregrinaron hasta este santuario.2
En los tiempos en que el occidente de Europa era en su mayoría cristiano, la abadía del Monte del Santo Arcángel Miguel estaba considerado en esta extensa región europea ‑al igual que la del Monte del Santo Arcángel Miguel (monte Gárgano) en el sur de Europa‑ un símbolo de la veneración al mundo invisible con el cual la cristiandad se considera unida vivamente, afirmando fielmente esta realidad tan poderosa en la historia. En todo momento, la veneración piadosa a los santos Ángeles, ante todo al Arcángel san Miguel, recibió nuevos impulsos desde este lugar.3
Podría tratarse de un símbolo inquietante para el espíritu que domina en los tiempos modernos a los hombres que se alejaron del cristianismo ‑una humanidad que responde al llamado de los Ángeles sólo con una sonrisa racionalista y orgullosa‑, cuando en la revolución francesa, en 1790, la abadía Mont‑Saint‑Michel fue eliminada, en aras de la libertad, igualdad y fraternidad, sus tesoros robados y el monasterio transformado en cárcel para aquellos sacerdotes que rechazaron el juramento a la legislación civil.4
Según la tradición, el cuerpo del santo obispo Autberto fue sepultado en la iglesia del Arcángel san Miguel en el monte Tombes un 16 de junio; había fallecido un 10 de septiembre. En cuanto al año de su muerte, unos la ubican en el siglo VI, bajo el reinado de Childeberto II († 595); otros en el año 725, en tiempos del rey Childeberto III.