sus Sermones in Cantica canticorum (Sermones al Cantar de los cantares), por ejemplo, los sermones V, XIX, XXXI y LIII, en los cuales san Bernardo trata explícitamente cuestiones determinadas de la angelología, no solamente ascética o místicamente, sino según la manera de un “teólogo inteligente”6, tampoco es posible admitir el juicio de A. Vacant; y menos aún al leer las 17 bellas alocuciones sobre el Salmo 90 “Qui habitat” (en especial, las alocuciones XI‑XIV), sus insuperables homilías super Missus est (sobre todo la I y III), dos homilías para la festividad del santo Arcángel Miguel y un gran número de homilías en las que el Doctor mellifluus (‘doctor fluyendo miel’), como fue nombrado, habla de los Ángeles. Debemos confirmar que el abad de Claraval es un místico para quien la verdad revelada de la existencia de los Ángeles constituyó un hecho preponderante en su pensar teológico, más aún en su pensar y aspirar ascético‑místico y su vida monástica personal. De ahí que nos preguntemos: ¿por qué hasta hoy se ha escrito tan poco sobre él?7

Después de citar las fuentes más importantes de la angelología de san Bernardo, expondremos a continuación sus puntos particulares:

1. La existencia de los espíritus celestiales constituye una verdad mencionada constantemente en la Revelación.

2. ¿Qué cualidades poseen estas criaturas de Dios? ¿Son espíritus puros o -como defendieron el beato Ruperto de Deutz y algunos otros teólogos de su época‑ están dotados de un cuerpo? Normalmente se enumera a san Bernardo entre quienes confirman la corporalidad de los Ángeles. No obstante, la realidad no es tan simple. En primer lugar, es posible constatar la existencia de diversos pasajes entre sus escritos que nos llevan a pensar que aboga por una naturaleza angélica puramente espiritual, al igual que algunos de sus contemporáneos, como Hugo de san Víctor. Por ejemplo, en alguna ocasión compara la naturaleza de los Ángeles con la de Dios y simplemente dice: “Dios es espíritu, también los santos Ángeles lo son”;8 o cuando acentúa la relación del alma del hombre con los Ángeles, porque el alma del hombre es espíritu,9 y viceversa, cuando diferencia al hombre del Ángel en que aquél posee un cuerpo.10 Por otra parte, junto a estos pasajes existen otros en los que san Bernardo duda sobre si los Ángeles poseen un cuerpo.11 Su conclusión es que nos encontramos ante una “quaestio disputata”, esto es, una pregunta que puede discutirse libremente.12 No condena la opinión de la espiritualidad pura de los Ángeles, pero tampoco niega que él se inclina por la hipótesis contraria. En el Sermo V in Cantica canticorum (núm. 2), después de citar las dos opiniones opuestas, expresa su propia tesis, según la cual los Ángeles poseen posiblemente un cuerpo, aunque nunca califica ésta como la única correcta. Juzga que los Ángeles necesitan un cuerpo para cumplir sus tareas como mensajeros de Dios. Acentúa también la gran diferencia entre la necesidad del cuerpo para un animal, para el hombre y para el Ángel. Insiste en que los Ángeles no necesitan el cuerpo para sí, sino para otros,13 cuando subraya que su capacidad de conocimiento es totalmente independiente de los sentidos, de modo opuesto a lo que sucede con los hombres.14 Y concluye que, en el caso de los Ángeles, el cuerpo es simplemente un instrumento para el cumplimiento de sus tareas en relación con los hombres, no una propiedad esencial de su naturaleza; este cuerpo usado por los Ángeles no es tan pesado como el del hombre, ya que es de aire etéreo, mutable en su forma según la necesidad, e impalpable y generalmente invisible15 para nosotros, por su sutileza.

En cuanto a las otras cualidades de la naturaleza angelical, destaca, además de la perfección relativa de su conocimiento, “propia de ellos por su naturaleza”,16 la libertad de su voluntad, en especial cuando trata sobre la prueba de los Ángeles en la que tuvieron que decidirse a favor o en contra de Dios,17 al referirse a la caída de Lucifer y los suyos.18

El abad de Claraval presenta un breve resumen de las cualidades de los Ángeles en De consideratione (1. V, cap. 4), donde alude a la fuerza de su inteligencia, su poder y gloria, la diferencia entre ellos, su dignidad y perfección, su ausencia de sufrimiento, su inmortalidad, su pureza, bondad y piedad en relación con Dios y su entrega a una tarea otorgada por Él. Usa una fórmula vaga y ambigua cuando afirma que los Ángeles serían “non creati, sed facti, id est gracia, non natura” (“no creados, sino hechos, y esto por gracia, no por naturaleza”), lo que significa que los Ángeles buenos no eran desde su creación como son ahora en su totalidad, sino que por la gracia de Dios fueron elevados a su estado actual.

San Bernardo resume toda su teoría sobre la naturaleza de los Ángeles y su nobleza: “Está demás para nosotros hablar de aquel esplendor y gloria por medio del cual los santos Ángeles ya están elevados por sobre sí mismos, y más aún en su relación con Dios; en esto nos superan indescriptiblemente.”19

3. En relación con la clasificación en coros, adopta el pensamiento del Papa Gregorio Magno, diferente al de Dionisio Areopagita, mencionando explícitamente nueve coros angélicos en De consideratione (1. V, 4) y en el Sermo XIX in Cantica canticorum. Cuando san Bernardo escribe que los Ángeles “estaban desde el inicio en su orden” (“ab initio stantes in ordine suo”)20 desea afirmar que la clasificación en coros ya existía desde su creación y no por un establecimiento de los Ángeles buenos después de la batalla decisiva, como defendía el beato Ruperto de Deutz.

En otros pasajes citados21 intenta interpretar los nombres y características de los coros angélicos en particular. Así, manifiesta que los nombres-coros, en los cuales es posible distinguir ministerios, grados y jerarquías, así como los méritos de los espíritus celestiales,22 son conocidos por la Sagrada Escritura. Su descripción es en esencia la de aquella época, bajo la línea de san Gregorio Magno.23

4. Sobre la misión de los Ángeles en el mundo, san Bernardo se opone a Dionisio Areopagita al expresar que todos los Ángeles sin excepción, incluso los de los coros más elevados, son llamados por Dios para servir como mensajeros:

 

Esto no debería parecerle imposible a nadie, porque Él mismo, el Creador y Rey de los Ángeles, no vino para ser servido, sino para servir y para sacrificar su vida por muchos. Entonces, ¿cómo no sería para los Ángeles este servicio correspondiente a su dignidad, cuando sirven en el cielo con toda ansia y felicidad a Aquel que les precedió con su ejemplo?24

 

No obstante, los hombres pensamos generalmente que los Ángeles de mayor jerarquía ordenan a los inferiores y éstos vienen a nosotros.25

¿Para qué envía Dios a los Ángeles? En primer lugar, a fin de revelarnos sus designios. Ésta parece ser, según san Bernardo, la tarea de los Arcángeles, como lo demuestra con el ejemplo de san Gabriel,26 ante todo en la Homilía I super Missus est:

 

El Evangelista narra entonces: “Fue enviado por Dios el Ángel Gabriel.” Yo no creo que este Ángel fuera uno de los inferiores, de los que llevan mensajes a la tierra por cualquier motivo. Esto lo muestra su nombre, que significa ‘Fortaleza de Dios’. Tampoco se relata que él haya sido enviado por otro espíritu más elevado, como sucede en muchos casos, sino por el propio Dios. Por eso aparece escrito: “enviado por Dios”. Pero existe otra razón para no creer que Dios hubiera revelado su designio a uno de los espíritus antes que a la bienaventurada Virgen, excepto al Arcángel Gabriel: éste se alegró por recibir la preferencia de haber sido honrado con un nombre y una misión tan dignos. El propio nombre corresponde a la misión: ¿Quién podría anunciar mejor a Cristo, la Fuerza de Dios, sino este Ángel, que porta ese nombre? El Arcángel Gabriel fue llamado Fuerza de Dios, porque mereció ser elegido para esta encomienda de anunciar la llegada de la Fuerza de Dios, que es Cristo, o porque quería fortalecer a la santísima Virgen, quien por naturaleza era tímida, humilde y casta, para que lo extraordinario del milagro que debía producirse en ella no la asustara […] Tal vez de igual modo es posible aceptar que el mismo Arcángel Gabriel hubiera fortalecido al esposo de la bienaventurada Virgen, no menos humilde y tímido, aun cuando no se menciona el nombre del Ángel en el Evangelio: “José, hijo de David”, dijo el Ángel, “no temas recibir en tu casa a María tu esposa” (Mt 1,20). En definitiva, elección muy adecuada la de Gabriel para este eminente ministerio; o mejor aún, con razón lleva este nombre tan sublime, ya que le fue concedida esta misión.27

 

La tarea más importante de los Ángeles, el grado más inferior, es constituirse en protectores y guías para los hombres. San Bernardo escribió mucho y de manera muy bella sobre este tema; sólo por eso ya merecería un lugar de honor en la historia de la angelología.28 Es principalmente en cuatro alocuciones (XI‑XIV) sobre el Salmo “Qui habitat” donde se profiere la verdad tan consoladora del Ángel de la guarda,29 aunque también en otras homilías, particularmente en los Sermones VII, XXVII, XXXI y XXXIX sobre el Cantar de los cantares.30 Siempre con nuevas palabras, lleno de reverencia y agradecimiento, expone las distintas formas de la actividad de los espíritus celestiales en el cumplimiento de su tarea como nuestros Ángeles de la guarda. La prueba de la Sagrada Escritura para esta afirmación de fe ‑al lado de cada hombre está situado por Dios un espíritu protector‑ la retoma san Bernardo de la Carta de san Pablo a los Hebreos (cfr. Hb 1,14) y del Evangelio de san Mateo (cfr. Mt 18,10).31 Los Ángeles de la guarda son los defensores fieles y guías de los hombres en la tierra32, protectores bondadosos en los caminos peligrosos de la vida terrenal,33 enviados por Dios para ayudarnos y consolarnos,34 para comunicarnos sus inspiraciones divinas para el bien y sus gracias;35 los Ángeles de la guarda siempre muestran por nosotros una preocupación amorosa,36 nos cuidan a causa de nuestra debilidad,37 presentan ante el trono de Dios nuestras oraciones38 y buenas obras,39 procuran defendernos de los espíritus malignos que nos molestan y amenazan en todo lugar40 y quieren conducirnos de regreso hacia el camino recto del Señor cuando nos perdemos,41 hasta que alcanzamos nuestro fin último: la felicidad en el cielo, donde debemos restaurar en las hileras de los ciudadanos celestiales las bajas sufridas por la caída de los ángeles.42

Para que logremos este fin, el Ángel de la guarda socorre al hombre a él confiado, principalmente en la hora de la decisión, en el momento de la muerte;43 es como el padrino de boda que acompaña al alma hacia Cristo ‑el novio‑ y la vida eterna.44

El que Dios nos otorgara a cada uno de nosotros un Ángel de la guarda es una prueba única de amor del Dios bondadoso hacia la humanidad.45

En contrapartida, estamos obligados a brindar a los santos Ángeles, ante todo, una reverencia agradecida por su presencia a nuestro lado, sumisión por su benevolencia y una gran confianza por su protección:

 

Por tu causa, Dios da a sus Ángeles el mandato de protegerte en todos tus caminos. ¡Qué reverencia debe suscitar en nosotros esta frase, a qué sumisión estimularnos, a qué confianza movernos! Reverencia, por su presencia; sumisión, por su benignidad; confianza, por su protección. ¡Por eso, avanza con cuidado por tus caminos, ya que los Ángeles siempre están a tu lado como se les ordenó! ¡En cada casa, en cada rincón, reverencia a tu Ángel! ¿Podrías atreverte a realizar en su presencia lo que no te atreverías a hacer ante mis ojos? ¿O dudas de su presencia, sólo porque no lo ves? ¿Y si lo escucharas? ¿Y si lo tocaras? ¿Y si percibieras su fragancia? […] Si preguntas a la fe, ésta te confirmará que la presencia del Ángel es una realidad […] Los Ángeles están presentes, se mantienen a tu lado; no están sólo contigo, sino también para ti, presentes para protegerte, presentes para servirte. ¿Cómo vas a recompensar al Señor todo el bien que te ha hecho? Porque sólo Él merece honor y gloria. ¿Por qué sólo Él? Porque así lo ordenó, por eso no podemos ser ingratos con aquellos que le obedecen con tanto amor y nos ayudan en tan gran necesidad. ¡Permanezcamos entonces sumisos a estos guardas! ¡Amémosles de nuevo, honrándolos tanto como podemos y debemos!46

 

Estas consecuencias ascéticas de la verdad de la fe en la existencia de los Ángeles de la guarda a nuestro lado aparecen explicadas frecuentemente en sus homilías. Para el abad de Claraval constituía una gran preocupación advertir a los monjes a él confiados de la presencia de los santos Ángeles, exhortarles constantemente hacia una actitud de recogimiento en la oración y la liturgia47 y hacia la pureza de corazón, amonestándoles hacia la unidad y la paz:

 

Esto quiero decirlo, queridos hermanos, para que cultivéis en el futuro una confianza más grande en los santos Ángeles y en todas las necesidades invoquéis más fervorosamente su ayuda; pero también, para que busquéis andar siempre más dignamente en su presencia, para así ganar su favor, conseguir su benevolencia, pedir su generosidad […] Porque pensad, amados, qué cuidado tan grande es necesario para hacernos dignos de su trato y caminar ante su faz sin ofender nunca sus santas miradas. Porque, ¡ay de nosotros, si disgustados por nuestros pecados y negligencias no nos consideran ya dignos de su presencia y de su visita! Entonces tendríamos que lamentarnos tristemente con los profetas y exclamar: “Mis amigos y mis compañeros se estacionan lejos de mis llagas, mis allegados se mantienen lejos. Tiéndenme lazos los que buscan mi vida, y los que buscan mi mal dicen desventuras” (Sl 37,12‑13). Ellos, por tanto, cuya presencia podía protegernos y apartarnos del enemigo, se alejaron. Como necesitamos tanto del trato confiado y condescendiente de los Ángeles, debemos guardarnos cuidadosamente de ofenderlos. Al contrario, debemos ejercitar principalmente aquellas cosas en las cuales se alegran. Hay muchas que les agradan y que ansían ver en nosotros, como, por ejemplo, la sobriedad, la castidad, la pobreza voluntaria, el implorar frecuentemente al cielo, la oración rociada de lágrimas y con intención pura del corazón. Más que todo esto, los Ángeles de la paz exigen de nosotros la unidad y la paz […] De otra manera, no existe nada que los ofenda tanto y suscite su indignación como las querellas y escándalos entre nosotros.48

 

Ante la pregunta de por qué los Ángeles realizan su tarea protectora con tanto celo, san Bernardo responde con una doble razón: Primero, por obediencia a Dios, quien los encomendó,49 y ante todo por amor a Él, a sí mismos y a nosotros los hombres: “Realmente, por causa de Dios, cuya misericordia más íntima imitan. Por nosotros, porque compadecen en nosotros a su propia imagen; por sí mismos, ya que esperan con gran ansia que las lagunas en sus filas sean de nuevo cubiertas.”50 A continuación explica estos pensamientos de una manera detallada y hermosa, reuniendo los conceptos de la exigencia y el amor fraterno:

 

Tal vez recordéis aún lo que decimos […] sobre el triple amor y la preocupación de los Ángeles por nosotros los hombres. Con eso puede explicarse la utilidad del amor fraterno de un modo fácil de comprender: En un hombre que no ama a su prójimo no se encuentran las causas mencionadas del amor preocupado de los Ángeles hacia nosotros. ¿Cómo pueden amarnos los Ángeles por causa de Cristo, cuando deben reconocer en nuestra falta de amor mutuo que de ninguna manera somos sus discípulos? ¿Y cómo pueden amarnos por nosotros, es decir, por la semejanza entre nuestra alma espiritual y su naturaleza espiritual, cuando deben observar que no amamos a los mismos participantes de nuestra naturaleza, si cuando asisten a nuestras controversias ven que pensamos mucho más en la carne que en el espíritu? Y finalmente, ¿pueden los Ángeles amarnos por ellos mismos, porque debemos llenar su comunidad con nuestras hileras, cuando, lo que no acontecerá, falta ese único medio unificante que nos pudiera reunir con ellos en la ciudad celestial, es decir, el vínculo del amor? ¿Cómo pueden esperar los Ángeles que se construyan nuevamente los muros eternos de su ciudad eterna por medio nuestro, cuando reconocen y ven que los hombres no somos piedras vivas que se dejan unir, cuando observan que solamente somos polvo que el viento está levantando de la tierra y que un único hálito de una palabra nos transforma en torbellino, un ligero aire nos dispersa en todas las direcciones?51

 

Es importante añadir un detalle más de la angelología de san Bernardo: la forma tan completa ‑más que muchos de su época‑ en que expuso la relación de los Ángeles con Cristo. Así, subraya que Cristo es el Señor y Rey también de los Ángeles,52 ya que incluso como hombre los supera indeciblemente, aunque en su sufrimiento se puso voluntariamente por debajo de ellos.53 Los Ángeles, al igual que los hombres, deben todas las gracias a la muerte salvadora de Cristo, tesis que posteriormente se encontrará en el beato Juan Duns Scotus;54 únicamente fortalecidos por la gracia salvadora de Jesucristo pudieron los Ángeles buenos ganar la batalla decisiva. Por eso era necesaria también para ellos la salvación.

Incluiremos brevemente las observaciones de san Bernardo sobre los espíritus malignos: ¿Cuál fue el verdadero pecado de Lucifer? Indiscutiblemente su soberbia, el querer igualarse al Altísimo55 y, aunque creado de la nada, situarse al mismo nivel que su Creador, atreviéndose con una insolencia audaz a lo que es propio solamente del Hijo del Altísimo,56 quien es de la misma esencia que Dios Padre. De este modo, el orgullo del primer Ángel se transformó simultáneamente en envidia al Hijo de Dios por la gloria del Unigénito del Padre.57 ¿Tuvo también importancia la envidia en contra del hombre para la caída de Lucifer y sus secuaces? Para san Bernardo, es posible que Lucifer supiera ya que los hombres serían creados y llamados a la misma gloria que los Ángeles.58

El castigo de Lucifer por su orgullo y envidia fue ser separado de su gloria, de la cual había sido dotado, y arrojado del cielo, donde habitan los santos Ángeles59 y dondedebía morar él en la cercanía más próxima a Dios. ¿A dónde fue arrojado? En la angelología de san Bernardo, al reino de los aires,60 para ser ahí desgarrado interiormente por la envidia.61

 No solamente están totalmente vencidos [los espíritus malignos], sino también ya juzgados y condenados. La sentencia fue pronunciada, pero aún no proclamada solemnemente. Ya está preparado el fuego para el diablo, aunque todavía no ha sido arrojado para siempre en este fuego, sino que puede continuar un poco más ejerciendo su maniobra destructiva. El operario maestro del cielo lo convirtió en martillo para toda la tierra, para que los elegidos sean golpeados para su salvación y perfección y, al contrario, los réprobos, aplastados para su condenación.