San Bernardo de Claraval propuso al Papa Eugenio III en una reunión en Tréveris (1147‑1148) examinar los escritos de las visiones de Hildegarda, y de ser oportuno, aprobarlos, apremiándole a “no permitir que una luz tan brillante permaneciera en la oscuridad del silencio, sino, más bien, a confirmar por su autoridad esta plenitud de gracias que el Señor quiso revelar bajo su pontificado”. De hecho, como se relata en la biografía más antigua de esta santa, redactada en 1188 por los monjes Godofredo (Gottfried) y Teodoro (Theoderich), basándose en sus notas autobiográficas,1 el Papa “escribió una carta benigna a la beata virgen, [Hildegarda] y concedió en nombre de Cristo y de san Pedro el permiso para manifestar todo lo que ella reconociera bajo la luz del Espíritu Santo, exhortándola a fijarlo por escrito”.

Al considerar el parentesco espiritual que la unía con san Bernardo -reflejado de manera bellísima,2 por ejemplo, en la correspondencia entre ambos‑, no es de admirar la forma explícita y místicamente animada con que son presentados en sus escritos la existencia y atributos de los santos Ángeles y explicados algunos pensamientos de su angelología, principalmente en su gran obra Scivias (Conoce los caminos),3 comenzada en 1141 y terminada en 1151, así como en Liber vitae meritorum (Libro de los méritos de la vida),4 escrito entre 1158 y 1163, en Liber divinorum operum (Libro de las obras de Dios),5 iniciado en 1163 y concluido en 1173, al igual que en algunas de sus cartas6 y en las respuestas a las 38 preguntas del monje Wiberto de Gembloux.7

Asimismo, es muy significativo el papel preponderante desempeñado por los santos Ángeles, desde la infancia, en la vida de esta gran vidente para quien los obispos alemanes contemporáneos han solicitado de la Santa Sede el título honorífico de Doctora de la Iglesia.

A la edad de cinco años, Hildegarda tuvo un primer contacto con los Ángeles, como afirma K. Koch en su libro Hildegard von Bingen und ihre Schwestern8 (Hildegarda de Bingen y sus hermanas), si se interpreta la siguiente nota de su Vita más antigua como una visión angelical: “Ella [Hildegarda] apenas era capaz de proferir sus primeras palabras cuando dio a entender a su familia con palabras y señas que tenía visiones secretas, en cuanto percibía cosas, por un don extraordinario, sin que los demás pudieran participar de esta visión.”9 Posteriormente, Hildegarda sería honrada en diversas ocasiones con el contacto de los espíritus celestiales:

 

Una vez, Dios permitió que cayera enferma en cama y que mi cuerpo sufriera la falta de respiración [asma], así que se me secó la sangre en las venas, la carne y la médula de los huesos, como si mi alma fuera a dejar el cuerpo. En esta revuelta me encontré por 30 días. Mi cuerpo ardía con el calor del aire. Algunos consideraron esta enfermedad como un castigo. Incluso la fuerza de mi espíritu, atado al cuerpo, me abandonó. Aún no había salido de esta vida, pero tampoco me encontraba en ella. Mi cuerpo inmóvil se hallaba acostado sobre una cobija en el suelo. Todavía no podía ver mi fin, aunque mis superiores espirituales, mis hijas y parientes llegaron con grandes lamentaciones para asistir a mi muerte. Sin embargo, durante estos días observé en una visión verdadera una gran multitud de Ángeles del ejército de san Miguel, innumerable según el parecer humano, que habían luchado contra el dragón antiguo. Esperaron, observando lo que Dios deseaba hacer conmigo. Uno de ellos me gritó con voz potente: “¡Ay, ay, águila!, ¿por qué estas durmiendo en tu saber? ¡Levántate en tu indecisión! Tú serás conocida, perla brillante; todas las águilas te contemplarán, el mundo se lamentará, la vida eterna se alegrará. Por eso, aurora de la mañana, ¡levántate con el sol! ¡Levántate y bebe!” De inmediato, la multitud clamó con voz poderosa: “¡Alegría! Los mensajeros guardaron silencio. Todavía no ha llegado el tiempo del pesar. ¡Virgen, levántate!” En seguida, el cuerpo y los sentidos regresaron a la vida presente.10

 

Tres años más tarde, de nuevo enferma, tuvo otra experiencia mística:

Vi cómo un Querubín en un fuego flameante, en el cual se encuentra el espejo de los misterios divinos, expulsó con una espada de fuego los espíritus del aire que me atormentaban, por lo que ellos huyeron y gritaron: “¡Ay, ay! Vamos a perder a ésta, no podemos agarrarla.” Y mi espíritu fue nuevamente vivificado y mi cuerpo fortalecido, y así alcancé la plena salud.11

 

Los dos biógrafos de santa Hildegarda añadieron a este relato autobiográfico una nota donde especificaban que aquí se había mostrado “cómo la santa virgen, de manera doble, torturada por los dolores de la enfermedad y después por el susto de los demonios, no solamente no fue vencida, sino que fue incluso glorificada por una victoria múltiple con la protección de los santos Ángeles”.12

En un capítulo de su biografía titulado “Que ella [Hildegarda] no solamente venció la enfermedad y el susto de los diablos, sino que incluso fue glorificada por la protección de los Ángeles”, los monjes Godofredo y Teodoro relatan:

Aún estando en la carne y permaneciendo en la tierra, luchaba “contra los espíritus del mal que están en las alturas” (Ef 6,12). Los principados de las tinieblas se asustaron al ver una mujer armada de tanto arte bélico (contra ellos) y protegida con toda arma de fortaleza luchando contra ellos. Se asustaron y gritaron su “¡Ay!”, huyendo en plena confusión. Porque el temor les había envuelto cuando vieron que un Querubín los perseguía como un ejército ordenado y con espada flameante, para que ya no atormentaran a Hildegarda, protegiendo a la sierva de Dios […] Así luchaba la heralda del Señor entre los espíritus del cielo y del infierno, venciendo al adversario y permaneciendo siempre alegre sobre la victoria.13

 

Veremos ahora, cómo Hildegarda ha expuesto su conocimiento sobre los Ángeles, recibido en visiones, en las obras mencionadas. Existen notables diferencias en la manera de presentar su conocimiento sobre los santos Ángeles, su ser y esencia, entre Hildegarda, quien lo recibió en visiones, y santo Tomás de Aquino:

Así como en santo Tomás de Aquino encontramos un pensador con formación dialéctica, trabajando con su método discursivo que distingue las autoridades con perspicacia y encuentra así sus argumentos, en la vidente del Monte Ruperto todo permanece en una visión precientífica, donde lo que percibe intuitivamente lo presenta en estilo profético. No solamente la forma sino también el contenido de su angelología ofrece distintos acentos. Hildegarda despliega en sus inmensas visiones el drama de la historia de la salvación, entre una nube de testigos y mensajeros, Ángeles que actúan desde arriba, presentes en el mundo del hombre, por su esencia están junto a él. Los escolásticos como Tomás de Aquino comienzan analizando perfectamente la tradición y en ella encuentran preguntas que santa Hildegarda nunca se planteará, como, por ejemplo, si los Ángeles pueden estar en distintos lugares al mismo tiempo, si tienen que pasar por un espacio intermedio o si su movimiento se realiza en el ahora (in instanti). Hildegarda no se cuestiona, porque carece del conocimiento aristotélico y desconoce conceptos como “motus”, “tempus”, “actus”, “locus”, etcétera […] obtiene su información de una fuente propia y más profunda: de la gracia de la visión de su conocimiento de Dios. También recibió sus imágenes de un mundo imaginativo que se corresponde con su época y las circunstancias de su vida, ante todo de la lectura y contemplación de la Sagrada Escritura, de sus comentarios a la regla de san Benito -bajo la cual había sido instruida- de cantar los salmos en presencia de los Ángeles y mantenerse con reverencia ante ellos.

De todos modos, su mundo angelical constituye una imagen puramente interiorizada, de ninguna manera un intento por coronar el cosmos con esferas de espíritus y estrellas celestiales por medio de un mundo de formas trans‑cósmicas. Aun cuando trata la jerarquía tradicional de los espíritus, no muestra una estructura estática bajo una graduación neoplatónica, sino, más bien, la armonía de corrientes y sonidos ordenados musicalmente, en donde se encuentran conceptos como “coros”, “coelestis harmonia”, “carmen angelicum”, “sinfonia angelorum” y otras imágenes semejantes. Incluso la influencia de los sublimes espíritus celestiales en los hombres no se interpreta filosóficamente como un paso hacia el mundo de los cuerpos, sino como una experiencia interior, un acontecimiento experimentado internamente, una experiencia de un poder espiritual fascinante, y de ninguna manera un hecho solamente psicológico. Hildegarda no intenta explicar racionalmente o interpretar alegóricamente; su único deseo es mostrar imágenes, dejar ver lo que ella misma vio, del modo en que a ella se le apareció; como a través de una ventana (“fenestraliter”) puede observarse lo misterioso; y todo el mundo, amplio y bello, no es otra cosa sino tal ventana.14

 

Maravillosa introducción a la angelología de Hildegarda la constituye la bella antífona que la santa compuso, junto con el siguiente responsorio:

 

¡Príncipes de la honra, luz viva, santos Ángeles! Inclinaos profundamente ante la Divinidad, ardiendo en brasas de ansia, porque jamás podéis saciaros de la santa llama; en la oscuridad misteriosa de la criatura veis los ojos divinos. ¡Qué alegrías luminosas pasan por vuestra naturaleza que no ha tocado el pecado del maligno que se levantó en vuestro compañero, el Ángel caído, cuando osó volar hacia arriba, sobrepasando los límites de la divinidad para caer dolorosamente en el abismo! Pero ofreció el instrumento de su caída, como consejo insinuante, a la criatura hecha por la mano de Dios [al hombre].

¡Sed alabados, santos Ángeles, protectores de los pueblos, cuya forma se refleja en vuestro rostro; a vosotros, Arcángeles, que eleváis las almas de los santos hacia los cielos, a vosotros, Potestades y Virtudes, y Principados, Dominaciones y Tronos, que encerráis el santo círculo en el misterio del número cinco, y a vosotros, que sois los sellos de los misterios de Dios, Querubines brillantes y Serafines llameantes, a vosotros sea la alabanza!

Vosotros veis el latido del corazón del antiguo (de los días): porque, ojo a ojo, veis surgiendo del corazón del Padre la fuerza más interior.15

 

El punto más importante de la exposición de esta gran vidente de la Edad Media es que los Ángeles son criaturas de Dios, en cierta manera “chispas de luz” creadas del mar luminoso del ser de Dios; deben de ser como luz creada en el espejo del ser luciente de Dios. Aunque existe una gran cantidad de bellísimos textos pertenecientes a santa Hildegarda que avalan esta definición, sólo citaremos algunos pasajes: “Al principio, Dios creó el cielo, es decir, aquel espacio allá arriba en el cual se hallan los Ángeles.”16 El Altísimo creó “al principio incendios vivos de fuego, para que brillasen en su esplendor”.17 “Cuando Dios dijo: ‘Hágase la luz’, se hizo una luz espiritual; éstos son los Ángeles.”18

 

Dios, que ha creado todo, es la única vida de la cual respira toda vida, así como el rayo del sol proviene del sol; Dios es también el fuego, del cual cada fuego que se dirige hacia la beatitud será encendido, al igual que las chispas surgen del fuego. ¿Acaso sería conveniente que a esta vida no estuviera apegado nada vivo y que este fuego no calentase y nada iluminase? ¿Y qué provecho tendría la luz encendida por el fuego si no iluminase a nadie, ya que no esconde ni el fuego su luz ni el sol su esplendor? Esto es Dios: la vida por la cual está encendida la gran multitud de los Ángeles, así como las chispas brotan del fuego. Sería malo si esta vida no iluminara.19

 

En cierta ocasión, santa Hildegarda escribe en boca del propio Dios: “A través de la gloria espléndida, que es mi ser, brilla la luz viva de los Ángeles santos; porque como un rayo brilla de la luz, así resplandece esta gloria en ellos; no podía ser de otro modo, así como la luz no puede ser sin el brillo.”20 “El fuego original del cual los Ángeles están ardiendo y viven, esto es Dios mismo. Él es aquella gloria de la cual emana misterio tras misterio.”21 “Aguas vivas brillantes de apariciones misteriosas reposan en el misterio profundo del Ser: Ángeles vivos que arden en el amor de Dios, ante la faz de Dios en la visión, en fascinación, dispuestos y sumisos a su voluntad.”22

Diversos teólogos opinan que santa Hildegarda ‑al igual que el beato Ruperto de Deutz († 1135) y san Bernardo de Claraval († 1153)- no poseía aún un concepto claro de la naturaleza puramente espiritual de los Ángeles, ya que declara que Dios creó al mismo tiempo la materia de todos los seres celestiales y terrenales: el cielo -la “materia lúcida”- y la tierra -la “materia turbulenta”-; los Ángeles fueron creados de la primera.23 Ahora bien, si los Ángeles fueron creados de la “materia lúcida”, ¿se les atribuye un cuerpo material de fuego, luz o aire? Hildegarda acentúa expresamente que los Ángeles son seres espirituales,24 muy distintos de la naturaleza humana ligada al cuerpo.25 Asimismo, cuando responde a Wiberto de Gembloux ‑¿qué cuerpo poseían los Ángeles cuando se aparecieron a Abraham?‑, afirma que los Ángeles son invisibles por su naturaleza, pero, cuando están en contacto con los hombres, para ser visibles a éstos, asumen un cuerpo.26

Santa Hildegarda presenta tesis propias y originales sobre el orden jerárquico angelical; no conoce la división dionisia de los Ángeles en tres tríadas de tres coros cada una y menciona tres grupos que contienen dos, cinco y dos hileras de Ángeles, respectivamente, colocadas como círculos concéntricos entre sí: en los exteriores, las dos hileras de Ángeles y Arcángeles; en su interior, las Potestades, Virtudes, Principados, Dominaciones y Tronos, y dentro de estos círculos, los Querubines y Serafines.

Ofrece también una interpretación singular de los nombres y las características propias de estos coros, mostrando una significativa semejanza con Dionisio Areopagita en cuanto a la idea de una unión entre las jerarquías celestial y eclesial. Según esta explicación, el coro más elevado, los Serafines, representa en sí todos los ministerios y grados de la Iglesia. Santa Hildegarda habla de los coros angelicales en la sexta visión del primer libro de Scivias (Conoce los caminos), cuya parte medular transcribimos, por su gran importancia y extraordinaria belleza:

 

Y de nuevo escuché la voz del cielo que me decía: El Dios todopoderoso e inexpresable, que estaba antes de todos los tiempos, que no tuvo inicio ni tendrá fin después de los tiempos, llamó a ser, maravillosamente, a toda criatura según su voluntad y asignó a cada quien una tarea, también de acuerdo con su designio. A unos encomendó la tierra, a otros el cielo. Llamó a los Ángeles santos para la salvación de los hombres y la gloria de su nombre. A unos los destinó a ayudar a los hombres en sus necesidades; a otros, para revelarles los juicios de sus designios secretos.

Por eso ves en las alturas de los misterios celestiales las dos hileras de los espíritus sublimes que brillan en gran gloria. En estas alturas extasiadas, que no puede penetrar la mirada carnal pero sí la del hombre interior, comprendes el significado de estas dos filas: advierten que el cuerpo y el alma del hombre deben servir a Dios, donde Él hace brillar la luz de la felicidad eterna, junto con los ciudadanos del cielo. Los espíritus de la primera hilera poseen alas en el pecho y rostros como de hombre, en los cuales aparecen, cual espejo de agua limpia y sin turbar, los rostros de los hombres; éstos son los Ángeles, quienes, al igual que alas, extienden su deseo, que nace de la profundidad de su conocimiento. Vuelan rápido, no como si tuvieran alas de ave, sino como los pensamientos del hombre, pues les impele su ansia de cumplir la voluntad de Dios. Que posean rostros señala la belleza de su espíritu inteligente, en el cual la mirada todopenetrante de Dios ve al mismo tiempo las obras de los hombres. Porque, como el siervo en cuanto escucha la orden del señor la cumple, así los Ángeles cuidan del cumplimiento de la voluntad divina en los hombres y presentan las acciones de éstos en sí mismos ante Dios.

Los espíritus de la segunda hilera poseen igualmente alas en el pecho y rostros como de hombre, en los que brilla, como en un espejo, la imagen del Hijo del hombre; éstos son los Arcángeles, que también se dirigen en el ansia de su conocimiento a la voluntad de Dios y revelan en sí la belleza de su espíritu inteligente. De modo totalmente puro glorifican la Palabra de Dios hecha carne, porque ven los designios secretos de Dios y, por medio de sus servicios como mensajeros, prepararon el camino al misterio de la encarnación. Ni en ellos ni en los primeros conocerás más de su forma, ya que muchos y profundos misterios rodean el ser de los Ángeles y de los Arcángeles que la inteligencia humana, pesada a causa del cuerpo mortal, no puede comprender.

Estos dos círculos encierran dentro de sí, a manera de corona, otras cinco hileras, lo que significa que el cuerpo y el alma del hombre deben dirigir y frenar con grandes esfuerzos los cinco sentidos, purificados por las cinco llagas de mi Hijo, y guiarlos en el camino recto de los mandamientos. Entre estos espíritus, los de la primera hilera poseen también rostros como de hombre y del hombro hacia abajo brillan en un esplendor claro; éstos son las Potestades, que se introducen en los corazones de los fieles y construyen en ellos con amor ardiente la gran torre de sus obras. Así reflejan en su ser espiritual las obras de los elegidos y las llevan por su fuerza al buen fin de la beatitud resplandeciente. Porque, si va a surgir en los escogidos la claridad del conocimiento interior, dejarán toda la maldad de sus pecados, por la luz que a través de las Potestades desciende sobre ellos y los ilumina. Estas Potestades luchan con gran valentía contra las insidias del diablo, presentando continuamente ante mí, su Creador, todas las batallas contra el ejército infernal […]

Los espíritus de la segunda hilera se hallan inmersos en tal claridad deslumbrante que ya no puedes verlos; son las Virtudes, que indican que la benignidad y belleza del poder divino jamás serán comprendidas o tocadas por la impotencia de los mortales cautivados por el pecado, porque nunca perece el poder de Dios.

Igual al mármol blanco se ven los rostros de la tercera hilera. Muestran cabezas como de hombre y encima de ellos las llamas de fuego. Una nube de color de hierro rodea su figura desde los hombros hasta abajo; son los Principados, imágenes originales de aquellos que reinan por don divino en el mundo sobre los hombres. Deben vestir la fuerza de la justicia para no caer en la inestabilidad o la inconstancia, y mirar hacia su cabeza, Cristo, para según su voluntad, llevar su gobierno en provecho de los hombres. Con un celo ardiente por la verdad deben escuchar la gracia que el Espíritu Santo les comunica, para perseverar firme y constantemente en la fuerza de la justicia hasta su fin.

Por eso los espíritus de la cuarta hilera poseen rostros como de hombre y pies como pies humanos; en su cabeza portan un casco y sus vestidos son túnicas de mármol. Son las Dominaciones, quienes expresan que el Señor de todas las cosas elevó la inteligencia del hombre, caído y manchado en la corrupción humana, desde la tierra hasta el cielo, cuando envió a su Hijo para aplastar el antiguo tentador por su justicia. A Él entonces, que es la cabeza de todos los fieles, deben imitarlo, depositando su esperanza en las cosas del cielo, y fortalecerse en el noble deseo de realizar buenas obras.

Los espíritus de la quinta hilera no muestran nada semejante a los hombres, sino que arden como la aurora de la mañana; son los Tronos. Su apariencia manifiesta que la Divinidad se inclinó hasta la humanidad, cuando el Unigénito de Dios, para la salvación de los hombres, se vistió con un cuerpo humano intacto de toda culpa, pues, concebido por obra del Espíritu Santo, asumió la carne sin mancha de la aurora, de la Virgen santísima. No puedes conocer más de su figura, porque numerosos son los misterios del secreto celestial que la fragilidad humana es incapaz de sondear.

Estos cinco círculos incluyen en su interior, en forma de corona, otros dos, significando que los fieles redimidos en la conciencia por las cinco llagas del Hijo de Dios deben dirigir sus cinco sentidos a las cosas celestiales y esforzarse por realzar el amor a Dios y al prójimo. En la medida en que renunciamos a los propios deseos del corazón y dirigimos nuestra esperanza únicamente a las cosas eternas, rodearemos con cualquier afecto del espíritu a Dios y al prójimo en el amor.

Los espíritus de la primera hilera pueden observarse llenos de ojos y alas; en cada ojo aparece un espejo y allí dentro un rostro humano. Estos espíritus que han elevado las alas en pleno vuelo hacia las alturas celestiales son los Querubines, que representan el conocimiento de Dios, en quien presencian los misterios celestiales y dirigen, cuando Dios así lo quiere, su ansia interior hacia Él. En la profundidad de su saber contemplan maravillosamente a los hombres con una mirada penetrante, extendiendo sobre ellos, en el conocimiento del Dios verdadero, las alas de su ansia del corazón en una aspiración hacia Aquel que está sobre todas las cosas. Más fuerte se encuentra en ellos el amor hacia lo celestial que el aspirar hacia lo corruptible. Así se muestran estos espíritus en el vuelo de su anhelo.

Los de la segunda fila se queman como fuego. Tienen muchas alas y en ellas aparecen como en un espejo las imágenes de todos los grados de los estados de la Iglesia; éstos son los Serafines, quienes se consumen en un amor ardiente a Dios y todos sus deseos están dirigidos a su visión; de esta manera representan en su sentir y desear las dignidades mundanas y espirituales que florecen en la vida misteriosa de la Iglesia con gran pureza, porque en ellos se revelan los designios secretos de Dios. Que así ardan en amor a Dios todos los que con sinceridad y corazón puro buscan con amor la vida celestial y la reciben según su aspiración, para alcanzar la alegría de aquellos a quienes imitan fielmente.

Que tú no puedas descubrir de éstos ni de los otros nada de su forma significa que existen muchos misterios en los espíritus celestiales que el hombre no debe saber, porque mientras sea mortal no le es otorgado conocer por completo lo que es eterno.

Estas hileras están cantando, como puedes escuchar, en muchas formas de música y anunciando con armonías portentosas los milagros que Dios opera en las almas santas, en una alabanza constante de la glorificación de Dios.27

 

Al final de su visión de los coros angelicales añade: “Quien posea el conocimiento en el Espíritu Santo y las alas de la fe, no pase en esta exhortación mía sin reflexionar, sino que la experimente, acepte y lleve en su alma.”28 Santa Hildegarda no busca presentar “una imagen objetiva de la jerarquía tradicional de los Ángeles, sino únicamente lo que tal vez pueda definirse como el núcleo antropológico de su angelología”.29

Es también muy significativo el hecho de que en los hombres vea un décimo coro:

 

Dios, que reina en el cielo en su poder lleno de fuerza, se fija en las estrellas que fueron encendidas por Él y mira toda la creación restante. Así también el hombre está sentado en su trono en la tierra y gobierna a las demás criaturas, porque está marcado con señales sensibles del Dios todopoderoso: los cinco sentidos del hombre, por medio de los cuales recibe la comprensión de la fuerza divina y con los que reconoce su necesidad de adorar a Dios en la recta fe de la Trinidad en su Unidad y de la Unidad en la Trinidad. Esta adoración constituye también el adorno de los nueve coros de los Ángeles que expulsaron al ejército de Satanás. El hombre, a quien Dios restauró en sí mismo en el estado original de la creación, es el décimo coro. Porque Dios quería hacerse hombre. Su humanidad es el castillo en el cual caminan aquellos que conforman este décimo coro.30

 

Aquí aparece el pensamiento predilecto de santa Hildegarda ‑común en bastantes padres de la Iglesia y en los teóricos pre-escolásticos‑: El primer ángel, Lucifer, dotado maravillosamente, se apartó de Dios y fue expulsado por Él, junto con sus seguidores. El lugar de estos ángeles caídos será ocupado por la humanidad redimida por el Hijo de Dios encarnado, como le fue comunicado a la santa por

 

una voz que le habló: “Dios, que creó todo, formó al hombre según su imagen y semejanza y marcó de acuerdo a él las criaturas, tanto las superiores como las inferiores. Le amó tanto que designó para él el lugar de donde había sido arrojado el ángel caído y le dotó con toda la gloria y honra que aquél perdió junto con su beatitud.”31 “Al hombre, Dios le concedió la posición y gloria del ángel perdido, para que perfeccione la honra de Dios, lo que aquél no quiso hacer.”32 “Después de haber caído el ejército de los ángeles infieles, Dios destinó al hombre para el esplendor que aquellos habían perdido. Cuando también éste pereció, Dios lo rescató por un gran precio con un robo bienaventurado. Y lo llamó de nuevo a la vida con numerosas señales maravillosas, muchas veces prometidas en la Antigua Alianza, pero cumplidas en la Nueva Alianza con los numerosos prodigios de su acto redentor.” 33

 

¿Cómo vio Hildegarda la caída de los ángeles? Aunque alude a este tema en diversos pasajes, solamente citaremos, a manera de ejemplo, uno de sus numerosos textos:

 

Hubo en aquel entonces una multitud innumerable de ángeles que querían ser algo por sí mismos, porque, cuando vieron resplandecer su propia gloria maravillosa y espléndida belleza en una brillante plenitud, se olvidaron de su Creador. Aún no comenzaban a alabar a Dios, cuando creyeron que el esplendor de su honra sería tan grande que nadie podría resistírseles. Así también querían oscurecer el brillo de Dios. Pero cuando vieron que nunca podrían agotar los misterios maravillosos de Dios, se apartaron de Él llenos de indignación. Los que debían alabarlo exclamaron en una presunción engañosa que querían elegir a otro dios en su esplendor. Por eso cayeron hacia la oscuridad, reducidos a tal impotencia que solamente pueden ya causar daño a una criatura cuando el Creador así lo permite. Porque Dios había adornado al primero de todos los ángeles, Lucifer, con toda la plenitud de la belleza que Él comunicó a toda la creación, y por causa de éste también su ejército brillaba. Pero ahora se transformó en una contradicción, más feo que todas las fealdades, porque en su ira el Dios santo lo arrojó a aquel lugar donde no existe ninguna luz.34

 

En cuanto al número de Ángeles creados, habla de “un ejército numeroso de espíritus celestiales, que brillan en una vida santa de gloria y belleza”.35 Sobre los ángeles caídos, afirma que son “una multitud innumerable”.36 La vidente no menciona la proporción entre los Ángeles fieles y los caídos, pero es posible presuponer que coincidía con la opinión generalizada, o sea, que los ángeles que cayeron eran en realidad una parte relativamente pequeña en comparación con el número total.

Frecuentemente se refiere a los ministerios y tareas angelicales: el primer y más noble cometido de los Ángeles es la alabanza a Dios: “Como el rayo del sol indica al propio sol, así los Ángeles revelan por su alabanza a Dios, y como el sol no puede estar sin su luz, tampoco Dios está sin la alabanza de los Ángeles.”37 Su alegría reside en alabar a Dios, tarea de la que nunca se cansan, porque jamás alcanzan un final en la alabanza conveniente de la gloria divina.38

En el cumplimiento de este ministerio, Hildegarda descubre una especial semejanza entre los santos Ángeles y los sacerdotes y religiosos, quienes “cantan la alabanza a Dios como los coros de los Ángeles” y “ejercen el servicio de los Ángeles, en cuanto perseveran en la oración hora tras hora”.39 En este sentido, más aún que la liturgia de la horas actúa la virginidad consagrada en honor de Dios, que constituye “una compañera de los Ángeles que promete la comunidad con ellos”.40

También de manera explícita menciona la segunda tarea angelical, su servicio a la humanidad: Dios les encomendó preocuparse por la salvación de los hombres, ayudarlos en sus necesidades, comunicarles sus designios y vigilar que ejecuten conscientemente la voluntad divina.41 “Los espíritus celestiales ofrecen a todos los fieles sus servicios, los cuales suscitan reverencia y amor.”42 “Los Ángeles protegen a los hombres en la tierra de las insidias del diablo.”43 En especial, se muestran protectores de la pureza y virginidad de los hombres a ellos confiados.44 Los Ángeles de la guarda se alegran por las buenas obras de los hombres, llevándolas ante el trono de Dios.45

No obstante, lo que en definitiva importa a los Ángeles es conducir a sus protegidos a la patria eterna para la cual están destinados.46 A fin de acompañarlos hasta allá, acuden en la hora de su muerte, manteniéndose presentes tanto en ese momento como en el juicio posterior que se realiza sobre ellos:

 

Cuando el alma se separa (del cuerpo), acuden espíritus luminosos y oscuros, los compañeros en su camino, dependiendo de los encuentros que preparó en su casa. Porque cuando el alma abandona su habitación en la corrupción humana, están presentes, según el orden justo y verdadero de Dios, los Ángeles buenos y malos, testigos de todas las obras que realizó en y con su cuerpo, quienes esperan el fin para llevarla consigo después de la corrupción, es decir, aguardan el juicio del juez justo y la sentencia que Él emita sobre esta alma tras su separación del cuerpo, para conducirla, en cuanto se libere de éste, a donde sea destinada de acuerdo con sus méritos por el juez celestial.47

 

Asimismo, la Iglesia goza igualmente de esta protección angelical, para que el diablo no la derribe ni destruya.48

Los Ángeles rodean a los sacerdotes en la iglesia durante la celebración de la Eucaristía, como en cierta ocasión observó claramente la santa: “Cuando un sacerdote, investido con las vestiduras sagradas, se acercó al altar para la celebración de los misterios divinos, de repente descendió un brillo luminoso del cielo; los Ángeles bajaron y la luz rodeó el altar.”49 Porque en el sacrificio de la Misa el hombre recibe “el pan, de cuyo sabor los santos Ángeles que ven a Dios no pueden saciarse”.50

El propio objetivo de este libro -mostrar una visión general del papel desempeñado por los Ángeles en la vida de los santos a través de la historia de la salvación y de la Iglesia‑ nos impide extendernos más sobre la angelología de santa Hildegarda. No obstante, creemos que el resumen presentado en las páginas anteriores demuestra de manera convincente la importancia y trascendencia de los Ángeles en la vida y en las visiones, así como, en definitiva, en el concepto del mundo de esta mística mujer, desarrollado por ella en sus tres grandes obras teológicas, en especial en su “suma dogmática”:51 Scivias (Conoce los caminos).