“No hice otra cosa que cumplir la orden de Dios y de sus Ángeles.” Así se defendió la Virgen de Orleáns ante los jueces que en el proceso de Rouen, en 1431, la condenaron injustamente a la ejecución pública en la hoguera, en la Plaza del Comercio de dicha ciudad.
Esta única frase constituiría ya un motivo suficiente para añadir a esta patrona de Francia canonizada por el Papa Benito XV el 16 de mayo de 1920 a los santos que se relacionaron especialmente con los Ángeles.
Juana nació el 6 de enero de 1412 en Domrémy, en la Maas (sureste de Nancy, en Lotringen), de un matrimonio de campesinos ‑Jacques e Isabela de Arco‑; apenas a los 13 años de edad tuvo sus primeras visiones, en las que observó al santo Arcángel Miguel y, después, a santa Catalina y santa Margarita, de quienes recibió la orden del Rey del cielo de liberar el imperio francés, en aquel entonces bajo el yugo de Inglaterra, y conducir al monarca legítimo a su coronación.
Durante muchos años, la imagen de Juana de Arco fue desfigurada, bien por falsa glorificación, bien por infamia. En vida constituyó una figura legendaria: de un lado, a los franceses se les narraban extraños cuentos milagrosos alejados de la realidad de la santa, mientras, del otro, los ingleses intentaban, cuando aún mantenía cierto poder e influencia en Francia, diabolizar la fama de su enemiga mortal por medio de falsas propagandas. Y entre ambos extremos vacilaba el juicio sobre Juana de Arco: unos la veneraron casi como a un ser divino; los otros la maldecían como una mujer endemoniada. El acceso a la “Juana verdadera” solamente fue posible una vez que J. Quicherat publicó en 1849 las actas del proceso de Rouen en cinco volúmenes.1 Schirmer‑Imhoff, por su parte, traduciría al alemán las afirmaciones y actas más importantes de este voluminoso material -el proceso contra la Virgen de Orleáns, de 1431, y el de su rehabilitación, de 1456‑ en su obra Der Prozess Jeanne d’Arc, Akten und Protokolle 1431‑1456.2
Sin embargo, no constituye la intención de este libro polemizar sobre el rol de Juana de Arco en las frases singulares de las disputas bélicas en la Guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra, sino ajustarse solamente a las apariciones angelicales que recibió.
La propia Juana de Arco relata estos hechos cuando responde al interrogatorio del juez durante el proceso en su contra:3
Juro decir la verdad a las preguntas relacionadas con mi origen y con todo lo que he realizado, desde que vine [de Lotringen] a Francia [se usa aquí Francia en sentido estricto: la llamada Île de France; geográficamente, la cuenca de París]. Pero, en lo que se refiere a mis revelaciones divinas, hasta ahora nunca he hablado ni confiado a nadie sobre ellas, excepto a mi rey, Carlos VII. Y si queréis cortarme la cabeza, no os diría nada, porque mis consejeros secretos, mis voces, me lo han prohibido.
Cuando tenía 13 años escuché una voz que provenía de Dios para guiarme. La primera vez tuve un gran temor. La voz vino a la hora del mediodía; era en verano, en el jardín de mi padre. El día anterior, había ayunado. Escuche la voz por mi derecha, del lado de la iglesia [de Domrémy].
Al preguntarle el juez si se veía un esplendor cuando escuchaba la voz, la acusada respondió:
Casi siempre era acompañada la voz por una gran claridad. Esta luz llegaba del mismo lado de donde escuchaba la voz. Allí se veía un brillo claro [… ] La voz me parecía majestuosa. Creo que me fue enviada por Dios. En la tercera llamada yo lo sabía: Era la voz de un Ángel. La voz siempre me guió rectamente y siempre la entendí.
A la pregunta sobre qué le aconsejó la voz para su salvación, contestó:
Comportarme bien, ir a la iglesia. Me decía que era necesario que yo, Juana, fuera a Francia. Dos o tres veces por semana esta voz me decía que tenía que dirigirme a Francia y sin que mis padres supieran nada de mi salida. La voz me ordenó ir a Francia y ya no podía quedarme donde estaba. La voz me ordenó terminar con el estado de sitio en Orleáns. Me mandó buscar a Roberto de Baudricourt, en Vaucouleurs, quien era el prefecto de la ciudad, para que me concediera hombres que me acompañasen. Respondí que yo era una muchacha pobre, que no entendía nada de cabalgar ni de estrategias de guerra […] Cuando llegué a Vaucoulers reconocí a Roberto de Baudricourt, aunque nunca antes lo había visto; lo reconocí a través de la voz, que me avisó: “Éste es.” Le dije que tenía que ir a Francia. Por dos veces denegó; la tercera me dio los acompañantes; la voz ya me había predicho que así se realizaría.
Después, Juana de Arco relató cómo llegó a Chinon, donde residía el rey: “Cuando entré en la sala [del castillo del rey], reconocí al rey de entre todos; mi voz me lo indicó. Y le manifesté que yo quería guerrear contra los ingleses.” El juez preguntó cuál fue la primera voz que la visitó cuando tenía 13 años, a lo cual respondió: “Era san Miguel a quien vi ante mis ojos. No estaba solo, sino acompañado por los Ángeles del cielo.”
Ante la siguiente cuestión ‑si había visto real y corporalmente a san Miguel y a los Ángeles‑ la Virgen de Orleáns confirmó: “Los vi con mis propios ojos, como ahora lo veo a usted. Cuando me dejaron, lloré, por que deseaba que me hubieran llevado consigo.”
Al interrogarla sobre el aspecto que mostraba san Miguel cuando se le apareció, la respuesta de Juana fue:
‑ No lo he visto con la corona. De sus vestidos no sé nada.
-¿Iba desnudo?
-¿Piensa usted que Dios no tiene nada para vestirlo?
-¿Tiene cabellos?
‑Si no se los ha cortado…
‑ ¿Tenía una balanza?
‑ No lo sé. De todos modos, siento una gran alegría cuando lo veo. En ese momento me parece que no estoy en estado de pecado mortal.
‑Juana‑ insistió el juez‑, usted declaró que san Miguel tenía alas. Pero no explicó nada sobre la forma y los miembros de las santas Catalina y Margarita. ¿Qué manifiesta sobre eso?
‑Ya le dije a usted lo que sé y no voy a responder otra cosa. Vi a san Miguel y a las santas mujeres, y se bien que son los santos del paraíso.
Por último, el juez preguntó: “¿Cree usted que san Miguel y san Gabriel existen realmente?” Y de nuevo contestó Juana: “Yo los vi con mis propios ojos y creo firmemente en su existencia tanto como en Dios.”
Al final, la Virgen de Orleáns fue interrogada sobre la señal que en su presencia le había entregado al rey un Ángel: “Era un Ángel de Dios y de ningún otro quien entregó la señal al rey […] Y le decía que me diera el mando, y el país dentro de poco tiempo estaría a salvo.” Cuando el juez insistió aún si era el mismo Ángel que se le había aparecido la primera vez o si era otro, Juana aseguró: “Siempre era el mismo. Nunca me ha abandonado[…] (Cómo podría dejarme, si cada día me consuela!”
Cuando se le cuestionó si había reverenciado a san Miguel, al verlo, respondió:
‑Sí, cuando se iban, yo besaba el lugar donde habían estado.
‑ ¿Permanecieron mucho tiempo?
-En muchas ocasiones se me aparecieron en medio de los fieles, sin que nadie pudiera verlos. Frecuentemente los veía en medio de los hombres.
A continuación se transcribe el diálogo final entre Juana de Arco y el juez sobre las apariciones angelicales:4
JUEZ: ¿Posee usted alguna señal de que estas apariciones sean de espíritus buenos?
JUANA: San Miguel lo garantizó aún antes de que hubieran llegado las voces.
JUEZ: ¿Por qué sabía usted que era san Miguel?
JUANA: Por la manera de hablar y el lenguaje de los Ángeles; creo firmemente que fueron Ángeles.
JUEZ: ¿Cómo reconoció usted que se trataba de lenguaje de los Ángeles?
JUANA: En breve tiempo lo creí, y creí dócilmente. Cuando san Miguel se me apareció, me dijo que santa Catalina y santa Margarita me visitarían y que debería realizar entonces lo que ellas me sugirieran, ya que habían recibido la orden de guiarme y aconsejarme y yo debía creerles, pues era la orden de nuestro Señor.
JUEZ: Y cuando el maligno se muestra en forma o aspecto de Ángel, ¿cómo puede usted reconocerlo?
JUANA: Al momento conocería con exactitud si se trataba en verdad de san Miguel o de un imitador fraudulento. La primera vez dudé si sería en realidad san Miguel. Y tuve también un gran temor; debí mirarlo varias veces hasta que supe que era san Miguel.
JUEZ: ¿Por qué dio crédito usted posteriormente, y no la primera ocasión?
JUANA: La primera vez todavía era una niña y tuve miedo. Después, él me enseñó y mostró muchas cosas, así que firmemente le creí que fuera él.
JUEZ: ¿Sobre qué le enseñaba?
JUANA: Ante todo, me exhortó a ser una buena niña, y de esa manera Dios me ayudaría. Y entre otras cosas me decía que debía ayudar al rey de Francia [… ] Y el Ángel me habló de una gran tribulación en la cual se encontraba Francia.
JUEZ: ¿En qué forma y figura, grandeza y vestido, se le apareció san Miguel?
JUANA: Apareció como un verdadero noble. Sobre sus vestidos y lo demás no diré nada más. Creo en las palabras y obras de san Miguel, que se me ha aparecido, al igual que creo que nuestro Señor sufrió la pasión y muerte por nosotros. Lo que me concedió es el buen consejo, el consuelo y la doctrina que él me ha confiado.
JUEZ: ¿Qué le motivó a permitir que dibujaran en su bandera Ángeles con brazos, pies y vestidos? […] ¿Dejó usted que los pintaran como ellos la visitaban?
JUANA: Así, tal como están dibujados en las iglesias.
JUEZ: ¿Representaban los dos Ángeles en su bandera a los santos Miguel y Gabriel?
JUANA: Ellos estaban allí solamente para la honra de nuestro Señor, que también estaba pintado en la bandera. Yo les dejé pintar para la honra de nuestro Señor. Él estaba representado de la forma en que está guardando el mundo.
JUEZ: Entonces, ¿son los dos Ángeles quienes guardan el mundo? Pero, ¿por qué no dejó pintar más Ángeles, cuando era nuestro Señor quien le ordenó portar la bandera?
JUANA: Toda la bandera me fue ordenada por nuestro Señor. Y las voces de santa Catalina y santa Margarita me decían: “¡Toma esta bandera por orden del Rey del cielo!” Y porque me decían “¡Toma esta bandera por orden del Rey del cielo!”, dejé pintar de colores a nuestro Señor y a dos Ángeles. Todo esto lo hice por su mandato.
JUEZ: ¿Les ha preguntado usted si con esa bandera va a ganar todas las batallas que emprenda y salir victoriosa de ellas?
JUANA: Me decían que llevara valerosamente la bandera y Dios me ayudaría.
JUEZ: ¿La esperanza de su victoria se funda en su bandera o en usted misma?
JUANA: ¡En nuestro Señor y en nadie más!
Los enemigos de Juana de Arco presentaron -en aquel entonces, durante el proceso, y posteriormente, en un pasado no muy lejano‑ diversas hipótesis contra la autenticidad de estas apariciones. Por su parte, a su favor están por lo menos los siguientes hechos, resumidos excelentemente por G. Kranz en su tratado sobre la Virgen de Orleáns.5
Es imposible suponer que la inconciencia de Juana deseara todo esto, sino al contrario: La salvación de la patria amenazada por la perdición constituía una tarea tan inmensa que esta joven sintió temor. Horrorizada, rechazó esta osada locura: “Sólo soy una muchacha pobre que no entiende nada de cabalgar ni de estrategias de guerra.” Posteriormente declararía también: “¡Prefiero hilar con mi madre, porque eso no es nada para mí!” Este rehusar a la encomienda del cielo prueba que Juana no generó por sí misma estos pensamientos.
Yo me refiero a la Iglesia militante, suponiendo que no me exija algo imposible. Esto que yo llamo imposible significaría negar todo lo que dije e hice y lo que declaré en este proceso, que me retractara de las apariciones y revelaciones de las cuales me confesé y recibí de Dios. Éstas no las revocaría por nada en el mundo. Lo que me ordenó realizar nuestro Señor no voy a revocarlo por nada y por nadie en el mundo. Me sería imposible. Si la Iglesia me ordenase lo contrario de aquello que Dios me ha ordenado, entonces nunca podría obedecer.
El interrogador insistía: “La Iglesia militante le dijo: ‘¡Sus revelaciones son falsificaciones y obra del diablo!’; entonces, ¿va a someterse a la Iglesia?” Y la respuesta de Juana de Arco no se hizo esperar: “Yo me refería en todo momento a nuestro Señor, cuyo mandamiento quiero seguir siempre.”
La Virgen de Orleáns fue condenada a muerte por los doce artículos de culpa de los cuales fue acusada. Entre ellos ‑todos serían refutados en el proceso de rehabilitación de 1456‑ se encontraban estos tres:6
En el proceso de rehabilitación, el padre dominico Martín Ladvenu de Rouen, último confesor de Juana, afirmaba el 13 de mayo de 1456: “Hasta el final de su vida, Juana se guardó para sí que sus voces eran de Dios y que todo lo que hizo lo había realizado por orden divina. Sus voces no la engañaron. Y sus revelaciones provenían de Dios.”7 Por su parte, el sacerdote Juan Massieu, párroco de la iglesia Saint‑Candé‑le‑Vieux, de Rouen, relató la muerte de santa Juana de Arco:
Ella deseaba todavía la cruz de la iglesia Saint‑Sauveur: la recibió y la abrazó llorando, entregándose a Dios, a san Miguel, a santa Catalina y a todos los santos: apretando esta cruz contra sí por última vez se encomendó a los que se encontraban a su alrededor y después bajó del andamio [hacia dentro de la hoguera]. Juan Fleury, el canciller del oficial, nos comentó después que el verdugo constató, según sus propias declaraciones, que a pesar de las quemaduras del cuerpo, que pronto estuvo convertido en ceniza, el corazón de Juana permaneció intacto y lleno de sangre. Me ordenó reunir la ceniza y lo que restaba de ella y arrojarlo todo al Seine. Y eso hice.8
Ciertamente, los santos Ángeles, encabezados por san Miguel, no abandonaron a Juana de Arco en la muerte, sino que la condujeron a la gloria celestial. “In paradisum deducant te angeli.” Éste, en verdad, era el caso.