Nicolas fue anunciado por un Ángel en respuesta a las oraciones de sus padres, quienes por muchos años habían deseado un hijo, y nació en un lugar consagrado a san Miguel Arcángel: Castel Sant’Angelo (hoy Sant‑Angelo), en Pontano (sur de Italia).3

En efecto, Compagnone Guerinti y Amata dei Gaidani, después de bastantes años de piadoso matrimonio, aún no tenían hijos, pese a que los esperaban con ansia; por este motivo elevaban constantes oraciones, suplicando recibir esta bendición e invocando principalmente la intercesión de aquel santo tan venerado en la época en la región meridional de Italia: el santo obispo Nicolás, cuyas reliquias habían sido trasladadas de Mira (Asia Menor) a Bari, en cuya catedral eran veneradas.4

Una noche se les manifestó un Ángel y los exhortó a realizar una peregrinación hasta Bari, donde sus numerosas oraciones serían escuchadas. Y así sucedió, como está relatado e históricamente confirmado en documentos antiguos sobre la vida de san Nicolás de Tolentino: peregrinaron hasta Bari y durmieron, según la costumbre de los peregrinos de aquel entonces, en la catedral, delante del relicario del santo obispo Nicolás; entonces, por la noche, el santo se les apareció y les anunció que tendrían un hijo, a quien llamarían Nicolás, que sería sacerdote y santo. Nueve meses después nacía el niño anunciado por el Ángel, fruto de la oración; era el año 1245.

Posteriormente comenzaría también a hacerse realidad el anuncio de su vocación sacerdotal y de su santidad: el joven Nicolás se conmovió tanto al escuchar la homilía de un eremita agustino sobre las palabras de la Escritura “El mundo pasa, y también sus concupiscencias” (1 Jn 2,17), que, siendo aún casi un niño, ingresó en la comunidad de los eremitas agustinos, donde se distinguió desde el noviciado por un generoso esfuerzo hacia la perfección. Fue ordenado sacerdote por san Benvenuto, obispo de Osimo, el año 1273 en Congoli.

En su vida sacerdotal se distinguió por una pureza angelical. Grandes enfermedades le brindaron la ocasión de franquear la escuela de la paciencia, lo que acrecentó aún más una severa ascética.

Cuando Nicolás se encontraba en la ciudad de Fermo, visitó en cierta ocasión a un primo, el superior del convento de los Canónigos Agustinos en Santa María di Jacopo, entre Monturano y Montegiorgio, quien se espantó de su aspecto e intentó convencerlo para que se mudara a la comunidad de los canónigos, donde transcurriría mejor y más fácilmente su vida. Nicolás se retiró a la iglesia para orar y pedir claridad a la hora de tomar su decisión. De repente, sintió que no estaba solo; percibió un coro de Ángeles que cantaban alrededor de él a grandes voces: “En Tolentino, en Tolentino, en Tolentino estará tu habitación. Por eso, ¡quédate en aquel lugar a donde fuiste llamado y allí encontrarás tu salvación!”5

De hecho, durante treinta años, hasta su santa muerte, san Nicolás desarrolló su benévolo trabajo sacerdotal en Tolentino, tanto en el púlpito como en el confesionario. En estos años, a este santo, quien según toda su apariencia pareció a los fieles propiamente un Ángel, no sólo se le concedió escuchar los cantos angelicales, como relata su biógrafo Doménico Gentile,6 sino también, y frecuentemente, recibió visiones de los santos espíritus celestiales, cuando en su oración predilecta, el Ángelus, se dirigía a la Reina de los Ángeles. Por otra parte, tampoco el tormento de los demonios lo abandonó.

Una noche de primavera de 1305, estando en la iglesia el padre Nicolás, según su costumbre, en oración contemplativa,7 se sintió de nuevo rodeado por los espíritus angelicales; se trataba más de una audición celestial que de una visión de los santos Ángeles. Inmediatamente fue llevado al éxtasis, solamente interrumpido por el toque de la campana para la oración nocturna. Cuando regresó a la conciencia, rezó: “¡Señor mío y Dios mío, cómo debe de ser bello el regalo que preparas para aquellos que te aman! No deseo otra cosa que ser separado de mi cuerpo para estar siempre unido a Ti.” Estas apariciones celestiales, acompañadas por melodías maravillosas que elevaban al santo al éxtasis, se repitieron desde entonces cada noche, durante un período de seis meses, el día en que se manifestó la grave enfermedad que lo conduciría a la muerte.

En este estado sentía ardientes deseos de implorar insistentemente a la Reina de los Ángeles y al padre de su orden, san Agustín, que se manifestasen para revelarle el día de su fallecimiento.

Y se le concedió el 5 de septiembre de 1305: El padre Nicolás se encontraba acostado por su grave enfermedad. El joven clérigo Giovannuzzo, sentado en su cama, observaba al enfermo, recostado, con los ojos cerrados, pálido y silencioso. Sólo los labios se movían en oración. De pronto, el enfermo abrió en extremo los ojos, mientras una luz sobrenatural lo rodeaba, junto con la cama. Nicolás se levantó por sí mismo, lo que desde muchos días atrás no podía realizar, e inclinó reverentemente su cabeza, como si saludara a alguna persona que se hubiera aparecido. Y el hermano Giovannuzzo escuchó de su boca estas palabras: “¡Mi amada Señora y Madre, no os molestéis en comunicarme el día de mi salida de este mundo!” Siguieron unos momentos de silencio, hasta que el enfermo habló de nuevo:

 

Mi Señora y Madre, durante mi vida sacerdotal y religiosa, la sombra oscura del maligno me infestó continuamente. Todas las insidias y asechanzas del infierno sobrevinieron sobre mí. Sentí que el enemigo me perseguía a cada paso y quería impedirme el regreso a tu Hijo divino. Yo sufrí mucho por eso, porque soy una criatura débil e insegura. Por eso suplico a tu Hijo unigénito que haga, por tu intercesión y la del padre de la orden, que este antiguo enemigo se aparte de mí y no me atormente en la hora de mi muerte. Por lo menos en mis últimos días, cuando el Ángel de la muerte se acerca a mi cama, no quiero experimentar la presencia horrible del enemigo maligno. Pero si fuera decidido en el cielo de otro modo, que se realice la voluntad de mi Señor. Y entonces beberé este cáliz hasta la última gota.8

 

Pronunciadas estas palabras, desapareció la luz que rodeaba al padre Nicolás, quien, pálido, de nuevo se recostó. El hermano Giovannuzzo preguntó al santo: “Padre Nicolás, ¿qué día le decía la santísima Virgen que iba usted a morir?” El santo respondió: “Al tercer día después de la fiesta de su nacimiento. Ella me ordenó prepararme para este gran paso por medio de los sacramentos de la santa Iglesia.”

El santo, que conocía la eficacia de la oración, imploró en los días subsecuentes aún con más fervor no ser molestado por el diablo en el momento de su muerte, para que no se oscureciera la pureza de la entrega sacrificial de su vida a Dios. Pero Dios probaba su perseverancia. El consuelo y la fortaleza le fueron concedidos sólo tres días antes, exactamente en la festividad del nacimiento de la santísima Virgen.

El hermano Giovannuzzo permaneció constantemente en la celda del enfermo. Y el día en que se celebra el nacimiento de María percibió cómo el santo se levantaba repentinamente en su cama y permanecía unos momentos en una posición extática, mientras, con los ojos abiertos, parecía ver algo. Cuando, con el rostro transfigurado, se recostó nuevamente, el hermano Giovannuzzo preguntó: “Padre Nicolás, ¿qué es lo que ha visto usted ahora, que le llena de tanta alegría?” Y éste respondió: “Vi a un Ángel que me aseguraba que mis oraciones habían sido atendidas” ‑así lo aseguró textualmente el hermano Giovanuzzo en el protocolo del proceso de la canonización de san Nicolás‑. El 9 de septiembre de 1305, el santo recibió los últimos sacramentos y se despidió de sus hermanos con una breve alocución en la que les pedía perdón, por si había ofendido a alguno o había sido causa de algún escándalo. Al día siguiente, el 10 de septiembre, Nicolás de Tolentino entraba en la gloria eterna, para participar ahora y por siempre en la liturgia celestial para la glorificación del Dios trino, unido con los Ángeles y los santos.

El 23 de mayo de 1325,el Papa Juan XXII de Avignon abrió con la bula Pater luminum et misericordiarum el proceso de canonización del padre Nicolás, en el cual 371 testigos rindieron testimonio sobre sus heroicas virtudes y los milagros que realizó durante su vida terrenal. El 28 de septiembre del año 1325 concluyó el proceso, ya que se contaba con el testimonio veraz de 301 milagros acaecidos por la intercesión del santo de Tolentino.