El 15 de enero de 822 fue consagrada en Fulda la maravillosa iglesia de San Miguel, de estilo prerrománico. Rabano Mauro participó extensamente en la planeación de esta construcción, que aún hoy inspira temor y reverencia, en honor del gran Arcángel. Casi como recompensa por ello, fue elegido y consagrado abad del monasterio de Fulda el 28 de octubre del mismo año.2

Tal vez fue precisamente para la inauguración de esta iglesia que este monje erudito y piadoso compuso dos himnos angelicales: Christe sanctorum decus angelorum y Tibi, Christe, splendor Patris,3 así como probablemente ‑como acostumbraba hacerlo‑ la melodía. Estos himnos, bellos y profundos, se utilizan con algunas pequeñas variantes en la nueva liturgia, reformada en 1971 (Liturgia de las Horas), en las vísperas y laudes de la festividad de los tres Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, el 29 de septiembre.

La traducción del himno para laudes Tibi Christe, splendor Patris4 que aparece en la versión española de la Liturgia de la horas (vol. IV, Él, Buena Prensa, 1992) no se ajusta al sentido original. Por eso nos permitimos presentar una traducción propia:

 

A ti, Cristo, al esplendor del Padre,

vida y vigor de los corazones,

te cantamos con el corazón y con la boca

en presencia de los Ángeles;

nos unimos con alegría

a su alabanza y a sus cantos.

 

Veneramos juntos a toda la milicia celestial,

especialmente al primero, al príncipe Miguel,

aquel que con poder vence a Luzbel.

 

Envíanos a este custodio,

oh Cristo, Rey piadosísimo,

para que preserve puros nuestros cuerpos y almas,

alejados de todas las insidias del enemigo.

Que por tu clemencia vayamos al paraíso.

 

Por su parte, el himno para las vísperas Christe sanctorum decus angelorum, según una traducción propia, reza así:

 

Cristo, alegría de los Santos Ángeles,

autor y guía de la humanidad ,

benignamente concédenos

alcanzar nuestro eterno lugar en el cielo.

 

Envía, Cristo, del cielo hasta nosotros

al Ángel de la paz, a san Miguel,

y crecerá tu pueblo, con su ayuda,

próspero y fiel.

 

Vuele desde lo alto y visite siempre nuestro templo

el Ángel fuerte, san Gabriel,

y luche contra el enemigo antiguo.

 

Envía de los cielos al Ángel de la salud, a Rafael,

para que cure a todos los enfermos

y dirija también nuestras acciones.

 

Asístanos siempre la Madre de nuestro Dios

junto con todos los coros de los Ángeles

y el coro de los santos del cielo.

 

Que todo esto nos conceda

la bienaventurada divinidad del Padre

y del Hijo y del Espíritu Santo,

cuya gloria resuene en todo el mundo.

Amén.5

 

De entre las homilías de san Rabano Mauro poseemos dos alocuciones al santo Arcángel Miguel: una (Homilía 31), para la fiesta del 29 de septiembre; la otra (Homilía 32), para el día de la aparición del Arcángel san Miguel en el monte Gárgano, el 8 de mayo.

En la primera, el santo expone un breve resumen de la angelología, con la indicación de los nueve coros de los Ángeles y la interpretación de los nombres de los Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, junto con una enumeración de sus cualidades;6 en la segunda presenta una narración explícita de la historia del santuario de San Miguel en monte Gárgano, y una interesante descripción del mismo.7

Debe considerarse la observación de san Rabano Mauro de que, junto a los nueve coros angelicales, los hombres formamos el décimo coro, porque nuestra tarea es igual a la de ellos: servir a Dios en obediencia y amarlo en gratitud. En cuanto a este amor a Dios, los santos Ángeles deben entusiasmarnos:

 

¡Amémonos, carísimos hermanos [termina el santo su primera homilía sobre san Miguel] los unos a los otros, amemos a estos espíritus de la patria celestial e imitemos tanto cuanto podamos, con nuestros buenos modos, su conducta celestial! ¡Amemos, ante todo y sobre todo, a nuestro Creador común e invoquemos su bondad, para que quienes estamos destinados junto con los santos Ángeles al mismo fin glorioso, lleguemos por su intercesión a su comunidad!8

 

La veneración al Arcángel san Miguel tuvo ciertamente sus fundamentos en Rabano Mauro, quinto abad del monasterio de Fulda, en sus predecesores en la dirección de esta venerable abadía y en su fundador, san Bonifacio († 5 de junio de 754), quien, según el testimonio de su biógrafo Wilibaldo puso toda su actividad misionera bajo la protección de san Miguel.9 Rabano Mauro estimaba sobremanera a este obispo mártir, a quien buscó imitar también en la veneración al Arcángel Miguel. Es significativo que después de la solemne consagración de la nueva iglesia del convento de Fulda se encontrara el santo el 1o. de noviembre de 819 entre los seis hombres que trasladaron en procesión las reliquias de san Bonifacio al lugar donde se conservarían a partir de entonces, el altar occidental de la iglesia.10

Rabano Mauro habla de los Ángeles en los comentarios que redactó para los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, como, por ejemplo, su comentario al Evangelio de san Mateo, escrito entre los años 814 y 822,11 y en su comentario a las Cartas de san Pablo,12 que solamente pudo terminar hasta ser nombrado arzobispo de Maguncia.

No obstante, donde más explícitamente expuso el tema de la angelología fue en el capítulo 5 del primero de los 22 libros de De universo,13 donde menciona junto a los tres Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, cuyos nombres aparecen en la Sagrada Escritura, a Uriel, aunque un concilio romano realizado bajo el Papa Zacarías el año 745 había prohibido invocar a Uriel, Ragüel, Adimis, Tophoas, Sabaoth y Simiel, porque estos así llamados Ángeles serían en verdad demonios. Además, habla sobre los nueve coros angelicales y pregunta: “¿De qué nos sirve discutir todo lo relativo a estos Ángeles‑espíritus, cuando no buscamos considerarlos para nuestro provecho y salvación y obtener las consecuencias de ello?” A continuación, el monje erudito y maestro de Fulda expresa una opinión extraña: Aún cuando se consideró frecuentemente que llegarían a la felicidad celestial tantos hombres como lugares libres hay por la caída de los ángeles, asegura que en la ciudad eterna de Dios entrarán exactamente tantos hombres como Ángeles permanecieron fieles.14

Afirma, además, que quienes deseemos entrar en el cielo debemos esforzarnos en tornarnos lo más semejante posible a los Ángeles y que las distintas clases de hombres realizarán exactamente lo que fue confiado a los coros angélicos singulares. Es más, Rabano Mauro ofrece una interpretación moral sobre lo que deben realizar las clases particulares de los hombres en correspondencia con cada coro angelical. Y de nuevo argumenta: “Por tanto, se cree que el número de hombres que va a subir al cielo es igual al de los Ángeles buenos que permanecieron en él.”15

Rabano Mauro compuso De universo tras renunciar a la abadía del monasterio, cuando se retiró a vivir a Petersberg durante cinco años, hasta que fue llamado para una nueva tarea, de mayor responsabilidad: al arzobispado de su ciudad natal, Maguncia; recibió la consagración episcopal el 26 de junio de 847.

Después de ocho años de benéfico trabajo, murió el 4 de febrero del año 856. Tal vez pueda ser considerada su veneración a los santos Ángeles un hermoso simbolismo al que alude el autor del catálogo de los abades de Fulda, Gesta abbatum, cuando escribe sobre Rabano Mauro y sus actividades:

 

El quinto abad [de Fulda], el venerable Rabano, conocido como administrador y erudito, famoso con razón a causa de su laboriosidad, dirigió la abadía por 20 años, llevándola a tal nivel que sobresalió en todos los lugares del reino. Ordenó fabricar un arca de acuerdo con la imagen del arca de la alianza de Moisés, con anillos y varas, todas sus partes de oro puro. La tapa del arca estaba adornada con la representación de los Querubines, también de oro puro, que servían como candelabros.16

 

De los Querubines escribió Rabano Mauro en De universo que su nombre significa ‘plenitud del saber’ (‘plenitudo scientiae’);17 están representados en el arca de la alianza para indicar la presencia de los Ángeles, en cuyo centro Dios todopoderoso tiene su trono. Rabano Mauro se esforzó en su vida por recibir la “plenitud del saber” y comunicarla en una vida angelical a sus hermanos y a un clero formado por una ciencia sólida -como él mismo formuló en su propio epitafio‑; en su vivir quiso ser, siguiendo el ejemplo que ofrecen los santos Ángeles, “el siervo de los siervos de Cristo, el alumno de aquellos que enseñan bien y el auxiliador de quienes buscan una actitud recta según el ejemplo de los santos Ángeles”.