Tomás de Aquino se acercó, como hombre, en los dos aspectos a los santos Ángeles.
Santo Tomás rezó y luchó en su relativamente corta vida para alcanzar una semejanza con los Ángeles, en cuanto esto es humanamente posible, cumpliendo ya aquí en la tierra la palabra de Jesús sobre los santos ‑“Son como Ángeles en el cielo” (Mc 12,25)‑; de un lado, por su santidad brillante y pureza de corazón, porque se desprendió totalmente de aquella triple concupiscencia que arrastra al hombre hacia lo material y le impide tornarse semejante a los espíritus puros, y del otro, por su sabiduría y profundo acceso al conocimiento del Dios trino y su revelación. De los santos Ángeles aseguraba Cristo: “Ven de continuo en el cielo la faz de mi Padre, que está en los cielos” (Mt 18,10). Con razón escribió Vincencio Contenson, teólogo dominico († 1674), en su Theologia mentis et cordis (Teología del espíritu y del corazón) que Tomás de Aquino era el Doctor angelicus “no solamente por su intelecto perspicaz, que penetra las profundidades de la verdad, sino también porque, estando aún en la tierra con su cuerpo, ya se encontraba espiritualmente en el cielo y prácticamente vivía con los Ángeles”.
Estudiemos en detalle esta doble razón por la que santo Tomás se constituyó en homo angelicus (hombre igual a los Ángeles), para, gracias a su ejemplar vida personal, su espiritualidad y doctrina, convertirse en Doctor angelicus:
Para que el hombre sea más libre para Dios y acuda a Él en mayor excelencia, existe un segundo camino hacia la perfección, que es la observación continua de la castidad […] El espíritu del hombre, en cuanto ser libre para Dios, está impedido no solamente por el amor a las cosas exteriores, sino también, y mucho más, por la tribulación de las pasiones interiores. De entre todas éstas, la que absorbe más el espíritu del hombre es el deseo de la carne y la actuación sexual.
Únicamente considerando que santo Tomás de Aquino intentó ‑al contrario de otros padres de la Iglesia y teólogos pre-escolásticos, que no vieron tan claro este punto‑ acentuar y concretar la total inmaterialidad y espiritualidad de los Ángeles, seres libres de materia, podrá comprenderse en su justa medida el porqué de fundamentar exactamente en la castidad, en la pureza de corazón, la aproximación singular del hombre a los Ángeles, estos espíritus puros.
Al examinar según esta doctrina la vida personal de santo Tomás ‑en esta relación son de gran ayuda los sencillos relatos de los testigos en el proceso de su canonización3‑, es posible contemplar verdaderamente en ella, con los ojos de sus contemporáneos, un alma totalmente pura, desprendida de los deseos desordenados y concupiscencias de la sensualidad sexual y desapegado del ámbito material. Las personas que rindieron testimonio bajo juramento en el proceso de su canonización sobre la personalidad y conducta de Tomás de Aquino alaban constantemente su pureza sin mácula, intachable. Asimismo, al cotejar estas afirmaciones con aquella experiencia mística incluida también en las actas del proceso y en su primera biografía -de Guillermo de Tocco‑ de la torre de San Giovanni, se descubre y confirma con cuánta más razón debe concedérsele a este santo el atributo “angelicus” (“igual a los Ángeles”): El joven Tomás había sido educado en Montecassino por los hijos del gran padre monacal Benito en la limpieza moral y la pureza para la mayor reverencia a Dios y a los santos Ángeles; había experimentado con los monjes cómo guardar en la liturgia de las horas la exhortación de su padre religioso en el capítulo 19 de su regla monástica: “Recordemos cómo debemos estar ante la faz de Dios y de sus Ángeles y por eso nuestro corazón debe coincidir con nuestra voz.” De Montecassino fue enviado para proseguir sus estudios a Nápoles, donde conoció la nueva orden de los dominicos, por la que se entusiasmó y a la que finalmente ingresó en contra de la voluntad de sus parientes. Ahí comienza este relato:
Cuando sus hermanos no pudieron doblegarlo [a Tomás, para que no abandonara la orden], en su maldad concluyeron que tal vez podrían vencer mediante otra forma de infestación, a saber, por la tempestad ante la cual incluso las torres llegan normalmente a caer, las rocas se ablandan y los cedros del Líbano se desarraigan. En esta batalla todos somos luchadores, pero a causa de las dificultades son muy pocos los que triunfan. En definitiva, los hermanos, cuando Tomás se encontraba solo en el cuarto donde dormía vigilado, le enviaron una muchacha muy bonita vestida como prostituta, quien intentaría de diferentes maneras seducirlo al pecado por su aspecto, sus ternuras y sus juegos. Cuando el luchador invencido, que ya había recibido como novia la sabiduría de Dios, cuyo amor lo había colmado con su fragancia, la vio y percibió que en él nacía el aguijón de la carne, que siempre había sometido a la razón, se confió al designio de la providencia divina, para que su triunfo lo erigiese más victorioso de esta lucha; lleno de ira, tomó un madero de la chimenea y persiguió a la muchacha, expulsándola del cuarto. Luego, en el ardor de su ira, regresó a la esquina de su cuarto y dibujó a fuego la señal de la cruz con la punta del madero ardiente en la pared, para, en seguida, dejarse caer en el suelo e implorar a Dios con lágrimas el cíngulo de la castidad virginal que había podido conservar en tal batalla. Después de haber suplicado con lágrimas en los ojos se durmió. Y le fueron enviados dos Ángeles del cielo, quienes le dijeron que habían sido atendidas sus oraciones por el Señor y había vencido en esta tremenda lucha. Entonces le ciñeron, mientras decían: “He aquí que de parte de Dios te estamos rodeando, como tú has pedido, con el cíngulo de la castidad, que ya no podrá ser quitado por ninguna otra lucha; y lo que no puedes tener por el mérito de las virtudes humanas te está concedido por el regalo de la generosidad divina.” Que el hermano Tomás tuvo la certeza de nunca haber sentido en sí una quiebra de este cíngulo está aseverado por el testimonio de sus confesores. Porque a la hora de su muerte, él podía observar que su castidad virginal, conservada en una lucha tal, no había sido violada jamás. Pero desde entonces evitó con todas sus fuerzas la compañía de mujeres, salvo en casos de estricta necesidad. No dejaba de sorprenderse y amonestaba diciendo: ¡cómo hombres dedicados a la contemplación de las cosas divinas permanecen por horas e inútilmente junto a mujeres y pierden el tiempo en largos coloquios, excepto cuando existe una obligación necesaria, como sería la conversación que busca a Dios o las cosas divinas! Tomás sintió este ceñir y el contacto con los Ángeles como un dolor corporal y despertó con un grito. Pero a aquellos que le preguntaron más tarde por qué había gritado no les reveló este regalo divino que la gracia de Dios le había concedido, guardándolo en secreto, para confesarlo apenas en la hora de su muerte […] Oh, beato, a quien no se le negó la comunión con los santos Ángeles cuando fue ceñido con la castidad y a quien era de valor ser, por su castidad, igual a los Ángeles [angelicus], porque luchaba como hombre terrenal por su castidad virginal.4
Es posible que en la actualidad, en estos tiempos imbuidos de una terrible ola sexual que ya no comprende en absoluto la virginidad consagrada a Dios y la castidad, alguien pueda reír sobre este testimonio incluido en las actas del proceso. No obstante, el Papa Pío XI en su encíclica Studiorum ducem del 29 de junio de 1923, para el 600 aniversario de la canonización de santo Tomás de Aquino, no temió aludir expresamente a este relato:
Tomás de Aquino poseyó todas las virtudes morales en grado máximo, unidas en él muy íntimamente para conformar un único haz de rayos en el amor que, según su propia doctrina, “debe animar todos los actos virtuosos”. El atributo especial de santo Tomás de Aquino es su castidad, que le confiere una cierta semejanza con los santos Ángeles. Y cuando él la guardó en una lucha decisiva y peligrosa, fue considerado digno de ser ceñido misteriosamente por los Ángeles.5
En el Rituale Romano se encontró todavía en la edición del 10 de junio de 1925 la “Bendición en honor a santo Tomás de Aquino, del cinturón para guardar la castidad”, que incluye la siguiente oración:
Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo, Tú amas y guardas la castidad. Por eso te invocamos en tu bondad inmensurable: Como Tú dejaste ceñir por medio de la mano de los Ángeles a santo Tomás de Aquino con el cíngulo de la castidad y le guardaste de la mancha en cuerpo y alma, así bendice y santifica este cinturón, para que todos los que lleven la castidad con reverencia a sus espaldas y la guarden, sean purificados de toda impureza del espíritu y del cuerpo y merezcan ser presentados ante Ti por los santos Ángeles en la hora de su muerte.
En la Presentación del triunfo de santo Tomás, pintura del maestro Antonello da Messina expuesta en el Museo Nacional de Palermo (Sicilia) aparece Dios Padre con dos Ángeles a su derecha que portan un libro con la inscripción: “Bene scripsisti de Me, Thoma!” (“¡Escribiste bien de Mí, Tomás!”), y dos a su izquierda, que muestran igualmente un libro con las palabras: “Sensum Tuum, Domine, quis scire poterit, nisi Tu dederis sapientiam?” (“Señor, ¿quién puede escribir tus pensamientos si Tú no das sabiduría para ello?”). Esta imagen intenta expresar que el santo de Aquino recibió por medio de los Ángeles, a quienes se asemejaba tanto y veneraba íntimamente, una sabiduría similar a la de los bienaventurados espíritus para poder escribir con profundidad sobre la esencia de Dios y en su agrado.
Por eso rezaba constantemente en su Oratio ante studium:
Creador inefable, que destinaste de los tesoros de tu sabiduría una jerarquía triple de Ángeles y la colocaste en un orden maravilloso sobre los cielos empíricos y ordenaste todas las partes en relación con el todo, Tú, que eres llamado la fuente de toda luz y de toda sabiduría y eres el principio soberano de todo, dígnate derramar sobre la oscuridad de mi inteligencia el rayo de tu claridad.
¿Cuál será esta sabiduría, que según santo Tomás es capaz de igualar el hombre al Ángel? El conocimiento de Dios, la teología, de la cual el de Aquino asegura no ser sólo una ciencia ni únicamente la más alta de las ciencias, sino la sabiduría, la “sapiencia divina” (“sabiduría divina”). Así, en el prólogo del primer libro de las sentencias de Pedro Lombardo,6 escribió, cuando aún era un joven magistro en París:
La teología es la sabiduría en sentido propio, porque contempla las causas más elevadas. Es sabiduría en un sentido más amplio que la metafísica, porque contempla estas causas más elevadas según el modo de estas mismas causas, porque se fundamenta en la inspiración y revelación directa de Dios, en cuanto la metafísica contempla las causas más elevadas solamente bajo los criterios originados del ambiente de la criatura. Por eso debe considerarse la teología mucho más divina que la metafísica, porque es divina según su objeto y contenido, pero también según su modo de llegar a éste, mientras la metafísica, como teología natural, es divina exclusivamente según su contenido.
Desarrollando este pensamiento, la apropiación de esta sabiduría divina y teología, el conocimiento de Dios debe ser elevado hasta lo máximo humanamente posible con la ayuda del don divino de la sabiduría, no para que constituya exclusivamente cualquier conocimiento de Dios, sino “un cognitio Dei experimentalis”, es decir, una contemplación mística, amorosa y beatificante de lo que es divino. Así puede, y debe, alcanzarse finalmente la apropiación de la teología perfecta y el trato intensivo con ella de la mística y sus experiencias, para gozar por anticipado la visión beatífica de Dios, de la cual se alegran constantemente los Ángeles.
Santo Tomás no solamente enseñó estos conceptos; también los practicó en vida, y por este aspecto se convirtió en un homo angelicus y en el Doctor angelicus, hecho que muestra, quizá de la manera más conmovedora, el episodio relatado por su biógrafo Guillermo de Tocco que se refiere a Reinaldo de Piperno, amigo íntimo del santo: Cuando Tomás se hallaba al final de su vida, en Nápoles, y abandonó la actividad literaria, Reinaldo de Piperno le suplicó que continuara escribiendo y concluyera sus grandes obras teológicas. Entonces Tomás le respondió: “Reinaldo, ya no puedo, porque todo lo que escribí, en comparación con lo que he visto, me parece como una brizna. Espero de Dios que en breve termine con mi vida y mi enseñar.” Tomás de Aquino era en verdad un místico, rico en experiencias que se cuentan entre las formas más elevadas de la mística, un homo contemplativus y, por ende, un homo angelicus, no solamente al final de su vida, sino desde su infancia en Montecassino, donde, inquieto, buscaba respuestas a la esencia de Dios.
Cuando comenzaba su desempeño como maestro, declaró en su primera clase en París: Las montañas se alzan sobre la tierra hacia al cielo; así deben elevarse sobre el mundo terreno los maestros de la verdad eterna para, como los Ángeles, ansiar únicamente las cosas celestiales. Y al igual que las montañas son las primeras en ser iluminadas por la luz del sol, así los maestros de las ciencias divinas deberían ser los primeros en recibir el esplendor de la luz del Espíritu.7 ¿No constituye esta bella declaración del Doctor angelicus una guía para todo maestro de teología y finalmente para cada sacerdote y cada predicador de la Palabra de Dios? Aquel cuya tarea es “contemplata aliis tradere” debe ser en primer lugar una persona contemplativa, a quien pueda aplicarse lo que afirmaba santo Tomás: “Homo per contemplationen continuatur angelis”8 (“Por la contemplación, el hombre está situado entre los Ángeles”).
Tampoco es posible ignorar, al considerar por qué Tomás de Aquino era en verdad un homo angelicus, y por lo tanto un Doctor angelicus, sus circunstancias, su infancia, en la que fue educado por monjes, y su juventud, cuando se integró a una orden monacal, hecho en concreto que constituye, como escribiría el propio santo en su opúsculo Contra la doctrina mala de aquellos que impiden al hombre entrar en una orden,9 “una obra buena para los santos Ángeles”.10 Al respecto, E. Peterson observa en su Libro de los Ángeles:
Para la definición de monje en el sentido antiguo de la palabra, es pertinente observar que éste imita la existencia de los Ángeles y con ello su liturgia ligada a la existencia angelical en un orden propio; esto significa que entona libremente en el oficio monacal el himno de alabanza de los Ángeles […] y participa continuamente en el himno de alabanza del orden angélico que canta sin fin las alabanzas a Dios.11
Así también el hombre, monje, sacerdote y maestro Tomás de Aquino, quien se reveló verdaderamente ante nosotros como angelicus (igual a los Ángeles) en el desapego de lo que es terreno, sensual y material, creció en su pureza de corazón (castitas) y en el imbuirse en la sabiduría verdadera, por un conocimiento especulativo y contemplativo de Dios que acrecentó en la experiencia mística la intimidad y el amor a Dios.
III. En consecuencia, es posible fundamentar en santo Tomás de Aquino el título Doctor angelicus en su conducta personal y espiritualidad. No obstante, también puede interpretarse por su preocupación -mayor que la de otros teólogos con una especial actividad científica‑ en la exactitud de la exposición de la doctrina de los Ángeles, elevando esta parte de la teología dogmática, según los padres de la Iglesia, los pre-escolásticos y escolásticos, a una cierta cumbre y término. En este sentido es preciso descubrir con qué afecto teológico, con qué exactitud, con cuántos detalles y en cuántos pasajes trata en sus obras el santo de Aquino la angelología. A manera de ejemplo, encontramos en la Tabula aurea -o índice de las obras de santo Tomás redactado por Pedro de Bérgamo‑ 639 menciones del término angelus. La lista de referencias a las obras del santo podría ser tres veces más extensa si se tomaran en cuenta todas estas menciones.
De la totalidad de estas fuentes, presentamos exclusivamente las más importantes: Comentario a las sentencias (II, distinctio 1‑11), Suma Teológica (I, qu. 50‑64, 72 arts.; qu. 93, art. 3; qu. 106‑114, 46 arts.), Suma contra Gentiles (I. II, caps. 46‑55; 91‑101; I. III, caps. 41‑45, 52‑62, 78-80, 103‑113 y 154), Quaestio disputata “De veritate” (qu. 8, “De cognitione angelorum”, 17 arts.; qu. 9, “De cognitione scientiae angelicae”, 7 arts.), Quaestio disputata “De potencia” (qu. 6, “De miraculis”, 10 arts.), Quaestio disputata “De malo” (qu. 16, “De daemonibus”, 12 arts.), Quaestio disputata “De spiritualibus creaturis” (11 arts.) -según M. Grabmann, la obra científica más profunda de santo Tomás‑. Asimismo, las declaraciones de santo Tomás sobre las citas de las Escrituras en Expositio in Evangelium Matthaei, en Expositio in Evangelium Joannis y en Expositio in beatae Pauli apostoli Epistolas. Tampoco puede olvidarse su opúsculo De substantiis separatis seu de angelorum natura, dedicado a su amigo Reinaldo de Piperno, donde aparece el siguiente prólogo, tan significativo: “Porque nosotros no podemos asistir al culto divino de los Ángeles, no se debe dejar pasar el tiempo dedicado a la oración. Debemos destinar el tiempo no utilizado en el canto del oficio divino a la redacción de escritos.” En esta obra, donde santo Tomás llama a la oración monástica “angelorum sollemnia”, reafirma su intención de consagrar las horas en que no podía participar en la liturgia de las horas a escribir un tratado sobre los Ángeles, que a la postre sería una de sus obras especulativas más profundas. Inconscientemente, este párrafo remite a la exhortación apostólica Sacrae laudis, del 6 de enero de 1962, en la cual el Papa Juan XXIII sugiere a los sacerdotes el rezo de la liturgia de la horas (oficio, breviario) por el buen éxito del Concilio Vaticano II, apuntando en la conclusión:
Nos permitimos proponer a los sacerdotes un pensamiento para la meditación que se ajusta a lo que hemos dicho: La Iglesia nos ofrece la doctrina cierta y consolable de que Dios, el Padre de todos, confió la protección de cada hombre bautizado a un Ángel propio. A estos nuestros Ángeles de la guarda queremos pedir particularmente que nos asistan en la oración del breviario, para que lo recemos dignamente, atentos y concentrados, a fin de que sea agradable a Dios, provechoso para nosotros y constituya un ejemplo para los demás hombres.12
Ahora bien, ¿cuál es el rasgo distintivo de la angelología del Doctor angelicus y cuál su contribución propia?
En primer lugar, es necesario apuntar que Tomás de Aquino consideraba fuera de discusión que la existencia de los Angeles es un misterio de la fe que el espíritu humano no puede descubrir si no le es revelado.
Solamente la revelación divina puede ofrecer una certeza sobre la existencia de los Ángeles. Para santo Tomás existen realmente, además del hombre, criaturas de una esencia superior dotadas de una gran inteligencia y poder de voluntad, más cercanas a Dios que nosotros por su naturaleza totalmente inmaterial y completamente espiritual.
Entre las muchas cuestiones que desarrolló sobre el tema nunca se encontrará la pregunta casi frívola de si los Ángeles, de quienes se habla expresamente en numerosos pasajes de la Escritura, son tal vez personificaciones mitológicas o filosóficas. Partiendo de la doctrina de las Escrituras, en los lugares citados y en muchos otros de sus obras, santo Tomás diseñó una imagen angélica en extremo grandiosa, contraria completamente a la imagen subjetiva, dulce y casi cursi creada, por ejemplo, por el arte barroco ‑el cual lamentablemente ha dominado el ámbito piadoso hasta nuestros tiempos‑, que expone con frecuencia las verdades de la fe en la existencia angélica a la burla, la incredulidad o la desmitologización. En tal sentido son significativas las irónicas palabras del padre de los desmitologistas, R. Bultmann: “No es posible utilizar la luz eléctrica y la radio, emplear en caso de enfermedades los medios modernos de la medicina y la clínica y al mismo tiempo creer en el mundo espiritual y milagroso del Nuevo Testamento.” Por el contrario, H. U. de Balthasar califica con más autenticidad el concepto angélico de santo Tomás:
Un pensar crítico no debe simplemente desmitologizar el testimonio claro de la Biblia en este asunto [la existencia de los Ángeles]. El Ángel de la Biblia y del acontecimiento de la revelación, parte integrante de la fe judaica y cristiana, se ajusta perfectamente al paralelismo que se da en la historia de las religiones entre el concepto angelical judaico y el de Mesopotamia, Egipto, Canaan y Persia […] La tradición que encontró santo Tomás de Aquino era tan clara que para él no existía desviación posible en estas preguntas.13
Aclarando este detalle, es posible resumir en ocho puntos los aspectos más importante de la imagen angélica diseñada por Tomás de Aquino y de la forma en que elevó la angelología, como parte de la teología católica, a una cumbre y un cierto término:
El pecado de los ángeles caídos debió de haber sucedido después de ser dotados de la gracia. Eventualmente, fue el Ángel más elevado el primero en pecar y su mal ejemplo motivó la caída de los otros, cuyo número sería menor que el de los Ángeles fieles: la mayoría superó la prueba. Al pecado siguió inmediatamente el castigo: los ángeles malignos conservaron su conocimiento, pero perdieron su equipamiento sobrenatural, la posibilidad para la felicidad eterna y la unión con Dios, lo que evidentemente afectó asimismo su conocimiento natural y su voluntad. Y aunque poseen todavía un conocimiento inteligible de ciertas verdades reveladas, son incapaces de sentir o provocar un deseo afectivo fincado en lo sobrenatural; su voluntad está endurecida totalmente por la maldad, no por el tamaño de su culpa, sino por la decisión definitiva manifiesta en las condiciones naturales de su estado, porque el acto libre, considerado y único de decidirse a favor o en contra de Dios arrastró a los Ángeles, conforme a su naturaleza, inmediata e irrevocablemente a la felicidad o a la condenación eterna. En santo Tomás no existe la menor duda de la eternidad del castigo de los ángeles caídos, en contraposición con Orígenes y su doctrina llamada apocatástasis.
También es digno de considerar cuando Tomás de Aquino asegura que los espíritus protectores provienen de los distintos coros angelicales: para tareas e intenciones universales, para pueblos y reinos enteros, de los coros más elevados; para intenciones particulares y hombres singulares, del coro inferior. De acuerdo con esta ley estructural del universo y con la clasificación jerárquica y el orden de naturaleza y sobrenaturaleza, santo Tomás añade ‑aunque se muestra muy reservado, como en toda su angelología, sobre la calificación de su afirmación o valor teológico‑: “Es probable que los Ángeles más elevados estén destinados a la protección de aquellos que fueron escogidos por Dios para un grado superior de la gloria.”18
En estos ocho puntos se presentó únicamente un esbozo de la angelología de santo Tomás de Aquino; sin embargo, debe ser suficiente para reafirmar con certeza19 su extraordinaria preocupación por encontrar armonía entre lo que relata la revelación divina, con frecuencia sólo por alusión, sobre la existencia y naturaleza angelical y lo que los filósofos, en especial los griegos, especularon sobre la esencia del espíritu puro y la superexaltación del cosmos visible por medio del reino de formas sin materia. Santo Tomás fundamenta la doctrina bíblica de los Ángeles -aunque no la presentó explícitamente, salvo en sus comentarios a los Evangelios de san Mateo y de san Juan, ya que la suponía verdad revelada y por consiguiente cierta‑ con la doctrina del ser y conocer de Aristóteles; se cruzan constantemente dos tipos de preguntas, claramente distinguibles, sobre la condición del ser del espíritu puro y su posición en el cosmos, y sobre las realidades del mundo de los Ángeles aceptadas y expuestas claramente por la revelación. Es decisiva la noción de la integridad del universo que determina la estructura de su angelología y las preguntas particulares. Gracias a esta su doctrina sobre el mundo angelical, santo Tomás se erige exactamente como un modelo20 de homo angelicus y Doctor angelicus, porque, según afirma la instrucción del Concilio Vaticano II en el decreto Optatam totius (art. 16) sobre la formación de los seminaristas, en la doctrina católica sobre los Ángeles “salió cuidadosamente de la revelación divina, entró profundamente en ella y la convirtió en fecunda para su propia vida”. Intentó penetrar profundamente y comprender los misterios de la salvación en relación con los Ángeles, “integre”, es decir, totalmente, integrándolos al cosmos de la creación y a la economía de la salvación con la ayuda de las especulaciones filosóficas y aclarándolos tanto como le fue posible.
Cuando se dirigía al Concilio Ecuménico de Lyon (1274), santo Tomás se detuvo, obligado por una grave enfermedad, en la abadía cisterciense de Fossanuova (sur de Roma), donde moriría santamente el 7 de marzo de 1274 y entraría en la visión maravillosa de Dios, junto con los santos Ángeles a quienes se había asemejado en todo. El contemplador iluminado que por sabiduría iluminó a tantos, regresó la luz de los ojos a un sacerdote casi ciego en lo que constituye el primer milagro que se realizó inmediatamente después de su muerte. Así lo relata Guillermo de Tocco en el capítulo 61 de la primera biografía de santo Tomás:
Después de que murió el Doctor angelical con muchas señales y testimonios de santidad, el padre Juan de Ferrentino, subprior del convento de Fossanuova, quien se hallaba tan enfermo de los ojos que casi no podía ver, se dejó guiar hasta el cuerpo del santo. Se postró con reverencia y devoción a sus pies, se inclinó sobre el cadáver, colocó sobre él su rostro y rezó a Dios para que concediera de nuevo a sus ojos la luz que ya no poseían, por los méritos del Doctor angelical, a quien se encomendó en oración. Inmediatamente fue iluminado plenamente, y exclamó: “Bendito sea Dios, porque concedió de nuevo, por los méritos de santo Tomás, la luz a mis ojos de manera perfecta.” Y era justo que Dios otorgara a aquel que pidió la luz para sus ojos por los méritos del santo, porque también concedió a éste, cuando entró a la comunidad de los Ángeles, la luz de la gloria, de modo que ahora puede ver a Dios por toda la eternidad junto con los santos Ángeles.21
1 Cfr. F. Holböck, “Thomas von Aquin als Doctor angelicus und Doctor Angelorum”, en A. Piolanti, San Tommaso e l’odierna problematica theologica, Roma, 1974, pp. 199-217, especialmente 202.
2 Summa Theologiae II/II, qu. 15, art.3.
3 Cfr. P. Eckert, Das Leben des hl. Thomas v. Aquino, erzählt von Wilhelm von Tocco, und andere Zeugnisse, Düsseldorf, 1965.
4 Ibid., pp. 89-91; cfr. también pp. 181, 184, 198, 200 y 202.
5 Pio XI, Studiorum ducem, del 29 de junio de 1923, traducción alemán en A. Rohrbasser, Heilslehre der Kirche, Freiburg Schw., 1953, p. 1179.
6 In III Sent., pról., art. 3, sol. 1.
7 “Mentium splendorem prius recipiunt, qui sunt in participatione aeternitatis.” Así decía santo Tomás en su primera lectura en la Universidad de Paris.
8 In III Sent., dist. 35, qu. 1, art. 2.
9 Contra pestiferam doctrinam retrahentium homines a religionis ingressu, opusculo.
10 “Nisi homo per virtutes morales habeat animam a passionibus depuratam \…] non est idoneus ad divinam veritatem contemplandam secundum illud: ‘Beati mundo corde, quoniam ipsi Deum videbunt’’’ (Ibid., cap. 17. núm. 778); Santo Tomás llama expresamente la entrada en una orden un “opus bonum bonis angelis congruum” (Ibid., cap. 10, núm. 808).
11 E. Peterson, Das Buch v. den Engeln, Stellung und Bedeutung der heiligen Engel im Kultus, Leipzig, 1935 p. 57.
12 Juan XXIII, Sacrae laudis, exhortatio Apostolica, AAS 54/1962, p.74.
13 H.U.v. Balthasar, “Kosmos, Engel und Menschen in der Prophetie”, Die deutsche Thomas-Ausgabe, vol. 23, München 1954, pp. 317-318.
14 Aquí es típica para Santo Tomás de Aquino la frase de Summa Theologiae, I, qu. 50, art. 1 in corpore: “Respondeo dicendum, quod necesse est ponere aliquas creaturas incorporeas.”
15 Firmiter credimus, decreto del IV Concilio de Letrán, p. 800: “Firmiter credimus et simpliciter confitemur, quod unus solus et verus Deus […] sua omnipotente virtute simul ab initio temporis utramque de nihilo condidit creaturam, angelicam videlicet et mundanam ac deinde humanam quasi communem ex spiritu et corpore constitutam.”
16 Cfr. F. Holböck, “El decreto Firmiter credimus del IV Concilio de Letrán bajo la luz de la angelología de la pre-escolástica”, en L. Scheffczyk , W. Dettloff y R. Heinzmann, Wahrheit und Verkündigung, vol. 1, München, 1967, pp. 733-778.
17 “Tota ratio ordinis in angelis est ex propinquitate ad Deum. Ideo propinquiores Deo sunt gradu sublimiores et scientia clariores” (Summa Theologiae I, qu. 106, art.3, ad 1).
18 “Est autem probabile, quod maiores angeli deputentur ad custodiam eorum, qui sunt ad maiorem gradum gloriae a Deo electi” (ibid., I, qu. 113, art.3, ad 1).
19 Cfr. H. Amschl OP, “Die Lehre von den Engeln”, Deutsche Thomas-Ausgabe, vol. 4, Salzburg, 1936, p. 559.
20 “Aprendan luego los alumnos a ilustrar los misterios de la salvación, lo más que puedan, y comprenderlos más profundamente y observar sus mutuas relaciones por medio de la especulación, siguiendo las enseñanzas de Santo Tomás” (Optatam totius, decreto art. 16).
21 P. Eckert, op. cit., p. 164.