Los sacerdotes y religiosos de la Orden se esfuerzan por dar una respuesta plena y total al amor de Dios mediante la profesión de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia. La Orden sigue la regla de San Agustín, la «regla del amor», que exhorta: «Ante todo, queridos hermanos, amen a Dios y luego a su prójimo, porque estos son los principales mandamientos que se nos han dado».
Los ángeles son modelos de este amor desinteresado a Dios y al prójimo. Por consiguiente, así como desde los primeros tiempos la Iglesia ha visto en la «vida angelical» el ejemplo de la vida religiosa, también la Orden de la Santa Cruz, desde su fundación, se ha esforzado por vivir conscientemente en compañía de los Santos Ángeles. «Ya aquí en la tierra, la vida cristiana participa por la fe de la bienaventurada compañía de los ángeles y los hombres unidos a Dios» (CIC 336).
Los miembros de la Orden de la Santa Cruz se esfuerzan por responder a su vocación mediante: la participación en el amor de Cristo por el Padre en la santa adoración; la participación en su amor por todos los hombres con espíritu de expiación; la contemplación de los misterios de la vida, muerte y resurrección de Cristo; y la proclamación de la sabiduría y el poder de Cristo Crucificado como nuestra misión en la Iglesia.
Estas cuatro expresiones de amor salvífico —adoración, contemplación, expiación y misión— expresan los objetivos contemplativos y activos de los Canónigos Regulares de la Santa Cruz en su servicio a Dios y al prójimo.
La adoración a Dios encuentra su más elevada expresión en la celebración de la sagrada Liturgia. Los Hermanos de la Santa Cruz se dedican a la celebración comunitaria y solemne de la Liturgia, en la cual todo lo que es humano está dirigido y subordinado a lo que es divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación y el presente a la ciudad futura que buscamos.
Con toda la milicia del ejército celestial entonamos un himno de gloria al Señor y, venerando la memoria de los Santos, esperamos hacer parte de su sociedad, suspiramos por el Salvador, nuestro Señor Jesucristo, hasta que Él, nuestra vida, Se manifieste, y nosotros aparezcamos con Él en la gloria.
La celebración diaria del Sacrificio Eucarístico constituye el centro de la vida de los Hermanos de la Santa Cruz. Además de la Santa Misa, los Hermanos se unen a los Santos y a los Ángeles del cielo por el canto comunitario de la Liturgia de las Horas. La adoración eucarística hace parte integral de la vida cuotidiana de la Orden. En cada Monasterio el Santísimo Sacramento está expuesto para la adoración y, donde sea posible, se realiza la adoración perpetua.
Siguiendo el ejemplo de María Santísima, que continuamente meditaba las palabras de Cristo en su corazón, los Hermanos de la Santa Cruz se dedican a la contemplación, bebiendo de las fuentes auténticas de la espiritualidad cristiana. Ellos se esfuerzan en imitar a los Santos y a los Ángeles con una vida de recogimiento, con simplicidad y pureza de corazón, con humildad y silencio, en busca de una vida de mayor unión con Dios. Se dice del fundador, D. Telo, que, después de haber recibido la Santísima Eucaristía, permaneció horas en la meditación de la Pasión del Señor.
La contemplación de las cosas divinas y la unión con Dios por la oración asidua es el primer deber de cada religioso. Mediante la vivencia y la abundancia de los momentos de silencio y de oración, cultiva y profundiza su relación existencial con la persona viva del Señor Jesús. La lectura espiritual hace parte del necesario “pan de cada día”. Los sacerdotes, así como los demás miembros de la comunidad, se dedican al estudio de la Sagrada Teología en fidelidad al Magisterio de la Iglesia.
El Verbo Se hizo carne para salvarnos reconciliándonos con Dios. Fue Él quien nos amó y nos envió a Su Hijo como Víctima de expiación por nuestros pecados. Si Dios nos amó así, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros y dar la vida por nuestros hermanos, llevando los fardos unos de los otros.
Nuestra participación en el amor redentor de Cristo se nutre con la celebración diaria del Sacrificio Eucarístico. Para que la oblación con que, en este Sacrificio, los fieles ofrecen al Padre celeste la víctima Divina, tenga su pleno efecto, se requiere además otra cosa: es necesario que ellos se inmolen a sí mismos como víctimas. Es precisamente en la Santa Misa donde deseamos aprender el sentido de la caridad perfecta, con espíritu de reparación.
Con este mismo espíritu, los Hermanos de la Santa Cruz acompañan al Señor con oración y amor durante las horas de Su Pasión, el jueves por la noche y el viernes por la tarde (Passio Domini). La comunidad entera se reúne entonces para una Hora Santa, rezando por la santificación de los sacerdotes y por las necesidades de la Iglesia, en reparación por los pecados.
Los Hermanos de la Santa Cruz, buscando por encima de todo y únicamente a Dios, procuran conciliar la contemplación con el amor apostólico para dilatar el Reino de Cristo. Ellos se esfuerzan por conservar el espíritu misionero propio de la Orden, adaptándose a las condiciones hodiernas, para que la predicación del Evangelio entre todos los pueblos se realice de manera más eficiente.
Desde los primeros tiempos en Portugal, los Canónigos Regulares de la Santa Cruz intentaron la reforma del clero, se empeñaron en la sólida preparación y formación de los sacerdotes así como en la evangelización de todo el pueblo de Dios. Esta finalidad continua siendo realizada hoy mediante la formación de candidatos al sacerdocio, la asistencia espiritual a sacerdotes y religiosos, la predicación de retiros, la pastoral ordinaria de las parroquias y la actividad misionera. De modo particular, la Orden promueve el movimiento espiritual “Obra de los Santos Ángeles”.