Santa Teresa de Ávila († 15 de octubre de 1582)

La gran doctora española de la Iglesia y reformadora de la orden carmelita, santa Teresa de Ávila, fue profusamente ensalzada en toda su grandeza en 1982, 400 años después de su muerte y comienzo de su visión beatífica del Dios todopoderoso, por el Papa Juan Pablo II en una carta al superior general de la orden carmelita1 y en una alocución2 durante la visita que efectuó a Ávila. Esta bienaventurada santa no fue solamente doctora de la oración con dones carismáticos, sino también una mística que vio y comunicó cosas profundas sobre Cristo, el misterio de la santísima Eucaristía y la santísima Trinidad.

¿Acaso puede mencionársela también entre los santos que mantuvieron una relación especial con los Ángeles? A primera vista, la respuesta sería no, porque a pesar de expresarse mucho de los Ángeles caídos y el diablo,3 y confesar en su autobiografía4 que el espíritu maligno la atormentó frecuentemente, santa Teresa de Ávila sólo en una ocasión se refiere explícitamente a los santos Ángeles. Sin embargo, ésta constituye una experiencia mística tan profunda que justamente por ella fue famosa en la historia de los santos. La propia Teresa relata este suceso:

 

 Agradaba al Señor agraciarme algunas veces con la siguiente visión: Observé a mi izquierda un Ángel en forma corpórea ‑de esta manera los veo (a los Ángeles) raramente. Aunque muchas veces se me aparecen Ángeles, esto sucede ordinariamente sin que yo los vea, conforme el tipo de visión que tratábamos al principio; pero aquí el Señor quería que yo pudiera ver al Ángel de manera corporal‑. No era grande, más bien pequeño, pero sí muy bello. Su rostro era tan ardiente que me pareció uno de los Ángeles más majestuosos, de aquellos que parecen estar totalmente en llamas; deben de ser los que se llaman Querubines. Ellos no me dicen sus nombres, pero observo bien que en el cielo existen diferencias inexpresables entre unos y otros. En las manos del Ángel que se me apareció vi una larga flecha dorada; la punta de hierro parecía estar ardiendo; sentí que con esta flecha traspasaba varias veces mi corazón hasta mi interior; y cuando nuevamente sacó la flecha, experimenté como que me sacaba también la parte más interior de mi corazón. Cuando me dejó, estaba completamente encendida de un amor ardiente a Dios. El dolor de esta herida era tan grande que me oprimió y suspiré. Pero también el gozo que causaba este dolor inmensamente grande era tan conmovedor que sería imposible desear verse libre de tal tormento, ni estar satisfecha con algo que fuera menos que Dios. No era éste un dolor corporal sino espiritual, aunque también el cuerpo participaba bastante en él. La relación de amor que desde entonces se realiza entre mi alma y Dios es tan agradable que suplico al Señor la dé a probar a aquel que tal vez piense que estoy mintiendo. Mientras perduraba este estado, yo andaba como si estuviera fuera de mí. No deseaba ver ni hablar, sino únicamente hundirme en este dolor, porque esto me daba más felicidad que todas las cosas creadas […] ¡Él, que concede tantas gracias sublimes a mi alma, aun cuando yo correspondo tan poco a sus grandes beneficios, sea alabado por eso por toda la eternidad!5

 

En aquel tiempo (1559), cuando recibió la gracia de ser traspasado su corazón por una flecha ardiente de un Querubín, Teresa de Ávila era todavía una simple religiosa de 44 años en el convento de la Visitación en Ávila. El lugar donde sucedió este maravilloso acontecimiento místico era una celda de oración en la parte oriental del convento por la que la santa mostraba una predilección especial, ya que era muy silenciosa y solitaria.6 Teresa experimentó esta visión extática en respuesta a la desconfianza que sentía hacia las experiencias místicas de sus amigos.7 En su corazón incorrupto, que se encuentra en la iglesia donde está su tumba, en Alba de Tormes, cerca de Salamanca, todavía hoy es posible observar la realidad de esta herida. En 1646, Lorenzo Bernini intentó plasmar esta escena, esculpiéndola en mármol en el altar lateral izquierdo de la iglesia carmelita Santa Maria della Vittoria, en Roma.

En cuanto al coro al que pertenecía el espíritu celestial que atravesó el corazón de Teresa de Ávila, el gran teólogo Domingo Bañes, en la aprobación de esta extática experiencia, que es un relato en extremo simple y sobrio escrito por la propia santa, realizó una pequeña corrección, y así, en vez de “Querubines” sobrescribió “Serafines”.8 De este modo, Teresa de Ávila podría ser llamada con toda razón, al igual que san Francisco de Asís, una “santa seráfica”. No obstante, en la narración de esta mística, más que dicha cuestión, la mayor importancia está en la observación de que “muchas veces se me aparecen los Ángeles”, a quienes ella ve “raramente en forma corporal”.

En un sentido diferente a esta herida de su corazón traspasado, ciertamente única, experimentada corporal y no sólo espiritualmente, Teresa de Ávila conoce también la lesión exclusivamente espiritual que experimentaría en diferentes ocasiones y que relata en un informe a su director espiritual, el padre Rodrigo Álvarez, el año 1576: Ésta es una

 

forma de lesión, cuando el alma siente como que es traspasado por una flecha su corazón, sí, a través de ella misma. Esta herida causa el más grande dolor, por eso el alma quisiera gritar fuertemente; pero es tanta la alegría que ya no se desea estar sin este dolor. Sin embargo, no toca los sentidos corporales, porque no es una herida material; se siente más bien en el alma y nada de esto se observa en el cuerpo. Podría describir este estado solamente con comparaciones que resultarían muy burdas, sí, para este fin, pero no puedo expresarme de otra manera; es imposible describir o explicar con palabras tales procesos. Quien no tiene experiencia en esto no puede comprenderlo […] En ocasiones, el alma que recibió esta herida de amor percibe en su interior unos sublimes gemidos de amor cuyos efectos, de hecho, son maravillosos. Pero es imposible, a pesar de todos los esfuerzos, alcanzar estas gracias si el Señor no las concede, ni tampoco librarse de ellas cuando el Señor se digna otorgarlas. Este es un deseo tan vivo y elevado hacia Dios que no puede ser descrito.9

 

Queremos mencionar al final una visión en la cual se le concedió a Teresa de Ávila experimentar la asunción corporal de María, la Reina de los Ángeles, a quienes relaciona con la santísima Virgen:

 

En una fiesta de la Asunción de la Reina de los Ángeles, nuestra Señora, al cielo, el Señor quiso otorgarme la gracia de mostrarme en un éxtasis esta su asunción y la alegría y las glorias de victoria con las que fue recibida (por los Ángeles), así como el lugar donde se encuentra ahora. No puedo describirlo con mayor claridad. La felicidad que embargó mi espíritu en la visión de una gloria tal era muy grande y la eficacia de esta visión extraordinaria.10

 

En verdad se trata de la visión de la felicidad celestial en la comunidad de los santos Ángeles; incidentalmente, este éxtasis recuerda aquello que había observado sobre el cielo en una visión y después relató otra mística española contemporánea de santa Teresa: la venerable sierva de Dios, Marina de Escobar († 1633).

Luis de Ponte, director espiritual por treinta años de Marina de Escobar, escribió su biografía conforme a sus propios relatos, comparándola con santa Teresa. La vida de esta beata mujer transcurrió en su ciudad natal, Valladolid, dedicada al amor ardiente a Dios, el sufrimiento y la oración interior y mística, al igual que la Santa de Ávila. Promovió una reforma en la orden de las brígidas, a la que pertenecía, semejante a la que Teresa había impulsado en la orden carmelita. Sus últimos treinta años transcurrieron en un lecho, vencida por la enfermedad, pero así alcanzo una madurez y santidad excepcionales. En cierta ocasión pudo experimentar en un éxtasis la felicidad del cielo en la visión de Dios:

 

Los Ángeles me rodeaban y me llevaban, guiados por la gloria del Señor, por lo tanto a través de todos los cielos. Después me dejaron en la orilla de un océano inmenso de la grandeza de Dios, de su sabiduría, que es su propia esencia. Luego me sumergieron en este mar insondable de la esencia divina, de la sabiduría incomprensible de Dios que se me revelaba. Después, los Ángeles me guiaron a la orilla, donde descansé para recuperar mis fuerzas. En seguida me sumergieron de nuevo y con más fuerza en este mar, así que esta vez me hundí mucho más profundamente que en la primera ocasión. Luego me llevaron a la orilla. Y me preguntaron: ¿Dios es todavía mas profundo? Mi alma entonces fue iluminada con un conocimiento sobrenatural que le mostró que todo lo que vi de la inmensidad divina es muy poco en comparación con lo que restaría por ver. Y mi alma exclamó: Sí, Dios es todavía más profundo […] Entonces, los Ángeles me sumergieron una tercera vez en este brillante mar y recibí una iluminación incomparablemente mayor, un conocimiento mucho más perfecto de la esencia de Dios. Luego me llevaron otra vez a tierra y me depositaron en la orilla. Y repitieron la pregunta: ¿Dios es todavía más profundo? Y fui iluminada más aún, recibí un conocimiento más grande, así que debí responder: Sí, Dios es todavía más profundo […] Entonces, los Ángeles me sumergieron, así me pareció, hasta el fondo del mar y después me preguntaron de nuevo: ¿Dios es todavía más profundo? Y mi alma, mucho más iluminada aún, solamente vio la infinitud de aquello, lo que todavía faltaba por conocer, lo que restaba por contemplar, y respondí: Sí, Dios es más profundo todavía, Él es infinitamente más profundo.11

 

Ciertamente, también santa Teresa de Ávila experimentó así el actuar maravilloso de los santos Ángeles cuando fue recibida por estos espíritus celestiales el 15 de octubre de 1582 en su comunidad, para a partir de entonces ver la infinita majestad de Dios no solamente como en un espejo o un enigma, o parcialmente a través del conocimiento terrenal, sino como lo describe san Pablo en la primera Carta a los Corintios, “cara a cara” (1 Co 13,12). Y entonces se cumplió de manera dichosa lo que formuló en las doce estrofas de su poema Los gemidos de un alma condenada;12 en la quinta, santa Teresa de Jesús exclama anhelante:

 

Nuestro estar aquí en la tierra únicamente es sufrimiento y dolor del alma,

vida pura nos será: solamente en las alturas del cielo.

Oh, Dios, Dios mío, concédeme que yo viva allá contigo.

Solamente una cosa quiero pedir:

¡Quiero morir para verte!

 

Asimismo, santa Teresa suplicaba en su Clamor del alma a Dios, dirigido no solamente a los santos, sino también a los Ángeles en el cielo: “¡Oh, bienaventurados habitantes del cielo, ayudadnos en nuestra miseria humana y sed intercesores ante la divina misericordia, para que nos permita participar, ya sea sólo un poco, en su alegría y nos comunique algo de su conocimiento lleno de luz!”13

1 Cfr. Litterae Apostolica Sanctimonialibus Carmelitis Discalceatis missae IV. ex­pleto saeculo ab obitu S. Theresiae a Jesu, AAS LXXIV, 1982, pp. 836-841.

2 Cfr. Homilia Abulae a Summo Pontifice sacris litante in honorem s. Theresiae habita, AAS LXXV,1983, pp. 250-259.

3 P. A. Alkofer, incluye muchas citas en su edición alemana Sämtlicher Schriften der hl. Theresia von Jesús, vol. VI, München, 1963, en su Index Rerum, entrada Feind, böser, de lo que Teresa de Ávila habla del diablo.

4 “Das Leben der hl. Theresia v. Jesus”, pte. 31, en ibid., vol. I, pp. 295-296, núms. 2-3.

5 “Das Leben der…”, pte. 29, en ibid., vol. I, pp. 280-282, núms. 15-16.

6 Cfr. “ Das Buch der Klosterstiftungen der hl. Theresia von Jesus”, en ibid., vol. II, p. 330, núm. 12.

7 Cfr. W. Nigg y H. N. Loose, Theresia von Avila, Theresia von Jesus, Freiburg Br., 1981, p. 33.

8 Cfr . P. A. Alkofer, op. cit., vol. I, p. 280, n.2.

9 Ibid., pp. 460s.

10 “Das Leben der…”, pte. 39, en ibid., vol. I, p. 411, núm. 26.

11 P. Poulain, Fülle der Gnaden, vol. I, p. 380.

12 Cfr. traducción del poema de Santa Teresa de Ávila Ayes del destierro: “Cuán triste es, Dios mío, la vida sin tí …”, en P. A. Alkofer, op. cit., vol. VI, pp. 286-293.

13 “Teresa von Jesus, Rufe der Seele zu Gott”, en ibid., vol. V, p. 310, núm. 1.