La Madre Teresa y el sacerdocio

Estimado, ¡gracias por su compromiso de orar por los sacerdotes! El 4 de septiembre de 2016, en el Año Extraordinario de la Misericordia, la Iglesia canonizará a la Madre Teresa de Calcuta, Apóstol de la Misericordia en Acción. La Madre Teresa fue reconocida en muchos sentidos, en primer lugar por su amor por los pobres, pero también por su amor y respeto por el sacerdocio. En esta y en la próxima carta, ofreceremos a nuestros cruzados una conferencia inspiradora de la Madre Teresa sobre el celibato dirigida a los sacerdotes. El don del celibato no es solo un «escándalo» para el mundo moderno, sino que, por desgracia, es cada vez más atacado desde el interior de la Iglesia. Que la Madre Teresa interceda para que este don divino sea una vez más entendido correctamente y que tanto el clero como los laicos lo tengan en alta estima.

Celibato Sacerdotal: Signo de la Caridad de Cristo — Parte 1

Leemos en las Escrituras cómo Jesús vino a proclamar la buena nueva de que Dios nos ama. Él quiere que hoy seamos ese amor. Jesús dijo: «Lo hiciste conmigo, tenía hambre, estaba desnudo, sin hogar y solo y lo hiciste conmigo». Yo llamo a esto el «Evangelio en cinco dedos».

Todos están llamados a amar a Dios con todo su corazón, alma, mente y fuerza, y a amar a su prójimo por amor a Dios. Pero en la noche, antes de morir, Jesús nos dio dos grandes regalos: el don de sí mismo en la Eucaristía y el don del sacerdocio, para continuar su presencia viva en la Eucaristía.

Sin sacerdotes, no tenemos a Jesús.
Sin sacerdotes, no tenemos absolución.
Sin sacerdotes, no podemos recibir la sagrada comunión.

Matrimonio y Celibato Sacerdotal

Así como Dios, nuestro Padre, preparó una morada digna para su Hijo en el vientre inmaculado de una virgen, también es apropiado que un sacerdote se prepare para tomar el lugar de Jesús, el Hijo de Dios, eligiendo libremente el celibato sacerdotal. El matrimonio y la procreación, son milagros del amor de Dios por los cuales hombres y mujeres, se convierten en sus compañeros de trabajo, para traer nueva vida al mundo. Pero Jesús claramente ha hablado de algo aún mayor que eso, cuando dijo que en el cielo las personas no se casan ni se dan en matrimonio, sino que viven como los ángeles; y que hay algunos que han renunciado al matrimonio por el bien del Reino de Dios.  

El celibato sacerdotal es ese regalo que se prepara para la vida en el cielo. Jesús llama a su sacerdote para ser su compañero de trabajo en la Iglesia, para llenar el cielo con los hijos de Dios.  

Un día, dos jóvenes vinieron a nuestra casa y me dieron mucho dinero para alimentar a la gente, porque en Calcuta, como saben, tenemos muchas personas pobres a quienes alimentamos a diario. Y les pregunté de dónde sacaron tanto dinero. Dijeron: «Hace dos días nos casamos. Antes del matrimonio decidimos que no íbamos a comprar ropa de boda, no íbamos a celebrar un banquete de boda, sino que, en cambio, le daríamos el dinero para alimentar a los pobres. «Era algo extraordinario para la gente hindú de clase alta hacer eso. Les pregunté de nuevo: «¿Por qué hiciste eso?» y dijeron: «Nos amábamos tanto que queríamos compartir la alegría de amar con las personas a las que usted sirve«.

Para mí, esta hermosa y viva historia de dos personas enamoradas es un signo vivo de esa unidad de Jesús y su sacerdote. Aquí el sacrificio no es dinero o cosas materiales, sino un don superior y mejor: el del Celibato Sacerdotal.

El Don y la Fecundidad del Celibato

El mayor regalo que uno puede darle a Jesús en el día en que uno se une al sacerdocio es un corazón virgen, un cuerpo virgen. Lo llamamos celibato sacerdotal. Es como el amor virginal de Cristo por su Iglesia, a quien el sacerdote representa. La iglesia es el cuerpo de Cristo; es la esposa de Cristo. 

El celibato no es solo nuestra capacidad de dar, sino más bien nuestra capacidad de aceptar el regalo de Dios, la elección de Dios. Con oración, reflexione cómo él, el Creador del universo, tiene tiempo para ustedes, sus pequeñas criaturas.

El celibato sacerdotal crea un vacío para recibir ese otro maravilloso regalo que solo Jesús puede ofrecer y dar: el regalo del amor divino. En primer lugar, Jesús ofrece su precioso don de sí mismo para una amistad de por vida, fiel y personal, con ternura y amor. Nada lo hará renunciar a su fidelidad. El permanece fiel.  

Queridos colaboradores de Cristo, ustedes han dicho «Sí» a Jesús y él los ha tomado en su palabra. La palabra de Dios se convirtió en Jesús, el pobre. Su celibato sacerdotal es el terrible vacío que ustedes experimentan. Dios no puede llenar lo que está lleno, solo puede llenar el vacío: la pobreza profunda, y su «« es el comienzo de ser o de vaciarse. No se trata de cuánto realmente tenemos que dar, sino de cuán vacíos estamos, para que podamos recibir en nuestra vida a plenitud y dejar que él viva en nosotros. En ustedes hoy, él quiere revivir su completa sumisión al Padre. Permítanle que lo haga. No importa lo que sientan, sino lo que él siente en ustedes. Quiten los ojos de ustedes mismos y regocíjense en que no tienen nada, en que no son nada, en que no pueden hacer nada. Denle a Jesús una gran sonrisa, cada vez que su nada les asuste. Esta es la pobreza de Jesús. Ustedes y yo debemos dejarlo vivir en nosotros y a través de nosotros en el mundo.    

Aférrense a Nuestra Señora, porque ella también, antes de poder estar llena de gracia, llena de Jesús, tuvo que pasar por esa oscuridad. «¿Cómo puede ser eso?» ella preguntó. Pero desde el momento en que dijo ‘sí’, María tuvo la necesidad de apresurarse para ir a dar a Jesús, a Juan y a su familia. Sigan dando a Jesús a las personas, no con palabras, sino con su ejemplo, con su amor por Jesús, irradiando Su santidad y difundiendo Su fragancia de amor a donde quiera que vayan. Solo mantengan la alegría de Jesús como su fortaleza. Sean felices y estén en paz, acepten todo lo que él les dé, y den todo lo que sea que él tome, con una gran sonrisa. Ustedes le pertenecen a él. Díganle: «Tuyo soy, y si me cortas en pedazos, cada pieza será solo tuya». Dejen que Jesús sea la víctima y el sacerdote en ustedes.  

Celibato: libertad para dar y amar

Al elegir libremente el celibato sacerdotal, el sacerdote renuncia a la paternidad terrenal y gana una participación en la Paternidad de Dios. En lugar de convertirse en padre de uno o más hijos en la tierra, ahora puede amar a todos en Cristo. Sí, Jesús llama a su Sacerdote para llevar el tierno amor de su Padre a cada persona y a todos. Por esta razón, la gente lo llama ‘Padre’

El Celibato Sacerdotal no es simplemente no casarse, no tener una familia. Es el amor indiviso de Cristo en la castidad. Nada ni nadie me separará del amor de Cristo. No es simplemente una lista de lo que no se puede hacer, es simplemente amor; libertad para amar y ser todo para todas las personas. Y para eso necesitamos la libertad, la pobreza y la simplicidad de la vida. Jesús podría tener todo pero eligió no tener nada. Nosotros también debemos elegir no tener o usar ciertos lujos. Por cuanto menos tenemos para nosotros, más de Jesús podemos dar, y cuanto más tenemos para nosotros, menos de Jesús podemos dar. Como sacerdotes, todos debemos experimentar la alegría de esa libertad, sin tener nada, sin tener a nadie; entonces podemos amar a Cristo con amor indiviso en castidad. Por eso, un sacerdote que es completamente libre para amar a Cristo, el trabajo que realice en obediencia, es su amor por Cristo en acción. La preciosa sangre está en su mano, él puede partir el pan vivo  y darlo a todos los que tienen hambre de Dios. 

Dejen que aquellos que están llamados a seguir a Jesús en el celibato sacerdotal y a compartir su sacerdocio, oren y pidan el coraje de dar, «dar hasta que duela». Esta entrega es amor verdadero en acción y podemos hacerlo solo cuando somos uno con Jesús, porque en Él, con Él y solo a través de Él, Jesús, podremos hacer grandes cosas, incluso cosas más grandes que Él mismo.

Llamado a la pureza absoluta

No hay comparación alguna con la vocación del sacerdote. Es como el reemplazo de Jesús en el altar, en el confesionario y en todos los demás sacramentos donde usa su propio «yo», como Jesús. Cuán completamente el sacerdote debe ser uno con Jesús, para que Jesús lo use en su lugar, en su nombre, para pronunciar sus palabras, ejecutar sus acciones, quitar los pecados y convertir el pan y el vino ordinarios en el pan vivo de su propio cuerpo y sangre. Solo en el silencio de su corazón puede escuchar la palabra de Dios y desde la plenitud de su corazón, puede pronunciar estas palabras: «te absuelvo» y «este es mi cuerpo». Cuán pura debe ser la boca del sacerdote y cuán limpio debe ser su corazón, para poder hablar y pronunciar las palabras, «este es mi cuerpo», y convertir el pan en el Jesús vivo.  La mano de Jesús debe estar completamente en la mano del sacerdote, si esto es así, cuando el sacerdote levanta esa mano, ahí está la preciosa Sangre de Jesús. El pecador que llega a la confesión cubierto de pecado, al dejar el confesionario, se convierte en un pecador sin pecado. ¡Oh, qué puro, qué sagrado debe ser un sacerdote para quitar el pecado y pronunciar las palabras, «yo te absuelvo».  

El Sacerdote: vínculo entre la Misericordia de Dios y la Humanidad

Para mí, el Sacerdocio es lo Sagrado, la santidad por la cual Cristo ha venido a la tierra para hacerse hombre, para vivir el amor y la compasión de su Padre, y para lavar el pecado. Tenemos un maravilloso ejemplo de eso en la experiencia con nuestra gente.

Las hermanas encontraron a un hombre e hicieron todo lo que por el amor era posible hacer por él, por un hombre que había estado encerrado de esa forma durante años. Este hombre no habló durante dos días. El segundo día, les dijo a las hermanas: «Ustedes trajeron a Dios a mi vida, traigan también al Padre». Entonces las hermanas consiguieron un sacerdote y este hombre hizo su confesión después de sesenta años, a la mañana siguiente murió.

Esto es un sacerdote, es el ‘vínculo de conexión’ entre la humanidad y Dios, tal como lo fue Jesús, para quitar el pecado. Dios había entrado en la vida de este hombre, pero ese perdón por su pecado tenía que venir a través de los sacerdotes para que la conexión con Dios fuera total. Este fue un milagro de gracia que llegó a ese hombre que había estado lejos de Jesús durante tantos años, y así lo expresó; «Han traído a Dios a mi vida, traigan al padre también». Esa conexión, esa misericordia, ese lavado de sus pecados, vino a través de las manos y las palabras del sacerdote.

Continuará en la próxima Carta de la Cruzada

Orar por los sacerdotes es uno de los apostolados más importantes de la Iglesia. Mientras más oremos y ofrezcamos sacrificios por los sacerdotes, mejores ministros de la misericordia de Dios serán, más santas serán nuestras familias y comunidades religiosas. 

¡Gracias por orar por los sacerdotes!