San Gregorio Magno († 12 de marzo de 604)

La historia de este santo Papa conocido por el sobrenombre Magno (Grande) puede reflejarse concisamente con algunas palabras clave: nació cerca del año 540 en Roma, proveniente de la nobleza senatorial; fue prefecto de la ciudad de Roma (572‑573); posteriormente monje en el monasterio que él mismo donó y erigió en su casa paterna, en el Clivus Scauri (Roma); fue ordenado diácono regional por el Papa Benito I, y enviado por el Papa Pelagio II en 579 como nuncio (apocrisiar) a la corte del emperador de Constantinopla, donde representó, en medio de pésimas circunstancias, los asuntos papales; regresó a Roma en 585‑586 y fue consejero de Pelagio II; el año 589 la peste asoló Roma y a inicios del año 590 contagió al Papa, ocasionándole la muerte; Gregorio fue elegido entonces Sumo Pontífice; dirigió la Iglesia con extraordinaria prudencia y sabiduría.

En cierto sentido, san Gregorio Magno estuvo rodeado por Ángeles; con razón se le otorgó el título Doctor Angelorum (Doctor de los Ángeles) o Doctor coelestis militiae (Doctor de la milicia celestial). Así lo nombró ya su primer biógrafo, Juan Diácono,1 quien relató aquel episodio de la vida de Gregorio en que éste exclama a la vista de unos anglosajones ofrecidos en el mercado de esclavos, cuando le preguntaron a qué tribu pertenecían: “¡Anglos, de los Ángeles; serán herederos de los Ángeles!”2 Un Ángel le comunicó su destino ‑pastor supremo de la Iglesia‑; y cuando quiso esconderse, después de ser elegido Papa, para huir de esta difícil encomienda, fue descubierto gracias a una columna de luz sobre su escondite por la que los Ángeles subían y bajaban.3

El primer acto público de Gregorio, ya consagrado Papa, fue una gran procesión de petición a través de las calles de Roma para evitar la peste, que en aquel año 590 se encontraba en su apogeo; entonces recibió una visión del Arcángel Miguel, quien bajó del cielo a la tumba del emperador Adriano y envainó su espada ensangrentada; a partir de ese momento remitió la peste. Desde entonces, el mausoleo de Adriano fue llamado Castillo de los Ángeles (Castel Sant’ Angelo).4

Se afirma que Gregorio dio en cierta ocasión limosnas a un Ángel que se le apareció disfrazado de náufrago; en otra hospedó a un Ángel en forma de mendigo,5 acontecimiento mencionado en la quinta lectura de los maitines para el oficio de su festividad, el 12 de marzo: “Gregorio invitaba diariamente a su mesa a los peregrinos y también a un Ángel; una vez recibió incluso al propio Ángel del Señor en forma de peregrino.” En efecto, siendo Papa, Gregorio Magno acostumbraba invitar a su mesa cada día a doce pobres, a los cuales, en ocasiones, se unía un decimotercero, a quien sólo el santo podía ver, reconociéndolo como un Ángel de Dios.6 Involuntariamente, este pasaje alude a las palabras de la Carta a los Hebreos: “No os olvidéis de la hospitalidad, pues por ella algunos, sin saberlo, hospedaron a Ángeles” (Hb 13,2).

Más que a estos sucesos y otros muchos que se presentaron en su vida -aunque juzgados por algunos no históricos sino legendarios‑, este santo Papa de finales del siglo VI debe su título de Doctor angelorum a la manera tan explícita de expresarse en sus obras sobre los Ángeles, como, por ejemplo, en el comentario al libro de Job (Moralia in Job), en las homilías para los perícopes de los Evangelios y para el libro de Ezequiel, y en sus cuatro libros de Diálogos sobre la vida y los milagros de padres italianos, como comentó explícitamente L. Kurz en su disertación La doctrina de los Ángeles en san Gregorio Magno.7

“Los 34 libros de Moralia in Job ofrecen una presentación simple, estimulante y múltiple de la batalla humana contra Satanás”,8 el primer ángel caído. La mayoría de los elementos de la angelología comúnmente aceptada en la alta patrística aparece en esta obra: los Ángeles poseen una relación incomparablemente más familiar con Dios que los hombres; contemplan la fuente de la sabiduría en sí. Sin embargo, están limitados por su propio ambiente. Así como en relación con nuestro cuerpo son espíritus, cuando se les compara con Dios, el espíritu ilimitado, podría afirmarse que son cuerpos.9 Satanás era el primer Ángel, el más grande; Gregorio lo identifica con Behemot y con el Leviatán del libro de Job. Después de caer, a causa de la soberbia, mantuvo su naturaleza angelical pero perdió su felicidad; ahora recorre el mundo y tienta a los hombres. Gregorio enumera diferentes tentaciones; en los Diálogos se refiere al trato de los ascéticos italianos con los demonios y los Ángeles.10

Aquel primer Ángel había sido creado infinitamente grande y glorioso, pero por propia decisión se transformó en diabólico. Gregorio Magno usó, al igual que otros muchos padres de la Iglesia, para designar a este primer Ángel creado, la imagen del cedro del Líbano -con cuya belleza ningún árbol del jardín de Dios puede compararse‑ que se encuentra en el libro de Ezequiel (cfr. Ez 31,3‑9) aplicada al rey Assur. Porque su situación era tan elevada que, aunque los poderes angelicales subieran, no podían llegar hasta él; el árbol del paraíso de Dios estaba, por así decirlo, tan frondoso que vio a las legiones de los espíritus celestiales por debajo de él;11 era el espíritu angelical más grande,12 el príncipe de los Ángeles,13 y poseía una posición de preferencia sobre todas las legiones angelicales.14 Los nueve coros de los Ángeles, a los que él no pertenecía, adornaban su vestido como nueve piedras preciosas, ante las cuales se vio a sí mismo mucho más glorioso, superando su brillo.15

Según el designio de Dios, el primer Ángel podía haberse mantenido en la cumbre; en posesión de gracias gloriosas hubiera sido el señor de los elementos, a condición de permanecer sometido a Dios en libre servicio. Con un acto de amor debía responder a este amor que Dios había manifestado en él, porque había sido creado con el designio de reverenciar y amar a su Creador con alegría.16 Pero Satanás no quiso; le desagradaba someterse a Dios. Este Leviatán miraba hacia las alturas donde se encontraba Dios, entronizado sobre todas las criaturas, por encima de toda la creación; deseaba el derecho de una libertad pervertida, según la cual estaría sobre todo y no por debajo de nadie, ni de Dios. Afirmaba: “Subiré sobre las cumbres de las nubes y seré igual al Altísimo” (Is 14,14). Esta increíble soberbia17 lo orilló a pretender apoderarse de una gloria reservada sólo a Dios. Con su pecado no solamente se arrojó a sí mismo, sino que también llevó a muchos otros ángeles, a la perdición. La atractiva tentación de la soberbia de Satanás fue repelida por la humildad de los Ángeles fieles que perseveraron inmutables en el amor a Dios, ya que el Dios todopoderoso, cuando separó a los Ángeles según sus méritos, los mantuvo en la luz eterna después de arrojar a los infieles de la altura de su ser hacia la pena de la condenación eterna.18

Los Ángeles que permanecieron fieles ven directamente a Dios en su majestad, tal como Él es. El Papa Gregorio Magno aclara explícitamente las cualidades de este acto de conocimiento angelical en la visión de Dios,19 al igual que la relación de los Ángeles con Cristo, quien, entronizado rey por encima de ellos, como hombre nacido bajo ellos, sufrió y murió; pero en su ascensión al cielo elevó la naturaleza humana hasta un nivel superior al de todos los poderes celestiales, al que también conducirá a aquéllos cuya naturaleza asumió para depositarlos al lado de los Ángeles, como compañeros entre compañeros, ciudadanos del cielo entre ciudadanos, y así llenar los lugares de quienes perdieron su ciudadanía celestial. Los vacíos en el cielo serán cubiertos completamente cuando Cristo, rodeado por los Ángeles dispuestos a servirle, aparezca en el trono de su majestad para impartir justicia en el fin de los días. Llegado ese momento, los Ángeles, como ejecutores de su voluntad, separarán bajo sus órdenes a los pecadores de los santos e introducirán a los nuevos ciudadanos del cielo en los espacios aún vacíos.20

De manera análoga a Dionisio Areopagita en el Oriente, el santo Papa Magno realizó la primera clasificación en la Iglesia occidental del mundo angelical en nueve coros, según los nombres que aparecen en la Sagrada Escritura. Sobre este tema habla explícitamente en su Homilía 34, utilizada hasta la reforma del calendario litúrgico como lectura de los maitines en el oficio de la festividad del Arcángel Miguel:

Hablamos de nueve coros angelicales porque sabemos por el testimonio de la Sagrada Escritura que existen Ángeles, Arcángeles, Virtudes, Potestades, Principados, Dominaciones, Tronos, Querubines y Serafines. Sobre la existencia de Ángeles y Arcángeles atestigua casi cada página de la Sagrada Escritura. De los Querubines y Serafines hablan frecuentemente los libros de los profetas. El propio apóstol Pablo enumera en su Carta a los Efesios los nombres de cuatro coros: “Sobre todos los Principados, Potestades, Virtudes y Dominaciones”; y en la Carta a los Colosenses dice: “Sean Tronos o Dominaciones o Principados o Virtudes.” Si unimos los cuatro que menciona en la Carta a los Efesios a los Tronos, resultan cinco coros; si juntamos éstos con los Ángeles y Arcángeles, los Querubines y Serafines, concluiremos, sin duda, que existen nueve coros de Ángeles.

Es conveniente saber que el nombre Ángel designa la función de quien lo lleva, no el ser. En efecto, en la patria celestial, aquellos santos espíritus son siempre espíritus, pero no siempre pueden ser llamados Ángeles, ya que únicamente lo son cuando ejercen su oficio de mensajeros. Por eso se canta en el salmo: “Tiene por mensajeros a sus espíritus”; como si dijera: Él hace de los espíritus que siempre están a su alrededor, cuando lo desea, Ángeles. Aquellos que ejecutan las tareas de menor importancia se llaman Ángeles; los que comunican cosas importantes, Arcángeles.

Por eso a la Virgen María no le fue enviado un Ángel cualquiera, sino el Arcángel Gabriel; un mensaje de tal trascendencia requería ser transmitido por un Ángel de la máxima categoría.

De ahí que los Arcángeles sean citados por su propio nombre, que indica también su actividad. Así, Miguel significa ‘¿Quién como Dios?’; Gabriel, ‘Fortaleza de Dios’, y Rafael, ‘Medicina de Dios’.

Cuando se trata de alguna misión que requiera un poder especial, es enviado san Miguel, dando a entender por su actuación y su nombre que es imposible que nadie haga lo que sólo Dios puede realizar. Por eso, aquel antiguo enemigo que por su soberbia pretendió igualarse a Dios diciendo: Escalaré los cielos, por encima de los astros divinos levantaré mi trono, me igualaré al Altísimo, se nos muestra luchando contra el Arcángel Miguel, cuando al fin del mundo sea desposeído de su poder y destinado al extremo suplicio, como lo presenta Juan: Se entabló una batalla con el Arcángel Miguel.

A María le fue enviado el Arcángel Gabriel, cuyo nombre significa ‘Fortaleza de Dios’, porque iba a anunciar a aquel que a pesar de su humilde apariencia, reduciría a los principados y potestades. Era, pues, natural que el que es la fortaleza de Dios anunciara la venida del Señor de los ejércitos y héroe de las batallas. Rafael significa, como se mencionó, ‘Medicina de Dios’, nombre proveniente de haber curado a Tobías cuando, tocándole los ojos con sus manos, lo libró de las tinieblas de su ceguera.21

Con respecto a la relación de los Ángeles con nosotros los hombres, este santo Papa y doctor de la Iglesia se orienta en las palabras de la Carta a los Hebreos: “¿No son todos ellos espíritus administradores enviados para servicio de los que han de heredar la salud?” (Hb 1,14).22 En el cuidado de nuestra salvación se observa el servicio externo de los santos Ángeles, su tarea: anunciar la verdad a los que no saben, dar de beber de la fuente de la luz a los ciegos.23 Al igual que a través de los patriarcas y profetas se transmitió la llamada de Dios a los hombres, así llega ahora por medio de los Ángeles.24 Glorifican al Señor (cfr. Jb 36,24) cuando nos revelan su poder.25 También les correspondería el nombre de cónsules (cfr. Jb 3,14), es decir, ‘consejeros’, porque recibimos de su mensaje la voluntad del Creador y así somos aconsejados en la miseria y tristeza de la vida terrenal.26 Los Ángeles nos asisten, gracias a la bondad de Dios, en cada lucha que mantenemos; nos ayudan no solamente a vencer las tentaciones, sino, en ocasiones, a extinguir su fuego. A manera de ejemplo, Gregorio Magno menciona a cierto Equitio, quien, después de haber invocado al Dios todopoderoso con oración incesante suplicando una cura contra los placeres de la carne, una noche fue castrado por un Ángel y a partir de ese momento quedó libre de tentación sexual, como si no tuviese sexo en su cuerpo.27

Llenos de regocijo por las buenas obras de sus protegidos,28 los Ángeles otorgan29 la bondad del Padre divino a quienes se esfuerzan honestamente en su vida, en cuanto los aconsejan, exhortan y estimulan, incluso a aquellos que han caído en pecado, levantándolos y otorgando un alivio a los arrepentidos, alegres en grado sumo por su conversión.30

La escalera de Jacob (cfr. Gn 28,12), con los Ángeles subiendo y bajando, es para san Gregorio un símbolo del amor con que los Ángeles se adhieren a su Creador y de la enorme compasión con que descienden a nuestras debilidades31 para recrearnos en la fuerza de la visión beatífica de Dios por su servicio y ayuda.

Es más, como los hombres no pueden prescindir de esta gran ayuda angelical, porque no está asegurada la salvación, los Ángeles se mantendrán tanto tiempo como sea necesario a su servicio, hasta que todos los destinados a la vida eterna se encuentren reunidos en el fin de los días.32 Claro está, para ello los Ángeles se ocupan de nosotros antes, en vida y durante la hora de la muerte33 ‑en ocasiones prediciendo el momento o apareciendo durante la salida del mundo terrenal.

Gregorio Magno menciona en sus Diálogos un claro ejemplo de ello:

En mi convento había hace diez años un hermano llamado Gerontio. Cuando enfermó gravemente, observó en una visión nocturna hombres vestidos de blanco y de aspecto brillante que entraban desde arriba al convento. Se colocaron ante la cama del enfermo y uno de ellos dijo: “Hemos venido para incorporar del convento de Gregorio a algunos hermanos al ejército (celestial).” Y le ordenó a otro: “¡Escribe Marcelo, Valentiano y Agnelo!” Después añadió: “¡Anota también a aquel que nos ve!” Seguro por esta aparición, el hermano [Gerontio] comunicó por la mañana a sus hermanos quiénes iban a morir dentro de poco tiempo. Cuando al día siguiente los hermanos empezaron efectivamente a morir en la secuencia en que fueron anotados, Gerontio declaró que también él les seguiría; poco tiempo después murió quien había anunciado y previsto [gracias a un Ángel] la muerte de sus hermanos.34

En los Diálogos35 relata varias apariciones angelicales en la hora de la muerte. Por otra parte, afirma que las almas escogidas no están exentas de las molestias del diablo o de los espíritus malignos que constantemente persiguen como ladrones a los hombres buenos.36 El moribundo en pecado mortal ve al diablo ‑san Gregorio lo comprobó en la muerte del monje Chrisaorio‑ en forma de espíritus negros y monstruosos, imposibilitado para alejar esta visión37 salvo cuando los presentes, que no ven el dragón infernal, lo expulsan con la señal de la santa cruz.38 El fin de esta visión no es que el pecador pierda su vida eterna, sino que sepa a quién sirvió y pueda así resistir y superarlo. Una aparición de esta índole constituye, entonces, un don de la misericordia divina39 que, aunque no brinde ayuda al moribundo, al menos puede ser aprovechada por los presentes.40

El que a los Ángeles y a los espíritus malignos, liderados por el diablo, les sea posible aparecerse a los hombres, se debe, argumenta san Gregorio, a la capacidad de los Ángeles ‑y análogamente, de los demonios‑ de adoptar cuerpos de aire.

Para concluir, citaremos las explicaciones de L. Kurz sobre la angelología del santo Papa Gregorio Magno:

Aunque Gregorio, en su angelología, aprovecha parcialmente elementos de san Agustín y de Dionisio Areopagita, debemos considerar el fino tacto y calidez de sentimiento demostrados para utilizar el trabajo espiritual de una época anterior y aplicarlo a su tiempo y, sin darse cuenta, incluso a los siglos posteriores.41