San Pio de Pietrelcina

El Padre Alessio Parente, íntimo colaborador del P. Pío de Pietrelcina, cuenta que un día, un amigo suyo, había viajado en su coche de Firenze a san Giovanni Rotondo para confesarse con el Padre Pío y escuchar la misa. A medio camino, se sentía cansado y se quedó en una estación de gasolina para tomar un café y descansar. Y después decidió continuar, a pesar de estar ya muy oscuro. Dice el protagonista Piergiorgio Biavati: Sólo recuerdo una cosa, encendí el motor y me puse al volante y, después, no recuerdo nada más. No recuerdo ni un segundo de las tres horas pasadas, manejando al volante. Cuando ya estaba enfrente de la iglesia de san Giovanni Rotondo, alguien me sacudió y me dijo: “Ahora toma tú mi puesto”.
Se sintió tan sorprendido que, después de la misa del Padre Pío, fue a la sacristía a hablar con él. Y el Padre Pío le dijo: “Has dormido durante todo el viaje y el cansancio lo ha tenido mi ángel, que ha manejado por ti”.

El pasaje que publicamos aquí es la primera parte de una carta escrita por el Padre Pío a la noble Raffaelina Cerase (véase la Epístola II, págs. 403-409). Habla del Ángel de la Guarda, a quien todo cristiano debe aprender a rezar, respetar y amar.

Amada hija del Padre celestial,

que la gracia del Espíritu divino siempre habite en tu corazón y en el de todos los que desean pertenecer a Jesús. Que Jesús también te revele el misterio y el poder de la cruz y te llene de él. Que la Virgen María misma te alcance la fuerza y ​​el valor para librar la buena batalla; que tu ángel de la guarda sea tu armadura para protegerte de los golpes que los enemigos de nuestra salvación te dirigen.

Oh Raffaelina, qué reconfortante es saber que siempre estamos bajo la custodia de un espíritu celestial, que nunca nos abandona, ni siquiera (¡qué admirable!) cuando desagradamos a Dios. ¡Qué dulce es esta gran verdad para el alma creyente! ¿A quién, entonces, puede temer el alma devota que se esfuerza por amar a Jesús, teniendo siempre a su lado a un guerrero tan distinguido? ¿O acaso no fue él uno de los muchos que, junto con el ángel San Miguel allá arriba en el cielo, defendieron el honor de Dios contra Satanás y todos los demás espíritus rebeldes, para finalmente reducirlos a la ruina y desterrarlos al infierno?

Bien, debes saber que él sigue siendo poderoso contra Satanás y sus secuaces; su caridad no ha disminuido, ni jamás dejará de defendernos. Haz que sea un buen hábito pensar siempre en él. Que un espíritu celestial está cerca de nosotros, que desde la cuna hasta la tumba no nos abandona ni un instante, que nos guía, nos protege como un amigo, un hermano, y que siempre debe ser un consuelo para nosotros, especialmente en nuestras horas más tristes.

Sabe, Raffaelina, que este buen ángel ruega por ti: ofrece a Dios todas las buenas obras que realizas, tus santos y puros deseos. En las horas en que te sientas solo y abandonado, no te quejes de no tener un amigo con quien sincerarte y confiar tus penas: por favor, no olvides a este compañero invisible, siempre dispuesto a escucharte, siempre listo para consolarte.

¡Oh, dulce intimidad, oh, bendita compañía! ¡Ojalá todos los hombres pudieran comprender y apreciar este gran don que Dios, en su inmenso amor por la humanidad, nos concedió: este espíritu celestial! Recuerda a menudo su presencia: debes contemplarlo con los ojos de tu alma; dale gracias, ora a él. Es tan delicado, tan sensible; respétalo. Teme siempre ofender la pureza de su mirada.

Pietrelcina, 20 de abril de 1915. Fray Pío

El Padre Pío  ayuda a cargar la cruz

TÚ PUEDES ENVIAR A TU ÁNGEL DE LA GUARDA INCLUSO AL PURGATORIO, PARA QUE LLEVEN BENDICIONES DE NUESTRA PARTE A NUESTROS FAMILIARES. 𝗦𝗮𝗻 𝗣𝗶𝗼 𝗱𝗲 𝗣𝗶𝗲𝘁𝗿𝗲𝗹𝗰𝗶𝗻𝗮.
Una noche, en el convento de san Giovanni Rotondo, los religiosos sintieron una música extraña en la iglesia sin poder explicarse el porqué, pues en aquel momento nadie estaba en la iglesia. Fueron a preguntarle al Padre Pío y él les respondió: «¿𝘿𝙚 𝙦𝙪𝙚 𝙨𝙚 𝙢𝙖𝙧𝙖𝙫𝙞𝙡𝙡𝙖𝙣?
Son las voces de los ángeles que llevan las almas del Purgatorio al Paraíso».
¡𝘾𝙪𝙖𝙣𝙩𝙖𝙨 𝙫𝙚𝙘𝙚𝙨 𝙘𝙖𝙣𝙩𝙖𝙧𝙖𝙣 𝙡𝙤𝙨 𝙖𝙣𝙜𝙚𝙡𝙚𝙨, 𝙘𝙪𝙖𝙣𝙙𝙤 𝙨𝙪𝙨 𝙥𝙧𝙤𝙩𝙚𝙜𝙞𝙙𝙤𝙨 𝙫𝙖𝙣 𝙖𝙡 𝙘𝙞𝙚𝙡𝙤 𝙙𝙚𝙨𝙙𝙚 𝙚𝙡 𝙥𝙪𝙧𝙜𝙖𝙩𝙤𝙧𝙞𝙤! Y ¡cuántas veces cantarán mientras están por millones adorando a Jesús sacramentado en todos los sagrarios del mundo!
No olvidemos que los ángeles rezan por sus protegidos y podemos enviarlos a visitar a nuestros familiares cercanos o lejanos, incluso hasta el Purgatorio, para que los saluden de nuestra parte y les lleven nuestras bendiciones y obras buenas por ellos. Los ángeles se entristecen al ver nuestros pecados y se alegran y se ríen con nosotros al ver nuestras buenas obras.
“San Pío de Pietrelcina y su Ángel Custodio”, del P. Ángel Peña.